Vargas Llosa y la otra sociedad del espectáculo
Publicado por Amir Valle | Publicado en Política cubana | Publicado el 30-03-2016
Nuevamente, y esta vez con un gesto muy personal, Vargas Llosa da un ejemplo de cómo un «simple» escritor con un gesto «simple» y aprovechando un evento tan «simple» como lo es un cumpleaños, puede ayudar a que alguna vez la democracia llegue a Cuba. Ha invitado a la fiesta por sus 80 años y ha compartido mesa y fotos públicas con varios de esos opositores cubanos que en la isla luchan por las libertades de expresión, de prensa y de información. Y es este, sin dudas, después del encuentro con el carismático presidente Obama en La Habana, el segundo acto de presencia de la sociedad civil opositora de Cuba en ese escenario tan criticado por muchos intelectuales y que el propio Vargas Llosa acuñó como «sociedad del espectáculo» en uno de sus libros más conocidos y en varios de sus artículos y conferencias.
Como era de esperar, ya han comenzado a saltar los antivargallosianos y los defensores de ese engendro que los Castro insisten en llamar «Revolución» atacando la decisión del Nobel peruano de ofrecer un espacio de visualidad a la oposición cubana en ese «mundillo banal» (tomo la etiqueta de uno de esos «críticos») en el que se zambulló desde que decidió unirse a una de las figuras más mediáticas de la farándula: Isabel Preysler. Obvian esos ataques que a ese evento social fueron invitados otras importantes figuras de las letras españolas y latinoamericanas, políticos, amigos de Vargas Llosa y el Nobel turco Orhan Pamuk, y concentran sus rabiosos y ciegos ataques en una supuesta nueva «confabulación contra Cuba»: en la fiesta, según esas visiones desfacedoras de entuertos, se reunió a los «mercenarios anticubanos» con un «connotado agente de la CIA», el periodista cubano Carlos Alberto Montaner, y otras «plagas del exilio resentido» (otra etiqueta que tomo de otro crítico).
Hace unos años, gracias a la gentileza de una verdadera amante de Cuba, la catedrática búlgara Liliana Tabákova, pude conocer y conversar con Vargas Llosa. Ese día, apenas nos presentaron, muy campechanamente me dijo, mientras caminábamos rumbo a un restaurante: «llámame Mario», antes de comenzar a comentarme pasajes de mi novela Las palabras y los muertos, que él había leído y elogiado en 2007 en la primera edición de esa novela en Seix Barral. Pero más que esa jovialidad, y más que la ausencia en él de cualquiera de esas poses que otros escritores de renombre no logran quitarse de la piel, lo que me conmovió fue la pasión que demostraba sentir por Cuba. Aunque en verdad aquello no debería asombrarme, pues en una de sus cartas me había confesado que «todo lo que toca a Cuba me afecta de manera muy especial», me pareció increíble que en su universo de vivencias se conservaran frescos muchos momentos de sus viajes a Cuba antes de su ruptura personal y pública con la Revolución, escenas compartidas con sus amigos en La Habana, el dolor y la rabia de recordar lo que esa «Revolución» hizo al poeta Heberto Padilla y a su joven esposa Belkis Cuza Malé, e incluso recuerdo que me preguntó por bares y cafeterías en La Habana que hoy, por desgracia, son sólo ruinas.
Me comentó que acababa de conocer en Madrid a Yoani Sánchez, y me habló emocionado de la impresión que le había causado, pero sobretodo me conmovió el modo esperanzador con el que hablaba de una Cuba distinta posible, algo que, lo confieso, me hizo sentir vergüenza porque yo calzaba por esos días un pesimismo de tintes muy negros con respecto al futuro de mi país. «Si existen otros jóvenes como Yoani, la esperanza no está perdida», me dijo, y lo vi muy interesado en todo lo que le dije sobre diversos proyectos intelectuales y blogueros que, en mi opinión, estaban conformando un escenario inédito en la confrontación contra el monopolio mediático del castrismo: la publicación Primavera Digital desde La Habana; la revista Convivencia, heredera del tan importante proyecto Vitral, en Pinar del Río; el espacio de discusión intelectual Estado de Sats; las acciones culturales de grupos independientes como Omni Zona Franca; la fuerte presencia contestataria de los raperos, y la represión contra escritores como Ángel Santiesteban y los que yo llamo «los tres Rafael de la literatura opositora»: Alcides, Almanza y Vilches Proenza.
