Escribo de la marginalidad porque vivo en esos barrios… en la misma Cuba profunda que yo habito

Cubaunderground. Estados Unidos, 28 de octubre de 2006

Por Raúl Tápanes López

En su casa de Centro Habana.

En su casa de Centro Habana.

Amir Valle (Santiago de Cuba, 1967). Narrador, periodista, crítico literario y ensayista, ya a los veintiún años había ganado los más importantes premios literarios de su país. Autor de una veintena de libros, entre ellos las novelas Santuario de sombras y Si Cristo te desnuda, ha escrito uno de los libros más leídos en Cuba, a pesar de haber circulado clandestinamente: Habana Babiblonia o Prostitutas en Cuba. Reconocido como uno de los más altos exponentes de la narrativa en la Isla, se encuentra en estos momentos en Alemania, desde donde ha accedido a responder nuestras preguntas. La reciente edición de su obra Jineteras por la Editorial Planeta, la próxima aparición de su nuevo libro Las sucias claves del poder. Corrupción policial y militar en Cuba, y su actitud honesta y abierta como escritor consecuente con su ética, son los temas que se abordan en esta entrevista.

 

P: En Habana-Babilonia o Prostitutas en Cuba ud. escribió: «Este ha de ser un libro que no termine nunca». Tras la reciente publicación de Jineteras surgen las preguntas: ¿Es este último otro libro, o es una continuación del primero? ¿Qué diferencias puede encontrar el lector en ambas obras?

strong>R: Como ya es bien conocido por los miles de lectores clandestinos que ha tenido, ese estudio en sus distintas versiones fue resultado de una investigación de nueve años, en los cuales, obviamente, compartí la búsqueda de información sobre el tema, consultas, entrevistas, etc. con mi trabajo normal como escritor. Eso supuso que el libro sufriera transformaciones. La primera versión se llamó Sade nuestro que estás en los cielos ó Prostitutas en Cuba, título horrible que pude cambiar gracias a un encuentro hermoso con un lector. Yo había presentado ese libro al Premio Casa de las Américas y allí sucedió algo vergonzoso de lo cual he prometido no hablar aunque fue bastante conocido en el mundo intelectual por esos días. Lo cierto es que después que el premio se declarara desierto alguien (imagino que un trabajador de la Casa) robó una de las tres copias que mandé al concurso, la fotocopió y la colocó en una enciclopedia de libros prohibidos en Cuba (Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, La hora final de Fidel Castro, de Andrés Openheimer, y otros), y el libro comenzó a ser enviado de email a email de un modo que todavía hoy me resulta alucinante.

En el año 2001, mientras asistía a la presentación en la provincia Las Tunas de uno de mis libros de cuentos La danza alucinada del suicida, un señor de unos cincuenta años se puso de pie y pidió que yo leyera «algo de Habana Babilonia«. Pensé: «carajo, me ha confundido con otro escritor», y no recuerdo con qué palabras lo dije, pero se lo hice saber. «Pero usted es Amir Valle», me increpó el hombre, algo molesto. Dije que sí. «Usted mismo es el autor de ese libro», contestó, «es el libro de las Jineteras», y acto seguido me contó el fragmento que más lo había impresionado. Me pareció tan perfecto el título que él mencionó que, a mi regreso a La Habana, decidí cambiarle el nombre. Desde entonces, y gracias a ese lector anónimo, este libro se llama Habana Babilonia ó Prostitutas en Cuba.

Pero sucede que el mundo editorial tiene sus reglas y al editor de Planeta, mi amigo Leonel Giraldo, no le pareció bien ese título y propuso uno más comercial Jineteras, con el cual no estoy de acuerdo, pero mi agente literario y yo decidimos dejarlo así para no retardar más la salida del libro, aunque en lo personal y lo profesional nos molestara un poco porque yo mismo había leído una novela de jineteras, y llamada así, Jineteras, escrita por mi colega periodista Lisette Bustamante y publicada en España por una pequeña pero muy seria editorial.

