Las Amazonas desnudas de Dios

De cómo mujeres guerreras viajaron de la Antigua Grecia al Nuevo Mundo, a bordo de tres carabelas: El Mito, La Historia y La Ficción, capitaneadas por el bardo Homero, el Almirante de los Mosquitos y el novelista Amir Valle.

Rafael Grillo, periodista cubano

La ficción I: Desnudos y desnudas

… elaborar un sistema de conocimientos basado en lo erótico…1

Cuenta Homero entre las hazañas del campeón de los aqueos, aquella del enfrentamiento con la reina de las mujeres guerreras, aliadas al troyano Príamo durante el largo sitio a la ciudad amurallada del Ilión. Será ese episodio uno de los que mejor revele la dualidad de carácter del héroe: Con cólera y pericia arremete Aquiles contra Pentesilea y logra vencerla, para luego derramar sobre el pecho desnudo de la bella masacrada lágrimas de arrepentimiento.

Existe otra versión menos halagadora con el favorito del bardo antiguo, donde se asegura que el hijo de Tetis violó a la bravía en un arrebato de pasión necrófila, sin hacer asco de los despojos sanguinolentos de la amazona, o de la cicatriz en el lugar del seno, arrancado por ella misma para mejor empuñar el arco.2

Tal como en La Iliada, a menudo Historia y Mito se entremezclan, convertidos en blanco perfecto para las saetas de la ficción literaria. Recrear, reinterpretar o desacralizar son manías licenciosas que portan en su carcaj los escritores. Con ellas quiso Amir Valle jugar al «cazador cazado» en Los desnudos de Dios, y hacer diana sobre la horda legendaria de mujeres que emularon en destreza con la divina arquera Artemisa.

Por ser esta novela la ganadora del Premio La Llama Doble 2003 de literatura erótica, podría creerse que el único «gancho» se agarrara de sus muchas y provocadoras escenas de sexo: ora más simbólicas y líricas, ora más directas y desenfrenadas, según el habla, la época y los hábitos de los personajes implicados.

Más su interés mayor descansará, por el contrario, en la voluntad del narrador de trascender el sensacionalismo de lo erótico y en ambicionar la construcción de un relato a la manera dizque «posmoderna»3, donde se manipulen detalles históricos -de preferencia los marginados en los grandes «metarrelatos de la Historia»-, y se «revelen» ángulos inauditos de figuras encumbradas por la tradición literaria; sin renunciar, además, a la oportunidad de vincularlos con el entorno más actual.

El Orgasmun, centro filosófico de una perdida Orden maya que entronizaba a la mujer como Matrona Absoluta del Universo, se filtra desde el Nuevo Mundo hacia la Europa del conquistador, a través de un manuscrito que podría servir como exhaustivo manual sobre técnicas de rendición sexual y sometimiento del varón. Las Amazonas de Dios, una secta que en el París del reciente siglo XX se declara heredera de las mujeres guerreras, y retoma la cruzada contra el género masculino. Un novelista argentino, con tantas artes de «cronopio» como de seductor, Julio Córtazar, que «busca desesperadamente» a Laura, como Horacio a la Maga, en las noches lluviosas de la ciudad deRayuela, pues sabe en peligro la vida de la joven compatriota que se enredó sentimentalmente con él, violando la regla principal de su militancia dentro de las sádicas Amazonas. Otra escritora, Anaïs Nin, mujer liberada, pero que reconoce los riesgos de que el anciano libelo sexista permanezca en manos fanáticas y lo rescata para enviarlo hacia la patria de su progenitor. Un sedentario paquidermo que sale de pronto a corretear, bajo el sol implacable de La Habana, cumpliendo un encargo del amigo Julio y aguijoneado por su curiosidad «en el animal sexual que es el ser humano»: José Lezama Lima, el autor del picante capítulo nueve de Paradiso, no escatimará sudores para recuperar la Biblia femenina con la esperanza de incorporarla a su colección de joyitas escritas sobre la scientia sexualis . Y finalmente, una «mariposa nocturna» que hurta de la casa de Trocadero el errante Kamasutra exclusivo para hembras; y se ilustra con él para zafarse de un proxeneta y armar escuadrones de jineteras, intituladas Vampiresas, Lobas, Brujas o Lecheras, según la antigua ars amatoria en la que han sido adiestradas.

