Las amputaciones de una vida

Publicado por Amir Valle | Publicado en De Literatura | Publicado el 13-03-2013

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Sobre la novela Habana-Madrid,
de Rodolfo Pérez Valero

 

Recuerdo a mi madre regalándome la novela No es tiempo de ceremonias, de Rodolfo Pérez Valero. Y así como a ella y a mi padre, maestros, debo el hábito temprano de la lectura, costumbre enfermiza que no he podido (ni querido) erradicar, también fue ella la culpable de que durante varios años compitiéramos por comprar y armar una inmensa biblioteca familiar con buena parte de la inmensa cantidad de títulos policíacos que se publicaban en Cuba en las décadas del 70 y el 80.

También fue ella la primera que, abrumada ante la cantidad de porquería que se publicaba en ese género, comenzó a ayudarme a discriminar: “esto es basura”, decía, o “esto sí vale la pena, léelo”. Y recuerdo que entre sus títulos preferidos estaban Joy, de Daniel Chavarría, Con el rostro en la sombra, de Ignacio Cárdenas Acuña, Y si muero mañana, de Luis Rogelio Nogueras y La red y el tridente, de Gregorio Ortega, libros que me recomendó porque, y estas fueron más o menos sus palabras, “te ayudarán como escritor”, empeñada en demostrarme que la policíaca no era, como me había dicho un asesor literario entonces, “literatura menor”. Confieso que de todos aquellos libros policíacos que leí sólo me impactaron como escritor la novela Con el rostro en la sombra, de Ignacio Cárdenas Acuña y el lenguaje marginal que utilizó Justo Vasco en alguna de sus novelas escritas en binomio con Daniel Chavarría.

Pero la historia que da pie a este artículo comienza un seis de enero de inicios de los 80, porque cada seis de enero, en mi cumpleaños, mi madre solía acompañar un regalo con un libro. Y recuerdo bien que ese año, junto a una pequeña cámara fotográfica rusa Smena me entregó el libro No es tiempo de ceremonias, una de las novelas más vendidas en el país por esos años.

Años después la vida me permitió conocer personalmente al autor de aquella novela y compartir escenarios literarios y amistad. Y sentí una paz muy grande en mi interior cuando escuché a Pérez Valero decir que si bien era cierto que esa novela lo había convertido en un autor muy buscado por los lectores en Cuba, y a pesar de que sentía un cariño especial por casi todo lo que la rodeó literaria y extraliterariamente, creía que era una obra defectuosa, como casi todas las primeras obras de un escritor. La paz vino a mi cuerpo, repito, porque aunque disfruté la lectura de aquella novela, hubo en ella cosas que no me gustaron, literariamente hablando y que, por suerte, vi resueltas en Confrontación y en El misterio de las cuevas del pirata, las dos novelas de este escritor que leí tiempo después.

Cuando hace poco tiempo cayeron en mis manos los cuentos reunidos en Un hombre toca a la puerta bajo la lluvia coincidí absolutamente con Paco Ignacio Taibo II cuando dijo que Rodolfo Pérez Valero era el gran cuentista del neopolicial latinoamericano. Y es que hay en ese libro una maestría única, un sello personal muy visible y piezas que pueden ser incluidas fácilmente en cualquier antología del cuento, ése que se promociona sin etiquetas clasificatorias: “Dioses y orishas”, “Querido subcomandante Marcos” o “Descanse en paz, Ágatha Christie”.

Pero fue al leer su más reciente novela Habana-Madrid, ganadora del Concurso Internacional de Novela “Voces del Chamamé”, convocado en Asturias, cuando tuve la certeza de que Pérez Valero había alcanzado ya esa cima desde la cual un escritor es capaz de escribir bien, con madurez de autor consagrado, sea cual sea el género en el que lo haga.

No es fácil ya escribir una novela que refleje un triángulo amoroso sin caer en la reiteración de todos los elementos que rodean a esta forma tan común de la infidelidad sentimental. No es fácil tampoco escribir sobre la compleja realidad social y política cubana sin caer en los clichés que hacen ya aburrida y gastada la literatura escrita con esa problemática. Y todavía es menos fácil lograr que resulte aportadora la clásica historia entre hombre mayor-mujer menor (entre otras cosas porque Nabokov subió demasiado el listón con su inolvidable Lolita y desde entonces bastante se ha martillado sobre el tema).

Y ese es uno de los méritos de esta novela de Pérez Valero: convertir asuntos que en apariencia son intrascendentales, anodinos, en un material literario perdurable y, sobre todo, en una propuesta de reflexiones sobre la más cotidiana realidad de Cuba, el modo de amar de los cubanos y todas las implicaciones que a esa realidad y a ese modo de amar insufla el entorno exterior del acontecer político.