Como ves, se trata de un mismo libro, pero igual que el título cambió durante esos años, el contenido de aquella primera copia clandestina no tiene mucho que ver con la versión que considero definitiva y que fue presentada a la editorial Planeta porque se trata de un libro que se fue construyendo poco a poco, profundizando, ampliando su alcance investigativo, respondiendo estrictamente a esa norma de la investigación periodística que dice: «no publicar ni una sola palabra que no pueda ser comprobable con pruebas reales»; es decir, repito, que el libro fue creciendo sobre la base de una necesaria objetividad periodística.

 

P: Su libro sobre la prostitución en Cuba es desgarrante. Muchísimos lectores, incluso aquellos que por su oficio están obligados a relacionarse con la violencia y los ambientes más sórdidos, confiesan sentirse perturbados por su lectura. ¿Cómo logró entrar en ese inframundo, describirlo con profesionalidad y luego agradecer «a Cristo, por la paz»? ¿Sintió miedo al hacerlo?

R: Respondo primero a eso último: el miedo estuvo ahí, siempre. No me considero un héroe y si tengo que elegir entre «dar muela» y «entrarme a golpes con alguien» me convierto en el Sumo Pontífice de la Muela. Pero fue interesante, cuando pasó todo, descubrir que me había metido en lugares, en terrenos, en asuntos donde, si lo pensaba bien, ni siquiera pisaría de lejos. Debo decirte que en todo ese proceso aguanté un par de palizas, anduve varios meses encerrado en casa con la cara amoratada y en muchos caso tuve que como se dice en buen cubano, «echar un patín». Entonces no creía en Dios, pero hoy, que me considero uno de esos tantos hijos imperfectos de Dios desde que conocí a Jesucristo, puedo asegurar que únicamente bajo su manto protector y su impulso yo logré hacer todo lo que humanamente no me atrevería a haber hecho. Creo que fue él quien puso de nuevo en mi camino a ese ser fabuloso y contradictorio que fue Susimil, convertida ya en una prostituta de poder, con muchas relaciones que me puso en las manos y que me abrieron muchas puertas. Eso ayudó mucho. Por otro lado, el simple hecho de vivir en esos barrios marginales, de codearme como amigo con muchos de los protagonistas de mi libro, de que ellos me vieran como uno de los suyos, de los de abajo. Te cuento, por ejemplo, que cuando mi hijo mayor tenía siete años, yo me llevaba a una docena de muchachos del barrio, de su edad, a jugar pelota al Parque Maceo. Yo inventaba medallas de chapas y trofeos pintados de poliespuma, y era muy lindo verlos allí. Todos ellos crecieron con un gran cariño hacia mí. He sentido siempre ese cariño. Pero, por desgracia, de esos doce o quince muchachos hoy solamente tres o cuatro han seguido estudiando porque el que no anda vendiendo droga, está de pinguero o armando pandillas para robarle a los turistas. Es una dura verdad. Algunos de ellos me ayudaron mucho porque saben que yo no iba a traicionarlos. Y finalmente, creo que llegué más lejos que otros porque descubrí el gran error de los periodistas y sociólogos que habían intentado, antes que yo, meterse a estudiar ese fenómeno: no puedes ir a una persona asumiendo la pose de juez. Todas mis entrevistas fueron hechas bajo el credo de que esas personas eran tan decentes como yo y si la vida las puso en ese bajo mundo yo no era quién para juzgar las razones, para llegar y decir «ustedes son culpables porque esta sociedad está hecha para que ustedes hagan otra cosa», como ha hecho la mayoría. Por eso se han quedado en la superficie. Porque no supieron respetar el destino al que han sido condenadas muchas de esas gentes a las que intentaron acercarse. Yo me les acerqué, no como el periodista que quería desnudar sus culpas; me les acerqué como ese mismo Amir Valle que en short y camiseta se las encontraba en el barrio cuando coincidían en la cola del agromercado; un tipo que sabía (y sufría en carne propia) una buena parte de las causas que la(o)s obligaron a tener que acudir a un medio de vida tan asqueroso. En fin, a esa conjunción de cosas debo haber escrito este libro con esa profundidad.

