Lecciones de humildad, talento y fe

Publicado por Amir Valle | Publicado en De Literatura | Publicado el 25-08-2015

Algunos miembros de la Tertulia de Guardamar.

Algunos miembros de la Tertulia de Guardamar.

 

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Reflexiones sobre unas vacaciones en Guardamar del Segura

 

Hay vacaciones que te sorprenden. Pensadas sólo para olvidar el cansancio acumulado durante largos meses de trabajo, para dejar que el sopor de ese hastío cotidiano  se diluya en las aguas cálidas de una playa a la orilla de ese incomparable Mediterráneo al que le cantó Serrat, se convirtieron sin embargo en el escenario perfecto para recibir una lección de humildad, fe en el valor incalculable del talento humano y amor por esa joya preciosa, cada vez más rara, que es el arte.

Huir del gris que entristece, empaña, obnubila la fascinación que, pese a ese gris y a ese horrendo clima, ejerce Berlín sobre mi espíritu era el primer objetivo de estas vacaciones. Queríamos estar junto al mar; necesitábamos el mar, la confluencia exquisita entre el azul del cielo y el mar. Y la casualidad quiso que un buen amigo, el también colega y compatriota Antonio Álvarez Gil, se mudara en el 2014 a un luminoso y pequeño punto de la costa mediterránea: Guardamar del Segura. «Date un salto por acá», me había dicho en una de nuestras usuales conversaciones telefónicas, «te gustará».

Durante la presentación de la novela "Annika desnuda", de Antonio Álvarez Gil, en la Biblioteca de Guardamar, 21 de agosto de 2015.

Durante la presentación de la novela «Annika desnuda», de Antonio Álvarez Gil, en la Biblioteca de Guardamar, 21 de agosto de 2015.

Y aunque mi pretensión era también huir de ese manantial de compromisos que es hoy Internet y sus redes (quizás debiera escribir aquí que es un patíbulo al cual millones caminan, gustosos, cada día, apenas abren los ojos, ya sea para trabajar, informarse o perder estúpida o conscientemente el tiempo) me encontré en un sitio de España donde la cultura es todavía un bien altamente respetado, según pude constatar durante la presentación que hice de la novela Annika desnuda, de Antonio Álvarez Gil y por la existencia de coros, grupos de teatro, de baile, eventos histórico-culturales, instituciones artísticas y, en el caso que me ocupa, un grupo de amantes rabiosos de las letras reunidos en torno a la Tertulia de Guardamar, fundada y coordinada por los escritores Juan Calderón Matador y Javier Bueno Jiménez.

Mi encuentro con esa Tertulia fue una verdadera lección, lo confieso. Y es que el mundo de los artistas y los escritores es el Olimpo de la Egolatría. Quienes hemos tenido la suerte de que nuestros libros se publiquen en las grandes editoriales; quienes hemos acertado en esa eterna y oscura lotería que son los premios literarios que dan cierta notoriedad en el ámbito internacional; quienes nos hemos acostumbrado a ver nuestros nombres en la prensa, la televisión o los estudios literarios, solemos mirar por encima del hombro a quienes creemos no están a nuestro nivel; vamos por la vida creyéndonos elegidos de los dioses, seres especiales, iluminados, Mesías de las letras que no nos merecemos bajar a ciertos niveles, a riesgo de «contaminarnos» de la mediocridad que pulula en esos «bajos mundos».

Quienes me conocen, saben que ya ese no es mi caso. Aunque en mi adolescencia y primeros años de carrera literaria fui un vergonzoso petulante ególatra, conocí pronto al mejor de los maestros: Jesucristo, mi Señor y Salvador, quien me enseñó la fuerza demoledora de la humildad como único camino a la cima de tu justo valor humano y artístico. Fue otro ser humildísimo, también fervoroso cristiano, mi hermano del alma, el inolvidable novelista Guillermo Vidal Ortiz (justamente uno de los grandes escritores en la historia de las letras cubanas) quien me habló por primera vez de esa incómoda palabra, la humildad, y a él debo el vicio que aún, y desde hace ya 10 años, mantengo: colocar en mis oraciones diarias una petición a Dios de que me conceda la humildad que necesito para no ser vencido por esa bestia de tres cabezas que guarda las puertas de ese Hades que es la estúpida obsesión de creerse un ser superior simplemente por tener el don de expresar bien nuestros sentimientos a través del arte (y lo más importante, de tener la suerte de que se nos reconozca ese don, algo que lamentablemente no sucede con otros seres, que seguramente son mejores artistas, mejores escritores…, en fin, creadores con más talento que el nuestro, aunque con peor suerte en la vida).

