Colegas II: Lidia Señarís Cejas

Publicado por Amir Valle | Publicado en Generales | Publicado el 11-07-2015

Colegas

 

(Serie)

Uno de los mayores enriquecimientos que he recibido como escritor ha sido ejercer el periodismo junto a colegas de una profesionalidad tan indiscutible, que cada encuentro con ellos es una lección magistral. En esta serie, quiero hablar de algunos de esos periodistas.

 

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Lidia Señarís Cejas:

Cuando la tozudez se convierte en virtud.

 

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En tiempos en que el periodismo va de capa caída, aplastado su verdadero papel como manifestación del pensamiento social por la banalidad descerebrada, el morbo noticioso plagado de chismografía social y, en el mejor de los casos, la superficialidad informativa o el océano de medias verdades enmascaradas para no ofender a los poderes (económicos, políticos o de otra índole) que controlan los medios en todos los rincones de este mundo cada vez menos azul, uno agradece conocer el trabajo profesional, consecuente y tozudo de colegas como Lidia Señarís.

La tozudez, se sabe, suele entenderse como ceguera, obsesión enfermiza, irracionalidad, pero en los tiempos que corren suele también ser un instrumento que sostiene la creencia de que algo imposible para otros (si se le analiza de acuerdo a esa negatividad, a ese derrotismo que se ha impuesto en nuestras sociedades modernas) puede hacerse posible cuando uno no deja vencerse por ese NO inmenso, rotundo, fortísimo, que lanza sobre los espíritus emprendedores la debacle económica, social y moral de estos tiempos. En esos casos, la tozudez se convierte en virtud.

Cumpliendo el servicio social como periodista en Guantánamo.

Cumpliendo el servicio social como periodista en Guantánamo.

Si en algo estuvimos hermanados siempre Lidia Señarís y yo, desde aquellos tiempos en que cursábamos la carrera de periodismo cuando la llamábamos «la flaca Lidia», fue en esa tozudez con la que nos resistíamos a ceder a ciertas convenciones aniquiladoras si queríamos que nuestros sueños se cumplieran. Era entonces sólo una intuición. Sin saberlo aún en carne propia (lo iríamos comprobando luego en nuestras vidas como periodistas), ese modo de andar por la vida evitó que nos convirtiéramos en alguno de esos grises seres conformistas y oportunistas en los que el periodismo cubano transformó a la mayoría de aquellos muchachos soñadores, inteligentes, de almas nobles y espíritus irreverentes que estudiaron en nuestra aula, allá en la Universidad de La Habana.

Ya desde esos primeros años de práctica en la prensa plana o la televisión, su personalísimo estilo alimentó mucho al periodista que yo quería ser. Había en ese estilo algo de estallido, algo de llama que se enciende y echa a correr, un hálito de luz que, pese a las imperfecciones que debía tener al tratarse de una novata en el oficio, irradiaba aún más en medio de esa ciénaga de conformidad mediocre, miedos camuflados, autocensuras asumidas como normas de creación y silenciadas conveniencias ideológicas que ha sido el periodismo cubano en las últimas cinco décadas. Cierta vez, en una de las clases, quien era uno de nuestros profesores, el periodista Wilfredo Cancio, dijo sobre un trabajo de Lidia que era «alegre». Y quienes la conocíamos mejor entendimos que esa, la alegría, su explosividad contagiosa de alegría, el encontrar las aristas más cuestionables desde ese gozo que es observar las cosas con los ojos de la alegría, podía ser la mejor definición de su estilo.

Haciendo periodismo en las minas de Asturias.

Haciendo periodismo en las minas de Asturias.

