Su muerte despertó la conciencia dormida de todo el país

Revista Maga, Panamá, No.74, Enero-Junio 2014
Por Enrique Jaramillo Levy

 

Amir-Valle-web-2014-ent-1Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor y Periodista. Su obra narrativa ha sido elogiada, entre otros, por escritores como Augusto Roa Bastos, Manuel Vázquez Montalbán, y los premios Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, Herta Müller y Mario Vargas Llosa.

Saltó al reconocimiento internacional por el éxito en Europa de su serie de novela negra “El descenso a los infiernos”, sobre la vida actual en Centro Habana, integrada por Las puertas de la noche (2001), Si Cristo te desnuda (2002), Entre el miedo y las sombras (2003), Últimas noticias del infierno (2004), Santuario de sombras (2006) y Largas noches con Flavia (2008). Su libro Jineteras, publicado por Planeta obtuvo el Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007, a la mejor obra de no ficción publicada en lengua española durante el 2006. Santuario de sombras se alzó con el premio NOVELPOL de los lectores españoles a la mejor novela negra publicada en el 2006 en España. También en el 2006 resultó ganador del Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa con su novela histórica Las palabras y los muertos, publicada poco después por Seix Barral y en el 2008 obtuvo el Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona, de España, con su obra Largas noches con Flavia.

Sus libros más recientes son una historia novelada sobre la capital cubana: La Habana. Puerta de las Américas (alMED Ediciones, España, 2009), la novela Las raíces del odio (El barco ebrio, España, 2012) y Bajo la piel del hombre (Aguilar-Santillana, 2013). Actualmente dirige OtroLunes. Revista Hispanoamericana de Cultura (www.otrolunes.com)

Más información en su sitio web: www.amirvalle.com

 

¿Cuándo y por qué sales de Cuba? ¿Te vas directamente a Berlín, ciudad en donde ahora resides?

Nunca salí de Cuba; a mí me desterraron. Ya lo he dicho en algunos otros sitios: desde 1999, cuando mi serie de novelas negras “El descenso a los infiernos” sobre casos reales ocurridos en la marginalidad de mi barrio en Cuba, Centro Habana, comenzó a recibir elogios de crítica y premios en España, me convertí, según palabras de algunos funcionarios culturales, en “un intelectual confundido que no entiende que sus críticas hacen daño al país” (primero), en “uno más que busca reconocimiento internacional siguiendo la moda de hablar mal de nuestro proceso revolucionario” (más tarde) y, finalmente, en “un escritor menor que hace el juego al enemigo de la Revolución”. Todo porque mis libros mostraban una cara bien fea, y basado en casos reales, de los mundos de la droga, la prostitución, la corrupción policial, el mercado negro y las implicaciones del gobierno en muchos de esos casos; todo por mis declaraciones críticas que se publicaron en importantes periódicos de España, América Latina y Estados Unidos, y también porque no lograron detener nunca, ni siquiera hoy, el impacto que tuvo en miles de lectores cubanos la circulación clandestina de mi libro de investigación testimonial Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba que, para mi orgullo y aunque algunos estudiosos cubanos asombrosamente no lo hayan incluido en sus estudios recientes, es considerado por otros críticos y periodistas cubanos y extranjeros muy serios como el mayor bestseller underground de la literatura cubana de los últimos 50 años.