Aún así, incluso yo, que lucho cada día contra mi ego, cuando mi anfitriona en Guardamar, la escritora y guionista cubana Helena Collazo Villarelle, a quienes muchos cubanos recordamos por sus guiones para estelares espacios de la radio cubana, me propuso asistir a la Tertulia, me pregunté: «¿qué pinto yo allí?, ¿por qué debo cambiar un buen chapuzón en las cálidas aguas de la playa por escuchar a unos desconocidos que, seguramente, nada pueden aportarme?». Pero reconozco también que algo me intrigaba: el respeto fiel que Helena profesaba  a «los chicos» (Juan y Javier, coordinadores de la Tertulia y almas quijotescas de buena parte de la vida literaria de Guardamar y Madrid); la pasión con la que se refería a sus colegas tertulianos, «gente que tiene muchos deseos de escribir, de aprender a escribir, pero sobre todo de compartir su pasión por la literatura», me dijo, y la firmeza orgullosa con la que aseguraba que, aunque se practicaba una tolerancia extrema hacia la complejidad de carácter que cada creador puede (y suele) mostrar, en la Tertulia no tenían cabida espíritus egoístas que pudieran romper la familiar hermandad que se había creado entre todos, a pesar de sus obvias diferencias de nivel en ese siempre empedrado y tortuoso sendero de inteligencia humana que es la literatura.

Con los escritores españoles Juan Calderón Matador y Javier Bueno Jiménez, en Guardamar.

Con los escritores españoles Juan Calderón Matador y Javier Bueno Jiménez, en Guardamar.

Esa fue la lección: encontré allí muchos espíritus afines, escritores en toda regla, gente de una humildad fascinante. Un escritor, para mí, no es sólo aquel que escribe bien y tiene la suerte de ser reconocido; no es sólo alguien que escribe un libro porque el editor (y sus supuestos lectores) lo están esperando; no es sólo ese que logra un libro casi perfecto y por ello se cree un ser divino. Un escritor, siempre lo he creído, es aquel que escribe porque de lo contrario enloquece o muere, aunque esas obras sean sólo sus palabras mal escritas y no sean reconocidas, aunque queden encerradas en una gaveta eternamente sin un editor que se arriesgue a publicarlas, o aunque sean imperfectas y el pobre ser que las ha escrito se considere la criatura más insignificante y olvidada del universo.

Así que, aún cuando pueda yo (y cualquier otro escritor «consagrado») darles a algunos en la Tertulia lecciones sobre técnicas literarias y otras minucias de ese trabajo de orfebrería que es la literatura, ellos tienen lo que a muchos escritores «consagrados» les hace falta: la humildad desinteresada de ese sacerdocio literario que es escribir, la pasión por ese sueño de contar sus universos personales, su entrega tozuda al arte de crear historias o poemas, su respeto por la literatura, su amor profundo y reverente a la palabra. Así que, sin temor a equivocarme, lo digo: en esa Tertulia de Guardamar del Segura hay muchos escritores a quienes envidio, sanamente aclaro.

Gracias especialmente a la escritora y guionista Helena Collazo Villarelle, por su gentileza, su alegría, su sinceridad y ese cariño que nos hizo sentir en familia.

Helena Collazo Villarelle y Berta Medina, mi esposa.

Helena Collazo Villarelle y Berta Medina, mi esposa.

Gracias por todo lo que me han enseñado en estos días,  brevísimos pero intensos, queridos Juan Calderón Matador, Javier Bueno Jiménez, Helena Collazo Villarelle, Antonio Álvarez Gil, Mercedes Senent, Galina Álvarez, Jesús Fernández Escrich, Leonarda Caroca, Edith Rosa Aguirre, Encarnita Rubio Alonso, María Dolores Tobarra, Mari Carmen Pretel Velasco, Toñy Cabrera y Bianca Aparicio Vinsonneau. Hasta nuestro próximo encuentro en esa tertulia, tan cálida como las aguas de ese pedazo de Mediterráneo que baña a Guardamar.

 

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