La costilla dispersa

Publicado por tonimedina | Publicado en Publicados anteriormente en amirvalle.com | Publicado el 12-06-2010

Del otro lado de mar (visto desde la isla) y más allá del mito.

Una anécdota inicial

Desde México, mi querida Odette Alonso, compañera de aquellos años en que, en Santiago de Cuba, fuimos jóvenes, felices e irreverentes, me envía su libro de cuentos Con la boca abierta, publicado en España por la editorial Odisea en una preciosa y muy cuidada edición.

¿Qué debo decir?

Excelente libro, que confirma a Odette como una de las narradoras más interesantes de la actual literatura cubana, del mismo modo en que su poesía ocupa, desde hace bastante tiempo, un lugar en ese amplio espacio de nuestras letras.

Presté el libro a un profesor alemán amigo, estudioso de las letras latinoamericanas, y me lo devolvió semanas después con un breve comentario:

— ¿Cómo es posible que una mujer sea tan irreverente? – me dijo.

Y sonreí. Por dos simple razones sonreí: la primera, porque la irreverencia ha sido una de las características literarias de Odette Alonso desde que leí sus primeros poemas alguna noche de taller literario allá en Santiago de Cuba; la segunda, porque su frase venía cargada de un machismo realmente histórico mediante el cual la irreverencia parecía ser un asunto de hombres.

Luego, mientras compartíamos una cerveza oscura de su tierra (Munich), en un pequeño bar de la Hackesche Mark, en pleno centro de Berlín, me dijo:

— Es una lástima que haya tenido que irse a escribir eso fuera de la isla.

Y no escribo aquí la disertación que despertó en mí aquella frase parcelaria, separatista, desconocedora de la realidad de una isla, porque realmente he aprendido a apreciarlo y respeto el amor que sigue sintiendo por esa isla que, vale repetirlo, también los que vivimos fuera amamos. Sólo puedo decir que él escuchó con el mismo respeto con el que siempre escucha mis respuestas a sus preguntas sobre la realidad de Cuba, y al final comentó:

— Ustedes los cubanos son muy difíciles de entender. Sería bueno crear un premio internacional para ver si podemos entender de una buena vez a Cuba y a los cubanos.

 

El acá y el allá

Es lamentable escuchar a ciertos críticos de la isla (mayormente) y fuera de la isla (en realidad unos pocos) separando la narrativa de nuestras escritoras en dos espacios: el acá y el allá, el dentro y el afuera, el éstas y las otras. Esa clasificación absurda he vuelto a escucharla en un evento literario internacional que se precia de ser serio (y que por ello mismo no menciono), y tal disparatada clasificación (más bien debía llamarse parcelación, surgió de la boca de dos intelectuales cubanos (uno de la llamada “cultura oficialista” y otro de la llamada “cultura disidente”, que coincidieron en una sola cosa: la mesa desde la cual hablaban al público. Nuevamente me sentí ofendido y avergonzado como cubano: ¿cómo es posible que nuestras diferencias políticas sigan atentando contra la claridad analítica que debe tenerse a la hora de estudiar un fenómeno literario?. En todos los años que llevo estudiando el fenómeno de la cuentística y la novelística escrita por mujeres cubanas, vivan ellas donde vivan, y profesen los credos que profesen, he llegado a una sola conclusión: la unidad es casi unicidad manifiesta, para no decir que lo es totalmente y caer en el único pecado que no debe cometer un crítico: la hiperbolización de su criterio.

Debo confesar que también fui víctima de esa lucha abierta en el campo de la intelectualidad cubana cuando realizaba para la editorial Plaza Mayor la segunda parte de mi antología Caminos de Eva, un proyecto en el cual pretendía demostrar la continuidad y lazos que siempre han unido a nuestras letras. En aquellos años (hace apenas unos tres años, que conste) tuve que separar en dos tomos el proyecto: Caminos de Eva. Voces desde la isla y Caminos de Eva. Voces más allá del mar. ¿La causa? Algunas de las antologadas que residían en Cuba dijeron: “donde esté fulana yo no publico”, refiriéndose a alguna escritora cubana residente en el extranjero; y del mismo modo, algunas de las más importantes narradoras residentes fuera de la isla me escribieron que “comprenderás que no es nada elogioso para nadie aparecer junto a quienes apoyan tan rabiosamente el castrismo”. De ese modo tuve que sortear un obstáculo: mientras en Cuba la mayoría de las escritoras reconocieron, apoyaron y ayudaron mi trabajo (aún cuando algunas intentaron cuestionarse mis razones para hacer una antología: ¿por qué tiene que ser un hombre el que nos antologue?, dijo una de ellas), la comunicación con las escritoras residentes fuera de la isla fue realmente lenta, tortuosa y hasta incómoda, especialmente cuando ciertos odios conocidos se levantaban (aunque debo aclarar que en la mayoría de los casos esos odios eran bien fundados) delante del sueño de llegar a unir todas las voces en un mismo concierto, al cual pertenecen por encima de esos credos y diferencias extraliterarias.

