Fidel Castro y yo
Publicado por tonimedina | Publicado en Publicados anteriormente en amirvalle.com | Publicado el 12-06-2010
Artículo en español e inglés (a continuación del original en español), gracias a la traducción de la escritora y periodista Regina M. Anavy.
Eso me han preguntado: “¿Qué significa Fidel Castro para ti?”. Y en los últimos días, desde el anuncio de su cesión de poder a su hermano Raúl Castro, he perdido la cuenta de los periodistas, colegas, amigos, que me han lanzado a la cara, casi sin compasión, esa pregunta.
Lo más curioso es que yo, jamás, desde que tengo uso de razón, me había detenido a pensar en qué significado puede tener ese nombre: Fidel Castro Ruz, para eso que algunos pudieran llamar “la historia de mi vida”.
I
Lo recuerdo de los discursos. Debo confesar que, de niño, jamás sentí interés por esos asuntos de la política, como otros niños que vi entonces, y veo hoy, enredarse en la retórica repetitiva de los discursos en los matutinos, los actos políticos, buscando ganarse un punto en esa emulación en la que siempre existió un aspecto que evaluaba ese comportamiento. Luego, con los años, conversando con otros que también alguna vez fueron niños, supe que ellos sí participaron en aquellas algazaras simplemente porque sus padres los impulsaban, porque era un modo de destacarse en el grupo, o porque lo sentían como una moda: había que gritar como gritaban los mayores contra el imperialismo. No tenían una clara conciencia de lo que hacían, es obvio. Y debiera ser normal, pues se supone que a esas edades el niño esté descubriendo el mundo a través del juego y no perdiendo el precioso tiempo de su formación en ningún adoctrinamiento político de esos tan usuales en la educación cubana desde que la Revolución triunfó en el 59.
La figura de Fidel se equiparaba a la de otros grandes. Eran dioses, seres incorruptibles, perfectos. Recuerdo que una de mis maestras de primaria me castigó un día en que se me ocurrió hacer una pregunta, desde mi absoluta inocencia, cuando me estaban enseñando en la clase de historia las instalaciones de la Sierra Maestra, la armería, la escuelita, el bohío donde estaba la comandancia de Fidel… Mi pregunta paralizó a la maestra: ¿y dónde estaban los baños, seño?, porque yo me imaginaba que aquellos hombres necesitaban, también, hacer sus necesidades. Estuve todo una mañana contra la pared, sentado en una silla, hasta que mi madre, maestra de aquella escuela, vino a buscarme, me dio un sopapo y me dijo que no volviera a faltarle el respeto a la maestra ni a los héroes.
Desde entonces, Fidel fue el gran inquisidor, aunque yo no lo sabía, no podía definirlo. Pero nos habían impuesto ser como él, que era más perfecto, más grande que el Ché, más iluminado que Martí. Eso decían. Y era fastidioso. Yo era un muchacho al que se le pegaban las clases, no necesitaba estudiar, y realmente nunca estudié en esos tiempos, porque prefería estar leyendo en la fabulosa biblioteca que en mi casa tenían mis padres, que andar esforzándome en cumplir un grupo de parámetros de la “emulación pioneril” para parecerme a alguien por quién, además, debía estar parado horas y horas en las numerosas esperas que tuve que hacer para hacer la cadeneta humana de pioneros que darían la bienvenida a cuanto presidente africano, asiático o de los países socialistas aquel hombre invitaba a Cuba, o a para ser igual a un hombre que me obligó más de cuatro veces a escuchar, de pie, al sol y la lluvia, unos larguísimos discursos que el niño que yo era entonces no entendía, aunque encontrara algún alivio en formar la pachanga con mis amiguitos cuando Fidel se callaba y el maestro decía, “ahora, muchachos”, para que nosotros gritáramos: ¡Fidel, seguro, a los yanquis dale duro!, ¡Carter, Tarrú, Fidel Cojónú!, y ese montón de consignas, que ya se sabe.
Fidel entonces fue, también, ese hombre al que mi padre escuchaba sentado frente al televisor, aunque yo me secara llorando porque ese día no darían los muñequitos, o porque el discurso era en el otro canal y mi padre decía: “voy a oír el discurso, ¿entendido?” y no había discusión.
II
Pero mi padre era un hombre de Fidel. Tiene su historia. Hizo la Revolución y sigue creyendo que todavía es pura y posible. Ciego. O quizás empeñado en no reconocer que ha tirado su vida por la borda, que Fidel lo ha traicionado porque ya casi medio siglo luchando por algo que no acaba de llegar, a pesar de todos los supuestos esfuerzos.
