Ética, pluralidad y fe
Publicado por tonimedina | Publicado en Publicados anteriormente en amirvalle.com | Publicado el 12-06-2010
Artículo en español e inglés (a continuación del original en español), gracias a la traducción de la escritora y periodista Regina M. Anavy.
Los tópicos llegan a ser, muchas veces, absurdos e increíbles, inconcebibles especialmente en una sociedad de la información como ésta en la cual vivimos. En eso pensé hace unos días, mientras leía uno de los correos enviados a este sitio por un lector, por más señas, holandés. Aquel mensaje lanzaba un comentario y una pregunta curiosa: “Tengo dos de sus novelas, compré ellas en la librería Negra y Criminal, de Barcelona, ciudad donde mudé en 2003, veo en ambas que usted dedica A CRISTO. Entendí a Cuba un país de católicos y culto africano, hay mucha cantidad de cristianos en ésa? (sic)”.
A pesar de la complicada redacción de tan atento mensaje, debido al poco español que, a todas luces, domina este amigo lector, pude entender que su preocupación se basaba en un tópico, en un exotismo más de esos con los cuales se intenta comprender nuestra pequeña y compleja isla. Para este lector, en Cuba solamente había creencias católicas y afrocubanas, y en ese momento no entendí las razones que pudieron llevarlo (o hayan llevado, y llevan, a otros) a obviar la fortísima y creciente presencia de otras manifestaciones de credo religioso en Cuba.
Debo continuar aclarando que me enorgullezco de haber conocido la verdad de Dios y la salvación a través del sacrificio de Cristo en la cruz. En palabras simples, hace varios años ya pertenezco a una comunidad de hermanos en Cristo que, repito, crece cada día en mi país.
¿Qué puede hacer pensar al extranjero que Cuba es, exclusivamente, un país de católicos y seguidores de lo que se conoce como religiones afrocubanas? ¿Qué razones pueden provocar el olvido de la existencia de otras formas de culto religioso practicadas en la isla por las comunidades etnoculturales que conforman el árbol de la nacionalidad cubana?
Las respuestas a esas preguntas merecerían un largo análisis que no pretendo, ni me siento con capacidad de hacer, pero en lo esencial pueden responderse en cuestiones que rondan en torno a la actual sociedad cubana y sus conceptos y aplicación real de la ética, la pluralidad y la fe. De ahí el título de este comentario mensual que, aún cuando se aparte de lo puramente literario, tiene que ver con una forma de comportamiento del pensamiento social cubano hoy.
En la Constitución de la República de Cuba, reformada en el 2002, el Artículo 8 pregona que “El Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa. En la República de Cuba las instituciones religiosas están separadas del Estado. Las distintas creencias y religiones gozan de igual consideración.”
Doy fe de que ello no es totalmente como la Constitución lo refrenda, aún cuando pueda sonar dura mi afirmación.
Cierto es que existen relaciones entre las instituciones y grupos religiosos cubanos con el Estado. No puede hablarse de incomunicación, pero tampoco puede hablarse (como lo garantiza la Constitución) de que exista un “diálogo”. Y mucho menos que el Estado otorgue igual consideración a todas las denominaciones.
Vamos al primer asunto. Nunca existirá un verdadero diálogo si una de las partes está sentada en el trono del poder y se erige con la capacidad de juzgar la acción del otro. Eso ha sucedido, desde 1959, con el asunto de la religiosidad. Acostumbrados ya a la tesis de “borrón y cuenta nueva”, especialmente cuando no se quieren reconocer ciertos errores, asistí asombrado a un reciente discurso del Presidente de mi país, donde afirmó que las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica cubana habían navegado siempre por buenos rumbos.
Mi memoria, sin embargo, conserva otros recuerdos. Aquellos en que mi abuela, “rabiosa católica, apostólica y romana”, como decían mis padres, trasladó los santos de la sala de la casa hacia el cuarto, para que nadie supiera que sus hijas eran de familia creyente. Corrían los tiempos en que para todos los trámites legales había que responder NO a la pregunta que traían todas las planillas: “¿Profesa alguna religión?”. Responder SI a esa pregunta podía acarrear muchas desgracias en la carrera de cualquier persona que intentara integrarse a los planes de la Revolución, única opción por esos tiempos para desarrollar vida social en la isla.
