De armas secretas, ficcionales y otras estrategias

Publicado por Amir Valle | Publicado en De Literatura | Publicado el 29-01-2015

José M. Fernández Pequeño - Foto: Luis Felipe Rojas

José M. Fernández Pequeño – Foto: Luis Felipe Rojas

Los cuentos de José M. Fernández Pequeño

 

El primer cuento que conocí escrito por ese querido colega y amigo a quien llamaré simplemente, como siempre, Pequeño, me lo leyó él mismo en una visita que hice a su casa de Santiago de Cuba, allá a mediados de los 80. Me impactó mucho aquel cuento y aunque hoy puedo rememorar sólo la impresión recibida entonces y no el tema en sí, recuerdo que en una de las reuniones de nuestro grupo de narradores Seis del Ochenta, en lo que llamábamos “El palomar de Torralbas”, porque su casa estaba en una de las más hermosas y altas colinas del reparto Sueño, le comenté a los por entonces muy jóvenes narradores Alberto Garrido, Marcos González y José Mariano Torralbas que lo más notable en aquella historia de Pequeño era la mezcla de absurdo, fantasía y realismo, algo realmente raro para nosotros, defensores de los cuentos duros, directos, realistas, pero sobre todo algo distinto en el panorama del cuento santiaguero donde las tendencias se polarizaban en claros estratos: el excelente realismo intimista de los monólogos de Aida Bahr, la historicidad cruda y tradicional de Juan Leyva Guerra y Joel James, el exquisito universo memorioso del inolvidable José Soler Puig, la épica militante de algunos oportunistas perpetradores de muy mala literatura “socialista” o el absurdo forzado y pobre de otras criaturas de esa especie llamada “Mediocris”, que por esos años pululaba en mayoría (y con mucho poder, por cierto) en el escenario cultural institucional santiaguero.

3-arma-secreta-J-M-Fernandez-Pequeno-Amir-ValleEn el año 2004 tuve la suerte de seleccionar para Plaza Mayor, de Puerto Rico, el libro de cuentos Un tigre perfumado sobre mi huella, que integraría la Colección Cultura Cubana de esa editorial y allí, nuevamente, constaté que había mucho de distinto en la cuentística de Pequeño. Escrito en un estilo intenso, las búsquedas estilísticas se concentraban en jugar con variantes narrativas tan diferenciadas como el cuento testimonial, el cuento imbuido en un obvio espíritu lírico, la narrativa tácitamente poética, el rejuego semiótico que permiten la estructura de una historia a través de las parábolas, y todo ello resultaba en un universo claustrofóbico donde (otra vez) era notable ese toque personal a través de la perfecta simbiosis de absurdo, fantasía y realismo.

Acabo de leer en estos días su nuevo libro El arma secreta, ganador del Premio Nacional de Cuentos “José Ramón López” 2012 (aunque se otorgó en el 2013). El jurado de este premio convocado en República Dominicana hizo constar que concedían su favor a esa obra “atendiendo a la asombrosa profundidad narrativa que el autor desarrolla en los nueve relatos del libro, en la cual reivindica el arte y la maestría de narrar, a partir —más allá de la memoria— de una profunda observación de los desconciertos que la post-modernidad introduce en los países del tercer mundo, contaminándolos y vinculándolos —tras la destrucción de sueños y promesas— a la realidad de los fracasos. Así, Fernández Pequeño une y desune la noción de memoria, historia y desconcierto en los relatos que configuran su libro, en una muestra de excelencia narrativa”.