Digo esto porque Fidel, tal cual lo veo ahora, es el culpable de que mi relación humana con mi padre se haya ensombrecido, de que a veces nos distanciemos, de que hayamos preferido no hablar ni de Cuba, ni del país, ni del día a día nuestro porque todo ello puede derivar en una discusión que nos siga distanciando. Primero no me creía cuando yo le hablaba y le contaba de lo que le hacían a los otros, a esos que se habían decidido a hacer valer sus criterios diferentes. No había represión, decía. No había engaño en la Revolución, decía. Es un proyecto limpio, decía. Y tuvo que ver de muy cerca todo lo que me hicieron por decir lo que pensaba, por enfrentarme a quienes quisieron condicionar mi éxito intelectual a mi participación en las tareas de la Revolución, con quienes no vieron bien que yo respetara y defendiera la amistad que me une a muchos “disidentes peligrosos”, como Raúl Rivero, Manuel Vázquez Portal, Manuel Cuesta Morúa, Eloy Gutiérrez Menoyo, por mencionar sólo algunos. Cuando vio todos los desmanes, todas las censuras, todas las trampas legales para “hacerme invisible” e incluso las resoluciones ministeriales que me tildaban de “agente del enemigo”, “mercenario”, entre otras calificaciones, pensé que había abierto los ojos. Pero dijo: “Fidel no sabe nada de esto… es obra de mediocres funcionarios que se creen dueños del poder absoluto”.
Quise decirle, bien lo recuerdo, que había visto una película sobre el nazismo en la cual una viejita, cuando la llevaron a un campo de concentración y le enseñaron lo que allí se había hecho, dijo: “El Führer no sabe nada de esto, si supiera, seguro que no hubiera pasado”. Pero no quise abrir más la herida.
III
Cuántas veces estuve cerca de Fidel. Unas cuantas. Muy cerca. E incluso me atreví a escribir el guión sobre su vida en ese documental de Estela Bravo del que, después, fui desapareciendo por obra y gracia de los sucios manejos de esa periodista y su marido. Jamás me ha interesado acercarme, como muchos otros, y decirle: “Comandante, comandante… yo soy…”, serviles, como si no se tratara de un hombre, un ser humano con virtudes y defectos, con logros y fallas (ambos inmensos por su responsabilidad ante el pueblo y la historia).
El Fidel que va conmigo, porque de algún modo los cubanos lo arrastramos con nosotros, es responsable también de que mis compañeros de carrera estén hoy separados: unos en el exilio (Lidia, Sandra Marina, Valesy, Ivette), otros en puestos oficiales donde de algún modo son odiados por que han tenido que responder a los dictados del gobierno censurando a sus colegas (Rosa Miriam, Grisel, Rubén) y otros en el más triste de los silencios: la labor invisible y mediocre de los medios provinciales (el resto de los que se graduaron ese año).
A Fidel quise hacerle mis primeras preguntas como periodista frustrado: ¿por qué se me sancionó cuando cubrí las labores de terminación de la Refinería de Petróleo en Cienfuegos y quise escribir que era imposible que aquello echara a andar, tal y como dijo el Granma y prometió Fidel en un discurso de ese año?; ¿por qué me obligaron a callar muchas cosas anormales, muchas mentiras y muchas anormalidades que vi y quise reportar mientras yo cubría como periodista la construcción de la Central Electronuclear de Juraguá, también en Cienfuegos?; ¿por qué cuando decidí escribir mi gran libro de periodismo sobre las jineteras, todas las instituciones cubanas me cerraron las puertas porque mi investigación no estaba en los planes bajados por el Departamento de Orientación Revolucionaria?; ¿por qué jamás dieron respuesta a mis cartas enviadas a todas partes cuando el Ministro de Cultura Abel Prieto y el Presidente del Instituto Cubano del Libro Iroel Sánchez, en contubernio con otros seudointelectuales en el poder dictaminaron eliminar mi nombre de todas las antologías, todos los programas culturales, todos los eventos, todas las editoriales, debido a mi posición independiente, a mis opiniones concedidas a la prensa extranjera, a mis libros sobre la realidad social cubana, a mi colaboración con revistas y publicaciones consideradas “disidentes”, y a muchas verdades que les dije frente a frente? , … y tantas otras preguntas.
IV
Esperaba que la vida, alguna vez, me diera la oportunidad de hacerle, en un escenario público, bajo el signo de la democracia a la que todos aspiramos, alguna de estas preguntas:
- ¿Ser de izquierda significa estar en contra del pensamiento diferente, de la pluralidad de credos y opiniones, de la diversidad de criterios sobre cómo encauzar una sociedad?