Si a eso sumas que en ese tiempo se podían contar con los dedos de una mano los intelectuales que criticábamos abiertamente al gobierno y nos atrevíamos a mantener relaciones directas con quienes eran considerados en la isla “mercenarios del imperio”, era obvio que anduvieran buscando cómo castigarme. Por esas fechas, uno de nuestros novelistas-comisarios más ilustres le comentó a un amigo común que como a mí no habían podido vincularme a ningún grupo político “pagado por los yanquis”, ni habían podido encontrarme ni un centavo de “dinero mercenario”, sólo les dejaba dos opciones para castigarme: o montarme un caso de delincuencia (cosa que por mi austero modo de vida en Cuba no les iba a ser nada fácil) o lanzarme al exilio donde, según él, “terminarán sus días como escritor”. Eligieron la segunda opción. La posibilidad les llegó en octubre de 2005, cuando salí a presentar en España la cuarta entrega de mi serie de novelas negras: Santuario de sombras. Mi editora, Nicole Cantó había creado el hoy muy reconocido Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona y me propuso trabajar como jurado seleccionador, por lo cual obviamente me pagarían un buen dinero, y como para hacer eso necesitaba pasarme una semana del tiempo de mi permiso de estancia en el exterior, hice los trámites requeridos y se me dijo que no habría problemas, que tendría la extensión, trámite que normalmente hacían los escritores a través de la institución cultural por la que viajan, en mi caso, a través de la Unión de Escritores (UNEAC). Pero cuando pasó el tiempo sin que me avisaran, reclamé el permiso para entrar y nadie tenía idea de nada, ni en Cuba ni en los tres consulados que visité en Europa. Al ver que yo estaba ilegal, buscando una solución para ayudarme, mi editor alemán, el también escritor Peter Faecke, habló con la Fundación Heinrich Böll que decidió concederme una beca de tres meses en Langenbroich, la casa de campo de este Premio Nobel alemán, dedicada desde su muerte a recibir a escritores, artistas y periodistas con problemas políticos en sus países de origen. Seguí reclamando por mi permiso de entrada en el Consulado cubano de Bonn, sin respuesta. Me concedieron tres meses más de beca. Y entonces el PEN CLUB internacional, enterado de mi caso, me acogió en el programa “Writers in Exile”, bajo la tutela del PEN CLUB de Alemania. Estuve allí tres años, hasta octubre del 2009.

Estuve más de un año exigiendo regresar, en una amplia campaña de la que se hizo eco la prensa internacional, pero jamás tuve respuesta. Y aquí estoy, repito, desterrado. Porque yo nunca quise irme de Cuba. Lo curioso es que incluso ahora, cuando supuestamente ningún cubano tiene que pedir permiso para entrar a Cuba o para salir del país, ya se han encargado de decirme que yo sigo en una lista negra de personas a las que no se les permitirá entrar.

 

¿Qué te quita y qué te da como persona y como escritor el hecho de vivir en la capital alemana?

Berlín es, sin dudas, la capital cultural de Europa. Hace muchos años le quitó ese título a Madrid, Barcelona o París. Y vivir en Berlín ha sido para mí un puro y constante enriquecimiento en todos los ámbitos de mi vida. Para que tengas una idea: el movimiento cultural es tan fuerte que además de organizar anualmente los más importantes festivales de literatura, artes plásticas, cine, música y teatro del mundo, hay tantos teatros, galerías y proyectos culturales individuales que, si decidieras visitarlos todos en un año, tendrías que planificar una agenda con cinco o seis visitas diarias, sin descansar ni un solo día todo el año. Y, créeme, no exagero. Sólo en una calle cercana a donde vivo, la Brunnenstrasse, he contado 14 galerías de arte, todas interesantísimas y con actividades propias, y te aclaro que no vivo en una de las zonas culturalmente más desarrolladas de la ciudad. Si a toda esa oferta cultural le agregas la posibilidad de leer la actual y muy poderosa literatura alemana que se escribe hoy, la posibilidad de releer en su idioma a la clásica literatura alemana, y al hecho de que ocho de mis libros han sido traducidos y publicados acá, es fácil comprender que me sienta perfectamente en este país. Esa inmersión en la sociedad cultural alemana fue algo que intuí ocurriría por un hecho curioso: dos de mis lecturas preferidas en Cuba fueron el premio Nobel alemán Heinrich Böll y el también premio Nobel Alexander Solzhenitzyn, y cuando entré a Alemania, en marzo de 2006, estuve viviendo 6 meses en la que fue Casa de Campo de Heinrich Böll, donde escribió algunas de esas obras que yo había leído, pero todavía más curioso e impactante para mí fue dormir en la misma habitación y sentarme cada tarde en la misma silla de la terraza donde, años atrás, había dormido y se había sentado Solzhenitzyn. Sentí que con aquella bienvenida espiritual todo debía irme bien en Alemania. Y así ha sido.

 

 ¿Cuándo te das cuenta que lo tuyo es el periodismo y la literatura?

