De Jineteras a la serie «El descenso a los infiernos»: derivaciones de la realidad a la ficción novelada

Conferencia ofrecida en La Sorbonne, París, el 1 de marzo de 2007.

En Cuba, en las clases de técnicas narrativas que ofrecí durante varios años para jóvenes escritores, siempre insistí en una verdad que aprendí del novelista cubano José Soler Puig: «un buen escritor es, sin dudas, un chismoso insoportable», me dijo una tarde, a mis 19 años. Luego agregó: «el buen escritor, como las viejas chismosas, aunque no se dé cuenta o no quiera reconocerlo, siempre anda pendiente de lo que sucede a su alrededor, de lo mal cuidada que alguien tiene su casa, del modo ridículo que tiene esa persona al caminar, del horrible gusto que tiene al vestir, y hasta del cómico tic nervioso que padece…; y como buen chismoso que es, el escritor lleva toda esa materia chismográfica a sus libros».

José Soler Puig, a quien los cubanos consideramos, junto a Alejo Carpentier, el más grande de nuestros novelistas aunque fuera de Cuba apenas se hable de su prolífica e innovadora obra, fue un escritor que logró ver hasta los detalles más raros de la realidad cotidiana que le tocó vivir y eso lo convirtió, como a ningún otro, en uno de los mejores cronistas de la vida cubana del siglo XX, básicamente en sus novelas: El pan dormidoEl caserón, y Un mundo de cosas.

Mirar la vida con los ojos del chismoso es, entonces, la primera herramienta que tiene un escritor. Y como ya dije, es una herramienta que se posee, incluso aunque uno mismo no se haya dado cuenta. Esa herramienta es la que va a dotarte como escritor de cientos de pequeños detalles de la vida cotidiana que aparecerán en las historias y en los personajes que vayas a crear.

De algún modo lo sabía: me lo había dicho mi maestro, el querido Soler Puig, y yo mismo lo había leído en los escritos de muchos narradores que, alguna vez, decidieron poner en blanco sus consejos sobre cómo escribir.

Pero no fue hasta que comencé la investigación que terminó convertida en mi libro Jineteras cuando pude constatar, en todo su peso, esa especie de valor agregado invisible, esa especie de séptimo sentido, o de intuición, que poseen siempre (aunque sea un lugar común decirlo) los buenos escritores.

Para esclarecer el tema debo comenzar respondiendo dos preguntas que ya saltan desde el título: ¿qué cosa es, literariamente hablando, el libro Jineteras? y ¿de qué hablo cuando me refiero a la serie «El descenso a los infiernos»?

 

Breve acercamiento a Jineteras

Jineteras es Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba y es Sade nuestro que estás en los cielos o Prostitución en Cuba: tres títulos para un mismo libro que nació de una investigación periodística que realicé entre 1992 y 1997, año en que fue escrita la primera versión. Dos años después, en 1999, reescribí casi todo el texto, actualizándolo. Y finalmente, en octubre de 2005, terminé la actualización y reescritura final del libro que sería publicado por la editorial Planeta en el 2006.

Luego de cinco años de trabajo (que incluyeron investigaciones periodísticas, entrevistas, revisión de información oficial y extraoficial en diferentes niveles del país, consulta de fuentes históricas, de salud y de la política, entre otras búsquedas) el libro estaba allí, casi retándome: entrevistas, testimonios, documentos y ensayos acerca del mundo de la prostitución en Cuba, básicamente de la fuerza alcanzada por este fenómeno a partir de 1990. A todo lo largo de sus más de 300 cuartillas, y durante siete capítulos, se alternan cuatro bloques estructurales: un testimonio largo sobre la vida de una de las grandes prostitutas cubanas, muy reconocida y respetada en los años 90; un segundo bloque ensayístico: «La isla de las delicias», que desarrolla la historia de la prostitución en Cuba desde las primeras «mujeres de la vida» que llegaron a la isla en las naves de Cristóbal Colón y hasta la actualidad; un tercer bloque para testimonios cortos de las distintas prostitutas que me concedieron entrevistas; y un cuarto bloque donde reproduzco una serie de entrevistas a otras personas vinculadas al mundo de la prostitución en Cuba: proxenetas, vendedores clandestinos (de ron, tabaco, música cubana y drogas), dueños de restaurantes particulares, dueños de casas de prostitución y de espectáculos de travestismo, abogados, trabajadores de turismo, etc.

