Arturo Daniel Asunción, Escritor, periodista y profesor universitario colombiano.
Es cotidiano decir, en estas décadas donde se anuncia el fin de las utopías, la historia, la humanidad misma, que la América Latina toda es un caldo de cultivo para la violencia, como una entidad marginal que cada vez pierde más sus límites y se adentra en el corpus vivo de nuestras sociedades; y precisamente por esos criterios no me asombra descubrir que sociedades en apariencia tan libres o alejadas de esa fenoménica, como lo es la cubana, también sufre de esos avatares funestos.
Así lo he descubierto leyendo las obras de tres autores, en mi parecer, esenciales, para entender el actual desarrollo de la llamada «novela negra» en la siempre interesante isla de Cuba: Daniel Chavarría, Leonardo Padura (convertido ya en un fenómeno de mercado) y Amir Valle.
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Si bien en Chavarría se anexa a la historia narrada un mundo en el cual las entes de la marginalia cubana aparecen como de trasfondo, y en Padura, con una prosa muy marcada por el atisbo sociológico de un Vázquez Montalván, se visualizan claramente intenciones de observar la marginalidad a través de la psiquis sui generis de su Mario Conde, en Amir Valle la marginalidad se personifica y hace que el elenco restante se mueva como sombras en ese entorno marginalizado, en una ciudad marginada, preterida.
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Amir Valle nació en Santiago de Cuba en 1967 y ya a los veintiún años había ganado los premios literarios más importantes de la isla, convirtiéndose de ese modo en uno de los nombres más mencionados por la crítica entre los más jóvenes narradores. Su éxodo a la capital política, económica y, sobre todo, cultural, del país, La Habana, a finales de los años 80, y su protagonismo en escenarios, eventos y premios culturales de primera envergadura, lo acaban de convertir en uno de los más importantes narradores y críticos de su promoción.
Su narrativa es descarnada, dura, seca. Sus personajes, policías corruptos, prostitutas de alcurnia, proxenetas cultos formados por la propia sociedad y deformados por las miserias de esa misma sociedad, o esa gente común que habita en la marginalidad de los barrios pobres de una ciudad convulsa y compleja, son extraídos de la cotidiana realidad social del cubano de hoy y convierten la escena de las novelas de este autor en un grito inconforme, en una mirada existencialista del tiempo que la vida le ha impuesto y en una terrible carrera del ser humano en contra del fatalismo político y económico y en busca de la consecución de sus sueños mediante el amor, la ternura, el odio, la rabia y la frustración; ingredientes que aparecen en todo el mundo novelesco de Amir Valle, creando en ese mundo una especie de «respiración artificial» que nutre la vida agónica de todos los seres que lo habitan.
Esta sensación de «respiración artificial» se mezcla con el polvo seco de una ciudad que se derrumba, en tanto se asiste al derrumbe de muchas ilusiones (entre las cuales, las ideológicas no dejan de tener un primordial y visible espacio); se unifica en ese aspirar y ese expirar de esas sombras personificadas en su novela Las puertas de la noche: individualidades que contorsionan bajo el estallido de una violencia a la cual se han plegado y de la cual reciben otra porción de oxígeno y alimento; y que se multiplican, espectrales y vacías como sábanas de fantasmas, en esas miserias con carne humana y nombre de personas que pululan como ratas de albañal en Si Cristo te desnuda, bajo la espada de Damocles de sus propios miedos, su homosexualidad reprimida y bajo la mirada inquisidora de una ciudad intolerante que los juzga desde una intolerancia disimulada con visos de pluralidad ética.
Singular por su incidencia en los endebles límites internos de la sociedad patriarcal latinoamericana es la aparición de ciertos fantasmas humanos travestidos, que atentan contra la rígida moralidad catolicista y religiosa en general, encarnando la piel de aquellos apóstoles de las historias bíblicas. Fantasmas como puntas de lanzas para herir la costilla enferma de una sociedad en pleno derrumbe, de la cual han asumido sus miedos, sus frustraciones, su doble máscara (pues, como se ve, ni siquiera llegan a poseer rostro propio). Y los engendros de la droga, las prostitutas ilustres e ilustradas (pese a todo humilladas prostitutas), el picor ácido del ojo homofóbico y racista, singulares aportes de la serie al desnudo de un barrio travestido (también) en ciudad: fenómenos que en otros autores muestran solo la epidermis y aquí son sangre misma.
Quien lea estas páginas conocerá la maldición de una ciudad, un país, un territorio que maldice a sus habitantes con la misma rabia con la que le da cobija y se dejará seducir, sin modo de evitarlo, por una estructura novelesca construida eficazmente por el autor para atrapar y no soltar hasta que se ha develado la última clave de este estudio sociológico de perdedores en una sociedad aparentemente (o al menos publicitada internacionalmente como una sociedad) de vencedores.