Emigrar es siempre un proceso traumático,
incluso en los casos más felices

Super Cuba, Argentina, 8 de septiembre de 2014
Por Alberto Manuel León

 

¿Qué opinión le merece el concepto de intelectual orgánico?

Amir-Valle-web-2014-ent-2La primera vez que escuché hablar de ese concepto fue estudiando filosofía en el primer año de mi carrera como periodista. Entonces ni siquiera me había detenido a pensar en que, según Carlos Marx, yo podía ser un intelectual, aunque en primera instancia y por estar dando mis primesos pasos como escritor perteneciera sólo a esa categoría que algunos han llamado “intelectual tradicional”. Como podrás suponer, una profesora de filosofía cuyo único foco estaba puesto en el libro Fundamentos de la Filosofía Marxista-Leninista de Konstantinov, sólo podía ofrecerme un concepto acartonado de la diferencia entre un intelectual tradicional y un intelectual orgánico, términos que, lo confieso, en aquel entonces no llegué a comprender. Luego, cuando descubrí que todo aquel adoctrinamiento sólo pretendía convertirnos en ese “intelectual orgánico militante” que los ideólogos de la Revolución Cubana necesitaban como herramienta de poder en el terreno de las ideas, le hice un rechazo absoluto a toda esa parafernalia de manipulaciones en que se ha convertido ese debate. Lamento que algunos crean que digo un disparate, que hago poses de irreverente, o que me contradigo con lo que hago en mi día a día como escritor y periodista, pero me asquea ver cómo primero Marx, luego Gramsci y más recientemente otros cerebros obnubilados de la “izquierda caviar” redujeron este tema tan complejo y amplio a su limitado sentido utilitario como pieza esencial para conseguir la hegemonia ideológica. Descubrí ese espiritu reduccionista, parcializado y oportunista, en momentos de mi juventud en que andaba en una búsqueda personal que me llevó a leer todo lo que cayó en mis manos sobre ese peliagudo asunto, empezando por la amplia biblioteca de mis padres (comunistas los dos) en la que encontré sólo los libros que respondían a la visión que más me molestaba: esa que pretendía convertirme en un soldado ideológico del “socialismo a lo Fidel Castro”, porque cada paso que daba en mi carrera literaria me permitía ir descubriendo que el triunfo de esa carrera dependía de mi esfuerzo por convertirme en ese intelectual orgánico, cuya mayor virtud era la fidelidad y la obediencia ciega a los postulados de los gobernantes.

En todos aquellos libros, y en los que he leído hasta hoy, descubrí que ese concepto es una farsa urdida muy inteligentemente contra la independencia natural de la creación y del creador. Pero la vida me ha llevado a descubrir que si pretendes ser un creador genuino estás obligado a defender a toda costa tu independencia y tu libertad. Y hasta donde sé, no existe ninguna ideología dispuesta a renunciar a no manipular a los ciudadanos en esas áreas: todas las ideologías y credos ponen cotos a la independencia y a la libertad de acuerdo a sus intereses y, si entras en ese juego de ser un intelectual orgánico, tendrás que aceptar sus normas o convertirte en un adversario.

Cuando, además, llegas a un momento en la vida donde te cuestionas incluso las usuales divisiones de izquierda y derecha (cuando miro el panorama del mundo actual, las diferencias en la lucha por el poder político en todo el espectro ideológico es sólo de insignificantes matices), sólo te queda un camino: el de francotirador. Un intelectual debe ser un ente libre; un analista absolutamente independiente; alguien capaz de evitar que sus sueños y credos le hagan caer en alguno de los bandos existentes puesto que cuando se deje caer estará perdiendo la independencia y objetividad que necesita para ser un buen juez; alguien con una ética y libertad suficiente como para opinar, sugerir o criticar a cualquiera de los bandos ideológicos existentes o por existir. Se corre el riesgo así de estar en el centro de la diana de todos los fuegos, pero es el único camino hacia esa independencia cuasi divina que llamamos “honestidad intelectual”.

 

¿Qué papel debe jugar el intelectual en la política?