- ¿Por qué, para ser considerado una persona limpia y honesta, debo seguir los dictados de quienes detentan el poder y asumen el derecho de querer pensar por mí?
- ¿Por qué al pensar distinto, al sentir distinto, al reflexionar por cauces distintos a los establecidos por la Revolución, se le considera signo de traición, y a quienes piensan distinto, sienten distinto y reflexionan por otros cauces, se les llama apátridas, gusanos, mercenarios del imperio?
- ¿Por qué, si con mis libros he reunido los recursos y el prestigio intelectual para hacerlo, no se me permite tener la revista literaria con la que siempre he soñado y se me exige que, para tenerla, debe ser regida por una institución oficial del gobierno?
- ¿Qué razón de seguridad para la patria, o de otra índole, justifica que yo tenga que pedir permiso para entrar y salir de mi propio país?
- ¿Qué razones reales impiden que los cubanos puedan desarrollar su iniciativa privada, asumiendo los riesgos, los retos y la responsabilidad social que toda empresa conlleva?
- ¿Bajo qué criterios el Estado cubano se arroga el derecho de no permitir que mis hijos viajen conmigo a cualquier lugar del mundo, si yo pudiera garantizarles ese viaje?
- ¿Cuándo llegará el día en que los supuestos crecimientos económicos del país se conviertan en bienestar de la población?
- ¿Cuándo llegará el día en que se entienda que se puede mantener la soberanía nacional respetando las libertades individuales?
- ¿Por qué una Revolución que nació limpia, que despertó la esperanza de los pobres en todo el mundo, que dijo ser una Revolución para todos, se ha ido cubriendo con la sangre y el sufrimiento de quienes empezaron a criticarla, a intentar enderezarla, asumiendo lo que cualquier ciudadano debe hacer con la sociedad en que vive?
- ¿Por qué se transformó una Revolución popular en una sociedad totalitaria, represiva y estancada en sus propios odios y sus propios miedos?
- ¿Para construir ese mundo más justo para todos que todos deseamos hay que defenderse de quienes no lo desean con las mismas armas sucias con las que éstos atacan?
- ¿Por qué ocultar los defectos de la Revolución, si en todos los sitios está escrito que una Revolución siempre es perfectible?
Pero Fidel Castro, tal cual han anunciado, parece estar enfermo. Muy enfermo. Y quienes lo conocemos sabemos que puede ser cierto: no de otro modo hubiera cedido ni un ápice de su poder un hombre que ha enfermado de poder.
V
Me han preguntado mucho qué pasará cuando Fidel Castro muera, ahora o después, algún día. Será un día triste, he dicho. Porque como cristiano siempre que un ser humano muere, haya hecho el bien o el mal que haya hecho, se impone el respeto por esa persona que se va y que, querrámoslo o no, va a marcar con su partida una estela de tristeza para quienes lo quisieron, que siempre los hay.
Con Fidel se irá una época, por desgracia, una época de sueños traicionados. Sólo espero, lo he dicho en alguna entrevista, que en ese momento los cubanos sepamos dejar a un lado nuestros miedos, nuestras cavilaciones, nuestras dudas, nuestros odios acumulados y nuestras diferencias. De la respuesta que demos a partir de ese momento dependerá la reconstrucción de nuestra isla, con libertad, con independencia, sin interferencias de nadie. Como hombre de izquierda pienso que, entonces, podremos volver a mirar y retomar, desde la democracia, aquel camino perdido hacia ese mundo mejor posible para todos que una vez Fidel Castro abandonó sin que hasta hoy haya dado explicaciones a nadie de las razones que tuvo para hacerlo.
Esa es una explicación que, seguro estoy, nos deberá siempre.
Fidel Castro and I
Translated by Regina M. Anavy
People have asked me: “What does Fidel Castro mean to you?” And in the past few days, since the announcement of his transfer of power to his brother Raúl Castro, I’ve lost count of the journalists, colleagues, friends who have, almost unsympathetically, tossed this question in my face.
The curious thing is that never, in all the time I have been capable of reason, had I stopped to think what significance this name—Fidel Castro Ruz—might have in what some could call “the story of my life.”