Era muy niño cuando supe que podía escribir y soñaba con hacerme escritor: quería escribir algo tan hermoso y eterno como Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, que fue el libro que me hizo descubrir el misterio de la literatura. Ya lo de querer hacer periodismo vino después, en la adolescencia, en tiempos en que me hice fanático lector de cuanta línea hubiera escrito ese grande de las letras que fue Ernest Hemingway. Quise seguir ese consejo suyo de hacerme periodista para fortalecer al escritor y creo que lo he logrado.

 

¿Cómo conviven o se alternan ambas ocupaciones?

Estudié periodismo como carrera y lo he desarrollado bastante, aunque he fallado sólo en uno de los consejos de Hemingway: no he podido abandonar el periodismo como él sugería, y para que no se cumplan sus pronósticos sobre aquel escritor que insiste en ser periodista (eso que dijo de que el periodista mataría al escritor) me paso la vida reconstruyendo los muros que separan esos dos oficios pero, también, recolocando las tuberías secretas que propician la retroalimentación entre el periodista y el escritor que soy.

Lo cierto es que no creo poder escribir lo que escribo sin que antes haya observado ese tema, esa realidad, con los ojos del periodista. Cada una de mis novelas, por mucha ficción que haya en ellas, es el resultado de una profunda investigación periodística. Hay zonas de mi novelística, la serie de novelas negras, por ejemplo, donde el periodismo ha ayudado muchísimo porque están basadas en casos reales ocurridos en la realidad marginal cubana que la prensa oficial no ha querido publicar. Pero en otros casos, digamos, mis dos novelas eróticas, mis tres novelas históricas, el proceso de investigación ha sido también muy acucioso, en ocasiones cansón, lo confieso. Eso me ha facilitado escribir la ficción, construir esos mundos con un conocimiento de causa al que, tal vez, se deba eso que dicen ciertos críticos de que mis novelas “se ven”, es decir, tienen una visualidad casi cinematográfica, o eso otro de que “la vida real se traslada, igual de viva, a sus escenarios de ficción”, como escribiría sobre mis libros el escritor y editor alemán Peter Faecke.

 

¿Cuál de tus libros anteriores ha tenido más éxito de público y de crítica, y, a tu juicio, por qué?

Con orgullo puedo decir que me considero un privilegiado. En Cuba mis libros eran perseguidos por los lectores y fui uno de los escritores cubanos más vendidos, fenómeno que sigue sucediendo hoy con las ediciones clandestinas que circulan en la isla, tanto impresas como digitales. Y si en Cuba la crítica siempre me mencionó en los estudios de narrativa cubana, lo sucedido en España fue impresionante: todos los libros de mi serie de novela negra han sido altamente elogiados por la crítica y ganado premios que otorgan los críticos, los lectores y la prensa especializada. Sería muy largo y pedante citar aquí esos reconocimientos. Pero hay dos libros que estuvieron casi un año en las listas de más vendidos en América Latina y España: mi libro de testimonio Jineteras (también publicado como Habana Babilonia-Prostitución en Cuba en otras ediciones y lenguas) y la novela histórica Las palabras y los muertos. Además de las ventas, la receptividad de la crítica ha sido para mí algo fascinante: el primero es considerado ya un clásico del género en América Latina y se incluye en los planes de estudio de unas cuantas universidades de Europa, América y Estados Unidos; y la segunda, la novela, ha sido mencionada por numerosos críticos como una de las grandes novelas de lengua española con el tema del dictador y ha cosechado elogios encendidos desde lectores simples hasta los premios Nobel Mario Vargas Llosa y Hertha Müller.

 

¿En qué géneros periodísticos y literarios te sientes más cómodo y a qué lo atribuyes?

Es curioso que lo preguntes porque jamás me he preguntado algo así. Simplemente me viene el tema y me siento a escribir y después es que me doy cuenta que he elegido tal o cual género. Pero quizás sea la novela, en literatura, y el Artículo de Fondo, en Periodismo. Me encanta el cuento, pero te confieso que no soy nada prolífico, más bien soy haragán en ese género, pues en los últimos seis años solamente he escrito seis cuentos, uno cada año.

 

¿Se leen tus libros en Cuba, se consiguen ahí?

