Palabras por mi hijo Toni en sus 25 años

Publicado por Amir Valle | Publicado en Generales | Publicado el 27-12-2013

Toni Medina y Lior Valle

Toni Medina y Lior Valle

Mi hijo Toni hoy cumple 25 años y, obviamente, es para mí un día especial.

Era un niño de ocho años, flaquito y de cara achinada, cuando lo vi por primera vez en la azotea de su casa, un palo en la mano a modo de espada, jugando con otro vecinito, saltando ágilmente entre los tubos de agua del edificio, allá, en la calle Perseverancia, en Centro Habana, hundido en el mundo de sueños de su infancia. Acababa yo de conocer a su madre, sin que ninguno de los dos pensáramos entonces que eran los primeros días de una sólida unión de amor que dura hasta el presente.Y, como ella me ha dicho siempre, tampoco pensó que entre su hijo Toni y yo, desde el mismo primer instante, se estrechara una familiaridad y una complicidad casi mágica; ni mucho menos que nos naciera un hijo (Lior, que significa “mi Luz”, luz de alegría de toda la familia) y sé que todavía menos podría imaginarse que ahora mismo, mientras escribo estas palabras, si los miro a los dos, a Toni y a Lior, hijo de adopción el primero y de sangre el segundo, simplemente veo eso: a mis dos hijos, a quienes amo con la misma fuerza y a quienes estoy dispuesto a defender con la misma pasión.

Hemos conversado mucho Toni y yo desde aquel primer encuentro; he estado ahí siempre que se ha enfermado o en cada estirón de su cuerpo (sufriendo junto a su madre esa regularidad que vive todo matrimonio de comprar hoy ropa o zapatos para “el niño” que en pocas semanas hay que guardar ya, inservibles justamente a causa de esos estirones del cuerpo); lo he regañado duramente (a veces tan fuerte que me duele más a mí que a él) cuando se ha equivocado y lo he abrazado y alabado cuando va cumpliendo sus sueños, casi siempre siguiendo nuestros consejos que, a pesar de su edad, nos sigue pidiendo; lo he visto enamorarse y ser feliz, desilusionarse de un amor y sufrir, volverse a enamorar…, como debe sucederle a todo ser humano, pero que en el caso de un hijo es algo que los padres vivimos-sufrimos de un modo especial, en ocasiones torturante; lo he visto seguir mis consejos y superarse ante las circunstancias más adversas y, aún mejor, triunfar allí donde otros han desmayado; lo he convertido en el centro de mi vida desde entonces hasta hoy, sin estar seguro de que él pueda ser consciente de cuánto he luchado (hemos luchado su madre y yo) por darle a él y a su hermano Lior todo lo que a nosotros nos faltó por razones tan distintas como la educación familiar con reglas de otra época o la fatalidad política que, como cubanos, sobre nosotros gravitaba y nos secuestraba sueños, fuerzas, años.

Jamás le he preguntado que pasó por su cabeza aquel primer día de nuestro encuentro; qué pensó él de ese hombre que irrumpía en la vida de su madre y en su propia vida con sus costumbres raras de escritor, su mundo de libros, sus colegas y amigos también llenos de locuras, pero, más que nada, con sus manías como ser humano común y corriente. Quizás no lo hice por su mirada. Había un mundo limpio, ingenuo, inocente, falto de cariño en aquella mirada. O tal vez la timidez con la que fue acercándose a mí, desgranando ante mis preguntas sus mundos interiores. O quizás fue el modo tan familiar con el que se aferró a mi mano apenas días después, cuando lo llevé a mi cuarto de trabajo en casa de mis padres, para verlo jugar con mi computadora los mismos juegos que alguna vez, cuando el jefe de su madre no estaba, había jugado allá, en la oficina de Relaciones Internacionales en el Instituto Cubano del Libro, donde ella trabajaba cuando la conocí.  Aunque, me he dicho muchas veces, estoy casi seguro de que jamás le he preguntado sobre ese día, porque he seguido viendo en su cara esa misma mirada limpia, ingenua, inocente, pero ya repleta del cariño que sólo un hijo puede dar a su padre en esos muchísimos momentos en que me ha hecho (y me hace) partícipe de sus sueños de presente y futuro, sin imaginar que esa confianza en mí, en su madre, es el más preciado regalo que nos hace.

Es un gran hombre, quienes lo conocen podrán ratificarlo, con un corazón tan noble que a veces tiemblo de pensar que tanta nobleza lo haga sufrir en un mundo tan jodidamente inhumano como el de estos tiempos. Lo miro y, en verdad, me siento satisfecho sabiendo que hay mucho de mi mano, de mi esfuerzo y de mis desvelos como padre, en ese gran hombre que, a pesar de sus años, me sigue abrazando y besando con el cariño y el respeto con el que me abrazó el niño que una vez fue.

Y ahí comienza mi dilema: ¿cómo puedes decirle a un hijo hoy, en el mundo frío de las tecnologías que alejan los sentimientos, sin que suene ridículo, que todo lo que haces, lo que escribes, lo que sueñas, lo que planeas tiene un solo objetivo: que se sienta orgulloso del ser humano que soy, con esa cuota desbalanceadamente natural de virtudes y defectos con la que habito mis días?; ¿cómo decirle que mi gran sueño es que, cuando me vaya con nuestro Dios, él y su hermano miren con orgullo la huella que les dejé, sonrían también satisfechos de los tiempos que vivimos juntos, y digan, sin sonrojo: “mi padre fue un buen hombre, el mejor padre del mundo”?

Mi hijo Toni hoy cumple 25 años y yo sonrío, orgulloso.

Comentarios:

Hay (9) comentarios para Palabras por mi hijo Toni en sus 25 años

Envíe su comentario