Colegas IV: Claudia Herrera Pahl
Publicado por Amir Valle | Publicado en Generales | Publicado el 27-07-2015
Colegas
(Serie)
Uno de los mayores enriquecimientos que he recibido como escritor ha sido ejercer el periodismo junto a colegas de una profesionalidad tan indiscutible, que cada encuentro con ellos es una lección magistral. En esta serie, quiero hablar de algunos de esos periodistas.
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Claudia Herrera Pahl:
profesionalidad, confianza y… retos.
En un intercambio reciente de emails, Uta Thofern, Jefa de Redacción para América Latina, de la agencia alemana Deutsche Welle, agradeció mi presencia cada vez más usual en los espacios informativos online y de televisión de esa prestigiosa agencia. Días después, en una cálida conversación en su despacho en Berlín, le repetí lo que antes le había escrito: soy yo quien agradece que experimentados colegas periodistas de DW me hayan permitido trabajar junto a ellos, aportando mis conocimientos sobre el tema Cuba, América Latina y, mi especialidad, el Oriente Medio.
Aunque desde mi llegada a Alemania he recibido invitaciones puntuales para escribir sobre Cuba desde mi perspectiva de escritor, la primera persona que me abrió la puerta a un trabajo más frecuente, esta vez en mi doble condición de escritor y periodista, fue Claudia Herrera Pahl, la editora jefa de la redacción online de DW para América Latina.
Aún recuerdo su llamada telefónica: «¿cómo está tu alemán?», me dijo, y algo me hizo pensar que estaba ante una colega a la que le gustaba lanzar retos, pues ese sería justamente mi primer artículo periodístico escrito directamente en alemán. No me equivoqué en mi pronóstico de Claudia y su gusto por los retos. Y esa es precisamente una de las cosas que más agradezco en nuestra relación profesional: en cada trabajo que ella me ha pedido en estos años, he podido constatar el respeto que siente por mi reconocida carrera internacional como escritor y periodista, pero al mismo tiempo ha sabido exigirme más, ha encontrado el modo de incentivar mi manía de buscar lo que se esconde detrás de la evidencia de ciertos momentos históricos, lanzándome retos que, lo confieso, son responsables en buena parte de esa mirada distinta que sobre el tema Cuba (y también sobre otros temas culturales o de política latinoamericana) muchos lectores encuentran en mis trabajos. Y es que el día a día del periodismo suele crear vicios de estilo, suele provocar que el periodista se acomode a ciertos facilismos que empobrecen la profesión, así que siempre es bueno que alguien te lance retos que te obliguen a superarte, a proponer visiones diferentes y polémicas sobre el asunto del que escribes, sobre todo cuando se trata de temas sobre los cuales existen opiniones tan encontradas, como lo es el tema Cuba desde ese hito que fue el triunfo de la Revolución en 1959.
Pero también hay momentos que uno no quisiera vivir, dolores sobre los que uno no quisiera escribir, vergüenzas que uno preferiría callar, incluso aunque uno sepa que como periodista tiene la responsabilidad ética de escribir sobre esos momentos, dolores, vergüenzas. Y Claudia Herrera Pahl, siempre con su voz cómplice, amable pero firme, me ha permitido superar esos bloqueos y, como me han comentado alguno de mis lectores y colegas, justamente cruzar esos muros me ha llevado a escribir algunos de los artículos que más impacto han tenido. Me vienen a la mente, por sólo citar vivencias recientes, cierta mañana en que todo el mundo cantaba loas a la nueva era entre Cuba y Estados Unidos, festejaban el acercamiento económico de la Unión Europea a Cuba, sin que dijeran ni una sola palabra sobre el vergonzoso hecho que mostraban otras noticias llegadas desde la isla, a través de fotos y videos de escalofriante crueldad: la represión contra disidentes en todo el país, los opositores heridos con sus rostros magullados y sangrantes, el júbilo prepotente de los represores. «Si no escribo sobre esto, reviento», le dije, y su respuesta fue contundente: «a todos nos duele, Amir, adelante, escribe algo».
Y también, por doloroso, siento aún vivas sus llamadas desde Bonn a Berlín para pedirme que escribiera los obituarios de tres personas a las que consideré maestros y, además, amigos: el colombiano Gabriel García Márquez, alguien a quien me unió una linda amistad; el uruguayo Eduardo Galeano, a quien había conocido de muy cerca en Cuba gracias a su hermandad con mi maestro literario, y el alemán Günter Grass, con quien sostuve encuentros muy intensos sobre el significado de Cuba para el mundo y a quien le debo elogios muy hermosos sobre dos de mis novelas. Escribir, a la carrera y con altura digna, sobre cosas que te duelen tanto, sobre personas a las que agradeces mucho de lo que eres, es realmente muy difícil, y superar ese bloqueo sentimental, aparcar lo íntimo de esas relaciones para articular un discurso que sirviera de homenaje a dos intelectuales tan importantes, es también algo que sólo pude lograr gracias a las palabras de aliento y de confianza que Claudia me dijo por teléfono ese día tan aciago para la cultura universal.
La profesionalidad suele crear puentes a la hora de hacer periodismo. Cada una de sus llamadas desde Bonn se convierte en un intercambio de ideas sobre temas muchas veces complejos de la realidad social y política latinoamericana, en cuyas aristas solemos coincidir aunque tengamos algunos puntos de vista diferentes. Ese contrapunteo entre sus experiencias como periodista mexicana y mis experiencias como periodista cubano, ha representado para mí un modo más de enriquecimiento personal y profesional, pues una de mis obsesiones ha sido siempre analizar cómo ese complejo entramado de culturas y tradiciones que es la sociedad y la política en América Latina adquiere matices muy distintos cuando son analizadas por periodistas formados en alguna de esas grandes culturas o sociedades que marcaron el desarrollo histórico en aquella parte del mundo, o por periodistas de las llamadas «sociedades del primer mundo», un fenómeno muy curioso de acercamiento periodístico en el que pocos se fijan.
En resumen, que ante cada uno de los retos que Claudia me propone yo me siento cómodo, apoyado por su respeto hacia el prestigio que he logrado en mis casi 30 años de carrera como escritor y periodista, y también por su confianza en mis posibilidades, pero más allá de esa comodidad también me veo incentivado a lograr una perspectiva distinta, más interesante, más profunda, más objetiva, más acorde con la perspectiva desde la que miro hacia nuestra convulsa América Latina. Cuando termino algún artículo, mi primer pensamiento es que ella se sienta satisfecha de mi trabajo (nuestras únicas «discusiones», si es que pueden llamarse así, han sido sobre esa limitación de espacio que impone el medio online) y confío en su criterio porque ella es, a fin de cuentas, mi primera lectora como periodista.