Las dictaduras suelen ser estúpidas por soberbia. Cuando yo era un “niño bueno” en Cuba, mis libros tenían público, sí, pero por el simple hecho de que el pueblo de Cuba es un pueblo lector y a veces no tienen qué comer pero se compran libros. Y mis libros, además, eran leídos por mis colegas. Pero cuando empezó a ser conocido que se habían prohibido mis libros, que sobre mis obras pesaba la censura e incluso desde que en un programa televisivo el mismísimo Fidel Castro habló horrores sobre mi libro Habana Babilonia y nos tildó despectivamente de “jineterólogos” (especialistas en Jineteras) a mí y a una periodista cubana exiliada que me había entrevistado sobre ese tema, todo el pueblo se lanzó a buscar copias clandestinas de ese libro y, aunque suene feo que yo lo diga, eso me convirtió en un mito. Todavía hoy, a pesar de los años que han pasado, me llegan historias hermosísimas desde Cuba de cómo la gente se las inventa para leer mis libros publicados fuera de la isla, en copias clandestinas que algunos cubanos entran al país o en versiones digitales de varios de mis libros más importantes. La censura sigue pesando sobre mí: por ejemplo, algunos colegas que han preparado antologías donde han incluido alguno de mis cuentos han tenido que luchar mucho para que se publiquen simplemente porque los comisarios de la cultura ven mal que se publique en la isla algo de un “exiliado enemigo” (así llaman a los que, como yo, insisten en criticar el desastre que hoy asola la sociedad cubana). Pero esa satanización, repito, me ha favorecido: antes me leían sólo los del gremio y algunos lectores, hoy miles  de cubanos persiguen mis libros y los leen aunque sea a escondidas.

 

¿Puedes regresar libremente a tu país? ¿Lo harías ahora que has tenido tanto roce internacional?

Ya te comentaba antes que existen listas negras de cubanos que no se portan bien con el régimen y, por ello, no los dejan entrar al país. Vergonzosamente ya se han dado unos cuantos escándalos debido a que algunos exiliados críticos con el gobierno creen en lo que dicen allá, habilitan su pasaporte con un sello que supuestamente les permite entrar y salir del país libremente, y cuando llegan al aeropuerto en Cuba se les comunica que no tienen derecho a entrar. Yo, por un problema de principios, he dicho que regresaré a Cuba cuando el trámite sea el mismo que en otros países. No tengo que pedirle permiso a nadie para entrar a mi país, aunque ahora mismo sea un país que ellos se han apropiado como si fuera su granja personal. Es posible, como me dijo un colega cubano hace poco, que mi obra viaje a Cuba antes que yo y que en algún momento mis libros se publiquen allá, pero eso sucederá solamente cuando nada político empañe la publicación de mi libro. Por ejemplo, yo no podría dormir con la conciencia tranquila sabiendo que mientras yo disfruto de la publicación de algún libro mío allá se está reprimiendo a algunos colegas míos, como Rafael Vilches o Ángel Santiesteban (echado de su trabajo uno y preso el otro), para citar sólo los casos de dos amigos escritores. Tal cual lo veo, el lector cubano tendrá que leerme en copias clandestinas por un buen tiempo, aunque eso coloque a mi lector natural, mi pueblo, en una posición desventajosa en relación con esos miles de lectores que, por suerte, tengo en muchas partes del mundo y que pueden comprar mis libros con facilidad.

 

Explícanos brevemente la génesis de la investigación y escritura de ese voluminoso libro que resultó ser: Hugo Spadafora. Bajo la piel del hombre, publicado en noviembre de 2013 por el sello Aguilar, del grupo editorial Santillana (684 págs. en formato grande), y presentado ese mes en Panamá, país de donde era oriundo el célebre médico-guerrillero. En este sentido, la pregunta de cajón sería: ¿Por qué lo escribes tú, y no un escritor panameño?

