MEMORIAS DEL HORROR

Publicado por tonimedina | Publicado en Política cubana | Publicado el 14-06-2011

El escritor y sicólogo Jürgen Fuchs murió en 1999 a causa de un cáncer provocado por sustancias radiactivasque le inocularon  durante su estancia en las cárceles de la Stasi. En la actualidad su memoria se perpetúa en un parque en Berlín que lleva su nombre. (En la foto: Jürgen Fuchs con la pintora Bärbel Bohley en 1996.)

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EL PECADO ORIGINAL DE LOS INTELECTUALES

 

 

En los intelectuales no se puede confiar. Y mucho menos cuando se quiere construir una sociedad mejor, más humana. De modo que, si se quiere construir esa sociedad nueva que tanto han prometido los gobiernos socialistas y los partidos de la izquierda internacional, los revolucionarios del mundo (que supuestamente son quienes deben encabezar esa tarea) no pueden confiarla a los intelectuales.

No lo digo yo: lo dijo el más grande paladín de la izquierda, Ernesto Guevara, más conocido como el Ché. Y a quien no lo crea, le pido que rescate del olvido en que lo han lanzado el artículo “El socialismo y el hombre en Cuba” y busque allí el contexto en el cual el Ché escribe esta frase: “la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios”.

Por mucho tiempo creí que ahí, en esas palabras, nacía la culpa de la desconfianza que durante décadas sufrimos los artistas e intelectuales en Cuba. Una desconfianza que siempre nos hacía sentir como bichos diferentes, especímenes raros de una fauna peligrosa de la cual, cuando menos, nadie sabía qué esperar. Pero cuando seguí hurgando en la historia encontré varias frases curiosas relacionadas con ese “pecado original de los intelectuales y artistas”: la necesidad de “racionalizar el caótico e individualista pensamiento de nuestros intelectuales” según Félix Dzerzhinsky (uno de los nombres míticos de la policía política soviética); la “domesticación de la sempiterna libertad individual del intelectual y su incorporación guiada a la gran ríada del pueblo” según Mao Zedong; o “el sanguíneo llamado a la no dependencia de nada que no sea su propio yo en esa particular subespecie de enajenados que llamamos artistas,  pensadores, creadores de belleza” según Joseph Goebbels, aquel ministro de Información y propaganda de Adolfo Hitler que creó toda una estructura de control y exterminio de artistas e intelectuales quizás porque ellos dos (Hitler y él) provenían de esa “subespecie”. Beria, otra controvertida bestiecilla del socialismo, cerebro responsable de buena parte de los “ajusticiamientos” de artistas e intelectuales rusos durante la época de Stalin desde su puesto al frente de la policía política rusa, aseguró a su jefe en cierta ocasión que “los intelectuales son una manada muy simple: los domesticables, la mayoría porque ponen sus miedos e intereses individualistas por delante de cualquier otro asunto y los recalcitrantes, afortunadamente una minoría dispuesta a enfrentarse a sus propios miedos, a dejar de lado sus intereses”.

Aunque cueste mucho reconocerlo, el gobierno cubano ha estado más de 50 años en el poder, entre otras cosas por la inmensa capacidad que posee Fidel Castro de camaleonaje, manipulación de la ideología, aprovechamiento de las circunstancias históricas y reacomodamiento de los errores, artes que, por cierto, le vienen de su sólida formación intelectual. Así, por ejemplo, asistimos a un discurso en el que Raúl Castro, en su carácter de nuevo Presidente, acepta que el país es una catástrofe en todos los ámbitos porque “se han cometido muchos errores políticos, económicos y de otra índole”, pero sin mencionar que la estructura política piramidal existente en la isla desde 1959 concentró todo el poder de las decisiones en un solo hombre: su hermano Fidel, por lo cual debió decir, si hubiera querido ser honesto, “el compañero Fidel, al frente de su equipo de gobierno cometió muchos errores políticos, económicos y de otras índole…”. Habló de que “se ha improvisado en todo”, sin reconocer que el único con derecho a improvisar en Cuba fue su hermano y que la lista de desastres económicos, ecológicos, culturales y políticos como resultado de esas improvisaciones merecerían un lugar en el Libro Guinness de los récords. Pero eso, lo sabemos, es impensable.

Sólo debido al conocimiento de que hasta hoy mismo existe esa manipulación política, puedo entender por qué siempre que hablo con un intelectual de izquierda, entre los cuales por razones profesionales como escritor y periodista tengo muchos colegas y amigos, ninguno acepta la posibilidad de que incluso ellos han sido vistos ( y aún lo son) por el gobierno cubano como “culpables de una traición futura”. Se les vigila, se les filma, se sigue cada uno de sus pasos y se anota, subrayándolas, aquellas frases que “puedan indicar una debilidad ideológica a favor del enemigo”.