Inicialmente se tituló Sade nuestro que estás en los cielos ó Prostitución en Cuba (horrible título, por cierto). Y su historia comienza cuando lo envío, en el género Testimonio, al Premio Literario Casa de las Américas del año 2000. Por ética prefiero no mencionar algunos sucesos bochornosos.

Simplemente, voy a los hechos:

Cierto es que alguien dio a conocer en La Habana que la obra había sido seleccionada para Premio.

Cierto es que un rumor demasiado amplio puso en entredicho el desempeño del jurado aludiendo a manipulaciones de índole política, entre ellas, que el libro no resultaba conveniente a los momentos que atravesaba el país.

Cierto es que la noticia del premio se regó por la ciudad y en la ceremonia de premiación, cuando el presidente del jurado leyó el acta y declaró el premio Desierto, se produjo un abucheo que llamó la atención de asistentes y prensa extranjera.

Cierto es que al día siguiente y durante varias semanas, medios de prensa extranjeros (Miami Herald, Radio y TV Martí, una decena de periódicos digitales, etc.) consignaron que «un cubano ha sido despojado del premio Casa de las Américas por razones políticas».

Cierto es que, en cuestión de un par de meses, recibí jugosas ofertas desde el exterior para la publicación del libro, condicionando la edición a la manipulación política del texto contra Cuba, por parte de las editoriales que lo asumirían. Es bueno recordar que rechacé todas esas ofertas.

He de agregar que alguien hurtó de las oficinas del Premio Casa de las Américas una de las tres copias que presenté (los organizadores sólo me devolvieron una cuando fui a recogerlas y me dijeron que, inconcebiblemente, las otras dos habían desaparecido), que alguien fotocopió ese libro y lo colocó en Internet, incluso con la página final donde aparecían mis datos personales, teléfonos y correos.

Eso me puso triste y me hizo feliz, al mismo tiempo. Triste, porque se cometía un acto de piratería sin precedentes en la historia del país, ya que todo ello fue hecho sin mi consentimiento y me obligó a establecer una querella internacional por acto de piratería y un proceso de búsqueda del pirata. Feliz, porque el libro comenzó a circular, ganó lectores, y en cuestión de unos pocos años he recibido miles de mensajes desde todas partes del mundo en mi correo, tuve que comprar una contestadora telefónica (algo que en Cuba es casi un lujo) y cada mes el cartero traía a mi casa de diez a veinte cartas. Mientras las autoridades culturales cubanas me permitieron tener mi correo electrónico por Cubarte (red del ministerio de Cultura),y hasta que me lo retiraron en un acto que consideré puro fascismo cultural, recibí diariamente durante varios años entre dos y cinco mensajes que decidí conservar en un archivo especial, en el cual hoy guardo más de seis mil mensajes de cubanos que leyeron el libro en la clandestinidad.

He dicho que si apareciera la persona que hurtó mi libro del Premio Casa de las Américas, le haría un homenaje de agradecimiento por una razón simple: hasta ese momento, yo era uno de los jóvenes escritores más conocidos y mencionados por la crítica literaria de mi país, pero ese conocimiento se limitaba al medio intelectual. A partir de la divulgación clandestina de ese libro, me convertí (y cito palabras del novelista cubano Guillermo Vidal) «en uno de los escritores más leídos y más buscados en librerías de la isla»1; a las presentaciones de mis libros, en cualquier lugar del país, asistían cientos y cientos de personas que se peleaban por obtener alguno de los pocos ejemplares en venta; y lo peor, o quizás lo más vergonzoso, la censura lanzada contra este libro, la condición de «libro prohibido» que las autoridades políticas y culturales le han otorgado, y la difusión boca a boca de las medidas tomadas contra personas que han leído el libro, me ha convertido en un mito. Y créanme que, como cristiano convencido, no me interesa ser un mito. Pero de todos modos, incluso ahora que estoy en el exilio forzado desde que no se me permitió regresar a la isla en uno de mis viajes a España, es hermoso saber que en mi país los lectores buscan en la clandestinidad mis libros y me siguen escribiendo emails, siempre en secreto y siempre que pueden violar el férreo control de la Internet impuesto por el gobierno.