Es simple: la familia Spadafora estaba preocupada porque la memoria de Hugo Spadafora se perdiera, hecho que sucedía y sucede cada vez más en las nuevas generaciones, y pensaron en la necesidad de que existiera un corpus general, una especie de columna vertebral para que cualquier panameño pudiera reconstruir la vida de Hugo. Pensaron que lo mejor sería una biografía y comenzaron a proponerles la idea a varios escritores panameños, entre ellos, por citar sólo un nombre, a Rosa María Britton. Por diversas razones ninguno aceptó. Y eso hizo reflexionar a la familia: que un panameño escribiera un libro sobre Hugo corría el peligro de parcialización del tema, en cualquiera de las aristas de la compleja y polémica vida de Hugo. Pensaron que sería mejor buscar entonces a un escritor de otro país, con experiencia como escritor, que tuviera los instrumentos para hacer una investigación a fondo sobre la vida de Hugo y, además, que conociera algo del tema. Por esos días, la señora Stella Mejía de Spadafora, gestora de esta idea, leyó la novela testimonial El olvido que seremos, del colombiano Héctor Abad Faciolince, un hermoso libro donde curiosamente él cuenta la vida y muerte de su padre, el médico y líder social Héctor Abad. Decidieron escribirle a Héctor y éste dijo que no estaba en condiciones de asumir algo de tal envergadura pero que conocía a la persona ideal, un escritor cubano de prestigio internacional, que tenía varias investigaciones sobre el tema de la droga en América Latina, que había escrito varias novelas históricas y que, además, era periodista y conocía los procedimientos necesarios para una investigación como la que ese libro requería. Y ahí entré yo en escena.

 

¿Conociste personalmente a Hugo Spadafora, sabías algo sobre su vida, sus ideales y muerte antes de emprender tan ambicioso proyecto?

Conocía a Hugo Spadafora sólo de referencia. Primero, había leído su nombre en algunos libros de testimonio que sobre el período de la lucha sandinista escribieron militares cubanos que habían participado en la guerrilla contra Somoza. Luego, a raíz del fusilamiento en 1989, acusado de narcotráfico, de uno de los más queridos generales cubanos, Arnaldo Ochoa, comencé a buscar información sobre el tema de la droga y de los posibles vínculos de Cuba con ese mercado, básicamente porque en aquel juicio que trasmitió la televisión cubana había muchas cosas que me resultaban raras, oscuras, y ya yo comenzaba a abrir los ojos ante ciertas zonas de la política cubana vedadas al pueblo cubano. Pasé años reuniendo escritos de prensa, casi todos publicados fuera de Cuba, algunos libros que me cedían algunas personas catalogadas de “críticos del gobierno”… hasta que, en uno de mis viajes a México a mediados de los 90, tuve acceso a todo el escándalo conocido como Irán-Contras, al juicio de Noriega en Estados Unidos y allí, nuevamente, me topé con el nombre de Hugo Spadafora. Siempre lo vi como una pieza clave en las denuncias internacionales del fenómeno, pero la verdad es que jamás pensé que años después estaría investigando sobre su vida.

 

Sin duda se trata de un libro difícil de clasificar: tiene secuencias narrativas y descriptivas, reflexiones, fragmentos de diálogos, citas largas tomadas de periódicos y libros… Gran parte parece relatada por un narrador omnisciente (que es donde haces uso del gran caudal de información que fuiste recabando, y además, a tu modo interpretas), mientras que otras se leen como una especie de autobiografía escrita por el mismo Spadafora. ¿Podría decirse entonces que es una biografía novelada, más que una novela biográfica?

Vivimos en un momento en que los límites de los géneros, por suerte, no son tan rígidos como en otras épocas. Hoy, por ejemplo, un historiador acepta un libro como este, pero en décadas anteriores lo vería como una herejía contra la “pureza y objetividad” de una biografía. Y esas dos variantes: biografía novelada o novela biográfica, cada día pierden más sus límites. Lo importante es que los protagonistas que ya han leído el libro me han escrito agradeciendo la fidelidad con la que he contado los hechos, pues todo lo que está en el libro está basada en versiones verificadas y contrastadas de al menos 3 personas. La hechura es otra cosa. Lo mismo se dijo de mi libro Habana Babilonia, una obra que tiene ensayos, viñetas, entrevistas clásicas, artículos, citas bíblicas, historias verídicas contadas con técnicas del cuento o de la novela… y creo que ese es el género del futuro: una obra donde todos esos estratos “metodológicos” se rompan y comuniquen, den vida a lo que se cuenta. Igual que en el periodismo hoy se difuminan los géneros, sucede en la literatura, en la historia, en la vida… Eso de los géneros va quedando cada vez reducido a un muy pequeño sector de cerebros especializados en análisis posteriores a la creación. Lo que importa es que el lector sienta que el texto se le mete dentro y le cuenta algo, tal como quizás pudo suceder en la realidad.