Con estos componentes es que Amir Valle arma su novela; entremezclando los distintos escenarios, personajes y tiempos, variando las voces narrativas, e intercalando con tino sueños, cuentos, crónicas, o documentos de supuesto origen histórico, que sirven de muestrario sobre la diversidad del rito sexual entre humanos.

Él apuesta por la brevedad y la intriga atractiva; pero esa misma concisión, en tal mare magnum de temas y sucesos, la hace singular. Y el argumento de presunto bestseller no le impide reflexionar sobre grandes interrogantes de la sexualidad, ya sea entendida esta como actividad del cuerpo y los sentidos encaminada al placer y la reproducción, o como asunto cardinal en la batalla -o el entendimiento- entre los dos géneros de una misma especie.

Más abandonemos por el momento la valoración sobre los aspectos literarios de Los desnudos de Dios, para encaminarnos hacia otros igual de incitantes, sugeridos ya al inicio de este texto. ¿Cómo se adhieren Historia y Mito a la trama de la novela? ¿De dónde saca Amir Valle la idea de una institución matriarcal en la América precolombina? ¿Por qué podrían las Amazonas sobrevivir hasta hoy día como estandartes de una revuelta feminista?

 

Bellas y peligrosas: Un mito con dos caras

…la distancia de los siglos puede reducirse a nuestro antojo…

«El del talón vulnerable» no será el único de los titanes que se bate en leyendas griegas contra las mujeres de armas tomar. Sabido es que la mayor gloria del gigante Hércules proviene de los doce trabajos impuestos por el rey Euristeo, donde el noveno de ellos fue el robo del Cinturón áureo que el Dios de la Guerra donara a su hijas amazonas. Pudo haberle sido fácil la encomienda pues Hipólita, reina de las mastectomizadas, se prendó de la Fuerza Heracleana y quiso darle el ceñidor como prueba de amor. Pero sus compañeras creyeron que sería raptada y vinieron a socorrerla. Activóse la paranoia del hijo bastardo de Zeus, y este optó por estrangular a la enamorada y aplastar con la maza a cuanta amazona tuvo a su alcance.

Otra escaramuza involucra al rey Teseo, vencedor del Minotauro, que tomó de amante a la princesa Antíope y la llevó consigo a Atenas. La hermana Oreitía quiso vengar la afrenta y movilizó a sus amazonas para cargar contra la ciudad. A pesar de dedicar un sacrificio a Ares -en la colina que desde entonces se llamó el Areópago-, fueron desbandadas por la resistencia ateniense, con la humillación encima de haber visto a su ex cofrade derrochar coraje desde el otro bando. «Seducida y abandonada» terminó sin embargo Antíope, cuando Teseo se casó con Fedra para sellar la alianza con Creta.

También el mito de Jasón y los valientes, que salieron a bordo del Argos para recuperar el Vellocino de Oro, pone amazonas en el camino de la expedición. Las encontraron en la isla de Lemnos, pasaron una temporada feliz entre las mujeres sin marido, y hasta tuvo Hércules que recordarles su misión para apresurar la partida. Zarparon sin contratiempos, dice una versión, mientras otra arguye que las amazonas hicieron correr la sangre, opuestas a renunciar a los hombres conquistados.

Las hijas de la ninfa Harmonía y el violento Ares saldrán por doquier en los relatos clásicos: siempre hermosas pero armadas, agrupadas en comunidades donde ellas ejercen el gobierno como «ángeles sin Charlie», que no aceptan el matrimonio y miran a los hombres como meros vehículos reproductivos. Que llegan inclusive a dar muerte a sus hijos varones al nacer o les quiebran brazos y piernas para confinarlos a labores domésticas. Pero tras este ambiguo retrato, de perversidad y encanto, los historiadores modernos han descubierto la intención de enmascarar conflictos políticos, religiosos y de tradiciones culturales que se remontan a la protohistoria de Grecia.

Sucede que antaño estuvo la península helénica habitada por el pueblo pastor de los pelasgos, organizado de modo matriarcal, con la Triple Diosa Luna de la fertilidad como soberana, hasta que fuera invadido en oleadas sucesivas por jónicos, eólicos y aqueos. Estos clanes llegados del norte, que se identificaran como «griegos», poseían hábitos patriarcales, creían en un Dios Padre e impusieron a Zeus como deidad mayor; rebajando a la Triple Diosa al Averno, personificada en Hecate, y acusada de promover rituales de magia negra, nigromancia y aquelarres.