La más reciente alegría que me ha dado ese libro fue que recibiera el Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007 al mejor libro de no ficción publicado en lengua española, uno de los ya muy reconocidos premios literarios que concede cada año la Asociación Internacional de Escritores Policiacos en conjunto con la Semana Negra de Gijón. Otra alegría es su próxima publicación, en francés, por la prestigiosa editorial parisina Editions Métailié.

 

El descenso a los infiernos

Es una serie de novela negra, basada en sucesos reales ocurridos en los barrios de Centro Habana, donde viví hasta mi salida de Cuba. Incluye hasta la fecha Las puertas de la nocheSi Cristo te desnudaEntre el miedo y las sombrasSantuario de sombrasLargas noches con Flavia y Los nudos invisibles. Las cuatro primeras han sido ya publicadas en editoriales españolas, alemanas y de Estados Unidos, recibiendo una excelente acogida por la crítica de esos países. Por sólo citar dos ejemplos de esa recepción: Las puertas de la noche fue seleccionada en el 2000 como la novela negra más impactante publicada en España ese año, en una encuesta realizada entre críticos y lectores por el diario El País; y la más reciente: Santuario de sombras, obtuvo el Premio Novelpol 2007, de los lectores especializados, a la mejor novela negra editada en España.

Las puertas de la noche trata sobre un muy sonado caso de prostitución infantil ocurrido en La Habana a mediados de 1997; Si Cristo te desnuda, aborda la problemática de la intolerancia hacia la homosexualidad a partir de la existencia de un grupo de travestis dedicados a la prostitución conocido como «Los doce apóstoles»; Entre el miedo y las sombras, resume dos casos también muy sonados de tráfico de drogas, en el cual se implicaron bandas del delito organizado con militares del gobierno cubano, y Santuario de sombras novela la vida real de tres sobrevivientes del tráfico humano que hoy ocurre entre las costas cubanas y de los Estados Unidos.

 

De la realidad a la ficción

Jineteras no hubiera existido si no me hubiera enamorado perdidamente de una de las más bellas modelos que he conocido en mi país. Se llamaba Álida y era una mujer inteligente y culta, detalles, como sabemos, no muy usuales en ese mundo de las bellezas y los cuerpos perfectos.

Yo trabajaba entonces en la más importante agencia publicitaria cubana y andar con modelos por toda la isla era algo normal para mí y mis compañeros. Fue así que, intentando comprender el mundo de aquella muchacha, comencé a fijarme en el resto de las modelos, a interesarme en su modo de pensar, en sus sueños, en sus intereses. Como seguro imaginan, fue decepcionante.

Pero hubo una coincidencia en la forma de actuar de aquellas muchachas que captó toda mi atención: la mayoría se prostituía cuando en Cuba no estaba de moda la prostitución. Y entonces me hice la pregunta: si estas muchachas viajan con gastos pagos por todos los hoteles de Cuba; si cobran en una moneda entonces prohibida para los cubanos (el dólar, con el cual podían comprar en tiendas exclusivas para turistas) y pueden darse lujos que sus compatriotas no llegan ni a soñar; si podían viajar al extranjero incluso varias veces al año, ¿qué las obligaba a prostituirse?

Descubrí, también, historias de vidas que podían hacer palidecer las más duras novelas que yo había leído y me dije que investigaría a fondo aquel fenómeno para escribir una novela sobre la prostitución. Sucedió algo curioso: luego de conversar con aquellas muchachas, de investigar sobre el sórdido mundo en que se movían, y de meterme hasta el mismo fondo de aquel fenómeno que, supe, contaminaba a la sociedad cubana más de lo que se veía a simple vista, reuní tanta información que supe que no podría escribir una novela.

Nació así la idea de recopilar todo: entrevistas, testimonios, ensayos, fotografías, cartas y documentos personales de las entrevistadas, en un libro de no ficción. No era periodismo simplemente. No era solamente investigación social. Ni tampoco pertenecía al universo del ensayismo. Y mucho menos al terreno de la historia. Lo que recopilé tocaba todas esas zonas, e incluso llegaba hasta el campo literario, pues la reescritura del testimonio central me obligó a caer en reconstrucciones novelísticas para que el lector comprendiera el alcance de lo que se narraba.

Sentí que tomaba las riendas del libro cuando logré concretar la estructura que me pareció más perfecta: necesitaba ofrecer un escenario abierto con todas las voces, incluida la mía, pero como una más.