 

Narrar la última parte, referente a la decapitación de Hugo, debe haber sido una decisión difícil. Usas un poco el método de la tragedia griega, obras aquellas en donde nunca ocurre una muerte en escena, frente al público. Son los mensajeros los que traen las noticias ominosas…

Totalmente cierto… Pero tuve más en mente la tesis de un maestro del horror: Hitchcock, cuando decía que más impactante y efectivo dramáticamente es visualizar el peligro de un cuchillo que se alza contra una persona que mostrar el momento en que el cuchillo se hunde en la carne. Y lo hice con todo propósito: la prensa panameña y centroamericana se cebó en lo macabro de la muerte de Hugo Spadafora, ya sabes, ese morbo que despierta el mal cuando le ocurre a otra persona. Y te confieso que me avergoncé mucho de mis colegas periodistas cuando vi aquellos periódicos reproduciendo el cuerpo decapitado, desnudo, o las fotos donde mostraban el trozo de cuello desgarrado por las cortaduras. No quise seguir por ese cauce profesionalmente vergonzoso y no olvidé nunca que Afrique Marie, la hija de Hugo Spadafora, me hizo el cuento de cómo a ella, más de una vez le dijeron: “ah, tú eres la hija del que le arrancaron la cabeza”. Lo importante, como debieron saber entonces los periodistas, no era la forma animal en que lo decapitaron, era todo lo que aquella muerte anunciaba.

 

Sin embargo, hay un momento en que asumes un poco la conciencia de Hugo apagándose  en el instante de su muerte, entrando en un vacío, y luego en una especie de luminosidad. Es una licencia que te das. ¿Sugieres un espacio ultraterreno digno, o son ideas mías?

Soy cristiano y creo absolutamente en la vida después de la muerte. Pero en realidad en esa escena no sugiero nada ultraterreno, me refiero a algo que fue propósito del libro: aunque esté muerto, la memoria de Hugo Spadafora está viva, su permanencia está garantizada. Eso es lo que quiero decir con esa última escena: que tanto él, como su padre Melo, vivieron sus vidas con una intensidad y un sentido de la vida que les permitió sobrepasar los límites de la carnalidad que entendemos como vida. Ninguno de los dos creía en Dios y eso hace más importante su legado: ellos apostaban a la permanencia de los principios y de las ideas justas, y eso es lo que cuenta. Como detalle curioso debo decir que esa escena, y la que arranca el libro, es lo que el propio Hugo le contó a algunos de sus familiares alguna que otra vez en que salió el tema de qué podría pensar una persona en el último momento de su vida. Eso que está ahí es lo que Hugo Spadafora dijo que seguramente serían sus últimos pensamientos.

 

Me llama la atención el hecho de que la última esposa de Hugo, la tica Arianne, casi no participa de la historia, y muy poco al final tras la tragedia familiar que les representa su muerte. ¿Hay alguna razón para esto? ¿Hablaste con ella al respecto? En cambio la madre de ésta tiene más protagonismo, acaso por sus dones parasicológicos, que sólo nos son revelados al final, su clarividencia que se proyecta hacia Hugo; al igual que Don Melo el padre de Hugo participa mucho desde el aspecto emotivo, al grado de provocarle pocos meses después su propia muerte.

Es lógico que así sea. Aunque fue una relación muy hermosa, muy intensa, te recuerdo que Hugo Spadafora y Arianne vivieron juntos apenas cuatro años (entre el 6 de julio de 1981 al 15 de septiembre del 85) y en esos años él pasaba meses enteros con los guerrilleros en Nicaragua o viajando a Panamá y otros países, de modo que, como ella misma me dijo en la larga entrevista que me concedió en su casa de Costa Rica, su tiempo de relación real fue poco más de dos años. La madre, sin embargo, tuvo un acercamiento a Hugo en un aspecto menos carnal, que me interesaba remarcar: el del hombre cargado de espiritualidad, que se sentía unido a ciertas personas a través de esos hilos secretos que tejen los espíritus comunicados por leyes todavía no descifradas; un hombre que investigaba tanto los poderes del cerebro humano que pasaba horas enteras conversando con aquella mujer de esos temas que muy pocas personas sabían eran interés de Spadafora. Y, claro está, como tú bien sabes porque también eres escritor, esos aspectos resultan muy novelables, muy ricos para profundizar y complejizar en la psicología de un personaje.

