El Comercio, 3 de mayo del 2007
Por Rodrigo Fierro Benítez
Con tal noticia que le llega en una hoja impresa, la memoria de Facundo, el hombre que se ganó la confianza total de Castro por más de cuarenta años de velar por su seguridad hasta convertirse en su sombra, reconstruye los momentos estelares de la Revolución cubana «pero no mediante la historia oficial, sino a través de la historia que el pueblo murmura en silencio; visión curiosamente más cercana a la posible verdad que la visión ofrecida por la historia oficial». Es así que Las palabras y los muertos (Seix Barral, 2007) es y no es una novela histórica, y su autor el cubano Amir Valle inicia el relato con la dedicatoria: «A Mario Vargas Llosa, quien, con ‘La fiesta del chivo’ me enseñó que podía escribirse de estas cosas, desde la literatura».
Sería de saberse si Amir Valle reside en Cuba o tuvo que refugiarse en un país europeo. Facundo, la sombra de Fidel Castro, lo recuerda con todas sus grandezas y todas sus miserias, sus genialidades como gobernante y sus sinrazones y conflictos en la intimidad. La vida del Comandante, del Jefe, del hombre que nació para mandar; del político que en muy contadas ocasiones se dejó llevar por los sentimientos y en sus decisiones pesaron las razones de Estado. En una suerte de testamento Castro es de la opinión que Facundo, su muy querida sombra, sea eliminado, pues sabe «demasiadas cosas que nadie más, ni siquiera Raúl y Dalia, saben». Rubén, otro de sus custodios, y Facundo, el más fiel entre los leales de Castro, son a los que se refiere el Comandante cuando dijo «con hombres como ustedes no hay hijo ‘eputa que me joda». Facundo se suicida.
Las palabras y los muertos es y no es una novela histórica, se la lee de un tirón. Viene a sumarse a los grandes relatos con los que los hispanoamericanos hemos demostrado una particular maestría en referir la vida y milagros de los déspotas, dictadores y tiranos que nos han gobernado, especialmente los de ‘tierra caliente’. Ahí están, inolvidables: El Señor Presidente (Asturias), El Tirano Banderas (Valle-Inclán), Yo el supremo (Roa Bastos) y La fiesta del chivo (Vargas Llosa). Teniéndole como protagonista a un personaje inclasificable, El pueblo soy Yo de P. J. Vera, podría sumarse a las Mencionadas.
Amir Valle no se para en pelos. Verdad o ficción, dos de los comandantes de la Revolución, uno de ellos tachado de traidor, se le enfrentan a Castro ante testigos -¡hecho inaudito!-, en los siguientes términos: «Los americanos son unos cabrones, los rusos son la misma mierda pero con otro color», «Si hay un traidor aquí, ese eres tú, Fidel. Tú nos dijiste a todos los que aquí estamos, y le prometiste al pueblo, que esta Revolución iba a ser siempre tan verde como las palmas. Ahora las has teñido de rojo y quieres hacerme ver que yo soy el traidor».
¿Cómo le habrá caído esta novela a Hugo Chávez? Posiblemente como un tiro, en momentos en que a su revolución trata de pintarla de rojo y su temperamento le lleva a silenciar y no a convencer. Un mal ejemplo para Rafael Correa. Sus embestidas contra la prensa, contra la libertad de expresión en último término, no auguran nada bueno. ¿Por qué tiene que desviarse del socialismo con rostro humano?