Las iglesias se vaciaron. Los templos se convirtieron en museos donde lo único que podía verse era escasas viejas beatas compartiendo la misa con sus propios fantasmas. Se hizo rodar el credo de que religioso y homosexual eran una misma cosa. Y ser religioso era síntoma de tal estupidez que convertía al creyente en una persona “no confiable”, “sin virtudes”, “sin inteligencia”. Llegaron a enviarse muchos creyentes a la prisión o a las tristemente famosas UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción). Y en las escuelas se hacía énfasis en recordarles a los estudiantes que toda religión era oscurantismo, síntoma de mentalidad retrógrada, rezago del pasado capitalista, siempre bajo el justificativo marxista de que “la religión es el opio de los pueblos”.
Nadie puede olvidar esos tiempos. Como sería injusto olvidar que algunos representantes de la Iglesia Católica vieron en la triunfante Revolución un demonio que había que exorcizar y colaboraron intensamente con elementos que se aliaron a los Estados Unidos para derrotar a los revolucionarios. Tampoco puede olvidarse que varias sectas religiosas se convirtieron en opositores muy activos del nuevo proceso revolucionario. Por todo ello, nadie puede negar cierta tesis que justifica la represión posterior contra los credos religiosos como una respuesta lógica a los ataques contrarrevolucionarios del clero católico y representantes de otras denominaciones y/o sectas religiosas.
De todos modos, los acercamientos de la Iglesia católica y el Estado, a través de la Oficina de Asuntos Religiosos, han permitido recuperar ciertas libertades que fueron prohibidas durante varias décadas. Igual sucede con los acercamientos de otras instituciones de las distintas denominaciones cristianas, así como con los más altos representantes de las múltiples religiones de origen africano que hoy se practican en la isla.
Vuelven las iglesias a llenarse. Se permite, incluso, la predicación en las calles. Se otorga entera libertad a la celebración pública de los cultos de las religiones afrocubanas. Se legalizan las casas-culto de las denominaciones cristianas, y de sectas. Surgen algunas publicaciones religiosas (aunque sin permiso de comercialización fuera de los templos). Y lo fundamental: ya no es considerado una traición ser religioso, aún cuando en muchas de las planillas para realizar trámites siga apareciendo la (años atrás) temida pregunta: “¿profesa alguna religión? Ciertamente, válido es decirlo, responder con un SI ya no es un estigma.
Pero… (y en Cuba suele decirse que “siempre hay un pero para todo”) muchas limitaciones quedan:
no se permite el acceso del ideario teológico (sea cual sea) en los medios masivos de comunicación,
no existen programas religiosos de ningún tipo en esos medios,
está prohibida la distribución de las revistas religiosas fuera de los ámbitos religiosos (iglesias, templos, seminarios, etc.),
no se permite la existencia de la enseñanza pública dirigida por religiosos (como anteriormente existía en el país, con instituciones de mucho prestigio a nivel, incluso, internacional),
las celebraciones públicas religiosas (católicas y cristianas) suelen estar bajo la égida de permisos concedidos por el Estado.
Crece la religiosidad. O sería mejor decir, el pueblo cubano recupera sus espacios para la fe, su pluralidad de credos, y se inicia una nueva batalla por recuperar, también, lo alcanzado desde la ética de la prédica religiosa, en materias tan imprescindibles y delicadas como el papel de la familia en la sociedad, la libertad individual en cuanto a credo religioso, la respetabilidad del creyente y su lugar natural en la estructura social. No hay que olvidar algo: todas estas luchas ocurren en un plano de independencia restringida, en tanto su alcance real está delimitado (por los mecanismos de control creados por el Estado) a ciertos sectores de la vida social.
El segundo asunto de este fenómeno, ese que se ampara en lo que establece la Constitución cubana cuando escribe “Las distintas creencias y religiones gozan de igual consideración”, es, dicho en buen cubano, harina de otro costal.
Veamos en detalles la situación actual.
1.- Las relaciones del Estado con las distintas agrupaciones, instituciones, entidades o denominaciones suelen estar condicionadas por la utilidad que represente su accionar religioso para la estrategia del Estado.
Bajo este presupuesto se evidencia un tratamiento distintivo:
En primer termino, hacia las agrupaciones religiosas de origen afrocubano, las cuales, a pesar de que sus zonas de acción se hallan esencialmente en el territorio de la marginalidad social y sus prácticas ocurren básicamente al amparo de las leyes no escritas de estos territorios, son las que cuentan con mayor amparo del Estado en tanto se las considera “manifestaciones de la cultura nacional”. Bajo este criterio, y con el argumento adicional de que son religiones que siempre han estado al lado de la Revolución, al ser una “religión de pobres”, se les ha abierto, incluso, programas en los medios de difusión masiva donde los aspectos religiosos son estudiados, valorados, difundidos y aceptados, repito, como aportes de la cultura africana al árbol de la Cultura Nacional.
