El tirano que todos llevamos dentro
Máximo Barrera es el negro más parecido a José Martí que conozco. Físicamente, quiero decir. Y aunque sea difícil concebir a un Martí tan negro como la más absoluta y cerrada oscuridad, lo cierto es que siempre que veía su frente ancha y pronunciada, sus pómulos prominentes, sus cuencas semihundidas y su bigote tupido, me venía a la mente, sin que pudiera evitarlo, la imagen de muchos de esos retratos que se han hecho de Martí.
Eran los tiempos en que estudiábamos en la Escuela Vocacional Antonio Maceo, en las afueras de Santiago de Cuba, y aquel negro a quien todos temíamos se paseaba como una sombra, a cualquier hora, por todos los pasillos, pisos y hasta sótanos de aquellos edificios, imponiendo el orden con sus gestos autoritarios, apenas sin hablar, recordándonos todo el tiempo que él estaba allí para eso: para encarrilar nuestros espíritus rebeldes, inmaduros, desordenados, inconformes, faltos de disciplina, desde su responsabilidad como Subdirector de Internado.
Era, según sus actos, un verdadero déspota. Alguien a quien ni siquiera se le podía explicar nuestras razones, tuviéramos razón o no: simplemente no escuchaba y teníamos que retirarnos, perseguidos por su mirada durísima, cortante, impelidos por alguno de esos gestos tiránicos que muchos aprendieron a odiar. Sí, porque sé que muchos aún lo odian, a pesar de que los años transcurridos desde entonces nos han hecho comprender cuán cabezas locas éramos, cuán equivocados estábamos. Pero otros, por lecciones que recibimos a puro golpe y vergüenza, aprendimos a respetarlo y a entenderlo.
Y fue Máximo Barrera, el primer hombre a quien muchos consideramos un tirano, quien me enseñó una tarde de 1983, que era posible matar a ese tirano que hemos incubado casi todos los cubanos de las generaciones crecidas en la Revolución. Leer el resto de esta entrada »