Huber Matos: el ogro que nos pintaron

Publicado por Amir Valle | Publicado en Política cubana | Publicado el 07-03-2014

Hubert Matos (Yara, 1918 - Miami, 2014)

Hubert Matos (Yara, 1918 – Miami, 2014)

Huber Matos, uno de los míticos Comandantes que en 1959 encabezaron la Revolución Cubana, uno de los primeros disidentes de ese proceso social y uno de los más respetados líderes de la oposición cubana en el exilio, muere en Miami a los 95 años y, aunque en la isla se ha borrado su nombre de los programas de historia nacional, millones de cubanos que sí conocen ya el verdadero protagonismo que tuvo en los más importantes sucesos históricos del siglo XX cubano, lo han despedido con el mayor honor: la reinscripción de su nombre en el panteón de la Memoria Histórica Popular de Cuba.

Se impone aquí, entonces, una reflexión:

La reescritura de la historia es uno de los procesos más preocupantes en América Latina a la hora de rescatar la memoria cultural, histórica, política y social de la región. Así, por sólo citar dos ejemplos, millones de personas del llamado “mundo democrático” defienden la existencia de un gobierno totalitario con más 50 años en el poder porque “la Revolución Cubana sacó a Cuba del subdesarrollo total en que vivía antes de 1959”; y miran con desconfianza las manifestaciones populares en Venezuela de estos días, diciéndose que debe ser obviamente una confabulación de los fascistas que no quieren el socialismo, porque según esa reescritura de la historia a la que hago referencia, estos 15 años de chavismo “han sacado al país de un desierto de atraso, miseria y subdesarrollo en el que millones de pobres se morían de hambre mientras dos o tres ricos se embolsillaban las riquezas nacionales”.

La historia la escriben los vencedores, es un hecho, pero me resulta curioso que en aquellos países latinoamericanos donde más palpable se hace ese fenómeno es allí donde se han instaurado, por la vía guerrillera o a través de las urnas, gobiernos de tendencia populista. Igual que sucede hoy con Venezuela, en el caso de Cuba, tanto la historiografía oficial como el periodismo ocultan que la isla 1958 estaba a la cabeza de Latinoamérica, e incluso compartía escenario con otras potencias del llamado Primer Mundo, en muchos aspectos del desarrollo socio-económico, incluidas la Salud Pública, la Educación, el transporte y la riqueza per cápita. Esta propaganda negadora de la verdad prioriza la atención en los males sociales que padecíamos: la corrupción política, la existencia de un desequilibrio del desarrollo entre el campo y la ciudad, la injerencia norteamericana en la economía y la política y, nuestro talón de Aquiles, el hecho innegable de ser “el burdel de las Américas” gracias al contubernio entre políticos cubanos y mafiosos nativos o norteamericanos como Meyer Lansky o Lucky Luciano.

El discurso es polarizado: todo lo que existía era malo para el pueblo, todos los políticos querían enriquecerse sin importarles su país, vivíamos en el peor de los infiernos versus todo lo que hemos hecho es lo mejor para el pueblo, todos nuestros políticos son sacrificados hombres que no buscan riquezas sino dar la vida incluso por el país, vivimos en el más perfecto de los paraísos. Y en esa reescritura a conveniencia de la historia, quienes se oponían o se oponen eran (y son) satanizados.

Así fue que los niños cubanos aprendimos que existía un ogro llamado Huber Matos, que su ambición y petulancia era tan descomunal que buscando el poder traicionó al “líder natural del pueblo”: Fidel Castro, y que, para colmo, era el culpable de la muerte en octubre de 1959 del más querido de los Comandantes guerrilleros cubanos: Camilo Cienfuegos, cuya avioneta se perdió en las costas cubanas justamente cuando regresaba de apresar al ogro traidor que se había levantado en armas en Camagüey contra el gobierno encabezado por Fidel Castro y sus invictos barbudos.

Eso nos contaron. Nos enseñaron a odiarle. Recuerdo incluso que, con 9 años, me hicieron participar en un concurso de poesía en la escuela con un tema: la eterna presencia de Camilo y el odio hacia el villano que causó su muerte. Recuerdo a mis padres, luchadores humildes de esa Revolución, repitiéndome varias veces que Huber Matos era un vil traidor, una rata que había abandonado el barco de los humildes para aliarse al imperialismo. Nos dijeron incluso (en otra descomunal mentira que lanzaba sobre él acciones perpetradas por otros) que era el culpable de la muerte de pescadores y habitantes de pequeños pueblos costeros cubanos a quienes él en persona ametrallaba desde su lujoso yate con armas que le había dado el gobierno de Estados Unidos.