El de no mentir nunca. Por eso hablaba antes de la honestidad intelectual. Me paso la vida preguntándome cómo es posible que un mismo intelectual se sienta honesto criticando las muertes provocadas en muchos países por las invasiones hegemónico/económicas de los países “imperialistas” (Estados Unidos siempre a la cabeza) y luego alaben dictaduras criminales simplemente porque la encabezan supuestos proyectos de izquierda. He coincidido en eventos con intelectuales renombrados, algunos de ellos filósofos teóricos del nuevo socialismo, que han formado un escándalo descomunal porque un policía español le dio un bastonazo a una joven manifestante en Barcelona que protestaba por la depauperación social en España y luego esos mismos intelectuales aceptan invitaciones pagadas en Cuba y se hacen los ciegos cuando el gobierno que los invita arrastra por las calles, golpea y encierra en prisión a mujeres cuyas únicas armas son las oraciones en una iglesia, el paseo silencioso en torno a esa iglesia cada fin de semana y los gladiolos blancos en sus manos.

La desvergüenza y el oportunismo entre los intelectuales del mundo es otra pandemia. Conozco intelectuales europeos que  estuvieron chupando de los llamados “monopolios de la información capitalista” hasta el día en que ya no fueron útiles para esos monopolios y desde entonces están refugiados en los “monopolios de la información socialista o de izquierda”. Otros, amparados en los viejos sueños de la izquierda (esos que hablan de la lucha por un mundo mejor para todos los humildes), critican ciegamente todos los destrozos económicos y atentados contra las libertades que provocan cada día lo que ellos llaman “la derecha monopólica internacional” y defienden ciegamente todos los destrozos económicos y atentados contra las libertades que provocan cada día lo que desde el otro bando llaman “la izquierda internacional”. Algunos de esos adalides intelectuales, en España y otros países europeos, han encabezado campañas denunciando los bajos salarios, el desempleo, los graves problemas de la vivienda, la mendicidad creciente y el desabastecimiento que provoca el hambre acá en Europa, y luego uno los ve, alojados en lujosos hoteles en La Habana, Venezuela o Managua, defendiendo “los logros del sistema social”, cerrando los ojos y los oídos a estadísticas irrefutables que demuestran que esos países también agonizan por los bajos salarios, el desempleo, los graves problemas de la vivienda, la mendicidad creciente y el desabastecimiento que provoca el hambre. Y que conste, los ejemplos que pongo apuntan al comportamiento de quienes militan a la izquierda del espectro, pero los ejemplos del comportamiento indigno, oportunista y amoral de muchos de los intelectuales que militan en otros extremos del espectro ideológico son igual de vergonzosos. No es un asunto de estar en ningún sitio del espectro, ni a la izquierda, ni en el centro, ni a la derecha. Se trata de utilizar el don análitico con el que se vino al mundo, la inteligencia, la preparación adquirida, los talentos desarrollados en el desempeño de nuestras carreras con un único papel, un único camino, un único objetivo: el de llamar a una reflexión limpia, objetiva, respetuosa, dialogante, a través de la honestidad, de la defensa sin cortapisas de la verdad, duélale a quien le duela.

 

¿Qué opina de los escritores cubanos contemporáneos como Leonardo Padura, Pedro Juan Gutiérrez y Reina María Rodríguez?