Y algo más: agradezco la paz que Dios me dio para escribir este libro porque supe de muy cerca lo que significa una vida frustrada; supe de buena tinta el daño que ha significado para mucha gente humilde, honesta, de grandes valores, esta mentira en que devino la Revolución que soñamos alguna vez; supe, desde abajo, muchas cosas sucias de esa Revolución y de sus dirigentes que no hubiera querido conocer (alguna de las cuales, incluso, me negaba a reconocer). Soy cristiano y creo que a los cubanos nos hará falta una cuota muy grande de perdón para lograr entender, alguna vez, todo esto que ha pasado aquí, en Cuba, en estos tiempos de Revolución. Y sé que el único que puede dar esa cuota inmensa, sobrehumana, de perdón y paz, es Jesucristo. ¿Cómo entonces no agradecerle que me haya dado esa paz?

 

P: Habana-Babilonia fue un best-seller, digamos que irregular, en Cuba. La mayoría de sus lectores apreció en él, no sólo la realidad oculta, sino también la honra y valentía de un escritor joven, pero ya conocido. Otros, sin embargo, criticaron sus párrafos finales exculpando a las altas esferas de poder por la situación descrita. ¿Qué puede decir en su descargo Amir Valle?

R: Primero debo volver a un punto que decía: la copia que circuló masivamente era una copia reducida y preparada para un premio con las características del Casa de las Américas. Lo segundo es que, en el proceso de fotocopiado, sucedió algo (intuyo eso) que obligó a la persona que lo hizo a copiar párrafos enteros y a quitar tablas y hasta los anexos que el libro tenía en esa versión original, e incluso a marcar con colores distintos algunas cosas del libro que parecieron interesarle. Es decir, fue además una copia mutilada. Siempre me he jactado, por ejemplo, de no tener faltas de ortografía, y en esa primera versión hay errores realmente garrafales, debido a ese «trabajo de edición» hecho por ese pirata (al que ojalá alguna vez pueda agradecer lo que hizo, que conste, porque me ha convertido en uno de los escritores más perseguidos por los lectores). Lo último, aunque a algunos pueda parecer superfluo, se debe a otra cosa que ya mencioné: aunque yo siempre he creído y he sabido que el gobierno y muchos de sus dirigentes tienen culpa directa o indirecta en este fenómeno, la ética periodística no me permitía decir eso en el libro hasta que no encontrara la pruebas. Un periodista de verdad sabe que uno no puede andar suponiendo cosas: eso no es periodismo ni es honesto. Y yo necesitaba las pruebas. Por esa razón en las dos primeras versiones que hice no dije lo que he dicho en la última versión. ¿Por qué? Porque encontré, ya a fines del 2002, dos testimoniantes que me dieron esas pruebas, las que necesitaba. Y estando de viaje en España pude acceder a documentos que el gobierno cubano envía a organismos internacionales pero que jamás les ha enseñado al pueblo. Y por eso en la última versión incluyo esos testimonios y pongo sobre las íes algunos puntos que me faltaban.

 

P: Durante muchos años llevó a cabo una profunda investigación y una intensa labor periodística que le dieron suficiente conocimiento de causa para hablar sobre la prostitución en la isla. Hoy sabemos que como toda buena escritura, lo publicado fue apenas la punta visible de la información acumulada. ¿Cuándo y por qué decidió utilizar la masa oculta del iceberg para una nueva denuncia?

R: Primero debo aclarar algo: nunca he escrito para denunciar nada. Sucede que hay libros de ficción, mis novelas sobre la marginalidad cubana, por ejemplo, que las escribo porque soy un escritor realista y no puedo escribir (o me cuesta trabajo) escribir de algo que no he vivido o visto muy de cerca, en la realidad. Sucede también que adoro el periodismo, el verdadero periodismo en el cual la voz del periodista es su propia y genuina voz, no el calco de otra voz o la repetición de lo que se considera correcto. Y si he tocado estos temas es porque siempre soñé con hacer el gran reportaje que todo periodista sueña escribir y en Cuba no me dejaron nunca escribir de lo que me interesaba porque no era conveniente o no estaba en los planes de la estrategia de difusión de la realidad nacional. Pero esos libros nacieron porque me vi de cara a esa realidad y no me pareció ni honesto ni profesional virar a un lado la cara del periodista que soy, como hacen hoy muchos periodistas que se graduaron conmigo.