I
I remember the speeches. I must confess that, since childhood, I have never felt any interest in political matters, unlike other children I saw then and that I see today, mixed up in the repetitive rhetoric of the morning speeches, the political acts, looking to score a point by that emulation where someone was always evaluating their behavior. Later, with the years, discussing the matter with those who were once that type of child also, I knew that, yes, they participated in that fun simply because their parents pushed them, because it was a way of standing out in the crowd, or because they saw it as the fashion: one had to shout, like the adults were shouting, against imperialism. They didn’t have a clear concept of what they were doing, obviously. And it must have been normal, since we can suppose that a child at that age is discovering the world through play, and not losing the precious time of his development in the political indoctrination that has been so typical of Cuban education since the triumph of the Revolution in ’59.
The figure of Fidel compared to that of the other greats. They were gods, incorruptible beings, perfect. I remember that one of my primary school teachers punished me one day when it occurred to me to ask a question, out of my absolute innocence, when they were teaching a history class about the installations in the Sierra Maestra, the armory, the little school, the hut from which Fidel gave his commands… My question paralyzed the teacher: “And where were the bathrooms, Ma’am? Because I imagine that those men, too, had to do their business.” I spent the whole morning facing the wall, sitting in a chair, until my mother, a teacher at the same school, came to get me. She gave me a smack and told me I should never again lack respect for the teacher, nor for our heroes.
Since that moment Fidel was the great inquisitor, even if I did not know him, could not define him. But they had pushed us to be like him, he who was more perfect, greater even than Ché, more enlightened than Martí. That’s what they said. And it was annoying. I was a kid that sailed through classes, that never needed to study, and really I never did study back then because I preferred to read from the fantastic library that my parents had at home, rather than force myself to follow a set of parameters for “pioneer emulation,” to be like someone for whom, moreover, I had to stand for hours and hours waiting around when I had to form part of the human chain of Young Pioneers that would welcome oh so many African, Asian, or other socialist country presidents whom that man invited to Cuba, or to be like a man who, on more than four occasions, obliged me to listen, standing in the sun and rain, to incredibly long speeches that the child I was then did not understand, even though I found some comfort in performing the routine with my little friends when Fidel stopped talking and the teacher would say, “Now, kids!” so that we would yell, “Go on, Fidel, give it to the Yankees! Carter’s a sissy, Fidel has guts”! and that mountain of other slogans that everyone now knows.
Fidel then was also that man my father would listen to seated in front of the television, although I cried my eyes out because that day they wouldn’t be showing cartoons on TV, or because the speech was on another channel and my father would say, “I’m going to hear the speech, understand?” and there was no discussion.
II
But my father was on Fidel’s side. He has his story. He took part in the Revolution and continues believing that it is still pure and possible. Blind. Or perhaps determined not to admit that he has thrown his life away, that Fidel has betrayed him, because he has passed almost half a century struggling for something that has yet to arrive, despite all the supposed effort.
I say this because Fidel, as I see him now, is the person I blame for the shadow that has been cast over my relationship with my father, for the fact that sometimes we distance ourselves from one another, that we have preferred not to speak of Cuba, nor about the country, nor our daily lives, because all those things can lead to a discussion that continues to push us apart. At first he didn’t believe me when I spoke to him and told him what they did to others, to those who had decided to value different opinions. There had been no repression, he said. There had been no deceit in the Revolution, he said. It’s an honest plan, he said. And he had to see up close everything they did to me for saying what I thought, for confronting those who wanted to condition my intellectual success on my participation in the work of the Revolution, those who did not look well upon me because I respected and defended the friendship that connects me to many “dangerous dissidents,” like Raúl Rivero, Manuel Vázquez Portal, Manuel Cuesta Morúa, Eloy Gutiérrez Menoyo, just to name a few. When he saw all the abuse, all the censorship, all the legal tricks to “make me invisible,” including the ministerial resolutions that branded me an “enemy agent” and a “mercenary,” among other things, I thought that he had opened his eyes. But he said: “Fidel knows nothing of this… It’s the work of mediocre government officials who think they are masters of absolute power.”
I wanted to tell him, I remember this well, that I had seen a film about Nazism in which an old woman, when they took her to a concentration camp and showed her what had been done there, said: “The Fürhrer doesn’t know anything about this. If he had known, I am sure it would not have happened.” But I didn’t want to open the wound any further.
III
A few times I was near Fidel. A few. Very near. And I even dared to write the screenplay about his life in that documentary by Estela Bravo from which, later, I was disappeared, by the work of and thanks to the dishonest scheming of that journalist and her husband. I had never been interested in approaching him, like so many others, and saying: “Comandante, Comandante… I am …” Servile, as if he weren’t just another man, a human being with virtues and defects, with accomplishments and failures (both immense given his responsibility before the people and History).