En segundo término, hacia las denominaciones de tendencia ecuménica, con cambios ocurridos desde que los Pastores por la Paz se enfrentaran al bloqueo económico y decidieran traer cada año a la isla toneladas de donaciones recogidas en las ya conocidas Caravanas por la Paz, desde los Estados Unidos y otros países de esa zona geográfica del hemisferio. Los propios responsables en Cuba de este segmento afirman públicamente que las relaciones con el Estado son absolutamente fraternales y de respeto, y por todo este accionar son el sector de las denominaciones basadas en la fe en Cristo que han recibido la atención de la prensa de todos los órganos de prensa, así como la promoción de las actividades de sus instituciones, entre otras facilidades.
En tercer término, hacia la Iglesia católica, especialmente a partir de la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II, cuando se lograron acuerdos relacionados básicamente con el levantamiento de las trabas para el desempeño de las iglesias y algunas otras actividades, aunque es preciso señalar que es dentro de las estructuras eclesiales cubanas donde se produce en la actualidad un mayor pensamiento de oposición al pensamiento unitario del Estado y una lucha por recuperar los derechos y libertades de la iglesia cubana.
En cuarto término, hacia las iglesias de otras denominaciones cristianas, a las cuales se les conceden espacios muy limitados para su desempeño religioso, a pesar de ser, en la actualidad, el segmento con mayor nivel de crecimiento y arraigo creciente dentro de la población cubana de la isla.
En fin, que debo repetir: no hay diálogo cuando se mira al otro desde una poltrona de poder y con las prebendas del poder, y mucho menos cuando no se da un tratamiento igual a las distintas manifestaciones de religiosidad. Cierto hermano en Cristo, hace poco, tuvo que pasar un largo calvario de dificultades burocráticas para poder celebrar en su casa sesiones de culto semanal, y sin embargo, me dijo esa vez, “no he oído ni una sola vez que el Estado le exija permisos a los cientos de miles de santeros, babalaos, paleros y oficiantes de las religiones afrocubanas que consultan, celebran misa, y hacen fiestas a los santos en sus propias casas”.
En este sentido, hablando como el cristiano que soy, veo muy mal que quieran regular “la estruendosidad” de los cánticos de las alabanzas (que loan a Cristo y pregonan el amor, la compasión, la fraternidad, la honestidad entre los seres humanos al amparo de Dios) y sin embargo se taponeen los oídos y dejen a su libre albedrío las constantes y cotidianas celebraciones a los santos africanos (bembés, toques de santo, tambores, etc), pues nadie puede negar una realidad que el dicharacho popular recoge: “nada hay más escandaloso que un bembé”.
Recientemente, pude ver en la televisión dibujos animados hechos especialmente para el público infantil, donde se les enseñan algunos patakíes (leyendas religiosas) de la cultura yoruba. Nunca he visto que hayan puesto ni un solo minuto de las muchas series religiosas católicas y cristianas que hablan de hermosas historias bíblicas donde el hombre reconoce sus pecados e intenta ser un mejor ser humano ante los ojos de Dios.
En fin, querido Lia Isaksen, que en Cuba hay católicos, hay cristianos, hay muchos practicantes de las religiones venidas del África, e incluso, hay judíos, musulmanes, y hasta budistas.
Yo, que pido respeto por el derecho de cada cual a elegir su forma de adorar a Dios o al hombre, o a la Naturaleza, o a lo que sea, sigo defendiendo algo que me dijo un amigo, el escritor Guillermo Vidal, hace unos años. “Si Dios no existiera, si Cristo no se hubiera sacrificado por nuestros pecados en la cruz del Calvario, y la humanidad hubiera encontrado la tabla de la Ley con los Diez mandamientos, igual que ha encontrado otros documentos escritos en aquellos tiempos, y aplicara esos mandamientos, todo sería distinto. Si cada uno de los seres humanos cumpliéramos lo que dicen esos mandamientos, el mundo no sería la basura que hoy es”.
En eso creo.
Ethics, plurality and faith
Translated by Regina M. Anavy
Clichés often are absurd and incredible, inconceivable, especially in an information society like the one in which we live. I was thinking about this a few days ago while reading one of the emails sent to this site by a reader, Dutch from the address. That message threw out a comment and a curious question: “I have two of your novels, I bought them in the Detective Novel bookstore in Barcelona, the city I moved to in 2003, I see in both that you dedicate TO CHRIST. I understood Cuba a country of Catholics and African cult, are there a lot of Christians in that [sic]?”
