Por Waldo (González López) y con Waldo, a sus 70 años
Publicado por Amir Valle | Publicado en De Literatura | Publicado el 10-01-2016
Hace ya casi 30 años, en el verano de 1987, pude conocer a un escritor del que ya en ese entonces había escuchado hablar bastante: Waldo González López. A partir de ese momento comencé a recordarlo como el culpable de que se cumpliera mi sueño de publicar en una revista que, por ese entonces, estaba entre las más leídas por los cubanos, la revista Muchachas, donde Waldo (como supe mucho tiempo después) tuvo que luchar para que se publicara la que sería mi primera incursión crítica sobre la realidad cubana a través de la literatura: mi cuento «Cambiar». Por aquellos días, lo sé, tampoco me habría importado mucho que un escritor a quien sólo conocía de oídas hubiera tenido que romperse el pellejo y meterse en líos por publicar el cuentecillo de un joven escritorzuelo guajiro de 20 años que había tenido la osadía de lanzarse a escribir una historia contra uno de los puntales ideológicos de la «Revolución» Cubana: la falsedad y la doble moral ideológica de la Unión de Jóvenes Comunistas. Y es que para mí fue tan importante ver mi cuento impreso en aquellas páginas que, aunque hubiera sabido los muros que tuvo que saltar el pobre Waldo, a causa de mi inmadurez y mi ingenuidad política, no habría sido capaz de entender el peligro que su defensa podría significar para su carrera profesional.
Hasta ese momento, transcurridos apenas un año desde que llegara a La Habana para continuar mis estudios de Periodismo, era yo solamente un premiado escritor de provincias (había ganado en Santiago de Cuba todos los premios, publicado en todos los boletines provinciales, creado un grupo literario –los Seis del Ochenta, al que pertenecieron Alberto Garrido, José Mariano Torralbas y José Manuel Poveda Ruiz, por mencionar sólo a los que luego destacarían a nivel nacional–, y en 1986 había obtenido mi primer galardón nacional, el Premio 13 de Marzo de Cuento, de la Universidad de La Habana, que por ese tiempo todavía se consideraba un premio importante; prestigio que desaparecería unos pocos años después). Eso sí, el guajirito nacido en Guantánamo y criado en Santiago llegó decidido a comerse la capital, literariamente hablando. Y alcanzado este punto es importante que diga algo que, lamentablemente, algunos malagradecidos han olvidado: Waldo González López, a través de su labor antologadora y como promotor cultural, era ya en esos años (y lo es hasta hoy) uno de los escasos responsables de que se conociera a nivel nacional la obra de muchos escritores que hoy conforman eso que llamamos «las letras cubanas». Aunque sé que no lo hizo para que se lo reconocieran, creo que aún no se le ha reconocido a Waldo su notable labor en descubrir, publicar y promover buena parte de muchos de esos nombres que hoy son referencia en la literatura cubana, y que no se le ha dado el valor que se le ha otorgado a otros indiscutibles promotores de las nuevas generaciones, como Salvador Redonet, Eduardo Heras León o Madeline Cámara, por sólo citar a quienes más de cerca conozco.
Además de su indetenible labor escritural y promocional, numerosos encuentros a lo largo de mis casi 30 años de carrera literaria en Cuba, forjaron entre Waldo González López (su inseparable Mayra) y yo, unos lazos que pueden considerarse familiares (de ahí que en sus mensajes siempre me escriba «mi hermanito menor»), y podría hacer extenso este texto, que prefiero sea breve, contando muchas de esas anécdotas de complicidad vividas en las Ferias Internacionales del Libro en La Habana o en algunos otros eventos en provincias. En todos esos encuentros, sin que hiciera alardes de valentía, Waldo demostró su fidelidad ciega a los amigos, incluso aunque fuera (como en mi caso) amigos sobre quienes pesaba la filosa y peligrosa espada de la denigración oficial.