Primero que todo, son mis amigos. Con Leonardo Padura me encuentro cada año dos o tres veces e incluso recuerdo que una universidad francesa nos hizo a Padura, Abilio Estevez y a mi una especie de “homenaje/reconocimiento” por nuestros acercamientos literarios a La Habana como ente real y literario. Con Pedro Juan compartí calle durante muchos años, allá en Perseverancia: él vivía en la azotea del edificio más alto en una esquina de esa calle, a una cuadra del malecón, y yo vivía en la azotea del otro edificio más alto justo al término de esa calle, a una cuadra de la conocida calle Neptuno; de ahí que acostumbremos a lanzar el chiste de que muchas de nuestras miradas sobre Centro Habana coinciden porque miramos el barrio y la ciudad desde perspectivas muy similares. Viviendo allí, en Centro Habana, sólo tenía que caminar unas pocas cuadras para llegar a la famosa Azotea de Reina, sitio al que fui muchas veces cuando ella aún ofrecía allí sus conocidas peñas, antes de trasladarla para la azotea del Palacio del Segundo Cabo, en la sede del Instituto Cubano del Libro. Son Padura, Pedro Juan y Reina tres ejemplos, cada uno por vías distintas, de cómo se puede consolidar una obra literaria siendo independiente del sistema imperante y por eso los Premios Nacionales obtenidos por Reina y Padura tienen un alto y doble significado: por un lado es el reconocimiento de una calidad literaria innegable y, por otro, un síntoma de la decadencia del poder político/cultural, pues años atrás, aunque ya hubieran tenido la obra que hoy tienen, sería impensable que obtuvieran la más alta distinción de las letras cubanas. Puede, como dicen algunos, que detrás de esos premios esté el deseo de ensuciarlos obligándolos a cargar con un premio condicionado por la dictadura, o que sea una maniobra para aplacar el vuelo crítico demasiado independiente que estaban adquiriendo como protagonistas de la cultura cubana, pero lo que sí es innegable es que cada uno de ellos ha tenido que sortear muchos muros de intolerancia, períodos de ostracismo, campañas de denigración, censuras, etc., para poder ahora decir lo que dicen en cualquier escenario, incluso aunque sus críticas o valoraciones sobre la difícil situación de nuestro país sean vistas por muchos cubanos de allá y de acá como “opiniones demasiado tibias”, e incluso, “como parte de la estrategia castrista para ofrecer una imagen de tolerancia y cambio en el terreno de la cultura”.

 

¿Porqué crees que Habana Babilonia tuvo esa enorme difusión a pesar de no haberse impreso?

La respuesta a esa pregunta me la dieron muchos de los miles de lectores clandestinos que tuvo ese libro. En la mayoría de los más seis mil mensajes que conservo de cubanos que leyeron el libro en esa versión pirata antes de ser publicado y que me escribieron para trasmitirme sus opiniones, se repetía una frase: “gracias por escribir lo que todos veíamos y nos callábamos”. Así que quizás sea eso: que el libro puso ante la gente una cotidianidad que todos veían, un problema que preocupaba a muchos, pero como el discurso oficial le gritaba al mundo que en Cuba esos males no existían, la gente prefería, por miedo, callarse y no decir que le preocupaba el nivel que estaba alcanzando la prostitución. Percibí en esas respuestas el agradecimiento por haber gritado por ellos justamente lo que ellos querían gritar. Otros me agradecieron por haberles hecho fijarse en los trasfondos de un fenómeno que sólo veían en su parte superficial, pues ocupados cada uno en sobrevivir al día a día, ese correcorre que es la vida normal del cubano apenas les permitía ver a la jinetera y al turista, que a fin de cuentas es la parte menos horrible del fenómeno, pero la mayoría de los cubanos olvidábamos que detrás de esa imagen había un mundo de corrupción, opresión, sufrimiento, dolor y pérdidas morales.

Eso fue el motor que encendió el interés por el libro en la primera etapa. Pero luego, cuando el libro se prohibió oficialmente, cuando la gente se enteró de que estaban incluso despidiendo a personas que habían impreso el libro para leerlo y pasárselo de mano, cuando el cubano de a pie supo que el gobierno había censurado y lanzado al ostracismo intelectual a un escritor que había escrito un libro sobre la prostitución, el interés fue tan descomunal que yo tuve que esconderme y era mi esposa quien atendía al teléfono o salía a ver quién tocaba la puerta, pues todos querían saber quién era ese loco que había osado escribir tal cosa. Como anécdota curiosa, un día, cerca de las doce, estábamos viendo la película del sábado cuando tocaron a la puerta: eran cinco estudiantes de periodismo de la Universidad de La Habana. Me pidieron disculpas por la molestia, pero habían decidido ir a verme a esa hora porque sabían que todo el mundo estaría viendo la película y nadie se fijaría en su visita. Les pregunté qué querían, y su respuesta me dejó helado: “sólo queríamos saber si es verdad que existía Amir Valle”. Supe ese día que en la Facultad de Periodismo mi libro corría de mano en mano, a escondidas, y que era tomado como ejemplo del periodismo que muchos querían hacer alguna vez. Es uno de mis mayores orgullos.

 

¿Cómo has asimilado esa suerte de “destierro” burocrático que sufriste en Alemania?

