Cuando la dignidad tiene nombre

Publicado por Amir Valle | Publicado en Generales | Publicado el 29-10-2015

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Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados”.

José Martí

 

 

La cita de nuestro José Martí no es casual, ni es forzada. Es, simplemente, justa, pues hoy llega a sus 50 años (la media rueda, la llamamos en Cuba) uno de los hombres más dignos que he conocido: Oleido Rafael Vilaplana Santalo, más conocido por su nombre artístico, Lilo Vilaplana.

Para los lectores de este blog que no lo conocen, debo decir que se trata de uno de los directores de audiovisuales más importantes de la diáspora cubana; una labor que, por cierto, se ha ganado haciendo algo que, lamentablemente, no abunda en el mundo de la televisión y el cine: tender manos, abrir puentes, demostrar que siempre hay espacio para el talento y la creatividad genuinas, si se emprende el camino de esta manifestación artística bajo el credo de que lo importante no es competir, es crear entre todos, productos que dignifiquen la profesión. Quizás por eso su nombre ha ido ganando reconocimiento, no sólo en esa Colombia que lo recibió en 1997 y donde desarrolló una amplia carrera como director de importantes series de la televisión colombiana, sino en todo el ámbito latinoamericano, aunque como para no defraudar a la tan conocida sentencia bíblica “nadie es profeta en su tierra”, allá, en nuestra Cuba, quienes detentan el poder cultural intenten invisibilizar su nombre y su trabajo.

Si quieren saber más, los invito a leer esta entrevista que tuve el honor, y el placer, de realizarle hace ya poco más de un año:

Me han bautizado como la canción de Serrat. un soñador de pelo largo

Como habrán notado ya, las palabras que aquí he escrito destilan una evidente admiración. Se impone entonces que diga que esa admiración, en mi caso personal, nace de tres aspectos que considero verdaderos manantiales de humanismo que podrían servir a cualquiera para caracterizar el actuar cotidiano de Lilo: el profesional, el sentimental y el de la dignidad.

Profesionalmente, Lilo es uno de los artistas más enamorados de su profesión que he conocido; diríase incluso que un fanático de su profesión. En ese empeño, que suele ser um impedimento para realizarse en otras áreas (la vida familiar, por ejemplo), ha tenido la suerte de contar con una mujer excepcional (y ya se ha dicho mucho: detrás de un gran hombre siempre hay una mujer maravillosa), Irasema, y unos hijos que siempre han estado ahí, apoyándolo: Camilo y Camila, y por eso sé que cada uno de sus triunfos es, también, un éxito familiar, que se hace extensivo a los buenos amigos (muchos de ellos excepcionales artistas cubanos) que lo rodean. Baste ver sólo un capítulo de cualquiera de sus series televisivas de tanto éxito; o baste ver esa pequeña joya del cine corto cubano que es “La muerte del gato”; e incluso, como me han comentado algunos amigos comunes, basta verlo en pleno rodaje de alguno de sus trabajos, para saber que se está ante la presencia de un profesional de altísimo nivel que justo ahora vive la plenitud de su carrera, en un ascenso que, lo sabemos, sólo puede llevar a planos aún más estelares de profesionalismo y madurez artística.

Sentimentalmente, Lilo es un ejemplo. Tras la dureza de su voz, tras las bruscas sacudidas de su revuelta cabellera negra, tras sus duros gestos de hombre, se esconde un alma exquisita, de increíble sensibilidad; pero, especialmente, se esconde un ser humano que cree en el amor como motor de la especie humana, que es enfermizamente fiel a sus amigos, alguien que siente un respeto profundo por las relaciones interpersonales, y que basa ese respeto hacia los credos y comportamientos de sus amigos en una capacidad especial para entender que un amigo no tiene por qué pensar del mismo modo, no tiene por qué encarar la vida como él la encara, no tiene que repetir palabras de nadie, y ese equilibrio, ese respeto por el diálogo, lo logra gracias a otro detalle que suena cada vez más raro en este mundo del arte: la sinceridad, aunque duela. Tener un amigo como él es como tener a un hermano de sangre y eso, en esta egoísta y estupidizante modernidad que hoy vivimos, es un regalo.

Finalmente, basta mirar su comportamiento en la vida cotidiana, en el desempeño de su profesión, en las redes sociales, y en otros espacios de su vida profesional y personal, para descubrir su apego a la dignidad. La dignidad, para Lilo, es un valor irrenunciable; tan esencial como el aire que respira. Una dignidad que cobra aún más valor en las circunstancias históricas que envuelven las vidas de los cubanos: un país que se cae en pedazos, un pueblo con la moral vagando por los subsuelos, los miedos y las conveniencias callando las lenguas de millones de cubanos en Cuba y fuera de Cuba, el ombliguismo extendido como una pandemia tanto en la isla como el exilio, y un futuro que se pinta cada vez más negro para la isla mientras la mayoría insiste en ver esperanza, sin querer darse cuenta de que se trata de una esperanza tejida en las mismas manos de quienes nos lanzaron a esa desesperanza y esa ruina económica, social y ética que hoy es Cuba.

Por eso la cita inicial de Martí en este pequeño abrazo virtual que le envío por su cumpleaños a mi hermano Lilo Vilaplana desde Berlín a Miami: aunque haya muchos cubanos que han perdido el decoro, tú llevas contigo, querido Lilo, el decoro que a muchos les falta. Dignidad y decoro te sobran. Y Cuba necesita de hombres como tú, no lo dudes.

 

 

 

 

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