Por eso Robert Graves, en Hércules y yo, asume que no fueran amazonas las asaltantes a la Atenas del jónico Teseo, en una supuesta primera invasión extranjera al Ática, y sí una banda de pelasgas rebeladas contra el invasor. Tampoco acepta su presencia en Lemnos junto a los argonautas: Fueron nativas las que abrieron sus piernas a los recién llegados para encontrar alivio a una prolongada abstinencia, luego de haber asesinado a sus hombres por comulgar con la nueva religión olímpica.4

Difícil es, de todos modos, rastrear a las auténticas Amazonas. Se les atribuye la fundación de ciudades como Esmirna y Efeso, con la erección allí del primer templo a la diosa Artemisa o su expansión por las islas egeas de Lemnos y Lesbos (saliendo de ahí el calificativo de «lesbianismo» para la complacencia «equívoca» entre mujeres). Aunque se les supone originarias de las orillas del río Tanis, de donde emigrarían a la Capadocia (hoy Turquía) y las riberas del Termodonte, hasta ampliar su influencia por los territorios de Tracia y Frigia.

La mala reputación de las Amazonas se verá reforzada por esta «nacionalidad» asiática, pues la pugna Europa-Asia será una constante que guiará el curso de la Historia Antigua. Aparecieron para enfrentar a la Hélade en su campaña contra la Troya del Asia Menor. Cortarán el paso imperial del macedonio Alejandro, aunque los atributos viriles del Magno consigan que el duelo se trueque en romance con la reina Talestris. El decursar de las centurias irá hundiendo a las míticas cada vez más en el Oriente, replegadas al Caúcaso, al Caspio, y hasta los mismos confines de la India. El cristianismo, tan poco propenso al protagonismo femenino, las ubicará junto a las puertas Caspias, fraternizando con las hordas del Anticristo. La Embajada a Tamerlán de Ruy González de Clavijo las envía hacia las «tierras del Catay» y en el Pseudo Calístenes habitarán a orillas del río Ganges. Una medieval Historia de la Chinaalcanzará a localizarlas ¡cerca de las Islas del Japón!5

Puede reconocerse todavía el mito amazónico, en varios de sus rasgos fundamentales (mujeres separadas de los hombres y cercanas a corrientes pluviales o marítimas), en la crónica de viajes cuyas ediciones impresas circularon más profusamente después de 1477. En el Libro de Marco Polo saldrá este pasaje:

«Pero en esta isla (Varón) no viven las mujeres, ninguna ni las casadas ni las solteras, sino que habitan en otra isla llamada la Mujer. Desde esta isla se van los maridos por tres meses: marzo, abril y mayo para vivir con sus mujeres a la isla de la Mujer, y allí gozan de ellas. Y al cabo de los tres meses vuelven a esta isla… La madre amamanta en verano al hijo que nace durante el año. Pero cuando tienen catorce años los mandan por mar a la isla de sus padres, y esta es la costumbre de las dos islas, como lo oís.»6

De cierto se sabe que el primer navegante en atravesar la Mar Tenebrosa, al frente de las tres carabelas, y con la mira en trazar un surco nuevo hacia la fabulosa India, leyó las peripecias del intrépido veneciano. ¿Fue sólo la imaginación encendida y el deseo de encontrar los perfiles de una tierra prometida a los Reyes Católicos lo que empujó a Cristóbal Colón a escribir en su Diario de una isla «amazónica» nombrada Matitinó? ¿Y a repetir este cuento en la carta a Luis de Sántangel: «…es la primera isla que se encuentra, para quien va de España rumbo a las Indias y donde no hay ningún hombre. Estas mujeres no se ocupan de ninguna actividad femenina, sólo ejecutan ejercicios con el arco y las flechas fabricados con cañas y se cubren con láminas de cobre que poseen en abundancia?»7

 

Y también ricas: Historia y fábula del almirante

…nuestras fantasías de interpretación dejan intactos los textos mismos, que sobreviven…

Un comerciante de ambición excesiva, o un loco con ínfulas de elegido de Dios, debió parecer Cristóbal Colón a los científicos de la corte del rey de Portugal, cuando les presentó su plan para hallar la ruta desde Occidente hasta la opulenta Asia. Y no les bastó su luz en ojos de profeta, ni el valor aventurero conque él mismo se ofrecía a encabezar la expedición.

Tras ese primer fracaso, el convencido genovés hizo lo que correspondía: documentarse copiosamente antes de arriesgarse a un nuevo portazo en las narices, y para ello acudió, entre 1485 y 1490, a fuentes de las más respetables y actualizadas en su época.