arma-secreta-J-M-Fernandez-Pequeno-Amir-ValleVeamos de qué nos habla El arma secreta: El dilema de que cada conquista es, también, una derrota (en la viñeta “Los conquistadores”); la terrible seducción de lo absurdo a partir de algo tan cotidiano como el mágico ronquido de una hermosa y enigmática mujer (en “El arte de roncar”); el peso de la Historia, esa sucesión de infortunios que arrastra una Revolución cuando es ejercida desde el abuso de poder y el adoctrinamiento social sepultando hasta los olores más imperceptibles que marcan nuestra memoria, y su impacto demoledor sobre la singularidad más íntima de un hombre común (en “Un cierto olor a escalofrío”); la obsesiva compulsión de un caprichoso pájaro azul que trueca los destinos, tuerce el rumbo de los deseos, hace cumplir los sueños, apareciendo y volatilizándose con la tozudez de un inefable fantasma (en “Rebeliones”); el forcejeo lúdico e irracional entre la excepcionalidad fascinadora, la burda anormalidad y el siniestro llamado de la sangre en un niño a quien le nace un tercer ojo en medio de la frente (en “El cíclope”); carne que se volatiliza, se va evaporando, se esfuma totalmente cuando el espíritu abandona el cuerpo tras el golpe artero y cruel de un suceso familiar (en “Imperfecciones”); los pasos de una mujer viva en el piso de arriba, una trama criminal, el fracaso de un negocio, un satélite americano a punto de caerse del cielo y otra vez unos pasos, esta vez de una mujer muerta, que remueven los asentados cimientos de la cotidianidad en la vida de un hombre (en “Pongamos por caso”); el anuncio errado de un tumor que derriba todos los muros emocionales de alguien que, al borde de una supuesta muerte, descubre que un fortuito encuentro puede ser una tabla de salvación, un nuevo comienzo (en “El ombligo de María B.”) y cuánto puede haber de equivocación en desconocer los peligros ocultos tras la repartición de roles (perdedores, vencedores, víctimas y victimarios: la mutabilidad siempre constante de estos papeles) durante esas guerras personales que cada quien arrastra por la vida (en “El arma secreta”).

Cada una de estas historias responde a un credo fácilmente detectable: Pequeño considera (y lo ha dicho en alguna que otra entrevista, aunque con otras palabras) que el acto de narrar (es decir, ese vicio de sentarse a contar una historia con la ilusión de hacer arte, ser leído, alcanzar la posteridad o simplemente desahogarse de fantasmas) debe tener como resultado la creación de micromundos que reproduzcan la vida tal cual es: una sucesión de hechos reales envueltos en la racionalidad de nuestro comportamiento, pero también en el mundo de absurdos generados por nuestros miedos y carencias, y en la atmósfera fantasiosa, edulcorada, liberadora o escapista de nuestros sueños, fantasías, aspiraciones. Nada en la vida es totalmente realista, totalmente absurdo o totalmente fantasioso parecen gritarnos los cuentos de Pequeño: cada uno de estos términos confluyen en el diario andar del ser humano de un modo muchas veces inexplicable. Y es justo ese el espíritu que atrapa Pequeño en estas páginas: la carnalidad de sus personajes es tan importante en las tramas, como lo son las embestidas de los absurdos propios o ajenos, y como lo son las incursiones fantasiosas (con esa pátina de lo fantasmal) de los sueños más íntimos de estos protagonistas en el contrapunteo obsesivo que establecen en estas páginas las historias personales de cada uno de ellos con esa Megahistoria (leyes sociales, convenciones ideológicas, devenir histórico) que constituye el retablo donde se mueven estas vidas. De ahí esa mezcla de memoria, historia y desconcierto que impactó al jurado.

Fue justamente Pequeño (junto a Aida Bahr, Jorge Luis Hernández y Soler Puig) de los primeros en hacerle saber al muchacho aspirante a escritor que yo era en aquellos ya lejanos 80 que teníamos la suerte de haber nacido en uno de los idiomas más ricos en cuanto a expresividad narrativa y que sólo un pésimo escritor desaprovechaba las posibilidades que nos ofrecía el español para darle vida a nuestros mundos ficcionados. Y esa es otra de sus marcas de estilo: un respeto profundo por la limpieza de la frase, por la plasticidad de una descripción, por la visualidad de una escena mediante una precisa narración, por la sabia elección de los diálogos, por la conjunción equilibrada y embellecedora de prosa y poesía, lo cual sobresale mucho en un momento en la historia del libro en el que a las editoriales (y lamentablemente a buena parte de los escritores) les interesa más lograr una historia que impacte por su propio peso como tema o suceso que por esa cualidad bastante escasa que sólo consiguen aquellas obras literarias donde historia y calidad escritural son una misma amalgama, pues el creador es de esas cada vez más raras avis que equiparan el trabajo de escritura literaria al trabajo de la más fina orfebrería.

El arma secreta, además de sus valores literarios en los planos lingüístico y estilístico, posee la gran virtud de ser un libro con historias que supuran un contagioso e intrigante suspense, un manejo del humor muy cuidado, una fina elaboración de la intriga en las tramas narradas que se revierte en otro de sus atractivos distinguibles: estas historias agarran al lector por el cuello y lo conducen en una riada de alucinante hechizo hasta esos finales realmente geniales, estremecedores, que en todos los casos obligan a la reflexión, otra más de las cualidades esenciales de la buena literatura.

Un libro, en resumidas cuentas, excelente, aportador, distinto, imprescindible en el actual panorama del cuento cubano.

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