Paquito D’Rivera y el espíritu de lo cubano

Publicado por Amir Valle | Publicado en De Literatura | Publicado el 13-03-2014

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En la música, es indudable, Paquito D’Rivera es un cubano universal. En simples palabras, esa rara especie de cubanos que van por esos mundos recordando a todos con su maestría artística que existe una islita en medio del Mar Caribe de donde han salido músicos de calidad tan impresionante que han influido incluso en el universo musical de otras naciones, ya sean tan cercanas a nuestra idiosincrasia como Estados Unidos o tan alejadas culturalmente como la India o Japón. Y nótese que no hablo de cualquier rasca guitarra, que los hay lamentablemente en cantidades industriales y los encontramos en cualquier esquina del planeta también aprovechándose de la mística ya creada por otros.

Paquito, como bien lo demuestran su amplia discografía, su activa presencia en los más importantes escenarios musicales del mundo y, también, sus numerosos premios Grammy, es uno de los más originales, innovadores e influyentes músicos cubanos de los últimos 50 años. Quienes han escuchado sus interpretaciones sabrán bien que no exagero.

Pero quiero hablar de otra cubanía: esa que me ha llegado como un baño benéfico en mi destierro al recibir cada uno de los mensajes que hemos cruzado desde que, hace unos años ya, se decidió a escribirme luego de haber leído mi libro Habana Babilonia sobre la prostitución en Cuba. He visto sus entrevistas y lo cubano es chispa que salta de sus palabras, gracia que desprenden sus gestos, una especie de aureola cubanísima que lo rodea todo el tiempo según me cuentan amigos comunes.

En el año 2002 tuve la ocasión de leer en La Habana su primer libro, Mi vida saxual, publicado por la editorial puertorriqueña Plaza Mayor, de la que yo era ese año Coordinador General de la Colección Cultura Cubana. Como diría el propio autor en su tercer libro, cada nuevo título era una extensión de lo que se le había quedado en el anterior. Comenzaba así una trayectoria escritural que le permitía vaciar sobre el papel algunos retazos de su memoria, cargada de anécdotas y sucesos tan esenciales para la historia de la música cubana, latino y norteamericana que se necesitarían varios tomos para conseguir un mínimo acercamiento a la verdad vivida por Paquito D’Rivera en sus intensos 66 años de edad.

portada-paquitodriveraEsa memorización de su vida, continuó con su novela Oh, La Habana, publicada en el 2004 y con Ser o no ser ¡Esa es la jodienda! Paisajes y retratos, del 2010, que acabo de leer gracias a un ejemplar que cruzó el mar desde la casa de Paquito en New Jersey hasta mi apartamento en Berlín con una dedicatoria: “¡Que te diviertas, querido Amir!” y un anuncio de lo que vendría ya desde el exergo elegido de George Bernard Shaw: “Los políticos y los pañales deben cambiarse a menudo. Y por las mismas razones”.

Hablamos de un libro que, desde esa perspectiva del doble filo tragicómico del famoso choteo cubano, narra crónicas de viajes, recrea retratos de vida de otros artistas y cuenta desenfadadamente las insólitas e hilarantes aventuras del músico desde su infancia hasta mayo del 2010. Un libro que, justo por esa dualidad de lo trágico y lo cómico, nos hizo reír (como me sucede con los libros que me gustan, incluí a mi esposa en mis lecturas en alta voz de numerosos fragmentos), pero también nos trajo el aliento seco de una Cuba lejana que Paquito, como nosotros luego, veía deshacerse, pedazo a pedazo, en todos los sentidos.

Fascina el hecho de cómo casi treinta después de haber salido de la isla conserva el escritor la frescura de ese humor con el que los cubanos nos burlamos de nuestras desgracias. No hay odio en lo que cuenta, tampoco resignación, pero lo que sí se respira en todas las peripecias referidas a su estancia en Cuba o a cubanos fuera de la isla es esa rebeldía silenciosa que ha permitido a nuestra gente resistir los embates de las circunstancias y, para decirlo en buen cubano, “seguir en la luchita”.

Personalmente el libro me hizo recordar muchos escenarios: las alturas del Caney o la Loma de San Juan en Santiago de Cuba (ciudad donde viví hasta los 17 años), mi calle de Centro Habana (que es la misma donde vivía Juana Bacallao) o los cabarets y escenarios musicales que disfruté a inicios de los años 90, casi como un privilegio en momentos en que estaba prohibido y lejos de los bolsillos de millones de cubanos, cuando trabajaba en la Corporación Cubanacán o, después, en la discográfica española Caribe Productions, en la que pude codearme con muchos personajes de la farándula musical cubana que aparecen en algunas anécdotas de este libro. Anécdotas que van desde el susto que pasó Paquito el día en que decidió comprar y esconder 10 libras de carne de res en la boca de su saxofón y cómo el simple hecho de que Dizzie Gillespie fuera a buscarlo a su barrio despertara las sospechas de la policía política que, finalmente, lo detuvo y lo condujo a Villa Marista para interrogarlo acerca “del gringo” y de sus sospechosos vínculos con otros músicos (la carne de res todo el tiempo escuchando la conversación dentro del estuche del saxofón) hasta las trastadas que en distintos conciertos o giras le hacían a los demás figuras a las que usualmente vemos desde lejos, enfundadas en un manto angelical de grandeza y pureza artística.

Un humor memorioso, a veces hilarante, a veces triste, a veces con el luminoso esplendor de los homenajes, que no sólo empapa a los cubanos que pasan por estas páginas, sino también a personalidades de la cultura universal a las que Paquito D’Rivera humaniza y nos los presenta con la naturalidad de un familiar, sin que ello elimine la admiración, el afecto y el respeto que profesa a esas personalidades. Pero también esa mirada cae sobre los sinsabores de las glorias musicales cubanas exiliadas en muchas partes del mundo, sobre los miedos y dobleces de reconocidos artistas residentes en la isla en su paso por escenarios internacionales, e incluso sobre esas dos Cubas que persiguen a  nuestro pueblo, vayan donde vayan: la Cuba castrista empeñada en fiscalizar hasta los mínimos sentimientos y sueños de esos seres a quienes se empeña en ver como esclavos sólo por haber nacido en una tierra que los Castros consideran sus dominios, y la Cuba esencial e íntima que cada cubano arma en su memoria, hermoso espacio de libertad eterna que nos pertenece, va con nosotros a todas partes y nadie puede arrebatarnos.

Un libro, sin dudas, gestado bajo el hálito de ese aspecto del choteo cubano que la mayoría suele olvidar: no se trata sólo de una risotada, no se trata de burlarnos sólo de las tragedias; tras la risa de nuestra gente hay una reflexión de vida, una filosofía existencial, una rebelión contra esos avatares que quieren aniquilar nuestra existencia. Ya desde el título se explica que aquí nada es tan simple, no es reír por reírse, hay una experiencia de vida que el escritor nos quiere trasmitir. Y lo hace magistralmente, a lo cubano: Ser o no ser ¡Esa es la jodienda!

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