Samuel E. Morrison, estudioso de su papelería, identificaría los cuatro textos fundamentales con los cuales organizó Colón su percepción sobre las terras incognitas que era menester alcanzar. Encontró nada menos que 2 125 anotaciones manuscritas, hechas por el aspirante a Descubridor en las márgenes de Imago Mundi, publicada por el cardenal Pierre de Ailly entre 1480 y 1483, la Historia Natural de Plinio en una edición italiana de 1489, Historia Rerum de Aeneas Sylvius y los Viajes de Marco Polo de 1485. Apuntes que indicarían datos cosmográficos y geográficos, meditaciones sobre la anchura del Atlántico, la ubicación y proporciones de las tierras inexploradas, y conclusiones sobre rasgos concretos de esas regiones portentosas, que le servirían luego para defender su propuesta ante los monarcas unificadores de Castilla y León, mecenas a la postre del viaje que torcería para siempre el destino de las culturas del mundo.

El volumen de información del relato de Marco Polo, la minuciosidad descriptiva y el criterio de autoridad de un observador in situ, que decía no basarse en especulaciones teóricas o el bouche-oreille, sino en la experiencia misma de sus viajes, influenció bastante a Colón; y así se explicarían las coincidencias en la narración del encuentro «amazónico» registrado en el Diario del Primer Viaje.8

Sin embargo, no coinciden todos los historiadores con la reconstrucción anterior. Un enjundioso estudio de Juan Gil afirma que el nombrado oficialmente «Almirante de la Mar Océana y Virrey de las Indias» no leyó, ni hizo las apostillas a Marco Polo hasta 1497, cuando se derrumbaba para los eruditos el prestigio de la cosmografía colombina. Para colmo, entre los bromistas de la Corte había adquirido el mote de «Almirante de los Mosquitos», tal vez porque el resultado económico de la aventura indiana era inferior a las marcas dejadas en sus brazos por los jejenes caribeños. Apremiaba a Colón refutar a sus contrincantes y obtener la aprobación de los Reyes para un tercer viaje. Fue entonces cuando hizo acopio del mentado material bibliográfico, como lo probaría una carta dirigida a él por su proveedor John Day, un mercader de Bristol.9

Otro argumento contundente a favor de esta hipótesis sale de la comparación entre los Diarios del primer viaje y del tercero. Una voz escueta, que saca conclusiones a partir de la propia experiencia, en el primero; contrasta con la abundancia de citas y la aplastante erudición del relato del tercer viaje.

Pero siendo o no guiado Colón por Marco Polo, esta disputa entre expertos no borra el hecho de que el Almirante creyera haberse topado con Amazonas en su primer periplo. Y, de cualquier manera, su descripción se ajustaba a una faîble convenue que venía circulando oralmente por Europa desde los tiempos del clásico Herodoto.

Lo que sí es interesante constatar, de ser el episodio fruto de su invención, cuán lejos llegó Cristóbal Colón en el delirio de encajar las nuevas realidades descubiertas en su idea preconcebida de haber arribado a tierras del Asia.

Con el proceso de «ficcionalización» colombino, según la ensayista Beatriz Pastor, se inicia el «discurso mitificador de la conquista de América», en el cual las Amazonas retornarán con un papel destacado. Esta primera versión americana del mito europeo definirá la función de las mujeres guerreras en el Descubrimiento, donde no serán tan importantes como «objetivo» mismo sino como «pieza clave de identificación». Serán ellas una «prueba definitiva» de haber arribado en efecto a la India fabulosa, un «elemento anunciador» de la proximidad de riquezas infinitas.10

De ahí que el fantasma de las Amazonas subsista todo el tiempo que demoraron los españoles en esparcirse por el continente. Tras explorar la costa occidental de México, alrededor de 1520, Hernán Cortés contó al emperador Carlos V historias que atestiguaban la existencia de una isla poblada por mujeres sin macho. Hacia 1535, Diego de Almagro, participante en la conquista de Perú con Francisco Pizarro, dijo haber oído relatos de indios acerca de una zona vasta ocupada por mujeres, cuya reina se llamaba Guanomilla («cielo de oro» en lengua autóctona), y donde había tanto oro y plata que con esos metales preciosos se fabricaban hasta los utensilios de cocina.