Te confieso que, salvo por el largo y gris invierno de Berlín, y por los sufrimientos que he pasado en el aprendizaje de este difícil idioma, me siento en Alemania como en mi propia casa. Tuve la suerte de entrar al país y llegar directamente a la que fue la casa de campo del premio Nobel alemán Heinrich Böll; dormí en la misma habitación donde estuvo otro Nobel de Literatura, el ruso Alexander Solzhenitzin y durante seis meses cada tarde me sentaba en la misma silla donde se sentó durante su estancia allí a contemplar las hermosas colinas sembradas de trigo que se ven desde el patio de la casa. Pude leer en alemán autores que había conocido en Cuba y fue una experiencia increíble. Si a eso le sumas que he podido publicar en alemán ocho de mis libros, que mi obra se estudia en las universidades alemanas con cátedras de filología hispánica, que paso buena parte del año viajando por el país ofreciendo conferencias y lecturas, que escribo para (o soy entrevistado regularmente en) los más importantes periódicos alemanes, que tengo amistad con los más destacados escritores alemanes de la actualidad y que, entre otros, la premio Nobel rumano/alemana Herta Müller ha elogiado mi obra, entenderás que sería desagradecido quejarme o decir que me va mal.

Agreguemos que mis hijos se sienten tan alemanes como cubanos; que vivo en la que se considera ahora mismo la Capital Cultural de Europa y la Ciudad Más Tolerante de esta parte del mundo; que por esta ciudad pasan cada mes muchos de mis amigos escritores, artistas, cineastas, músicos; que desde aquí he podido colarme en las más grandes editoriales de la lengua española y he visto mi obra traducida a varias otras lenguas; que fundé y llevo desde el 2007 dirigiendo OtroLunes-Revista Hispanoamericana de Cultura, considerada una de las revistas literarias más prestigiosas y serias de internet; que la mitad del año me la paso viajando invitado a eventos internacionales de periodismo y literatura; e incluso que he llegado a tener algo que en Cuba siempre soñé y no logré por obvios problemas habitacionales: tener eso que algunos llaman “estudio”, es decir, un sitio donde escribir, leer, recibir amigos escritores y pasar horas en un entorno de paz y cultura creado por mí mismo, entonces ya todo está dicho. Quizás por todo eso cuando viajo, pasados los primeros cinco o seis días, estoy loco por regresar a mi casa en Berlín.

 

¿Cómo definirías tus libros: historia, ficción o híbrido?

Ese embrollo de encajonar todo en un género se lo dejo a los académicos o a quien le corresponda hacerlo; y, créeme, no quisiera estar en su lugar. No existe ya un género puro. La poesía hoy se contamina de prosa, de los lenguajes de la virtualidad o de la visualidad y eso que en Europa se conoce como “performance poético/cibernético”. Una novela ya no es histórica o policial o fantástica o épica, pues puede ser todo eso al mismo tiempo. El testimonio es uno de los géneros más híbridos que se pueda imaginar con implicaciones que llegan desde la historia, la sociología, el periodismo, la narrativa, e incluso lenguajes tan específicos como el cine y el teatro. Y ante eso sólo queda escribir, haciéndolo lo mejor que uno pueda. Eso he hecho: desde un libro tan claramente definible dentro de un género, el cuento, como fue mi primera obra, Tiempo en cueros; pasando por algo tan inclasificable como Habana Babilonia, donde utilicé lo que me vino en ganas de cada género regido por la prosa, con el único objetivo de dar vida a ese mundo que había recogido en varios años de investigación; hasta mi próxima novela (en español, pues ya fue publicada en italiano) Nunca dejes que te vean llorar, que juega con los supuestos históricos, con la reconstrucción de lo que pudo suceder a ciertos personajes históricos en ciertos momentos de sus vidas que permanecen en el ámbito de la duda razonable.

 

Eres un fuerte defensor de la unión ente cubanos e intelectuales de las dos orillas. ¿Llegará el momento en que nuestros artistas e intelectuales dejen las diferencias y asuman esa cultura cubana transnacional que todos anhelamos? ¿Qué podemos hacer para contribuir?

