Amir Valle: desde niño he odiado todo lo sectario

Habana Times,  28 de septiembre de 2017

 Por Karla Pérez

 

amirbn1Nace en un poblado cerca del central Antonio Maceo, en Guantánamo, en el año 1967. El central, moderno; su pueblo, a dos kilómetros. Todo madera, todo vacío. En casa de Amir Valle comen los pobres. Comen sus mejores amigos. Una familia de negros. Siete hermanos, cuenta, que vivían en barracones todavía, en los años 70.

“El bebé que acababa de nacer en una casa era el bebé de todos y, también, el muerto en una familia era un muerto que todos lloraban”, recuerda el guantanamero. Rescata cosas de ese tiempo. Como cuando convenció a los amigos para “tomar prestado” un tiburón martillo que trajeron a vender una mañana en la carnicería, para nadar junto a él en el río. De esa historia le duelen aún las nalgas.

Hoy Amir vive en Berlín. Y Vargas Llosa quería conocerlo. “Espero que nuestros destinos se crucen alguna vez, ojalá en la querida Cuba y, si no, en cualquier otra parte”, le escribió el Nobel peruano. Y bueno, se cruzaron en Bulgaria, hace 4 años.

 

Conozco que, gracias a tus padres, a los 4 años sabías leer y escribir. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos con un libro, o con un lápiz?

Un día, a los siete años, conmovido cuando terminé Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, me dije que aquella historia se parecía mucho a la mía y decidí escribir algo parecido con mis vivencias: mis escapadas de los deberes que mis padres me ponían cada día, un paseo por el río junto a un amigo en busca de aventuras, el amor por Betty (mi primera noviecita boba, novia seria después, lamentablemente fallecida a edad muy temprana de leucemia), las amenazas de un ser al que creíamos peligroso (había sido antes de la Revolución el dueño de casi todas las tierras de aquel lugar y sobre él recaía, además, la mala fama de ser “un capitalista desalmado”. Mi madre leyó esa historia, algo que para mí era una larguísima novela y que, en mi adolescencia, comprobé eran apenas unas seis hojas de cuaderno escritas con mi horrenda letrona, algo tan meloso y cursi que intenté que mi madre destruyera, sin lograrlo, pues ella se las ha ingeniado para tenerla a salvo hasta hoy.

 

La vida adolescente te lleva a estar becado. Supongo dejas de ser el niño inocente que escribía historias?

Vivir hacinados, obligados a trabajar en el campo, soportando un régimen de vida muy cercano al carcelario y teniendo que ser de un modo distinto al que verdaderamente se es, nos empujaba a movernos en una doble moral que luego extenderíamos a nuestra vida de adultos. Muchos ni siquiera hoy han logrado curarse de esa tara. Allí nos inocularon el odio, la desconfianza hacia cualquier individuo que se saliera de los márgenes establecidos por las normas políticas o “revolucionarias”. Nos enseñaron a vivir divididos fingiendo estar unidos en un ideal que nos obligaban a recitar como burdos slogans.

Eso me transformó: conocí allí el despreciable valor de mentir por conveniencia, de atacar para no ser atacado, de buscar alternativas clandestinas a las cosas que te obligaban a vivir. Años después, cuando aposté por defender mis ideas, las libertades que siempre creí el sistema debía respetarme, los tragos más amargos, las peores decepciones humanas las viví intentando acercar mi vida a esos conceptos usualmente excluidos por esos tipos de socialismo que hemos padecido: ética, honestidad, coherencia. Ser ético, actuar con honestidad y mantener una coherencia férrea entre lo que pienso, lo que digo y lo que hago todavía me sigue trayendo tragos amargos.

 

Santiago de Cuba llega a Amir a los 11 años. No vacila, en esta respuesta no vacila. No hay mucho después de pisar Santiago

«Si el poblado Maceo marca el despertar de mis valores como ser humano y si La Habana fue ese sitio infernal y paradisíaco donde descubrí que el único valor real en la vida es luchar por los sueños que Dios colocó en el corazón de cada uno, Santiago fue la fragua donde se forjó el ser humano que hoy creo ser”, continúa.

Era una ciudad cálida en todos los sentidos, pero especialmente en sus connotaciones humanas; un sitio especial con una magia rara que mezcla de un modo inexplicable lo provinciano y lo cosmopolita, lo más moderno y lo más añejo. Como si no bastara, me tocó vivir culturalmente, en plena formación como escritor, una de las épocas más gloriosas de esa ciudad. Sin ánimos de ofender a las generaciones posteriores, me atrevo a afirmar que la década de los 80 fue el único momento en que Santiago de Cuba, por la calidad de sus creadores y el impacto social de sus movimientos artísticos, le disputó a la capital su eterno protagonismo. Todo ese ambiente me cambió.

 

Cambiamos de tema, ya yo quiero llegar a la universidad

“Voy a confesarte algo que nunca he dicho: mi sueño era ser ingeniero petroquímico”.

Las asignaturas de letras me parecían tan fáciles que me aburrían y, sin embargo, era un genio en las Matemáticas, la Química y la Física.

Pero…

El escritor Eduardo Heras León me pidió que reflexionara: “Amir, tú eres un escritor y por eso me animo a decirte que debes preguntarte si estás dispuesto a pasarte el resto de tu vida entre números fríos y procesos químicos”. Me puse a pensar y, en verdad, ese futuro me aterró, así que cuando tuve las planillas de las carreras solicité Psicología, Periodismo y Derecho. Curiosamente, me llamaron para hacer la prueba/entrevista que entonces se les hacía a todos los aspirantes a estudiar Periodismo.

