De alma soy periodista, y fue esa la carrera que estudié

Club de artes y letras. Chile, 24 de Mayo de 2006

Por Álvaro Castillo Granada

 

I

En su estudio en Centro Habana.

En su estudio en Centro Habana.

Como la mayoría de los escritores, empecé a escribir a muy corta edad. Mi madre conserva escritos míos de cuando yo tenía seis o siete años. Pero sería pretencioso decir que eso se pueda considerar literatura. Creo que empecé a escribir en serio a partir del momento en que conozco a la escritora cubana Aida Bahr, quien creyó en mí y me llevó tan recio por esos primeros años que gracias a ella aprendí dos cosas esenciales en la literatura: entrega y respeto por lo que uno escribe. Luego, y por medio de Aida, conocí al novelista cubano José Soler Puig quien me dio lo que fueron los primeros consejos recibidos de un grande de las letras cubanas. Me dijo, entre otras cosas: «si quieres ser bueno, cuando te sientes a escribir cree con todas las fuerzas de tu alma que no hay más grande escritor que tú en la historia de la Humanidad; pero cuando termines de escribir cree con todas las fuerzas de tu alma que no hay un ser humano más insignificante que tú». Todavía hoy sigo ese consejo. Mis padres eran maestros y agradezco a ellos que pusieran delante de mí libros esenciales para la formación de un niño. En esos tiempos, el libro que me decidió a escribir fue Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. Fueron influencias muy tempranas, muy variables, que luego se consolidaron con la narrativa que creo más cercana a mi estilo: la escrita por la Generación Perdida, norteamericana, y entre ellos uno de los nombres menos promocionados, Erskine Caldwell. Tampoco puedo olvidar a Yukio Mishima, Alexander Solzhenitzin, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Juan Rulfo. De Cuba, me marcó mucho el Eduardo Heras León de Los pasos en la hierba, el José Soler Puig de El pan dormido, toda la novelística de Alejo Carpentier, y toda la cuentística de esos dos inmensos que fueron Lino Novás Calvo y Antonio Benítez Rojo.

 

II

De alma soy periodista, y fue esa la carrera que estudié. Veo la vida bajo el prisma de una eterna indagación y como poseo una capacidad de trabajo que a veces me agobia, me dedico a escribir desde todas las perspectivas posibles. Aunque no creo en los géneros, pues veo la creación literaria como una forma más de manifestación del pensamiento humano, que es amplio y diverso en sí mismo, siento que cuando un tema llega a mi cabeza y me pongo a escribir, ya nace con un espacio donde colocarlo. Jamás me he dicho este tema merece este género: el género viene con el tema, como si fuera un manto que lo protege. En la universidad tuvimos un profesor que nos decía que el reportaje es al periodismo lo que es la novela a la literatura de ficción. Yo creo, y recuerdo que tuvimos muchas discusiones teóricas sobre este aspecto, que el reportaje es el Caballo de Troya del periodismo como manifestación del pensamiento social: una bestia enorme, hermosa, imponente, con la panza llena de resonancias vitales para la transformación del pensamiento humano, a partir de un tema específico. Pero sucede que el mal periodismo que hoy se hace en casi todo el mundo, el reporterismo barato, y la simplificación del periodismo, convirtiéndolo en un simple mecanismo de información, ha denigrado mucho el papel que llegó a tener el reportaje a mediados de los años 50. Por ejemplo, en la actualidad cada vez es más raro saber que se han escrito obras como Reportaje al pie de la horca, de Julius Fucik, o Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, por poner sólo dos ejemplos.

 