Y en ese proceso natural de investigación uno encuentra cosas que entran y no entran en el proyecto que te propones. Yo quería, inicialmente, escribir una novela sobre jineteras, distinta, y la vida me llevó a escribir Habana Babilonia desde una perspectiva, digamos, más sociológica, más cercana al periodismo. Pero en esos años encontré cosas que se salían directamente del tema de la prostitución. Por ejemplo, así nació un libro del que no he querido hablar y que toca uno de los fenómenos más curiosos y contradictorios del mundo marginal: la prostitución homosexual y el travestismo utilizado como mecanismo de prostitución. Ese libro, al cual llevo tiempo dando los toques finales, pero me resulta muy difícil porque a veces mis propios textos me resultan homofóbicos, se llama La piel prohibida, Una historia de la prostitución homosexual. Es también material resultante de esa masa oculta del iceberg de la que hablas. Pero el mayor porciento de material no utilizado correspondió a la corrupción que existía dentro de las instituciones represivas que debían contener la prostitución y sus males derivados. Bastó con hacer cinco o seis entrevistas más para completar el tema de la corrupción policial y militar en la Cuba de hoy, libro que se llama Las sucias claves del poder, Corrupción militar y policial en Cuba. Es un libro más duro porque es un tema del que incluso a los intelectuales se nos ha prohibido como tema literario de ficción y porque nadie puede olvidar que la sociedad cubana ha sido regida durante todos estos años por los militares y toda la isla es cada vez más gobernada por el generalato aunque algunos estúpidos de las nuevas generaciones de políticos cubanos crean que poseen cuotas reales de poder.

 

P: ¿Podría adelantarnos algunos aspectos de su nuevo libro para nuestros lectores en Cuba? ¿Considera ud. que Las sucias claves del poder puede contribuir tanto como Habana-Babilonia o Jineteras a develar los traumas que aquejan a nuestra sociedad?

R: Espero que el libro, al menos, provoque la reflexión que a mí me provocó y que ponga a pensar sobre asuntos bien delicados como éstos: el modo en que el militarismo se fue convirtiendo en el «modus vivendi» de un gobierno que siempre ha atizado el fuego de una posible intervención de nuestros enemigos; las implicaciones funestas que ese modo militarista de entender la construcción de una sociedad ha tenido para el pensamiento social cubano, en otras épocas tan amplio, tan diverso, tan múltiple y variopinto; la imposición de una sociedad donde, convirtiendo a todo lo contrario en enemigo como suelen hacer los militares, el hombre es el vigilante del hombre; las múltiples manifestaciones del pensamiento fascista totalitario en quienes detentan el poder de la represión dentro de la isla; las numerosas escalas y alcances del poder de los organismos represivos y militares en Cuba; o la transformación de una sociedad injusta (como lo era la Cuba de antes de 1959, aunque algunos quieran negarlo) en la mayor sociedad constructoras de máscaras que hasta hoy ha existido, en la cual portan sus máscaras de doble moral desde el más común de los cubanos hasta el propio gobierno que se empeña en ofrecer una cara al mundo, otra a la isla, otra a los amigos más honestos de la Revolución, otra a los enemigos, otra a los «amigos» que buscan de modo oportunista vivir a costa de lo que representó la Revolución… en fin, una multiplicidad de máscaras inconcebible. De eso hablan esos a quienes logré entrevistar para mi libro.

 

P: Sus últimas novelas hablan de «la corrupción del empresariado extranjero con inversiones en Cuba», de la «intolerancia política» y hasta ha manifestado su interés en el tema de la intolerancia religiosa. ¿Hay diferencias, más allá de las técnicas de cada género, entre su yo novelista y el ente social que hace del testimonio de su circunstancia una denuncia?