 

El sueño logrado: la diversidad ¿otra?

No hay costillas dispersas. Eva sigue siendo la misma costilla a quien Dios dio el aliento de la palabra. Sigue ocupando su lugar primigenio, que no es la de segundona, pues Dios la arrancó de Adán para perpetuar y extender su creación en el mundo. Su voz existe. Su canto existe. Y ya lo he dicho, existe una muy amplia literatura cubana para que los críticos puedan estudiar lo que ya es un fenómeno.

Y ese fenómeno se ocupa esta vez de una isla, soñada, lejana más no imposible, arrebatada, dispersa pero única: sus cuentos, sus novelas, sus testimonios demuestran que cada narradora ha viajado con su isla, su propia isla, su isla más íntima y más pública, y la reconstruye desde la distancia, siempre altiva, hermosa, necesaria, y pese a todo, libre. Los marcos de la libertad eternizada que solamente pueden encontrarse en la literatura están en estas historias, desde la nostalgia histórica por sus rumbos en Margarita Fazzolari hasta los mundos paralelos como salidas de escape y retorno a lo querible abandonado en Milena Rodríguez (y nótese que, con todo propósito, menciono a dos de las menos conocidas). Una isla que se repite, se multiplica, se diversifica y adquiere un ámbito especial de unicidad: Cuba es sueño, religión, mito y realidad a un mismo tiempo, en un mismo espacio, pese a que son múltiples las voces que la recrean, la reproducen y la dignifican.

No es otra diversidad. No hay costillas dispersas. Un simple acercamiento a las propuestas estéticas y temáticas de estas autoras, en comparación con esa pluralidad que también hoy se escribe dentro de Cuba, arrojará ese sentido de unicidad, el de la patria conservada en los marcos naturales de la isla o en los altares memoriosos de las exiliadas.

En una de las más recientes antología sobre el tema: La memoria hechizada (Escritoras cubanas), publicada en Icaria editorial, gracias al siempre serio trabajo de la crítica Madeline Cámara, se puede encontrar un aspecto unificador de todo este movimiento narrativo protagonizado por las escritoras cubanas: el espacio de la isla propia como espacio de la ficción, como objeto a preservar y como sujeto de la historia, un espacio abierto donde raíces, historia, idiosincrasia, hablan (otra vez) de ese árbol de múltiples ramas que forman nuestra nacionalidad.  De eso se trata, por ejemplo, “Viaje a La Habana”, el clásico de la Condesa de Merlín, donde asistimos a la ciudad recordada y de algún modo rescatada; eso hay en “La otra isla”, de Dulce María Loynaz, hurgando con su mirada poetizada desde la prosa en las resonancias de las Islas Canarias en nuestras raíces; también de eso, pero del lado africano, “La laguna sagrada”, de Lydia Cabrera, mitifica el carácter fundacional de la cultura esclava en el desarrollo posterior de la cubanía; y de eso hay mucho en el contrapunteo París-Habana de Nivaria Tejeda, en la ciudad íntima de esculturas de Mireya Robles (una voz que considero entre mis preferidas) o ese país elevado a la categoría de siniestra cárcel en Yanitzia Canetti.

Del mismo modo en que Estatuas de sal (de Mirta Yáñez y Marilyn Bobes) comenzara el camino hacia la definición crítica de una narrativa escrita por mujeres, con existencia tan ancestral en el país como la narrativa escrita por los hombres, en La memoria hechizada Madeline Cámara da otra prueba de la diversidad del concierto y lo solidifica en lo que puede considerarse una de las antologías básicas en la historia de la cuentística cubana del siglo XX y del actual.

¿Qué nos hace falta, entonces, a los críticos (más allá de las actuales menciones, esporádicas, muy selectivas, en los estudios de la isla) para acabar de asumir la existencia de un amplísimo movimiento narrativo protagonizado por las escritoras cubanas? Los pequeños acercamientos que hacia este asunto han logrado publicar Ambrosio Fornet y Susana Montero (para citar a los únicos “críticos puros”), resultan pobrísimos para equiparar el reconocido (pero no suficientemente estudiado) fenómeno de la escritura femenina en la narrativa cubana que hoy se hace en la isla, con las proporciones también amplias e interesantes alcanzadas por ese fenómeno en otras latitudes, por desgracia apenas referido en líneas muy breves en los estudios desde Cuba.

