El caleidoscopio de los perdedores

Publicado por Amir Valle | Publicado en De Literatura | Publicado el 07-12-2020

Eso es La catedral de los negros, del escritor cubano Marcial Gala: el más perfecto caleidoscopio de los perdedores, un cántico triste y desesperado de los que no tienen voz, un espejo hecho añicos de la animalia humanoide que habita la sociedad cubana actual, una novela tronante y descorazonadora. En simples y llanas palabras: una de las novelas imprescindibles de la narrativa cubana de las últimas cuatro décadas.

La leí en un original digital que años atrás, incluso antes de publicarse, me envió Marcial Gala. Luego la leí en la hermosa edición argentina, y he tenido que dejar pasar el tiempo para alejarme de su impacto sentimental: a fin de cuentas, era una historia escrita por alguien a quien he seguido y admirado desde que, allá en el Cienfuegos de inicios de los noventas, leí sus primeros cuentos. Y esa cercanía me obligaba a poner una pauta para encontrar el necesario alejamiento que me permitiera no “hablar del libro de un querido amigo” sino intentar un acercamiento serio y desprejuiciado a una obra que considero esencial, aportadora y, más que nada, distinta a lo que se estila en el actual concierto de la narrativa cubana.

He dicho otras veces que considero a Marcial una de esas “rara avis” que llevan a las letras cubanas el sello de lo distintivo y variable: José Soler Puig, Ezequiel Vieta, Guillermo Vidal, Abilio Estévez, Alejandro Aguilar, Ena Lucía Portela, Jorge Ángel Pérez…, y he recalcado que además de su poder como configurador de grandes e inolvidables personajes, la fortaleza de sus historias radica en las rupturas que provoca en los términos del humanismo mediante la colocación de esos personajes en esas situaciones límites que usualmente definen lo que de humano y de diabólico hay en cada uno de nosotros.

Marcial Gala y Amir Valle en Berlin, octubre 2019.

La construcción de una catedral en un barrio marginal es el pretexto, el contexto y el caldo de cultivo elegido por Marcial para configurar la atmósfera de esta historia. Una catedral que, curiosamente, se convierte a la vez en un supuesto paraíso al cual pueden escapar  buscando salvación los marginales del barrio donde intenta edificarse y en el más peligroso agujero que permite el escape desde el infierno de criaturas que, sin distinción por el color de su piel o su origen social, agonizan en luchas cotidianas por la supervivencia en un medio que, salvo en la propaganda oficialista y en las mentes soñadoras de algunos ingenuos, les resulta agresivamente hostil.

Esa atmosfera infernal, que contamina la vida de quienes están alrededor de los protagonistas, llega incluso a perseguirlos como una espada de Damocles a Estados Unidos o a esos países de Europa, a los cuales han intentado escapar, sin conseguirlo totalmente. Pero los persigue también dentro de la isla, allí donde vayan, hagan lo que hagan, convirtiéndolos a todos en reses marcadas, condenadas al más triste de los destinos, el de los perdedores, y a la más agónica de las desesperanzas: la no vida. En todos esos ámbitos ocurre un contrapunteo enriquecedor que permite la retroalimentación del mundo interno de ese coro plural de personajes que desfila por estas páginas y ese universo histórico controvertido, difuminado y difuso, que gravita sobre todos. Y ese contrapunteo entre el adentro y el afuera geográfico, entre “los decentes” y “los perdidos”, entre los ingenuos y los pícaros, entre los aguerridos revolucionarios y los recalcitrantes apáticos (en fin, entre perdedores “buenos” y perderores “malos”) es una de las contribuciones más interesantes de esta novela: no creo que se haya escrito en la literatura cubana de los últimos 60 años una obra literaria que refleje tan ampliamente el pensamiento sociológico, los traumas sociales, las esperanzas y desilusiones, las incidencias históricas y raciales en tantos estratos de la sociedad cubana como lo hace Marcial Gala en La catedral de los negros. Una novela que todo cubano debe leer. Y también todo aquel extranjero que quiera conocer en la voz de las víctimas y los victimarios esa verdadera Cuba marginal y terrible que cada vez es más la verdadera Cuba, aunque muchos no quieran aceptarlo. Una verdadera proeza literaria que lleva ese sello personalísimo de excelencia que ya es, en sí misma, toda la novelística y la cuentística de Marcial Gala.

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