Para ilustrar, prefiero referirme a un suceso en el cual Waldo y su esposa Mayra estuvieron a mi lado en todo momento, sin miedos, sin dudas: los 4 años (2001 a 2005) durante los cuales Fidel Castro en persona autorizó al Ministerio de Cultura que Patricia Gutiérrez Menoyo, hija del Comandante Eloy Gutiérrez Menoyo, fuera invitada a las Ferias Internacionales del Libro en La Habana, a presentar libros de su proyecto Colección Cultura Cubana.
Creo necesario aclarar tres detalles: primero, que me honra aún decir que fui el Coordinador-Editor General en Cuba de esa Colección, que publicó 30 títulos de autores cubanos de la isla y el exilio (24 de ellos seleccionados directamente por mí), y que debo esa responsabilidad a la elogiosa presentación que sobre mi le hiciera a Patricia otro gran amigo, Francisco (Paquito) González Casanova, por entonces vicepresidente de la Cámara Cubana del Libro, en la Feria del Libro del 2001; segundo, que a pesar de que (como muchos otros proyectos culturales cubanos que aquí podría mencionar) la Colección Cultura Cubana fue vergonzosamente incomprendida y atacada por tirios y troyanos, se trataba de un proyecto cultural ambicioso y sincero, financiado con los ingresos personales de Patricia, que fracasó por culpa precisamente de esa incapacidad de los intelectuales cubanos de la isla y el exilio de ver más allá de nuestras narices y prejuicios, limitándonos a mirar fascinados nuestro hermoso ombligo; y tercero, como luego algunos funcionarios culturales hicieron saber, lo que motivó mayormente la aprobación de aquellas presentaciones (boicoteadas y muy monitoreadas por la policía política, como bien se sabe) fue la estrategia de Fidel Castro de demostrar a la intelectualidad de izquierda mundial que eran un invento los cruentos y continuos ataques que Cuba recibía por su política represora y censora, demostrada en la fuerza que tomaron entre el 2000 y hasta el 2003 las denuncias de la prensa independiente en la isla: fue esa permisión a «la hija de Gutiérrez Menoyo» parte de los primeros pasos de «lavado de cara» que dio el gobierno con la nueva estrategia de «tender puentes» (a los escritores cubanos emigrados que no se habían pronunciado contra la Revolución, a ciertos proyectos culturales europeos que podían convertirse en promotores de la Revolución sin darse cuenta, a recuperar el apoyo perdido de grupos importantes de la intelectualidad de izquierda en Estados Unidos, América Latina y Europa, etc.); lavado de cara que, como diría el propio Fidel Castro por esos días, había envalentonado a los «periodistas mercenarios del imperio» en Cuba, obligándolo a encerrarlos en eso que conocemos como «Primavera Negra del 2003».
¿A qué viene toda esta aparente digresión? Simple: me sirve para decir que en medio de ese ambiente enrarecido, de esa atmósfera cargada de opresión a punto de estallar, de ese ámbito de ataques y dudas malintencionadas en torno a las actividades de la Colección de Cultura Cubana, Waldo González López (y su esposa Mayra) fueron de los pocos escritores, periodistas e intelectuales cubanos que nos apoyaron y estuvieron todo el tiempo junto a nosotros en medio de esas difíciles turbonadas. Sobra decir (pero lo digo) que fue en esos años, al convertirme en un apestado social, cuando conocí la verdadera y vergonzante cara de muchos colegas, supe quiénes eran en verdad amigos, vi caerse las máscaras de muchos que se parangonaban de su valentía y constaté el falso y oportunista espíritu contestatario de otros.
Waldo llega a sus 70 años y creo que se ha ganado de sobra ponerse a descansar de tanto trajín disfrutando el cariño de su familia (he visto fotos hermosas donde se le ve convertido en un chocho y babeante abuelito), pero él sigue ahí, investigando, colaborando en muchos proyectos (y, que conste, haciéndolo muchas veces gratis en un país donde hay que pagar hasta el aire). Pero ese, el trabajador, el incansable, el inconforme curioso, es el Waldo que conservo en mi memoria desde que nos conocimos hace ya casi 30 años. Recuerdo que en la última visita que hice a su apartamento en el edificio de Infanta y Manglar, me comentó su ahogo con la situación en Cuba, los miedos que sentían él y Mayra de lo que esperaba a su hijo en el exilio (había emigrado recientemente), y su dolor al tener que reconocer que sus días cubanos ya no tenían sentido.