 

Si no es indiscreción, ¿la familia o la editorial te pidieron hacer cambios o ajustes o añadidos en el libro una vez terminado y antes de publicarse la versión que conocemos? Es algo bastante normal, que suele ocurrir en el mundo real, pero de lo cual no suele enterarse el lector, ni tiene por qué.

Desde el inicio le dije a la familia Spadafora que yo no iba a escribir el libro “de la familia Spadafora”, que yo iba a escribir “el libro de Hugo” y les dije que incluso lo que ellos me contaran sería sometido a contrastación con otras fuentes. Y en honor a la verdad, me siento muy orgulloso de la honestidad y la humildad con la que ellos asumieron todo este asunto, sabiendo que la complejidad de la vida de Spadafora podía llevarme a sitios oscuros de su vida. Jamás me pidieron quitar nada y sus aportes al libro, esenciales, fueron aclarando algunas frases, algunas escenas, e incluso detalles como la ropa que usaba, una marca de auto, cosas por ese estilo. En la editorial conté con un editor excelente: el periodista tico Carlos Porras, de indudable ayuda en la verificación y ampliación de algunos detalles de la vida de Spadafora en Costa Rica y su relación con la vida política y personajes de la época.

 

Desde el punto de vista de la realidad histórica, los sandinistas ortodoxos, con el autócrata de Daniel Ortega y su mujer a la cabeza, siguen al frente de Nicaragua, y todo parece indicar que van para largo. Noriega fue derrocado por la invasión norteamericana a Panamá que tantos muertos nos costó, y ha estado preso en tres países, incluido Panamá, donde sigue recluido y sin soltar prenda sobre la muerte de Spadafora. A tu juicio, ¿valió la pena la innegable heroicidad de Hugo, su ingenuidad política y su desaforada valentía teniendo familia y sabiendo que lo iban a matar?

Sin la muerte de Hugo, sin duda alguna, Panamá no sería lo que hoy es. Su muerte despertó la conciencia dormida de todo el país. Y todo lo que vino después en materia política, de movimientos sociales y de masa, de luchas por la libertad, no hubieran sucedido sin esa muerte. Él lo sabía y lo dijo: que Noriega no lo mataría porque sería su ruina. Y no se equivocó. Esa es la mayor vigencia de su sacrificio: la democracia en Panamá, ahora mismo, tiene una deuda enorme con Hugo Spadafora, entre otras cosas porque en el pensamiento político de Hugo, en los análisis que en aquellos años él hizo sobre Panamá, están las claves que pueden llevar a los políticos de hoy a una gestión mejor, más democrática, justa y efectiva de los destinos del país.

 

¿Has recibido comentarios, buenos, malos o mezclados, acerca de este voluminoso libro?

Malos, ninguno. Buenos, en aluvión. Los co-protagonistas, esas personas que aparecen en el libro, me han escrito hermosas cartas agradeciendo que haya rescatado de un modo tan vivo y real la memoria de Hugo, la crítica de los periodistas y colegas escritores que lo han leído es también asombrosamente buena. Y la única crítica “contraria”, si puede llamarse así pues ha sido más bien un lamento, está referida a las pocas fotos que se incluyen en el libro. Pero esa fue decisión muy dura que tuvimos que tomar: sacrificar las fotos, que teníamos muchas, para priorizar la historia narrada. De todos modos, esas fotos que debían estar en el libro pueden verse en el sitio web hugospadafora.org, que también preparé yo junto a la familia Spadafora.

 

¿Antes de la presentación del libro en Panamá, ¿habías estado aquí? ¿Conoces algo de literatura panameña?

Una de las anécdotas más lindas del proceso de investigación tiene que ver con eso: cuando fui a entrevistar a Guillermo Sánchez Borbón y le dije que yo había leído en Cuba varios de sus libros, Guillermo se quedó boquiabierto. No podía imaginar que su obra fuera conocida en Cuba. Quizás el país donde más se conozca de la literatura panameña sea Cuba: allá, en ediciones cubanas realizadas por diversas instituciones, entre ellas la Casa de las Américas, yo pude leer a Tristán Solarte (Sánchez Borbón), Ricardo Miró, Antonio Icaza, Rogelio Sinán, José de Jesús Martínez, por sólo mencionar a algunos. Ya fuera de Cuba pude leer parte de tu obra, o la obra de mi amigo y vecino en Berlín Luis Pulido Ritter y, más recientemente, la escrita por los más jóvenes, como Carlos Wynter y Annabel Miguelena.