 

Al final estudias Periodismo. ¿Tenías ya alguna idea de las implicaciones de ser periodista en Cuba?

Lo que tú y yo hoy consideramos “implicaciones”, las veía como mecanismos naturales de defensa de la Revolución. No tardaría mucho en descubrir mi estupidez y ceguera en ese sentido, aunque ahora que lo pienso sé que no me sonó nada agradable que uno de los entrevistadores, que venían de la UPEC en La Habana, me preguntara si estaba dispuesto a jurar ser un “soldado ideológico de la Revolución”. Quizás fue el modo en que lo dijo, pero recuerdo que aquello me pareció como una invitación a entrar en una secta. Y desde niño he odiado todo lo sectario.

 

Comienzas en Santiago y terminas en La Habana la carrera. ¿Se siente diferente la Academia? ¿Se hace diferente periodismo en un lugar y en otro?

Estudiar dos años y medio en la Universidad de Oriente y los otros dos años y medio en la Facultad de Periodismo en la Universidad de La Habana fue un privilegio, porque conocí a casi todos los que luego, en toda la Isla, estarían protagonizando el periodismo oficial. Había talento de sobra, había deseos de hacer cosas distintas, de dinamitar el periodismo que hasta ese momento predominaba.

Pero entonces no era como hoy…, los mecanismos estaban muy aceitados en esos años para convertir incluso al más libertino en una oveja domesticada. En esos tiempos no había opción: o te sumabas al balido uniforme o te ibas, ya fuera a las rejas o a hacer otra cosa. Y en ese sentido había entre los censores una monolítica uniformidad estratégica a nivel nacional, sumado al hecho de que era fácil lograr el control porque solo existían esas dos facultades.

La otra parte de tu pregunta es algo ya demostrado: el periodismo que se hace en Cuba, en cualquier sitio, salvo el que se les permite escribir a algunos medios y periodistas no oficialistas, es plano, ciego, estúpido, enfermo de consignismos, triunfalismos y manipulación.

Lo más triste para mí ha sido ver a gente de muchísimo talento prostituyéndose profesionalmente perpetrando esos bodrios.

 

Esa visión sobre el periodismo cubano ¿evoluciona o cambia cuando terminas la carrera?

Lo que allá llamamos “abrir los ojos”, se produjo en mí unos meses después de empezar la carrera. Un compañero de aula, a quien todos consideraban un oportunista enfermizo fue colocado como dirigente de la FEU al frente de la Facultad de Periodismo, simplemente porque su madre era una alta funcionaria del Ministerio de Educación. Tres estudiantes de Periodismo del tercer año, ofendidos, escribieron un pasquín denunciando tamaña estupidez y fueron expulsados. Después, en las prácticas en el periódico Sierra Maestra, me asombró ver que entre los periodistas circulaba una pequeña lista de las cosas que no estaban permitidas escribir o hacer allí si no querías tener problemas.

Aún recuerdo una conversación con Eliades Acosta Matos, quien entonces dirigía la radio provincial en Santiago (luego llegaría a ser el mayor censor de la Cultura, desde las oficinas del Departamento de Orientación Revolucionaria en el Comité Central). Uno de sus consejos era: “yo siempre escucho mucho lo que dice Balaguer (José Ramón Balaguer era en esos años el primer secretario del Partido en Santiago) y no escribo nada, ni permito que se escriba o transmita nada que se aparte de su visión, porque él representa aquí a los dirigentes de la Revolución” (Ver Nota del Entrevistado a pie de artículo).

Más tarde, casi al año de estar estudiando en La Habana tuve el honor de ser uno de los protagonistas de la famosa reunión de los estudiantes de Periodismo con Fidel Castro, en la que sucedió el hecho inédito de cuestionarle en su propia cara su política con respecto a los medios de información y el periodismo, e incluso cuestionar su protagonismo absoluto en la dirección del país.

Lo que nos cayó encima después de esa reunión en 1987 fue terrorífico, además de vergonzoso, y determinó el futuro del periodismo cubano. Utilizaron una estrategia de miedo y división que nos aplastó a todos, convirtiéndonos en marionetas del poder, en profesionales temerosos frustrados y, en casos como el mío, en ovejas negras a las que había que aplastar.

Por eso siempre les digo a estos jóvenes periodistas que deben aprovechar las libertades que hoy tienen, unirse en las diferencias y crear un bloque que se oponga a la hegemonía oficialista. Pero por lo que veo en los últimos tiempos, luego de momentos esperanzadores, se están dando pasos enormes hacia atrás.

****

Nota del Entrevistado: En respuesta a este artículo, el funcionario aquí aludido hizo correcciones a mi memoria que creo necesarias. La primera, que él no era el director de la radio provincial (pero sí era allí un dirigente importante en los tiempos de Esteban Lazo) y luego que él trabajó en el Departamento de Cultura del Comité Central; corrección esta que agradezco, aunque mi confusión en su cargo no cambia para nada que desde esa responsabilidad ejerciciera (como ejerció, pruebas sobras) labores de censura y endurecimiento del control ideológico en el sector. Otra confusión de mi memoria existe en esta respuesta, pues digo que este funcionario profesaba una devoción a Balaguer cuando casi seguro pudo ser Esteban Lazo el objeto adorado. En cualquier caso, como es bien conocido en la cultura cubana, este señor fue considerado uno de los más rabiosos (y peligrosos) censores hasta que lo destituyeron de todos sus cargos en Cuba.