Sentí también que había allí material suficiente para varios libros, pues algunas historias eran tan terribles, eran tan absurdas, que harían peligrar la verosimilitud del libro si las colocaba tal cual las había recogido. Esas historias necesitaban ser reconstruidas mediante los filtros de la literatura, de modo que cobraran vida en las páginas con la misma fuerza de verdad con la que vivían en la realidad de mis barrios.

 

Los temas

¿Cómo explicar que en la pacífica Habana de fin de siglo XX, en la hospitalaria Habana, en esa paradisíaca Habana que sólo existe en la mente de quienes ven a Cuba en blanco y negro, extranjeros de mente enferma lograran crear, con la ayuda de delincuentes cubanos, una pequeña red de prostitución infantil que llegó a implicar, incluso, la prostitución de niños con síndrome de down, por la asqueante creencia de que esos niños están muy bien dotados sexualmente? Para responder a esa pregunta recreé el mundo de Las puertas de la noche.

En momentos en que el mundo transita por caminos libres y muy amplios de tolerancia y comprensión hacia la homosexualidad, ¿cómo explicar la existencia de un sórdido y clandestino mundo al cual debían descender los homosexuales, travestis y transexuales para poder realizar sus sueños porque el gobierno considera esas formas de comportamiento social como «desviaciones morales incompatibles con la moral socialista? En Si Cristo te desnuda, a partir de un crimen por celos entre homosexuales, intento dar vida a ese gran conflicto humano y social.

Un suceso en mi barrio, por cómico y escandaloso, me decidió a escribir Entre el miedo y las sombras, para responder a una pregunta: ¿cómo era posible que en los barrios de Centro Habana se consumiera marihuana, cocaína, hachís, crack, y otras variedades más raras de estupefacientes y el gobierno cerrara los oídos a las numerosas quejas de la población que alertaban sobre el crecimiento del comercio organizado de la droga? ¿El suceso?: en el barrio donde vivía entonces, llamado Los Sitios, en Centro Habana, la policía no lograba dar con la fuente de donde salía toda la droga que se vendía en las calles. Un día, por casualidad, descubrieron que el almacén estaba en las catacumbas de la iglesia San Judas Tadeo, una de las más antiguas de toda La Habana. Para entrar a las catacumbas, los traficantes habían construido una cisterna en la planta baja de uno de los llamados «solares» y desde allí habían excavado más de cincuenta metros hasta alcanzar las catacumbas de la iglesia. Los curas, por supuesto, jamás imaginaron que su iglesia protegía al mal que ellos mismos atacaban cada domingo desde el púlpito.

¿Cómo describir la tragedia de un hombre que conocí y que hablaba siempre en la primera persona del plural? Conocí a Joaquín un año y medio después de que fuera rescatado en altamar luego de ver cómo los traficantes mataban a su esposa y a sus hijos. El único modo que su mente encontró para aliviar el trauma fue obligarle a hablar siempre como si ellos estuvieran vivos, a su lado, oyendo todo lo que hablaba y hacía. Grabé todo lo que dijo y luego tuve que traducir de esa jerga en la que todavía vive allá en Cuba. Recuerdo, por ejemplo, que cuando terminamos de hablar, me dijo: «ahora nos vamos a la esquina a tomar un par de rones y luego venimos a dormir, que mañana tenemos que limpiar bien esta casa porque el lunes llega el hermano de mi mujer de Namibia y se va a quedar aquí con nosotros». Santuario de sombras es una crítica al deshumano tráfico de cubanos entre Cuba y los Estados Unidos; es también una crítica a la política de tensiones entre nuestros gobiernos, pero es, sobre todo, un homenaje al eterno amor de este hombre hacia su familia.

 

Los personajes

En toda la serie aparecen dos personajes que llegaron a mí también mientras investigaba para escribir Jineteras. El alcalde de la marginalidad Alex Varga, un personaje totalmente real, y el investigador de la policía Alain Bec, que resume básicamente la historia de dos policías que mucho me han ayudado hasta hoy, desde sus respectivas estaciones policiales a entender el universo interno, bastante complejo y éticamente cuestionable, de nuestra Policía Nacional Revolucionaria (PNR).