El mundo artístico e intelectual es, en cualquier sitio y época, una olla de grillos. En el caso de Cuba, además de todos los escollos que representan las miserias humanas, las envidias, las egolatrías, los oportunismos, las trampas por la hegemonía de determinada tendencia o corriente, las asociaciones discriminatorios (léase grupúsculos y escuelas literarias en confrontación, etc), los grillos encerrados en esa olla se ven obligados a saltar más desesperadamente intentando que sea otro el que quede bajo sus pies porque el fondo ha sido largamente atizado por el fuego de la política de la más larga dictadura que hasta hoy ha existido en este mundo. Al inicio, cuando me lanzaron al destierro y entendí la necesidad de la unión como mecanismo de innegable poder para derribar los muros que alzó el discurso político para dividirnos, creí que sería posible unirnos en la diversidad para lograr esa cultura única de la que hablas. Hoy no lo creo posible. El más efectivo veneno que nos ha inyectado la dictadura es el de creernos iluminados, elegidos como portadores de la verdad única, pero eso no queda ahí: nos creemos llamados a demostrarles a los demás que tenemos toda la razón del mundo. No se equivocó quien dijo que todos los cubanos, aunque lo nieguen, llevan en el corazón a un dictador, reproduciendo así a Fidel Castro por millones en cualquier lugar del mundo donde estemos. Nos sembraron también la desconfianza: asumimos que todo cubano puede ser un espía de la dictadura y nos basta con que piense distinto a nosotros para endilgarle esa etiqueta. Nos proclamamos tolerantes, defensores de las libertades ajenas, pero apenas nos contradicen, nos lanzamos al cuello de quien lo hace, asumiendo la intolerancia que nos inocularon estos más de 50 años de castrismo. En ese entorno, y ojalá no tenga razón, es imposible esa unión, aunque algunos como yo insistamos tozudamente en no abandonar ese empeño de unirnos en nuestras diferencias. Algunos consideran que eso cambiará cuando muera la élite histórica que implantó el castrismo. Me temo que no será así. Las heridas, los odios, los egoísmos, las cegueras, los traumas, las pérdidas, las frustraciones provocadas por la dictadura en varias generaciones de cubanos necesitarán otras cinco décadas, o más, para diluirse y que comience un verdadero diálogo. Soy pesimista, lo sé, pero es lo que veo. Aún así, repito, seguiré intentando que esa unidad se produzca.

Es interesante, es bueno aclararlo, que los cubanos sigamos viendo nuestra cultura dividida y sin embargo, el mundo nos observa como un todo. Es una realidad que palpo cada día: aunque existen estudios culturales o literarios que priorizan una u otra orilla, en las últimas dos décadas se ha impuesto de un modo muy impresionante el concepto de que la cultura cubana ni está sólo en la isla ni sólo en el exilio, y en los últimos años he asistido a eventos, he leído estudios o escuchado conferencias donde ya no se hace distinción entre el allá y el acá, como hacemos los cubanos en la mayoría de nuestros acercamientos al tema. El mundo ya ha entendido que esa división absurda responde a cuestiones extraculturales, políticas, que nublan un entendimiento real del fenómeno en sí; pero no es un logro nuestro, que conste.

 

Para ti: ¿Qué es más importante: las ventas de tus libros, las traducciones a múltiples lenguas, los libros publicados, plasmar tus historias o el reconocimiento en diversos medios de prensa donde publicas?

Jamás había pensado en dividirme así. Todo eso que mencionas es parte de mi vida, de mi día a día: yo, como te dije antes, creo tener la facilidad para escribir y eso hago, unos dicen que con genialidad, otros que con mediocridad, pero lo que me importa es saber que todo lo que he hecho se debe a un esfuerzo utilizando al máximo el talento que Dios puso en mí y la experiencia adquirida en 30 años desde aquel día de 1984 en que publiqué mi primer cuento. Lo más importante es hacer las cosas con toda la devoción y entrega que pueda, utilizando a fondo todo lo mejor que creo dar; que lo logre o no, es otra cosa y, a decir verdad, no me quita el sueño por una razón sencilla: si no lo hice mejor es simplemente porque no pude, porque mi talento no dio para más, pero jamás será porque, como hacen muchos, haya tomado a la ligera la responsabilidad de crear con la excelencia que otros merecen.