Las narrativas que hoy siguen haciendo Margarita Fazzolari, Mireya Robles, Sonia Rivera-Valdés, Uva de Aragón, Maya Islas, Rosa Ileana Boudet, Achy Obejas, Rosa Elvira Peláez, Nidia Fajardo Ledea,  Zoelia Frómeta, Claribel Terré, Rita Martín, Odette Alonso Yodú, Yamilet García Zamora, Lidia Señarís Cejas, Midiala Rosales, Teresa Dovalpage, Yanitzia Canetti, Jacqueline Herranz-Brook, Karla Suárez, Khaterine E. González, Milena Rodríguez Gutiérrez (autoras que recogí en la segunda parte de Caminos de Eva) junto a la obra de las más reconocidas Zoé Valdés, Daína Chaviano, Mayra Montero o Cristina García (esta última, a la cabeza de las escritoras cubanas anglófonas), merece un serio y desprejuiciado tratamiento por parte de nuestros investigadores y críticos literarios. Nombres como Hilda Perera, Marcia Morgado, Himilce Novás, Carolina García Aguilera, Carmen Díaz, Eliana Rivero, Ruth Behar, María del Carmen Boza, o las que escriben sobre esta isla en ingles Achy Obejas, Ana Menéndez, Margarita Engle, Beatriz Rivera y Andrea O. Herrera, entre otras, son imprescindibles para cualquier trabajo que pretenda acercarse objetivamente a las actuales y reales implicaciones literarias de esa escritura, tan cubana, repito, como la que se hace en la isla, y con ensayos, artículos, y otros trabajos sobre ellas realizados por importantes críticos residentes en el exterior como Carolina Hospital, Gustavo Pérez Firmat, Isabel Álvarez Borland, Nara Araújo (en su caso, hoy en Cuba luego de estar a caballo entre Cuba y México), Madeline Cámara, J. J. Barquet y Fabio Murrieta, sin descontar los estudios que algunas de las propias escritoras han hecho sobre sus aportaciones y las de sus colegas. Editoriales cubanas como Universal desde Miami, Colibrí y Verbum, desde España, y revistas también cubanas como Encuentro, desde Madrid, Caribe, La Habana Elegante y Linden Lane Magazine, desde los Estados Unidos, (por mencionar únicamente algunos espacios literarios gestionados por cubanos) han recogido para los críticos un abanico increíble de obras cuentísticas y noveladas que dejan clara la necesidad de no dejar en los caminos grises de la diáspora los aportes de estas narradoras para la Cultura Cubana.

Algunos críticos han intentado resumir en breves puntos estos aportes. Podríamos decir que la mayoría de los estudios apuntan hacia los siguientes tópicos:

  1. La incorporación a la narrativa cubana escrita por mujeres de una gama muy extensa de temas y asuntos relacionados con la conservación de la cubanidad en medios adversos y terrenos ajenos al concepto material de “Patria”.
  2. La mirada del “asunto cubano” y de “lo cubano en la cultura” desde una perspectiva distinta, matizada por un entorno social diferente, múltiple en lo tocante a la confluencia con otras culturas, y alimentada por nuevos traumas sociales como el alejamiento, el extrañamiento, la nostalgia y los odios de tipo socio-político.
  3. El ensanchamiento del fenómeno hacia las aportaciones lingüísticas y literarias que llegan a la narrativa y la cultura cubanas desde la creación de cubanidad en otros idiomas, básicamente el inglés y el francés.
  4. La asunción de la literatura, además, como un espacio de salvación de la Cultura Cubana otra (la que sucede y se hace desde el exterior), como un modo de rebeldía contra la pulverización y el silenciamiento literario que provoca la diáspora, a diferencia de las narradoras cubanas residentes en la isla, cuya única pretensión es escribir y ganar espacio dentro del discurso de las actuales letras cubanas.
  5. Desde el punto de vista estético, el predominio de una especie de intimismo testimonial como manera directa de dar fe de su existencia en tanto seres diaspóricos y diasporizados, y como único muro salvador para quienes pretenden desarraigarlas de sus raíces, negarlas, atomizarlas hasta la nulidad literaria bajo el concepto parcelario de que “han perdido las influencias directas de la cubanía al enfrentarse a otras monumentales culturas”.

Sean cuales sean estas nuevas notas que llegan al concierto de las actuales letras cubanas, lo importante es reconocer:

Que hoy se escribe fuera de la isla una literatura viva, poderosa, y llena de resonancias que engrandece y complejiza el discurso literario nacional;

Que ningún crítico de ninguna de las orillas que rodean el asunto cubano hace bien en obviar o marginalizar en clasificaciones divisorias un fenómeno único, el cual sólo se podrá comprender y develar sin exclusiones de ningún tipo;

Qué es hora de asumir la crítica, el estudio y la aceptación de los protagonistas de nuestras letras y de sus obras (escritas en la isla o fuera de ésta) bajo el único rasero que exige, por naturaleza  propia, toda creación humana: la calidad, entendiendo que en este aspecto (el de la selección cualitativa) razones de otra índole no deben tener ni el más mínimo espacio;

Y que (en el caso de la literatura escrita por mujeres) los tonos del discurso van mucho más allá de cualquier posición feminista, antifeminista, segregacional, discriminatoria o reivindicadora: simplemente son tonos diversos, múltiples, desde la sensibilidad distintiva (y siempre distinta) de la mujer, sobre un tema vital, que no es patrimonio de nadie: Cuba.

Envíe su comentario