R: Estoy convencido de que ninguna obra literaria, sea del género que sea, tumba a ningún gobierno. Los gobiernos caen por sus propios errores y hasta hoy, dentro de la historia de la literatura, no ha existido un libro que haya tumbado a ningún gobierno. Los libros provocan conmociones, eso sí; provocan cambios en la conciencia social de algunos individuos; pueden, incluso, convertirse en paradigmas de un tipo de pensamiento. Soy consciente de eso. Y escribo de la marginalidad porque vivo en esos barrios, porque muchos de los protagonistas de mis libros viven sus vidas reales en los barrios que camino, en la misma Cuba profunda que yo habito. Siempre me ha molestado que unan al novelista con el hombre que denuncia porque entonces suelen irse para un solo lado, y casi siempre dejan en un rincón los méritos literarios para priorizar la política. Un día descubrí que el único modo de ser consecuente con esa «guerra» era mantener una sintonía entre lo que yo pienso como ser social y lo que digo, a través de mis personajes y mis historias, en mis libros. No soy como algunos intelectuales que escriben obras con ciertos tonillos críticos, o se crean fama de «contestatarios» y luego se van a mendigarle espacios y prebendas a quienes detentan el poder cultural en la isla. Llevo años haciéndolo y me ha costado caro, pero me siento satisfecho de haberle dicho a unos cuantos seudointelectuales con cargos culturales y a otros cuantos políticos de nivel todo lo que me ha dado la gana, sin callarme nada. Y me place saber que, a pesar de todos sus intentos por aplastarme, por silenciarme, he ganado el respeto de miles y miles de lectores que cada día me escriben y me piden que no ceje.

 

P: En una entrevista reciente, confesó ser «un animal isleño» que no puede vivir sin su ínsula, «con todas sus miserias y sus luces». ¿Cómo ve su futuro como escritor e intelectual en la Isla? ¿Qué espera de aquellos que mienten para sobrevivir?

R: Cuba cambiará. Los vientos del cambio ya estaban soplando mucho antes de la enfermedad de Fidel. Mientras tanto, en esta Cuba o en la que vendrá, seguiré manteniendo un credo que debo a mi padre: decir lo que pienso sin andar averiguando cuál será la consecuencia. Todo lo que tengo hoy se lo debo a eso: he sido consecuente desde el día que descubrí que la Revolución me había robado cerca de treinta de mis cuarenta años para construir una farsa en la que ni ellos creen. Seguiré escribiendo mis historias, por ahora en Europa mientras Cuba no me deje regresar o mientras yo entienda que mi integridad física corre peligro regresando a Cuba en momentos de fundamentalismos políticos como los que hoy vive Cuba.

Sobre quienes mienten para sobrevivir… es un derecho. Nadie debería olvidar que la sociedad construida por la Revolución es una sociedad tan totalitaria que todo está bajo el control del Estado. Nada se parece tanto al fascismo como el comunismo, al menos en la forma en que se implantó. Y no voy a repetir lugares comunes de otros, pero quien estudie la forma de implantación del socialismo en Cuba descubrirá muchas similitudes con la forma en que Hitler implantó el nazifascismo en Alemania. En ambas sociedades, como en la Cuba de hoy, el control total del individuo es la máxima prioridad. Por desgracia, eso ha hundido a más del ochenta o el noventa por ciento de los cubanos de la isla a vivir en esa asqueante mentira cotidiana que es la doble moral. ¿Quién soy yo para juzgarlos si con mis pocas fuerzas no puedo ir a darles el pan y la libertad que necesitarían para no mentir? Por el contrario, sí condeno a esos cubanos que mienten sabiendo que hacen daño a un compatriota o a una nación. Pero a esos la historia les ajustará las cuentas. En estos meses que llevo en Alemania he podido constatar, escuchar de testigos directos y hasta ver con mis propios ojos, cómo la historia cobra esas cuentas a quienes se enfermaron de poder. Y, lamentablemente, lo sucedido en la RDA en tiempos del socialismo tuvo una similitud asombrosa a lo que he vivido en Cuba.

De todos modos, ya que me hablas de futuro en ambas preguntas, quiero recalcar la necesidad del perdón entre los cubanos. Sólo basados en el perdón podremos empezar una nueva etapa sin las manchas de sangre e intolerancia con las que la Revolución arrancó desde sus mismos inicios, algo que, también, se pretende negar.