Un hecho es innegable también: vender bien, ser traducido a otros idiomas, publicar lo que escribes en buenas editoriales, escribir para medios de prensa diversos en todos el mundo, te permite acceder a ese poderoso caballero que es Don Dinero (como diría Quevedo) y aunque haya quien opine distinto muy utópicamente, en este mundo que vivimos el dinero es necesario cuando, encima, eres (como soy yo) la cabeza una familia a la que tienes que dar de comer, vestir, etc.

 

¿Cuáles autores de la generación de los 90 y del nuevo siglo has leído y consideras que deben ser promocionados y publicados por su valor artístico?

El listado sería extenso. Dentro de las letras cubanas, entendidas estas como esa multiplicidad de propuestas estéticas que se crean por cubanos dentro y fuera de la isla, cada una de las cuatro generaciones hoy actuantes tiene nombres suficientes de calidad como para hacer casi titánica esa selección de autores. Tengo amigos escritores de países como México, Colombia Argentina o Brasil, donde Cuba cabe varias veces en cuanto a extensión territorial, que me suelen comentar asombrados cómo es posible que en nuestra islita existan tantos buenos escritores y tanta buena literatura. La cosa se complica incluso, como me pides, circunscribiéndonos a mi generación, la de narradores del 90, y se hace aún más difícil si incluimos a mis colegas generacionales de otros países de América o de España. Existe una excelente salud, muchas propuestas literarias importantísimas y esa diversidad es lo que importa. Sólo el tiempo y la tozudez determinarán qué nombres quedan después que cada uno de nosotros demuestre lo que puede o no dar en una tarea tan ardua y difícil como es escribir un buen libro.

 

¿Cuál es su consejo a los recién emigrados que sufren la partida? ¿Cómo aminorar las pérdidas?

No hay consejos. Emigrar es siempre un proceso traumático, incluso en los casos más felices. Lo importante es no ver el exilio como una cruz sino como una bendición. Se suelen enfocar sólo las pérdidas, los desarraigos, los traumas, pero se pierde de vista que todo exilio es también un enriquecimiento, una incursión en otros territorios y espacios terrenales o espirituales que pueden ser de mucho provecho para el crecimiento humano de una persona, un sitio y momento para conquistar muchos sueños o probar cuán preparados o desvalidos estamos para la interminable tarea de hacernos un espacio en el tiempo que nos ha sido concedido por Dios para vivir.

 

¿Qué opinión te merecen los cambios que están sucediendo en Cuba? ¿Hay que apoyarlos o criticarlos?

Todo cambio, cuando se hace supuestamente para beneficio de un país, merece ser celebrado. Una cosa es que estos cambios no hayan sido decididos por la dictadura cubana porque quieran lo mejor para nuestro pueblo, si no que han sido cambios a los cuales se han visto forzados a riesgo de perder todo lo que habían logrado sometiéndonos a esa neoesclavitud socialista en la que hemos vivido los cubanos durante más de 50 años, y otra cosa es negar que, aunque sean mínimos y aunque muchos cambios son cosméticos o están maquiavélicamente muy bien controlados, están provocando cambios bastante evidentes, diríase que profundos, en los cimientos de la conciencia social, amordazada y maniatada durante décadas por la muy inteligentemente solapada represión de la dinastía Castro. Lo triste del actual entorno es comprobar que ellos lograron colar estos supuestos cambios en un momento en que ya habían preparado a la generación de herederos que tomarán el batón de relevo en el poder cuando las leyes biológicas sepulten a los dinosaurios que hoy nos desgobiernan. Y soy muy pesimista: todo lo que veo en el futuro es un cruento capitalismo en el que se enriquecerán y camparán a sus anchas quienes llevan la sangre o la herencia familiar de esos represores que traicionaron desde el mismo primer momento el hermoso proyecto de emancipación social que era la Revolución.

 

Has ganado premios, has publicado en múltiples medios y eres bien conocido en Cuba y en el mundo. ¿Que sientes que le falta a tu vida?

Tiempo. Cada día que pasa me siento más agobiado por los cientos de proyectos que quisiera terminar como escritor, como periodista, como cristiano. Sólo le pido a Dios que me de la sabiduría para lograr llevar adelante la mayoría posible de esos sueños y aprovechar al máximo esta bocanada de aire que es la vida.