 

Santillana siempre se jacta de su distribución internacional pero a menudo no cumple, se limita al país del autor o donde vive, y al país del que trata el libro, si fuera el caso. Te lo digo por experiencia propia con Alfaguara. ¿Sabes si tu libro está realmente a la venta en otros países?

En mi caso, Santillana ha actuado con total transparencia: aunque le cedí los derechos de distribución mundial del libro, desde antes de firmar contrato me comentaron que esa decisión, y todavía más en el caso de un libro como el mío, dependía de que otras filiales quisieran asumir el libro. Y es lógico que así sea: como editor que también soy busco siempre entender la posición del editor que publica mis libros, teniendo en cuenta que un escritor ve su libro con una mirada que va más allá de la lógica del mercado. Y lamentablemente, en el caso de este libro, la lógica indica que puede tener éxito de distribución en Centroamérica (básicamente, Panamá, Costa Rica y Nicaragua), pero que distribuirlo en, por ejemplo, Argentina o Chile, dos países con alto nivel de lectura en América, sería un riesgo apuntando a pérdida económica. Por eso para mí es normal que sean los editores de Santillana en esos países quienes decidan si vale la pena o no distribuirlo allá. No digo que ello suceda con todos los libros, pero es algo importante que los escritores solemos olvidar y que a mí, por ejemplo, me ha sucedido ya con Planeta: las grandes editoriales necesitan operar con un margen de independencia regional, es decir, cada región debe estudiar qué libros o no vender y se ha establecido una norma de independencia de decisión en ese sentido. No sé en Santillana, pero en Planeta funciona así: si eres panameño, te distribuyen en Panamá y, si tu libro se vende bien, alcanza resonancia, entonces se propone a las otras filiales. Y hasta eso lo veo lógico: si un autor no vende bien en su país, donde es conocido y tiene lectores “cautivos”, nada garantiza que vender el libro en otro país no sea un descalabro financiero. En eso los escritores quisiéramos que las editoriales asumieran mayor riesgo, es cierto, pero también el sentido común me obliga a recordar que el dinero lo están poniendo ellos y serán ellos quienes perderán más si mi libro fracasa.

 

¿Se puede saber qué escribes ahora, en qué proyectos andas metido?

No me gusta hablar de lo que escribo hasta tanto no lo tenga terminado porque cuando lo he hecho antes el proyecto se me ha truncado de un modo casi mágico. Sólo puedo decirte que trabajo en una novela sobre la migración cubana en Alemania, que estoy preparando para una importante editorial española un libro con entrevistas a escritores de mi generación que hoy están a la cabeza de las letras latinoamericanas, y que mi mayor tiempo lo dedico a OtroLunes-Revista Hispanoamericana de Cultura, que lleva ya más de 30 números desde que la fundé en el 2007.

 

¿Cómo ves la actual literatura latinoamericana, qué autores te parecen más descollantes por su talento artístico?

Esa pregunta siempre es una trampa porque te hace cometer olvidos imperdonables y, además, porque los juicios de valor de una persona no significan nada cuando se trata de un fenómeno tan amplio. Esos olvidos suelen ser aún más injustos cuando, como en mi caso, se es amigo de muchos de los protagonistas de esa literatura. La literatura latinoamericana de hoy es fuertísima, múltiple y, sobre todo, con aportaciones de varias generaciones de escritores; un abanico que es cada día más amplio gracias a esas tecnologías que permiten que cualquier improvisado se crea escritor y publique sus libros-engendros, sí, pero también permiten que conozcamos talentos genuinos, a quienes antes ninguna editorial publicaría por entender que sus obras no eran comercializables. Me encanta la diversidad de nuestras letras, sobre todo más ahora que conozco la monotonía ramplona de algunas literaturas europeas. Los latinoamericanos tenemos la más rica fuente de temas para escribir: nuestras convulsas, vergonzosas y jodidas realidades sociales. Y yo creo que lo estamos haciendo bien.