Justo ese sello, mezclado a su tozudez en no dejarse apagar por las rígidas normativas del periodismo oficialista, era lo que más destacaba en aquellos trabajos que a ratos encontré en la prensa nacional, enviados por ella desde Guantánamo, donde cumplía el servicio social, o desde otras partes también remotas de la isla. Otro colega, que como yo la admiraba mucho, y a quien me encontraba en algunos eventos cuando me desempeñaba como periodista-redactor publicitario en la Corporación de Turismo y Comercio Internacional Cubanacán S.A., más de una vez me hizo llegar algunos de los trabajos que ella comenzara a escribir cuando se desempeñó como corresponsal de la Agencia Internacional de Noticias Prensa Latina, en Chile, y recuerdo que muchas veces sonreí, descubriendo la pícara jugarreta con la que Lidia esquivaba el burdo lenguaje ideologizador que caracteriza a esa agencia: bastaba una frase, un párrafo brevísimo, el ablandamiento literario de alguna idea cliché que forzadamente debía utilizar en sus escritos. «Ahí está», me dije siempre, nuevamente orgulloso de la que fue durante esos años mi guía personal y espiritual, «esa es la verdadera Lidia». Fue así que, intentando preservar su estilo tan irreverente, tan cuestionador, tan libertino, sobrevivió a ese coro de nulidades calcadas, a ese movilizador campo de batalla eterna sin estilos personales que es también el periodismo cubano.

Cuando volvimos a encontrarnos muchos años después, descubrí que Lidia poseía otro don, más humano, pero también propio de los grandes periodistas: no dejarse confundir por ciertas realidades engañosas y saber voltear el rostro para buscar otra realidad, aún cuando esta parezca menos clara, enos tangible, menos segura, incluso tal vez cuando pueda esconder una derrota. Es un leve tic en el corazón que evita el descalabro, una anunciación secreta, íntima, que reciben ciertos elegidos. En su caso, un día decidió abandonar la que podía ser una carrera exitosa pegada al poder político en Cuba para irse a otros mundos detrás del mayor de los tesoros: un gran amor. Confieso que también le admiro y le aplaudo esa decisión. Y me atrevo a decir, aunque quizás le moleste, que ha sido esa la decisión más trascendental de su vida.

Durante uno de los cursos y talleres que imparte como Gerente de LS Comunicación.

Durante uno de los cursos y talleres que imparte como Gerente de LS Comunicación.

Como si no bastara, en medio de una España que ella y su esposo, el abogado Carlos Villalba, veían debilitarse lentamente, año tras año, con esa levedad peligrosa con la que suelen empezar los más terribles derrumbes, apeló a su tozudez característica y dijo «yo puedo» donde todas las voces decían «no podrás». Y ha podido. Fundó LS Comunicación y, paso a paso, batalla a batalla, fue imponiendo su profesionalismo, su paciencia, su excelencia y una perseverancia a toda prueba, abriéndose a otros ámbitos en los que hoy es, sin dudas, una especialista con quien puede contarse. La periodista, así, devino en publicista, analista de marketing y medios, editora…, universos todos de ese complejo y fascinante mundo que es la comunicación social. Y en todos esos ámbitos destaca como un sello de distinción su explosividad contagiosa de alegría.

En un evento reciente, junto al expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero.

En un evento reciente, junto al expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero.

La miro y aprendo. La sigo de cerca siempre porque, además, ella y su esposo Carlos, una verdadera enciclopedia gracias a su rabioso interés por la lectura, son los dos únicos seres a quienes en mi destierro puedo llamar, en toda regla, hermanos. Su tozudez me insufla tozudez; su perseverancia, me trasmite cuotas inmensas de perseverancia; su fe ciega en que todo puede lograrse, me ha sacado más de una vez de un atolladero y, cuando me siento cansado, cuando las fuerzas me fallan, cuando ciertos sucesos me hacen sentir traicionado, desilusionado, sin que pueda evitarlo (quien no lo crea, puede preguntar a mi esposa, a mis hijos), mi mente vuela de Berlín hacia Asturias y allá encuentra a Lidia, trabajando arduamente, casi con desespero; a Carlos, trabajando arduamente, casi con desespero; a LS Comunicación ganando prestigio cada día… Saberlos allí, confiando en que lo último que debe uno hacer es dejarse vencer por las circunstancias, por adversas que parezcan, es una brújula que me guía, aunque quizás ni ella ni Carlos lo sepan.

 

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