Nuestro último encuentro en Cuba fue como jurado del concurso «Vicentina Antuña» en el 2005, en la entonces Provincia Habana (hoy dividida en dos: Artemisa y Mayabeque), y aunque, debido a lo abrupto de mi destierro forzado en octubre de ese año 2005, durante varios años nuestra comunicación se interrumpió, me conmovió mucho que apenas estuvo en Miami me escribiera: «ya llegamos a Miami, hermanito menor, ahora puedo seguir luchando», y confieso que esa fuerza de voluntad me dio envidia, pues él no imagina que justo cuando él escribía esas palabras, atravesaba yo un negro valle de desesperanza con la enfermedad de mi padre en Cuba, a quien no veía desde hacía casi 10 años y ni siquiera podía visitar, por el decreto oficial que aún sobre mí pesa (y que agradezco hoy), que prohíbe mi entrada a Cuba. Sin saberlo él, ahí estaban de nuevo las palabras del amigo trasmitiéndome fe, apoyo, fuerza.
¡Cuídate mucho, hermano mayor, no olvides que muchos aún te necesitamos!
Que bello escrito, propio de la pluma, boligrafo o raton cibernetico de un escritorazo como usted, senor Amir Valle, rindiendo un sencillo y sincere homenaje a quien honor merece, lo que lo honra mucho a usted porque ‘honrar honra» Y yo doy fe de que el protagonist de estas hermosas lineas es tal y como se le retrata de manera tan fehaciente, siempre -por supuesto- junto a su fiel Mayra.
Gracias ,Amir, prmero por recordr los 70 de Waldo el bueno, y me imagino sepas por que…. y segundo, por escribir estas historias que suelen dejarse en el ovlido y que tu rescastas y nos las ofreces y que agradezco y te felicito por hacerlo…Waldo, amigo comun, tb me entrevisto a mi para Bohemia y fuimos amigos y somos y espero que seamos… la suerte, el azar, o quien sabe si eso de que MiAMI Es destino final de muchos cubanos, nos volvio a encontrrar y aqui estamos tratando de pasar lo mas activo que podamos…. y siendo amigos…creo que es algo que no siempre pasa…. asi que gracias por recordar y querer tu hermanito mayor…. un abrazo par ti , para waldo ypor supuesto, para Mayra….
Es cierto lo que dices, Amir. A Waldo nunca se le reconoció, como era justo,la intensa labor promocional que realizó desda las páginas de Muchachas, primero, y de Juventud Rebelde después. Muchos de los escritores (poetas sobre todo) que comenzaron a publicar a finales de los 80 o principios de los 90, les deben la luz de sus primeros textos publicados, en la prensa o en antologías, a esa ingente, y siempre desinteresada, labor divulgativa a la que Waldo se entregó. Un día, en la sala de su casa, me escuchó y comentó 50 de las décimas que conformarían mi primer libro. Atareado como estoy con mi profesión de médico y ajeno a los círculos literarios, yo todavía escribo de vez en cuando, y ello lo debo en gran medida a las estimulantes valoraciones y a la promoción que él hiciera de mis estrofas primigenias. Para Waldo, su esposa Mayra y su hijo Darío Damián, allá en E. U., donde se encuentran y se les sigue queriendo,un abrazo desde Ecuador.
GRACIAS A MI QUERIDO AMIR, COMO A LOS AMIGOS QUE ESCRIBEN, DICIENDOME COSAA QUE ME EMOCIONAN, PORQUE LO QUE HICE EN CADA MOMENTO, LO HICE SIN PENSAR EN EL RECONOCIMIENTO. ABRAZOS A TODOS. WALDO.