Mi declaración de amor más cursi

Publicado por Amir Valle | Publicado en Generales | Publicado el 16-08-2013

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Para Berta, en el día de su cumpleaños

 

La mujer, ¿quién lo duda?, es la creación más perfecta de Dios. Es ya un lugar común, algo mil veces repetido. Pero yo he vivido en carne propia esa verdad:

  • amé a una mujer mientras esa vieja dama voluptuosa que es La Habana también se humedecía con las lluvias nocturnales de un ciclón que se alejaba por el mar rumbo a La Florida, vi el vientre de esa mujer crecer, tiñéndose de esa luminosidad maravillosa única que posee la piel milagrosamente estirada por el empuje de una vida que crece y la he visto hasta hoy llevar adelante a nuestros hijos con el amor de un ángel guardián pero también con la fiereza de una bestia ciega cuando algo los amenaza,
  • la vi crecerse a mi lado cuando las fuerzas me faltaban, cuando la desesperanza de vivir en una isla sin futuro me agobiaba y, luego del trabajo que compartíamos en el Instituto Cubano del Libro, asumir con entereza y dignidad envidiable el peso de la vida cotidiana de nuestra familia en un país donde inventar para sobrevivir era la más cotidiana de las tareas;
  • la escuché una noche, esta vez el calor azotando nuestra azotea en la calle Perseverancia allá en Centro Habana, decirme: “tú eres escritor, Amir, yo confío en ti, así que escribe. Yo voy a buscar la comida, pero tú piensa sólo en escribir”, sin imaginar que sus palabras traían el exquisito aroma de una profecía y que aquella decisión suya era el empujón a la puerta del reconocimiento internacional que hoy tengo;
  • desoí sus palabras siempre que olía las traiciones de quienes se decían mis amigos cuando todavía yo no había decidido escribir en mis libros y decir en las entrevistas las duras verdades que los gobernantes y funcionarios de la cultura de mi país pretendían ocultar al mundo, y tuve que darle la razón cientos de veces cuando vi a la inmensa mayoría de esos amigos huir de mi presencia;
  • me avergoncé porque mi tozudez de no pactar con las ofertas vergonzosas que me hicieron en Cuba para que me callara y entrara al redil de las ovejas domesticadas de la cultura la hicieron vivir un infierno de miedos y desequilibrios emocionales, cosa que supe cuando ya estábamos en Alemania y me dijo: “yo me moría de miedo, Amir, pero siempre supe que debía parecer ante ti una mujer fuerte para que tú no cedieras ante las presiones de esos cabrones que te querían humillar”;
  • me apoyé en su fe en Dios para alimentar y fortalecer mi propia fe esos años en que estuvimos separados de nuestros hijos, cuando en el 2005, aprovechando uno de mis viajes a España, las autoridades en Cuba decidieron no dejarme regresar a Cuba pero le exigían a ella que regresara para no declararla emigrante y su respuesta fue: “si regreso a Cuba nunca más volveré a ver al padre de mis hijos, me quedo aquí con mi esposo y les recuerdo que a mis hijos ustedes me los tienen que mandar porque están solos en Cuba y les haré un escándalo a lo Elián, pero al revés”,

nos hemos abrazado bajo la nieve en los crudos inviernos de Berlín, en el tórrido calor en Madrid o bajo esa llovizna perniciosa que los asturianos llaman “urbayu” o en otros sitios del mundo adonde hemos podido viajar en vacaciones; hemos sufrido juntos el aprendizaje de un idioma tan difícil como el alemán; conversado sobre los mejores modos de enfrentar y entender la rígida pero eficaz burocracia alemana; trabajado para extender el evangelio de Cristo en un mundo tan jodido que ni siquiera es capaz de darse cuenta de que sólo bastaría cumplir diez pequeños mandamientos para que la humanidad transitara por mejores caminos… tantas cosas.

A veces, bromeando con mis amigos, recuerdo la anécdota del hombre que quiere ver una película, va al cine y cuando ve el título en el cartel de la entrada: “La mujer perfecta”, dice: “¡vaya contratiempo! Ahora tengo que irme a otro cine… A mí no me gusta la ciencia ficción».

Pues aunque sé que no hay ni un solo ser perfecto en toda la especie humana, el simple hecho de haber vivido ya 16 años junto a mi esposa, madre de mis hijos Toni y Lior, me hacen sentir muchas veces que sí existe la mujer perfecta y que, por suerte, vive conmigo.

Hoy, 16 de agosto, cumple años y yo la sigo viendo tan hermosa como aquel primer día y la sigo amando con la misma fuerza enfermiza de aquella primera vez en que, allá en el Instituto Cubano del Libro, le pregunté a mi querido amigo Pablo Vargas: “¿quién es esa muchacha?”, para oírle decir: “Se llama Berta. Es lo mejor que hay en el Instituto. Todos los hombres están locos detrás de ella, pero todo el mundo se estrella. Te invito a comer en el restaurante La Mina si te hace caso”.

También eso recuerdo ahora: nunca le he dicho a Pablo Vargas que todavía me debe esa invitación.

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