«Siempre tuve miedo de las cucarachas y cuando Mamá me mandaba a buscar algo en el cuartico viejo del fondo me ponía las botas grandes de Papá para no sentir cómo se me subían por las piernas».
Tiempo en cueros
De la infancia aún conserva su amor por los baños en los ríos, las caminatas por los campos y las montañas, las puestas de sol entre los árboles, el lenguaje alborotado y múltiple de los insectos y los bichos del monte.
Nació en la ciudad de Guantánamo el 6 de enero de 1967, de abuelos católicos y padres ateos, que a pesar de ello le conservaron la magia del Día de los Reyes Magos (uno de sus más lindos recuerdos), pero su memoria, agradecida y llena de resonancias vitales para el hombre que es, viaja todavía hacia un pueblito del campo oriental: el Central Antonio Maceo, donde vivió hasta los once años «cuando en este país exportar la fraternidad y la humanidad de los cubanos nos podría hacer ricos». Por ello, de anécdotas de fraternidad y humanidad está cargada su memoria cuando piensa en ese pueblito. Sus padres se trasladan a la ciudad de Santiago de Cuba, donde «creo que se formó mi personalidad actual», aunque esos años (casualmente los primeros de la Revolución Cubana) fueron igual a los de otros niños de esa edad: actividades pioneriles, campañas revolucionarias; en fin, todo el ajetreo político de una nación en medio de un convulso cambio social.«Entonces no tenía conciencia de nada de eso; puedo decir que al niño que era entonces sólo le interesaban sus propios sueños».