Dejando a un lado que algunos destacados medios noticiosos digitales del exilio no hayan reseñado la presencia cubana en esta celebración que sí ha sido noticia en muchos órganos de prensa europeos y latinoamericanos, agregaría que lamentablemente somos muy escasos los escritores, artistas o intelectuales de la isla y el exilio que colocamos en nuestras agendas profesionales la promoción de figuras importantes de la oposición en Cuba. Pero ninguno de nosotros tiene el impacto mediático necesario para darle visualidad real a estos colegas, de modo que el mundo escuche otras opiniones que no sean los ataques difamatorios de la fortísima campaña de la dictadura tildándolos de mercenarios, traidores, vendepatrias, y otras ofensas.
Aún más lamentable es el silencio que sobre la oposición en la isla hace la intelectualidad internacional, que sí podría alzar su voz en sitios donde sus ideas serían escuchadas, y publicadas. Y aunque ya sabemos que buena parte de esa intelectualidad sigue mirando indulgentemente hacia Cuba, autoengañándose con el arcaico y ya indemostrable empeño de que «es necesario salvar la Revolución para bien de la humanidad», no podemos olvidar que otros miles de escritores, artistas o intelectuales dicen ser críticos del castrismo, dicen ser defensores de las causas que luchan por los derechos humanos y la democracia, pero ese posicionamiento no pasa más allá de la hermosa y reivindicativa envoltura de las palabras.
Por eso es importante la estrategia de Vargas Llosa de colocar a estos opositores cubanos en la «sociedad del espectáculo». Anteriormente, quienes deseamos una Cuba democrática y libre del castrismo, habíamos recibido el apoyo del escritor peruano de muchos modos: ha hecho numerosos pronunciamientos públicos contra el castrismo y su perniciosa pretensión de ser el amo de América Latina; ha ofrecido apoyo moral o promocional a figuras destacadas de la oposición en eventos internacionales; ha escrito artículos periodísticos de una contundencia fundamental para desmontar el mito de una Revolución en la que ya sólo creen los subnormales, los oportunistas y los ciegos por conveniencia de un amplio y poderoso sector de la izquierda internacional, e incluso ha sacado tiempo para escribir cartas privadas a colegas donde manifiesta su deseo de ayudar a que algún día la dinastía tiránica de los Castro sea sólo un mal recuerdo en un país quizás imperfecto y con problemas a resolver pero con un sistema político plural, poderes independientes y valores de tolerancia e inclusión que permitan a todos los cubanos, piensen como piensen, luchar por resolver esos problemas.
Muchos le han criticado a Vargas Llosa que, luego de tanto criticarla, cayera «seducido» por la «sociedad del espectáculo». Pero me ha bastado el intercambio epistolar y nuestras charlas para asegurar que Vargas Llosa es consciente del poder que tiene hoy esa tan detestada «sociedad del espectáculo» en todos los ámbitos de la vida en este mundo moderno. Vargas Llosa sabe (aunque a muchos le pueda parecer una exageración) que una «simple» aparición en los escenarios de esa «sociedad del espectáculo» tiene más impacto hoy en la conciencia social que muchas campañas políticas y que muchos proyectos sociales, por muy buenas que sean las intenciones o por mucho que sea el dinero que respalde a esas campañas y a esos proyectos. Vargas Llosa, me queda claro, desde que entró, por amor, a la «sociedad del espectáculo» he hecho lo que siempre hizo: dominar los ámbitos hostiles, readecuarlos, amoldarlos a sus empeños y sueños. Comenzó a hacerlo así desde que su padre lo internó en un colegio militar pretendiendo que el niño Mario se hiciera un hombre y olvidara esas pamplinas de querer ser escritor, sin imaginar que la rebeldía del peruano lo llevaría a chupar tanto de ese traumático paso por el mundo militar para escribir obras universales sobre esa experiencia. Y ahora, visibilizando en su 80 cumpleaños a opositores cubanos, está obligando a que esa burda, superficial, frívola e individualista «sociedad del espectáculo» contribuya también a la promoción de una causa noble, humanista, justa: la libertad de una isla que hasta hoy esa farándula ha visto sólo como un punto exótico y tropical para sus poses egoístas y sus necesidades publicitarias, olvidando que mientras ellos posan ante las cámaras en esas calles que para ellos huelen a tabaco y ron, millones de cubanos son asfixiados en la miseria, miles son reprimidos, y otros millones callan, fingen obediencia o deciden emigrar, todo a causa de la más larga dictadura dinástica del mundo sólo superada por ese otro engendro dinástico que es Corea del Norte.
Brillante Amir, tu causa, la de MVLL y los millones de cubanos sin voz, es también mi causa y las de todos los que, sin poses de intelectuales, no creemos en la legitimidad de ningún sistema de ideas que excluya a la libertad más irrestricta como el principal de los Derechos Humanos. Más temprano que tarde, el sol volverá a salir también para la Isla.