Los investigadores atribuyen la propagación del mito a que los españoles malinterpretaban continuamente las noticias indígenas. Quizás fueron las representaciones imaginarias de los conquistadores sobre informaciones alusivas a costumbres matriarcales de algunas tribus del interior del continente, o a las vírgenes incas dedicadas al culto del Sol y las llamadas Mujeres del Inca.11

Pero ¿qué tal si hubiese otros testimonios más detallados y de primera mano? Se podría titubear ante algunos como este:

Persiguiendo otra añeja ilusión: la ciudad de El Dorado, andaba Francisco de Orellana, navegante a las órdenes de Gónzalo, el hermano de Pizarro, cuando avistó en 1542 una anchurosa banda de agua. Un participante en el suceso, Fray Gaspar de Carvajal, relata que en esas márgenes querellaron con indios belicosos, alentados por mujeres hábiles con el arco, a las que describe como «muy blancas y altas, con el pelo muy largo, entrelazado y enrollado en la cabeza, de miembros grandes y fuertes, que van desnudas a propósito, tapadas en sus vergüenzas»12. A ellas se dedicó la corriente fluvial descubierta; la misma que es reconocida en la actualidad como la más caudalosa del mundo y conserva el nombre puesto por Orellana: Río Amazonas.

 

La ficción II: Maya detrás de la cortina

…los escritores mienten, aún los más sinceros…

La literatura es el territorio de lo verosímil, no el de la verdad histórica. Importa menos la fecha precisa, el dato probado con rigor. Ahí donde el historiador tropieza con la incertidumbre y hace mutis ante la falta de evidencias, se frota las manos el escritor. A este le seduce sobre todo la alternativa probable, las posibilidades contenidas en cada evento del devenir.

Es cierto que la novela moderna, en el pasado siglo, al acercarse a la historia, tuvo «tentativas enciclopédicas», quiso ser «total», crear «cuerpos incólumes, grandes catedrales narrativas». Pero los escritores de las generaciones siguientes, desencantados con la Historia Oficial -siempre interesada y puesta del lado vencedor-, o en la búsqueda de un resquicio nuevo, ante la inmovilidad de un discurso literario que inevitablemente tendía a hacerse retórico, apostaron por alimentarse de las «historias menores, intrascendentes, domésticas». Quisieron fundar apegados a un canon alterno, aquel que representan escritores como Franz Kafka y que Deleuze-Guattari defienden en Por una literatura menor.13

Pero en Los desnudos de Dios, Amir Valle no opta por las antípodas. Buscará un punto medio. Le atraen los inmortales de la Literatura: Julio Cortázar, José Lezama Lima, Anaïs Nin; sin embargo no pretende reforzar los iconos, sino ventilar sus costados marginales. Aparenta indagar en la gran Historia, más su ámbito privilegiado son los sucesos subalternos: aquellos menos socorridos, los envueltos por dudas y prejuicios, los maleables; y que por tanto se prestan mejor para desviar el ángulo, fabular, tomarse cualquier tipo de licencia.

Sorprende, aún así, que hable de «sacerdotisas mayas» en los asentamientos de Guatemala, como las artífices del texto prohibido que injertaron una secta matriarcal en el seno de la sociedad maya, tan rígida y meticulosamente estructurada alrededor de la adoración a unos potentes dioses masculinos. Mas, un «minúsculo» detalle histórico podría arrojar luz sobre este punto: Si volviéramos a los períodos oscuros de la historia de Grecia, descubriríamos que entre las devotas a la Triple Diosa, aquella de máxima jerarquía o Sacerdotisa Mayor recibía el título de «Maya».14

¿Sabía esto el autor de Los desnudos de Dios y «ficcionó el equívoco» para justificar el traslado de escenarios?¿O lo ignoraba de hecho, y volvemos a estar ante un caso donde entroncan los impetuosos afluentes de la imaginación con el caudaloso Amazonas de la Historia, en otra pirueta impredecible del Azar?

Oh, Hado impenetrable de los griegos, ¿será cierto que los designios están siendo escritos más allá de nosotros? Ante la ilusión sobrecogedora de una Literatura Olímpica; de un Dios, o Diosa que rasga sobre el papel del Cielo los acontecimientos del mundo, sólo cabe silencio. Y que nunca pidamos del novelista Amir Valle la respuesta definitiva.