No asistimos solamente en esta novela a los triángulos amorosos que establece primero el personaje principal con su esposa Estela y con la joven Sara, y que después se traslada a la relación con Sara y un antiguo amor: Betty. Asistimos a un mundo de choques vitales donde por encima de esos triángulos lo importante será la confrontación de las psicologías de cada punta de ese triángulo, en especial en la manifestación de su dualidad psicología individual y psicología pública. De modo más directo: en el primer triángulo, el personaje principal, un funcionario aplastado por la grisura de sus miedos y sus indecisiones oportunistas amará no sólo el cuerpo físico de Sara, una joven rebelde, inconforme y extremista sino también lo que encarna de lo que debería ser el verdadero revolucionario (todo lo que el personaje principal hubiera querido ser cuando creía en la pureza de la Revolución que ya sabe falsa y sin brillo), y decide separarse de la que ha sido su esposa y madre de su hijo Jorge, a quien no ha amado sólo por la pasión del amor sino por lo que ella representa en ese modelo tradicional de paz familiar que la sociedad anterior a la sociedad revolucionaria le ha inculcado. De ese mismo modo, en el segundo triángulo: detestará a Sara, convertida ya en su pareja fija, porque ella representa una resistencia ciega, tozuda y a veces irracional y suicida en medio del proceso social en que viven dispuesta a no hundirse en el fracaso conformista en el cual él y el resto de la sociedad se consume, en una sucesión bochornosa de amputaciones a sus propias vidas, limitándose a masticar en silencio la derrota, el aplastamiento de los sueños; y amará en Betty, la funcionaria exitosa con una también exitosa hija bailarina, todo el arresto, la fuerza, la inteligencia que ella tiene de moverse como un pez en el agua en medio de la doble moral que habitan, arreglándoselas siempre para que, tras el fracaso de su matrimonio, la vida la lleve por caminos de prosperidad económica y profesional: entretanto él debe conformarse a seguir siendo un peón en manos de sus jefes, incapaz de negociar siquiera, apelando a las mismas suciedades y trampas que los otros emplean, aquellas cuestiones vitales incluso para su propio desempeño profesional ypersonal.

La cotidianidad de estos años: período especial, apagones, falsas limpiezas de la corrupción administrativa, despunte de la prostitución, supervivencia a costa del mercado negro, consignismos políticos para tapar con un dedo la inocultable mancha en el sol, son en esta novela tan protagonistas como el personaje principal, pero aparecen siempre como telón de fondo a los problemas entre las parejas. Y he ahí otro gran mérito. Habana-Madrid es una novela donde es imposible encontrar eso que la crítica estableció como “antiteque” (es decir, colar dentro de una obra críticas a los desastres de la gestión política que el “teque” promocionaba) y sin embargo hay una poderosa crítica que descubrimos cuando nos damos de cara con la mayor verdad de estas vidas: tanto el gris personaje principal, como Sara, como Estela, como el primo Enrique de misión en Venezuela, como Betty y su hija Indira, como el Bebo y sus amigas, como su hijo Jorge, o como cualquiera de los altos funcionarios del Ministerio de la Industria Ligera donde trabaja el protagonista, todos, tienen el destino bajo la bota invisible pero asfixiante de los dictados de la Revolución. No hay escapatoria para sus vidas. Ni siquiera esa rebeldía que ve en su hijo Jorge sirve para nada ante la fuerza descomunal que gravita politizándolo, envenenándolo todo con su inmensa carga de doble moral. Excepto esa solución que elije una de las caras del último triángulo, Betty: emigrar, preparando cuidadosa y largamente el camino hacia una Barcelona entonces tan próspera como esa Madrid a la que viajará nuestro protagonista por razones de trabajo, justo en un momento crítico con la otra cara de ese triángulo, Sara, para verse enfrentado a la decisión más común de todos los cubanos que lograban salir de la isla cuando el proceso de salida y entrada estaba más regulado que hoy: quedarse en el exilio o regresar al país.

Otro mérito indudable de la novela es la elección de narrador y del punto de vista, coincidentes en una primera persona equisciente (el narrador sabe tanto como sabe el personaje, ni más ni menos), lo cual concede a la novela un muy válido tono testimonial que sentimos muy cercano, muy coloquial, muy fluido, y que permite ir desgranando la historia con todos sus matices de intriga, suspenso y las desconfianzas propias del personaje principal, sumando al lector en esas intrigas, esos suspensos y esas desconfianzas y miedos, sin que encuentre otra solución posible que esperar a ver qué pasa, cómo se desenvuelve la trama, cómo termina ese conflicto.

Bien construida, de trama interesante, de fenoménicas sociales que entran a escena disipadas bajo el filtro de las relaciones amorosas entre los personajes, creíbles, sólidos y psicológicamente bien estructurados, Habana-Madrid es una de esas novelas que quedarán en las letras cubanas, no lo dudo, entre otras muchas cosas por habernos dado una lección de cómo, desde la simpleza de esas monotonías que vivimos día a día, puede echarse una mirada, profunda, seria y crítica a esa otra Historia con mayúsculas que, para qué negarnos, también nos habita.

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