In spite of the complicated composition of such a perceptive message, owing to the little Spanish that, it appears, this friendly reader commands, one can understand that his concern was based on a platitude, on one more exoticism among those by which our small and complex island tries to make itself understood. For this reader, Cuba had only Catholic and Afro-Cuban beliefs, and at the time I did not understand the reasons that could lead him (or that have led, and continue to lead, others) to forget about the forceful and growing presence of other manifestations of religious faith in Cuba.
I should continue by clarifying that I am proud to have learned the truth about God and salvation through the sacrifice of Christ on the cross. Simply put, for several years I have belonged to a community of brothers in Christ that, I repeat, is growing every day in my country.
What makes a foreigner think that Cuba is, exclusively, a country of Catholics and followers of what are known as Afro-Cuban religions? What reasons can make someone overlook the existence of other forms of religion practiced on the island by ethno-cultural communities that fertilize the tree of Cuban nationality?
The answers to these questions deserve a long analysis that I do not pretend to make, nor feel capable of doing, but, essentially, they can be answered by other questions that hang around current Cuban society, and their concepts apply to ethics, plurality and faith. Thus the title of this monthly commentary that, even when it drifts from the purely literary, has to do with behavioral forms of Cuban social thought today.
In the Constitution of the Republic of Cuba, modified in 2002, Article 8 declares that “The State recognizes, respects and guarantees religious freedom. In the Republic of Cuba the religious institutions are separate from the State. The different beliefs and religions enjoy equal consideration.”
I swear that this is not entirely as the Constitution authorizes, even if my statement may sound harsh.
Relations certainly exist between the Cuban religious institutions and groups and the State. You cannot say there is no communication, but neither can you say (as the Constitution guarantees) that there exists a “dialogue.” And much less that the State grants equal consideration to all denominations.
Let’s go to the first issue. There will never be a true dialogue if one of the parties is seated on the throne of power and can judge the other’s actions. This has happened, since 1959, with religion. Now used to the idea of “starting over at square one,” especially when they don’t want to admit certain errors, I recently attended a speech given by the President of my country and was amazed when he affirmed that relations between the State and the Cuban Catholic church had always sailed a true course.
My memory, however, preserves other recollections. Those in which my grandmother, “a rabid Catholic, apostolic and Roman,” as my parents would say, moved the saints from the living room of the house to her bedroom, so no one would know that her daughters were from a religious family. Those were the times when for all official matters you had to answer NO to the question on all the forms: “Do you practice any religion”? Answering YES to that question could bring professional disgrace to any one who tried to integrate himself into the Revolution’s plans, the only option at that time for public advancement on the island.
The churches emptied. The temples became museums where the only thing you could see were a few pious old ladies sharing the mass with their own shadows. The belief was spread that being religious and homosexual were the same thing. And to be religious was a symptom of such stupidity that it turned the believer into a person who “could not be trusted, without virtue, without intelligence.” They managed to send many believers to prison or to the notorious UMAPs (Military Units Supporting Production). And in the schools there was an emphasis on reminding the students that all religion was obscurantism, a symptom of a retrograde mentality, left over from the capitalist past – always under the Marxist justification that “religion is the opiate of the masses.”
No one can forget those times. Just as it would be unjust to forget that some representatives of the Catholic Church saw in the triumph of the Revolution a demon that had to be exorcized, and they collaborated fiercely with elements that allied themselves with the United States to defeat the revolutionaries. Neither can it be forgotten that several religious sects became very active in their opposition to the new revolutionary process. For all that, no one can deny the certain thesis that justifies the later repression against religious beliefs as a logical response to the counter-revolutionary attacks of the Catholic clergy and representatives of other denominations and/or religious sects.
At any rate, the reconciliation of the Catholic Church and the State through the Office of Religious Matters has permitted the recovery of certain liberties that were prohibited during several decades. The same thing is happening with the restoration of friendly relations with other institutions of different Christian denominations, as well as with the highest representatives of the multiple religions of African origin that are practiced on the island today.
The churches are filling up again. Preaching in the streets is even permitted. The Afro-Cuban cults are granted complete freedom for public celebrations. Home churches for Christian denominations and sects are now legal. Some religious publications are appearing (although they cannot be distributed outside the temples). And the fundamental thing is this: it is now not considered treason to be religious, even though many of the official forms and paperwork continue to pose (years later) the dreadful question: Do you practice any religion? Certainly, you can say that answering YES is no longer a stigma.