Alex Varga, cuyo nombre real es Francisco Alexander Vargas Machuca, conoció y trabajó para Meyer Lansky en La Habana de los años 50; luego se convirtió en uno de esos alcaldes no oficiales que tienen todos los barrios marginales. Yo lo conocí de casualidad: era el abuelo de una compañera que tuve en la escuela secundaria. Era un negro enorme, cultísimo, y conocedor de todo lo sublime y lo terrible de la vida. Había eliminado gente, como matón, hasta el día en que decidió que ése no era el camino que quería para su vida y desde ese momento decidió proteger a su gente, es decir, a la población de los barrios marginales en los cuales él regía. Solía decir que la historia de Cuba demostraba que a ningún gobierno le importaba la vida miserable que siempre, en todas las épocas, había existido en aquellos barrios, y que por eso su responsabilidad era aplicar allí las leyes no escritas de la marginalidad, de modo que la vida fuera un poco mejor para todos. Por él conocí el término «ética de la marginalidad», que me ayudó mucho a entender las intríngulis de la vida en los barrios donde yo vivía. Mientras yo investigaba para mi libro sobre la prostitución su ayuda fue esencial y recuerdo que se le iluminaron los ojos cuando se vio como personaje en mi novela Las puertas de la noche. Su historia real, que parece salida de una novela, tiene un cierre también de novela y así lo pongo en una nota de Entre el miedo y las sombras: el mismo día de julio del 2002 cuando yo estaba presentando en Gijón la edición española de Si Cristo te desnuda, el viejo Alex moría en La Habana, a los 92 años.

 

Los espacios

Hundirme en la más profunda de las Habanas, detrás de las huellas invisibles de la prostitución, fue una experiencia sin la cual mis novelas actuales no tendrían esa «visualidad» de la que han hablado casi todos los críticos que han estudiado la serie «El descenso a los infiernos». Los espacios de mis novelas son los espacios que habito. Hoy puedo decirlo, pero cuando empecé a investigar vivía como un paria en la capital. Acababa de llegar de Cienfuegos y no tenía ni siquiera un techo, de modo que tuve que vivir de la caridad de algunos amigos escritores de mi generación, o en alquileres ilegales, y no niego que hubo días en que tuve que dormir en las terminales de ómnibus o de trenes. Pero en todos los casos, esa experiencia me hizo acercarme a la vida real de la marginalidad cubana, esa misma marginalidad en la cual desarrollaban sus vidas prostitutas, drogadictos, vendedores del mercado negro en total promiscuidad con el 98 por ciento de la población de la capital cubana.

Esos son los espacios que novelo. Si no hubiera vivido, por ejemplo, durante un año, en casa de la madre de una jinetera, hermana de uno de los más importantes narradores de mi generación; si no hubiera pasado meses enteros visitando a prostitutas haciéndome pasar por el cuñado de un chulo muy conocido que todavía hoy es un buen amigo; si no hubiera fortalecido mi amistad con el escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, que puso ante mí muchas de las claves secretas del barrio donde vivíamos; si no hubiera ocurrido la coincidencia de que una de las prostitutas más renombradas de La Habana era la mejor novia de mi más querido amigo de la adolescencia; si no hubiera tenido la mano del viejo Alex, que me abrió casi todas las puertas a varios mundos prohibidos de la marginalidad habanera, y si finalmente las vueltas de mi vida no me hubieran obligado a irme a vivir a dos de los barrios más problemáticos de Centro Habana: Dragones y Los Sitios, sencillamente esos espacios novelables serían simplemente un calco superficial de la realidad que intentan reflejar.

 

Las atmósferas

Viví esas atmósferas, asombrándome, asqueándome, sintiéndome agredido en la mayoría de los casos. Mientras investigaba para escribir Jineteras pude hundirme en ese ambiente, en esa atmósfera y pude palpar, de muy cerca, hasta el aire enrarecido y sórdido que se respira en eso que los sociólogos llaman «atmósfera de promiscuidad», «marginalidad social», «mundos undergrounds», entre otras denominaciones, cual de ellas más inexacta.

Sin las conversaciones de más de un año con la real protagonista de Jineteras, Susimil-Loretta, jamás habría descubierto, por ejemplo, el modo de supervivencia con el cual las jineteras otean las atmósferas de los lugares donde trabajan para decidir si deben entrar o alejarse, y cuál es el momento en que deben hacerlo y bajo qué técnicas de seducción deben trabajar en esas atmósferas. Esa experiencia me sirvió para dar vida a las atmósferas de muchas de las escenas de los espacios de prostitución en mis novelas.