Fue, sin embargo, un viejo general retirado, amigo de mi padre, quien por primera vez le dijo a su hija delante de mí que Huber Matos era un gran hombre. Creo recordar que sus palabras se debían a que éramos corresponsales pioneriles y, cumpliendo esa responsabilidad, debíamos escribir para un periódico de pioneros un trabajo sobre los Comandantes de la Revolución y ella, Sofía se llama, había escuchado a su padre muchas veces mencionar a varios Comandantes. Sin embargo, en la lista que nos habían dado en la escuela, sólo aparecían Camilo, Ché, Raúl, Almeida y Ramiro Valdés. Sofía se interesó por esos otros nombres, pues quería hacer un trabajo más completo y el viejo militar mencionó guerrilleros de quienes jamás nos habían hablado en las clases de historia, aunque mi memoria me trae ahora los nombres de William Morgan y Eloy Gutiérrez Menoyo, tal vez porque me llamó la atención que dijera que habían sido los únicos comandantes, además del Ché Guevara, que no eran cubanos. Luego vino la sugerencia: “haz caso de tus maestros y habla sólo de esos que ellos te recomendaron”, pero al referirse a Huber Matos, aunque también dijo que no debía ser incluido en nuestro trabajo, sus palabras fueron exactamente: “sin él nos hubiera sido mucho más difícil derrotar a Batista, pero luego cometió errores” y más adelante, en tono de clara admiración, dijo algo que mucho me llamó la atención: “jamás entendimos cómo un maestro de escuela podía ser tan buen estratega militar”.

Años después, en mi casa de La Habana, el propio Eloy Gutiérrez Menoyo me contaría muchas de las anécdotas sobre la vida de Huber Matos que contradecían el discurso oficial. A pesar de que en aquellas historias yo evidenciaba sus naturales diferencias ideológicas y de concepción de la lucha, Eloy se refirió siempre a él como un líder popular, como un hombre inteligente, como un ser que sabía convencer con argumentos pero también liderar con el ejemplo; un hombre, en definitiva, de palabra y acción. Y me conmovió mucho que tanto Eloy como Huber coincidían en un aspecto que echaba por tierra la inflada valentía de Fidel Castro: ambos tenían muchas evidencias y vivencias de que era un cobarde, capaz de manipular las circunstancias para quedar como un valiente.

Aunque también por esas fechas entraban ya clandestinamente a Cuba muchos materiales donde encontré luz sobre zonas de la historia nacional en las que Huber Matos tuvo un protagonismo que la historia oficial no le reconocía, no fue hasta mi destierro que pude conocer la verdadera vida de este maestro devenido en hombre de guerra, que luego de tener mayor protagonismo que otros muchos de esos comandantes fieles a Fidel, apenas descubrió la trama siniestra de traición al proyecto democrático soñado por quienes se alzaron contra Batista, decidió renunciar y volver al magisterio. Pero su ejemplo, el respeto ganado en la Sierra Maestra, su alto sentido de la decencia y las terribles verdades que conocía sobre la cara real de los líderes guerrilleros, lo pusieron al centro de la diana del miedo de Fidel Castro, quien urdió uno de los más bochornosos montajes de denigración pública en la historia de Cuba, mintiendo al pueblo cubano sobre Huber Matos y, todavía más vergonzoso, no permitiéndole defenderse. Además de aniquilar su prestigio en un discurso, se amañó un juicio al cual sólo asistieron aquellos jefes que estaban cerca del poder, en el cual pidieron que el supuesto traidor fuera fusilado. Esa era la intención de Fidel Castro. Pero las palabras de autodefensa de Huber Matos conmovieron a todos los presentes, Fidel Castro se vio obligado a dejarle vivir, pero lo condenó a 20 años de cárcel. Huber Matos cumplió su condena, salió al exilio e inició así su carrera de opositor político, convirtiéndose en un mito gracias a su integridad, a su honestidad, a su limpieza de espíritu y a su idea de que, igual que cubanos de todas las ideologías y credos nos unimos para acabar con la dictadura de Fulgencio Batista, debíamos volver a unirnos en nuestras diferencias, como único camino para lograr la democracia limpia, abierta y verdadera que Cuba necesita.

Hace unos días agradecí mucho a mi querido colega y amigo, el escritor Camilo Venegas que escribiera un post donde contaba el día en que le pidió perdón a Huber Matos por haber caído bajo las mentiras del veneno que el castrismo nos inyectó. Camilo contó la emoción con la que fueron recibidas sus palabras de desagravio. Estoy seguro, aunque quizás Camilo no lo imagina, que Huber Matos sentía que a través de la voz de aquel muchacho que le pedía perdón le llegaba la voz de una generación entera, mi generación, la generación de mis padres, la generación de mis hijos…, el mensaje, en fin, de varias generaciones de cubanos que hemos logrado desprendernos de las taras de ese veneno. Me alegra saber que murió conociendo ya que aquel cubano, a nombre nuestro, le pedía perdón por haberlo dejado solo tantos años. Espero que otros, aunque no lo hayan contado, también alguna vez, cara a cara, desde la distancia o en sus mentes, le hayan pedido perdón.  Y yo, aún cuando ya han pasado varios días desde su muerte, también lo hago con estas palabras. El ogro que nos pintaron era un maestro, un cubano ejemplar, así de simple.

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