En estos días, mientras consulto documentos en los archivos de la Stasi, he encontrado pistas que demuestran la eterna preocupación de los antiguos estados socialistas por ese “pecado original” en el mundo de la cultura y el pensamiento. No es una casualidad que, como vimos hace un par de días en el artículo de Antonio José Ponte “Lezama en los archivos de la Stasi”, aparecieran acá documentos de la policía política cubana relacionados con la represión intelectual en la isla (como el documento pdf sobre Lezama que se adjuntó a ese artículo). Existió una colaboración estrecha también en este terreno del trabajo de contrainteligencia porque desde mucho antes de que existiera la Revolución Cubana, los órganos de inteligencia de los países del antiguo campo socialista conocían una verdad que tampoco puede negarse: los órganos de inteligencia del bloque capitalista, especialmente a partir de la llamada Guerra Fría, concentraron buena parte de su labor de ataque en las “quintas columnas”, es decir, en el sector artístico e intelectual de las naciones socialistas o en sus partidarios de la izquierda internacional (Mucho de esto puede encontrarse, por ejemplo, en el libro La CIA y la Guerra Fría cultural, de Frances Stonor Saunders).

En simples palabras: ambos lados se disputaron (y se disputan aún) el control del terreno de la cultura, el arte y el pensamiento; un terreno que, para ambos bandos, está poblado de una fauna con un “pecado original”: no son auténticamente revolucionarios, según el Ché, lo cual es peligroso para uno y provechoso para otro, en dependencia de dónde esté parado el fizgón. Pero no hay que ser inocente: en las dos partes luchan por controlar los hilos que nos mueven pues nos ven solamente como marionetas de una guerra mayor, eterna guerra por el poder político que hasta hoy dura.

Si en estas últimas semanas ha tenido mucha repercusión la denuncia del chofer y ayudante de Pablo Neruda, quien asegura que el poeta chileno murió como resultado de compliaciones a partir de una rara inyección que le puso un médico al servicio de la policía política de Pinochet, entre otras cosas por la estrecha relación de asesor-confesor-amigo entre Neruda y el presidente Allende (lo cual ocurrió en una dictadura de derecha); si también se ha sabido por investigaciones de numerosos historiadores alemanes, a partir de declaraciones de Erich Mielke, jefe de la Stasi, que el infarto que causó la muerte de Bertolt Brecht fue provocado por la policía política de la Alemania socialista debido a la oposición de Brecht a la estalinización del socialismo alemán (lo cual ocurrió en una dictadura de izquierda); ¿qué hace sentirse tan confiados de su impunidad a esos escritores, artistas e intelectuales que viajan a la isla cada año como para creer que hay una absoluta honestidad detrás de todas esas atenciones que se tienen con ellos (y que por cierto, no pueden disfrutar los escritores, artistas e intelectuales de la isla)?

En el año 2002 a uno de esos amigos de Cuba, un importante escritor español que viaja mucho a la isla y comparte con algunos altos cargos culturales de Cuba francachelas y fiestas a las que asisten sólo algunos escritores “elegidos” (casi todos amigos de esos altos cargos), el escritor cubano Justo Vasco le dijo: “No te engañes, hombre. Vas a tener esa libertad mientras no digas una palabrita que a ellos les caiga mal”. Y le habló de la razón, de ese pecado original de los artistas e intelectuales que tanto daño ha hecho. ¿La respuesta? “Fíjate en la frase del Ché… Él dice: “muchos de nuestros intelectuales y artistas”, pues no todos somos culpables. Y allá en la isla saben bien que nosotros no padecemos de ese pecado original”.

Lo curioso es que a ese escritor, un par de años después, se le ocurrió publicar un artículo en una revista literaria considerada en Cuba una publicación “al servicio del enemigo imperialista”. Lamentablemente Justo no podría enterarse, pues murió en el 2006, pero sé que cuando ese escritor español quiso volver a Cuba sus trámites empezaron a demorar sin explicación alguna, nadie (ni en Cuba ni en el consulado español) podía darle respuesta a qué pasaba, hasta que un día recibió en su casa una visita de unos “amigos cubanos” donde le mostraban un video con sus borracheras y otros actos nada decentes ocurridos en varias de sus estancias en la isla.

Aunque el escritor siga hoy visitando de cuando en cuando ese “paraíso” del cual tanto habla (curiosamente con más pasión desde esa visita), estoy seguro de dos cosas: la primera, que jamás publicará en una revista que no guste al gobierno cubano y mucho menos dirá (como antes lo hacía) opiniones críticas contra el socialismo cubano, y la segunda, que jamás olvidará aquella tarde de 2002 cuando, sentados en los mullidos muebles del Hotel Chamartín, Justo Vasco le aseguró: Ojalá te dure el amorío, pero esa gente nunca va a confiar en nosotros. Es parte de su oficio”.

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