Sin mi amistad de más de seis años con el viejo Alex jamás habría podido comprender cómo se lograba esa atmósfera de complicidad entre el mundo de la delincuencia habanera, ni me habría acercado tanto a un fenómeno que para mí todavía sigue siendo un acto curioso de resistencia por la vida: la ética de la marginalidad. La camaradería, la complicidad, la colaboración silenciosa entre los órganos de represión y la delincuencia en la isla, que aparecen en mis novelas, no existiría, y por eso, además, decidí incorporar al viejo Alex Varga como uno de mis personajes principales.

Si no hubiera recogido cientos de casos de violaciones, mutilaciones de jineteras por parte de chulos, suicidios de jóvenes prostitutas, sucios convenios entre policías corruptos y personas vinculadas al mundo de la prostitución en Cuba, sencillamente hoy no podría ni siquiera hablar de las múltiples atmosferas de violencia en las cuales se desenvuelven los hilos oscuros de ese mundo. ¿Qué habría sido de mis novelas sin el conocimiento de esas múltiples categorías de la violencia y de las muy curiosas atmósferas que se desarrollan en los distintos niveles de la marginalidad social cubana?

 

Coda

Uno de los más queridos profesores de literatura que han pasado por las universidades cubanas era un negro flaco, desgarbado, con un diente de oro, a quien todos conocíamos sencillamente como «el negro Redonet» o simplemente como «el Redo». Salvador Redonet fue uno de los hombres más interesados en sacar de las sombras, incluso de los pequeños pueblos del campo cubano, a aquellos jóvenes escritores que consideraba podrían ser parte del futuro de nuestras letras. Le llamábamos también «El Antólogo», porque le encantaba armar antologías con los talentos que descubría y de ese modo llego a publicar muchas antologías en Cuba y fuera de Cuba sobre el cuento cubano contemporáneo.

Redonet leyó los primeros capítulos de mi novela Las puertas de la noche y me dijo por teléfono: «tenemos que hablar». Como siempre, considerándolo un maestro de verdad, acudí temiendo que me destrozara el libro.

— La novela es un batazo – me dijo –. Si el resto de lo que estás escribiendo tiene ese nivel, vas a tener suerte con ese libro.

Pero no fue ése su gran consejo, ni tampoco era esa la causa de su llamada.

— Fíjate bien, Amir – me dijo, y yo lo miré a los ojos y vi en aquella cara flaca y de grandes ojos siempre afectuosos, la marca de la preocupación real –. Yo sé lo que es vivir en esos mundos que narras. Tú eres un hombre muy sensible y no creo que estés preparado para tanta miseria humana. Si te sigues hundiendo en ese mundo, aunque sea para seguir investigando como periodista que eres, jamás volverás a ser el mismo. Te puedes convertir en uno de esos ángeles diabólicos, al estilo de Reinaldo Arenas, al estilo de Jesús Díaz, al estilo de Cabrera Infante. Es bueno porque ellos fueron grandes escritores, pero no creo que tú estés preparado para asimilar el odio en que vivieron ellos cuando se lanzaron de cabeza contra otros mundos tan podridos como ese de la prostitución y la marginalidad.

Unos años después, Redonet nos dejó creando en nosotros un hueco que todavía las letras cubanas padecen. No pude decirle que tenía razón. No puedo asegurar que me haya convertido en un ángel diabólico de las letras cubanas (aunque las autoridades culturales y políticas cubanas me vean así), pero sí sé que he tenido que luchar durante estos años contra cuotas inmensas de odio que todavía entran a mis sueños debido a mi experiencia de vida en esos mundos de la marginalidad y la prostitución. Sé también que, sobre todo, jamás he vuelto a ser el mismo. Quizás por eso escriba de aquellas experiencias: hay fantasmas y sombras que uno tiene que matar, y el único modo de matar que yo conozco está en eso que alguien llamó «el sencillo acto de escribir».

 

Notas
  1. Vidal, Guillermo. Palabras de presentación de la novela Muchacha azul bajo la lluvia (Amir Valle, Editorial Letras Cubanas 2001) en la Feria del Libro, Las Tunas 2002.