MEMORIAS DEL HORROR

Publicado por tonimedina | Publicado en Política cubana | Publicado el 08-06-2011

 

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DEJAR ATRÁS LA FRONTERA DEL MIEDO

 

«La libertad real es sólo para aquellos valientes que sepan defenderla incluso en la intimidad».
André Malraux

 

Cada día descubro cuánto miedo nos han sembrado y nos siembran, desde la isla, los defensores de ese Frankenstein político que los cubanos llevamos padeciendo ya más de cinco décadas.

Tres amigos me han comentado en estos días su preocupación porque yo “esté metiendo en camisa de once varas” (dijo uno), o porque yo “esté halándole al rabo al mono y tú sabes que puedes jugar con la cadena, pero jamás con la bestiecilla”, o porque yo no me he dado cuenta de que “ellos estarán ahí siempre, incluso aunque nuestro país derive a la democracia”.

Cuando le comenté a otro amigo estos comentarios, su respuesta fue algo que los cubanos hemos escuchado mucho: “¿y uno de esos amigos tuyos no será un agente que te han colgado?”.

No sé, ni me importa y les dije que escribiría este artículo donde hablaría de ellos y de lo que pienso. Sólo sé que parece preocuparles que, al escribir de la Stasi alemana, esté arañándole el pellejo a sus “criaturas cubanas”, es decir, a esos seres misteriosos que en Cuba llamamos “segurosos”, “los del G2”, “los fraternos compañeros que nos cuidan” (dicho esto en tono de burla, que conste”, para definir a esos “dignos soldados de la patria” que tanto crimen han cometido en estos más de cincuenta años en nombre de un futuro más justo que no se ve ni a veinte mil leguas y en el que, según vengo leyendo en mis estudios sobre sus maestros-padres alemanes, ni ellos mismos creen.

Son manifestaciones del miedo. Y aunque mis amigos lo nieguen (pues lo primero que me dijeron fue, la consabida frase: “y no es miedo, ¿oíste?”, me aterra aceptar que tengo que cargar en mi destierro con el miedo hacia quienes me desterraron de la isla, y mucho más me aterra (y me hace, además, hervir la sangre) imaginar una Cuba supuestamente distinta donde esos mismos que han torturado física y psicológicamente a miles de compatriotas suyos sólo por pensar distinto, que esos mismos que han inoculado enfermedades o que han dejado morir por falta de atención médica a otros cientos de cubanos opositores, estén manejando las riendas del poder.

He visto ese miedo mucho en los cubanos del exilio. Lamentablemente los he oído descargar contra el gobierno en sus vidas íntimas y cómodas de exiliados, para luego callarse la boca o sonreír cuando tienen que hacer un trámite ante la embajada cubana en su país de origen. Eso, discúlpenme, es miedo, aún cuando en muchos casos sea algo comprensible y humanamente necesario (la familia está allá, en la isla y hay que ir a verla).

He visto ese miedo en otros exiliados cubanos que, como diríamos en Cuba, gozan más que Gozón con los privilegios del “cruel y sanguinario capitalismo”, para luego callarse sus críticas por conveniencia y aceptar colaboracionismos culturales, económicos, sociales y de otra índole con los representantes del gobierno cubano en los países donde están viviendo, sencillamente porque no han podido lograr sus sueños a través de sus propios esfuerzos y, tristemente, establecen esos acuerdos argumentando que “no es nada político porque no creemos en la política”, sin querer aceptar que están entrando en el juego sucio de la política de un sistema que ha aplastado sin remordimiento alguno a miles y miles de compatriotas, que ha obligado a exiliarse a más de dos millones de cubanos y que hoy sigue en nuestra isla atacando esas libertades y esos derechos que en estos países ellos, los “apolíticos colaboradores”, disfrutan sólo con abrir los ojos cada mañana.  Eso, siento decirlo, también es miedo.

Y no estoy dispuesto a seguir cargando con esos miedos. Hace mucho que dejé atrás la frontera del miedo. Hace cinco años se me impide entrar a mi país, soy hijo único y he pasado estos cinco años preparándome para no volver a ver a mis padres, ya viejos. Ese es el único miedo que padezco hoy y no voy a negociar ni un milímetro con quienes le han negado a otros miles de cubanos en el exilio el derecho a despedirse de sus padres en su lecho de muerte en la isla. Conozco personalmente más de veinte casos de cubanos a quienes “el gobierno más humanista del mundo”, según dicen sus gobernantes, ha negado la entrada a la isla para estar en los momentos finales de sus seres queridos simplemente porque han sido “políticamente incorrectos”.

Y del mismo modo en que, mientras vivía en Cuba, logré superar el miedo y decirme: “¿qué más puedes perder si ya te lo han quitado todo?”, no pienso aceptar un futuro donde sigan campeando por su respeto quienes hoy reprimen a esos cubanos que se han cansado de tanta mentira disfrazada de humanismo y, asumiendo todo el derecho que como ciudadano debieran tener, quieren una alternativa distinta a la que el gobierno de los Castro ofrece.

Por ello seguiré escribiendo de esas cosas: de los planes secretos entre la Stasi alemana y la policía política cubana para comprara dirigentes políticos de países del Tercer Mundo; de los ajusticiamientos ordenados contra opositores en el exilio que, curiosamente, murieron poco después en “raros accidentes”; de los convenios sucios con bandas paramilitares y extremistas de muchas partes del mundo; y (como tema especial para un próximo libro) hablaré de las estrategias más generales de preparación de la dinastía familiar de nuestros actuales jefes de modo que estén “bien ubicados” en ese futuro democrático que ni ellos pueden ya evitar. Sí, porque mis amigos tienen razón: ellos, esos que nos han vigilado, reprimido e inyectado el miedo durante estos cincuenta años, tienen planes por si “el mango del sartén político se les va de las manos”. Lo aprendieron muy bien de sus maestros de la Stasi y la KGB.

Todo eso es una realidad documentada que pasa ante mis ojos cada día en el Museo Memorial Hohenschönhausen, antigua Prisión de la Stasi. Una verdad sobre la manipulación política que hemos sufrido y que, vuelvo a decirlo, no hemos podido quitarnos, por abulia, conveniencia o miedo, una gran parte de los cubanos, allá en la isla (lo cual, lo sé, es naturalmente más lógico) o acá, en los llamados “países libres”, aún cuando muchos parezcan no entender el significado verdadero de la palabra “libre”.

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