But (and in Cuba they say “there is always a ‘but’ for everything”) many limitations remain:
Theological ideology (whatever it is) is not allowed access to the mass media of communications;
No religious programming of any kind exists in the mass media;
The distribution of religious material is prohibited outside religious places (churches, temples, seminaries, etc.);
Public education directed by religious officials is not permitted (as existed previously in the country, with institutions that were very prestigious, even on the international level);
Public religious celebrations (Catholic and Christian) usually must fall under the auspices of permits granted by the State.
Religion is growing. Or it would be better to say, the Cuban people are recovering space for their faith, their plurality of beliefs; and a new battle is beginning to recover, also, the ethics acquired from religious doctrine, in matters so indispensable and delicate as the role of the family in society, the freedom of individual religious belief, and respect for the believer and his natural place in the social structure. We must not forget something: all these struggles occur on a plane of restricted independence, insofar as its real reach is limited (by mechanisms of State control) to certain sectors of society.
The second matter concerning this phenomenon is that it is protected and established by the Cuban Constitution, which says, “The different beliefs and religions enjoy equal consideration.” This, as we say in Cuba, is “a whole other bag.”
Let’s consider the details of the actual situation.
The State’s relationship with different groups, institutions, entities or denominations usually is limited to the utility their religious activity represents for the State’s strategy.
Under this presupposition, different treatment is evident:
In the first category, for religious groups of Afro-Cuban origin, which, although they operate essentially on the margins of society and their practices are basically protected under the unwritten laws of these territories, there are those who count on greater support from the State because they are considered “manifestations of national culture.” Under this criterion, and with the additional argument that they are religions that have always stood by the Revolution, being “religions of the poor,” the State has even opened to them programs in the mass media where their religious aspects are studied, valued, spread and accepted, I repeat, as contributions of African culture to the tree of National Culture.
In the second category, for denominations of an ecumenical tendency, changes occurred after the Pastors for Peace confronted the economic blockade and decided to bring to the island tons of donations collected each year for the now well-known Caravans for Peace, from the United States and other countries in that zone of the hemisphere. The same people in Cuba who are responsible for this segment affirm publicly that relations with the State are absolutely fraternal and respectful, and through their work they are, out of all the denominations based on faith in Christ, the ones who have received the most attention from the press, as well as the promotion of their institutions’ activities, among other benefits.
In the third category, for the Catholic Church, especially from the time of Pope John Paul II’s visit to Cuba, when agreements were reached that essentially lifted the barriers to performing church and other activities, although it is more accurate to specify that it is inside Cuban ecclesiastic structures that major opposition to the centralized thought of the State is being produced at the present time, along with a struggle to recover the rights and freedoms of the Cuban Church.
In the fourth category, for the churches of other Christian denominations, which are conceded very limited space for their religious activities, despite currently being the fastest-growing segment on the island, and the one with the greatest hold on the Cuban population.
Finally I must repeat: there is no dialogue when one looks down on the other from a throne of power with the benefits of power, and much less when equal treatment is not given to the different manifestations of religion. A certain brother in Christ, a little while ago, had to go through a long calvary of bureaucratic difficulties in order to celebrate weekly religious meetings in his house, and he told me then, “I have not heard once that the State demands permits for the hundreds of thousands of santeros, babalaos, paleros and priests of the Afro-Cuban religions who do consultations, celebrate mass and give parties for the saints in their own homes.”
In this sense, speaking like the Christian I am, it seems wrong that they want to regulate the “racket” of hymns (that praise Christ and proclaim love, compassion, brotherhood and honesty among human beings under the protection of God), and they close their ears and give free rein to the constant daily celebrations for the African saints (Bembé drumming, etc.), since no one can deny the reality of a popular saying: “There is nothing more outrageous than a Bembé.”
Recently, I saw a cartoon on television made especially for kids where they taught some patakíes (religious legends) from Yoruba culture. I have never seen on television even one minute of a serial about the Catholic and Christian religions that relate beautiful Bible stores where man recognizes his sins and tries to be a better human being before the eyes of God.
To sum up, dear Lia Isaksen, in Cuba there are Catholics, there are Christians, there are many practitioners of the religions that came from Africa; and there are even Jews, Moslems and Buddhists.
I, who respect the right of each person to choose his own form of adoring God or man or Nature or anything, will continue defending something that a friend, the writer Guillermo Vidal, told me some years ago. “If God did not exist, if Christ had not sacrificed himself for our sins on the cross of the Calvary, and if humanity had found the tablet of the Law with the Ten Commandments, the same as it found other documents written in those times, and applied those commandments, everything would be different. If every human being fulfilled what those commandments say, the world would not be the rubbish it is today.
That I believe.