The Fidel who travels with me, because, in some way we Cubans all drag him along with us, is also responsible for the fact that my professional friends are separated today: some in exile (Lidia, Sandra Marina, Valesy, Ivette), others in official posts where they are in some way hated for having to follow government orders to censor their colleagues (Rosa Miriam, Grisel, Rubén), and others in the saddest of silences: the invisible and mediocre labor of the provinces (the rest of those who graduated that year).
I wanted to ask Fidel my first questions as a frustrated journalist: Why was I sanctioned when I covered the final work on the oil refinery in Cienfuegos and wanted to write that it was impossible that it would go as planned, like Granma said and Fidel promised in a speech that year? Why did they force me to remain silent about many unusual things, many lies and irregularities that I saw and wanted to report while I covered as a journalist the construction of the nuclear power plant at Juraguá, also in Cienfuegos? Why, when I decided to write my important journalistic book about prostitution, did every Cuban institution shut its doors to me because my investigation did not fall under the plans of the Department of Revolutionary Orientation? Why did they never reply to the letters I sent everywhere when the Minister of Culture, Abel Preito, and the president of the Cuban Book Institute, Iroel Sánchez, in collusion with other powerful pseudo-intellectuals, ruled that my name should be eliminated from every anthology, every cultural program, every event, every editorial, owing to my independent position, the opinions I gave to the foreign press, my books about the social reality in Cuba, my collaboration with magazines and publications considered “dissident,” and the many other truths that I told them face-to-face? … and so many other questions.
IV
I used to hope that, some day, life would give me the opportunity to ask Fidel in a public setting, under the banner of the democracy to which we all aspire, some of these questions:
- Does being part of the left mean being against independent thought, the plurality of beliefs and opinions, the diversity of criteria about how to form a society?
- Why, in order to be considered an honest person, must I follow the orders of those who cling to power and assume the right to think for me?
- Why is it that thinking differently, feeling different and considering different paths than those established by the Revolution is considered a sign of treason, and that those who think differently, feel different and consider other paths are called “unpatriotic,” “worms,” “mercenaries of imperialism”?
- Why, if with my books I have gathered the resources and the intellectual prestige to do it, am I not allowed to have the literary journal I have always dreamed of, and that requires me, in order for it to happen, to have the journal regulated by an official government institution?
- What reason of national security or otherwise justifies my having to request permission to enter and exit my own country?
- What actual reasons prevent Cubans from developing private projects, assuming the risks, the challenges and the social responsibility that all businesses take on?
- Under what criteria does the Cuban state assume the right to not permit my children to travel with me anywhere in the world if I can take responsibility for that trip?
- When will the day come in which the country’s supposed economic growth translates into the wellbeing of the population?
- When will the day come in which it is understood that it is possible to maintain national sovereignty while still respecting individual rights?
- Why did a Revolution that was born honest, that awakened the hope of all the world’s poor, that claimed to be a Revolution for everyone, end up covering with blood and suffering those who began to criticize it, those who tried to set it on the right path, those who assumed the responsibility every citizen should have toward the society in which he lives?
- Why did a popular Revolution transform itself into a society that is totalitarian, repressive and blocked by its own hatreds and fears?
- To construct a world that is more just for everyone, which we all want, do we have to defend ourselves against those who don’t want it with the same dirty weapons with which they attack?
- Why hide the defects of the Revolution, if everywhere it is written that a Revolution is always capable of perfection?
But Fidel Castro, just as they announced, appears to be sick. Very sick. And those of us who know him well know that it must be true: in no other way would he have ceded even a shred of his power, a man who has become sick with power.
V
I’ve been asked a lot what will happen when, sooner or later, Fidel Castro dies some day. It will be a sad day, I have said, because, as a Christian, any time a human being dies, whether he has done good or evil, one must respect his passing. Whether we liked him or not, his departure will leave a trail of sadness for those who loved him, for these people always exist.
With Fidel an era will end, an era, unfortunately, of betrayed dreams. I only hope, I said this in an interview once, that in this moment we Cubans will know how to put aside our fears, our caviling, our doubts, our accumulated hatreds and our differences. The reconstruction of our island, with liberty, with independence and without anyone’s interference, will depend on the answer we give at that moment. As a man of the left, I think we will then be able to go back, look at and retake that lost road of democracy toward a better possible world for everyone, that road once abandoned by Fidel Castro without even, to this day, explaining to anyone his reasons for doing so.
That is an explanation, I am certain, he will always owe us.