 

Notas
  1. Los exergos que introducen cada capítulo fueron tomados de Memorias de Adriano (Arte y Literatura, La Habana, 2001), de Marguerite Yourcenar, un paradigma majestuoso de lo que sería una novela histórica «moderna» (sin «pos»).
  2. Será por la costumbre singular de practicarse la mastectomía en la pubertad para facilitar el manejo del arco que los griegos les darán el apelativo de Amazonas o «mujeres sin pecho» – a (prefijo de negación) + mazós (pecho)-. Pero recientes opiniones autorizadas niegan que ellas pudieran haberse comprimido, quemado o cortado el seno derecho sin riesgo de enfermedad o muerte. Y Pierre Devambez, en elLexicon Iconographicum Mythologiae Classicae, recoge 819 muestras de representaciones donde nunca las Amazonas aparecen con un solo seno (Bibliografía 2).
  3. Ya que Helenos y Amazonas vienen al caso, apunto que acaso ya la Grecia clásica dio a luz al primer escritor «posmoderno», con Eurípides (480-406a.n.e.), quien prefirió componer sus tragedias a partir de sucesos marginales antes que de los grandes acontecimientos épicos. Así, Ifigenia en Aulide (405 A.C) se ocupa de la hija vestal de Agamenón, y su sacrificio que precediera al sitio de Troya por los aqueos. Las Troyanas (415) nos dice cuál fue el destino de las cautivas tras la caída de Ilión. Y Andrómaca (¿?) describe el enfrentamiento entre la viuda de Héctor, convertida en esclava de Neoptolemo, y Hermione, la esposa oficial del hijo de Aquiles. Interesado en las Amazonas, dedicó Belerofonte (¿?) a uno de los héroes que hubo de vérselas con las aguerridas y el protagonista de Hipólito (428) es el hijo de Teseo con la reina amazona Hipólita.
  4. La versión de Robert Graves sobre el incidente de Teseo aparece en la pág. 53, y el de la estancia de los Argonautas en Lemnos ocupa los capítulos 13, 14 y 15, pág 150-180 (Bib. 4).
  5. Estos datos los proporciona Juan Gil en la nota 342 (pág. 449), dedicada al capítulo de Marco Polo sobre las Amazonas (Bib. 1).
  6. Por ser literariamente más agradable y no contener diferencias sustanciales, se toma este pasaje de Beatriz Pastor (Bib. 5, pág 347), quien citó otra edición ( Marco Polo: Viajes, Madrid, 1979); y no de la edición revisada para este ensayo (Bib. 1).
  7. Cita referida en Bib. 2.
  8. Esta visión de los hechos es la que defiende Beatriz Pastor (Bib. 5).
  9. Desde la esquina opuesta, Juan Gil manoseó el contenido de esta carta para convencerse de afirmar lapidario: «en la actualidad ningún estudioso serio de las apostillas admitiría que la adquisición del tratado de Marco Polo date de fecha anterior a 1497» (pág 66). Varios argumentos consistentes expondrá para la aclaración de este punto en su introducción a la edición del ejemplar anotado por Colón (Bib. 1).
  10. Esta tesis es la vértebra del libro de Beatriz Pastor, Premio Casa de las Américas 1983 (Bib. 5).
  11. Así es cómo fundamenta la referida ensayista (Bib. 5) el origen de los supuestos avistamientos amazónicos en América.
  12. Pertenece la cita a la Relación del descubrimiento del río de las Amazonas, de Fray Luis de Carvajal, Sevilla, 1894 (extraída de Beatriz Pastor – 5).
  13. Sobre estos presupuestos abunda el ensayo: Postboom y literatura menor. Algunas reflexiones sobre la obra reciente de Antonio López Ortega, en Revista Actual, No. 54, septiembre-diciembre 2003, Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela, pág. 11-29.
  14. El «detalle revelador» se le debe otra vez a la sapiencia descomunal de Robert Graves (Bib. 4, pág. 156).
Bibliografía principal
  1. El libro de Marco Polo. Ejemplar anotado por Cristóbal Colón: Edición, Traducción y Estudios de Juan Gil , Testimonio Compañía Editorial, Madrid, 1986.
  2. de Paiva Boléo, Luísa: Mujeres guerreras (tomado de Internet).
  3. Gaytán, Carlos: Diccionario Mitológico, Edit. Diana, México, 1999.
  4. Graves, Robert: Hércules y yo, Edit. Arte y Literatura, La Habana, 1989.
  5. Pastor, Beatriz: Discurso narrativo de la conquista de América, Casa de las Américas, La Habana, 1983.
  6. Valle, Amir: Los desnudos de Dios, Letras Cubanas, La Habana, 2004.