III

Empecé a escribir Jineteras a fines del año 89. Empezó siendo una investigación para escribir una novela sobre el tema, y diversas razones personales me fueron llevando a la determinación de escribir un libro que mezclara diferentes modalidades genéricas del periodismo y la literatura para tratar de acercarme, lo más posible, a las verdaderas resonancias de un fenómeno. Bajo ese impacto, la escritura consciente del libro, ya como un proyecto pensado en todas sus posibilidades, comenzó en 1995, luego de haber hecho cientos de páginas de apuntes. Su estructura obedece a la cantidad de información que pude reunir. Me explico: necesitaba hablar, de un modo profundo y detallado, sobre la historia de la prostitución en Cuba desde el descubrimiento de la isla hasta la actualidad, y para eso me dije que el ensayo era lo mejor; para ofrecer las voces de los protagonistas, las entrevistas; para reproducir los testimonios, la transcripción literal y, en algunos casos, la ficcionalización de las historias que me contaban; para narrar la vida de la gran entrevistada, una de las jineteras más conocidas en el país, decidí acudir a la narración novelada porque su vida parece salida de una novela; para describir las tipologías de las jineteras utilicé las viñetas. Todo, repito, buscando un acercamiento lo más fiel posible, a la realidad de ese fenómeno en Cuba. El proceso de su escritura fue agónico. Primero tuve que transcribir todas las entrevistas, y es algo que odio hacer. Luego, el intento de revivir en el libro tantas experiencias traumáticas fue como volver a torturarme, porque aunque yo lo oí de boca de sus protagonistas y fue una realidad que pude verificar, que pude incluso vivir, se trata de cosas que uno no quiere siquiera imaginar porque tienen que ver con el grado de deshumanización, con los niveles de podredumbre y de miserias a las que ha llegado el ser humano. Te puedo asegurar que, a pesar del impacto que tuvo el libro y que recibía cada día cinco o seis mensajes de personas que lo habían leído por diversas vías y de modo clandestino porque las autoridades cubanas lo prohibieron, yo no volví a leer ese libro hasta que los editores de Planeta me pidieron redujera algunas páginas. Es, tal vez, el único de mis libros que me cuesta trabajo releer. La recepción de los lectores fue impresionante. Ese libro me permitió pasar de ser uno de los escritores cubanos más conocidos solamente en los círculos culturales y literarios del país, a ser uno de los escritores más buscados por lectores de todas las generaciones y niveles culturales. Si antes mis libros se vendían bien, es un orgullo para mí ver que una edición entera de cualquier obra mía se agota en menos de una semana. Eso en Cuba. Fuera de Cuba me ha permitido ganarme el respeto de sociólogos, escritores, politólogos, y me place decir que el libro está siendo estudiado, desde antes de publicarse, en más de una veintena de universidades norteamericanas y europeas. En todos los casos, debo decirlo, se ha manipulado el tema en uno u otro sentido: muchas obras reflejan ese fenómeno como una simple figura más del tropicalismo cubano, como un tópico más; otros, utilizan el asunto para intentar atacar al gobierno sin tener cuenta que es un asunto tan sensible que no merece que se simplifique de ese modo. Claro, creo que es en la novela cubana, básicamente con algunos ejemplos de escritores cubanos que publican fuera del país, donde se le está dando una verdadera significación, un justo lugar, y una mirada honesta, al asunto de la prostitución.

 

IV

Mucho quedó por fuera del libro. Algunos detractores, generalmente oficialistas, han dicho que el libro exagera. Quienes hayan estado en Cuba, viviendo como parte de cualquier familia cubana del pueblo, metido en la vida cotidiana de nuestros barrios, sabrá que a pesar de todos mis intentos, se pueden escribir muchos libros como éste. Por desgracia es así, aunque algunos pretendan negarlo. Lo decía antes: me duele, sobre todo, porque nos dijeron que la Revolución se hizo para evitar que fenómenos como estos existieran. Me duele todavía porque me pregunto cómo pueden prohibir un libro que escribí para alertar sobre la envergadura que ha alcanzado ese trauma social.

 

V

Por desgracia, una realidad como la cubana no ha dado muchos narradores que asuman el género en toda su perspectiva. Quizás se deba a toda la pésima novela policial que se publicó, bajo orientación estatal, entre el 59 y el 80. O quizás sea porque muchos escritores no quieren buscarse los problemas que nos hemos buscado nosotros por escribir de una realidad sobre la cual oficialmente hay un manto de silencio. Pero la fuerza se siente en los pocos autores que escribimos esa novela y hay incluso quien nos ha llamado «los cuatro jinetes del Apocalipsis novelístico cubano» porque somos cuatro: Daniel Chavarría, Leonardo Padura, Lorenzo Lunar y yo, aunque tampoco se puede olvidar al fallecido Justo Vasco, a José Latour, y a otros que aún cuando no han asumido el género como su caballo de batalla literaria, publican alguna que otra novela negra.

 

VI

Mis novelas eróticas son una especie de llamada para que nadie me encasille en un género. Soy un escritor que lo mismo escribe ensayo, que hago crítica literaria, que escribo cuentos y novelas. Y las dos novelas eróticas se deben a eso, a marcar otro terreno, con otro estilo y otra zona temática, incluso diferenciada de lo erótico tradicional pues la primera es una revisitación al relato «Aura», de Carlos Fuentes y en la segunda los personajes son Cortázar, Lezama Lima, Anais Nin y Henry Miller en una búsqueda de la erótica más intelectual.