Crónicas del Olvido

Alberto Hernández, periodista venezolano.

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Bordeo la isla, la abordo a través de las páginas de Las palabras y los muertos (Seix Barral, 2007), del escritor cubano Amir Valle, quien hoy vive en Alemania. Hojeo con gusto los primeros instantes del libro, me sacudo los fantasmas y, finalmente, entro a sus capítulos, como quien entra en casa ajena. Quien me invita a pasar usa un tono seguro: se trata de una novela que viene de ganar un premio, el Internacional Mario Vargas Llosa de la Universidad de Murcia, España.

«No habito Cuba: Cuba me habita», afirma el escritor en su página electrónica. Ciertamente, Las palabras y los muertos es la Cuba de Fidel Castro, la que habita los buenos y malos sentimientos de América, la un Fidel en cámara ardiente, un Fidel cadáver, envuelto por la narración de un personaje que nunca lo abandonó, su guardaespaldas personal, Facundo, «la sombra del Jefe». Se trata entonces de la Cuba que hoy físicamente no habita Valle, pero que lo sigue habitando a través de ese fantasma inmenso que ha dominado al pueblo cubano por casi cincuenta años.

Por eso escribe Amir Valle, por Cuba, por la hermosa y terrible imagen que Virgilio Piñera dejó marcada en la conciencia de los cubanos: esa «maldita circunstancia del agua por todas partes».

Bordeo el peñón de esa imaginación. Entro y salgo por la libertad que me ofrece el novelista. Su isla particular, la que navega en las palabras de Facundo, inventario verbal de quien por cinco décadas ha gobernado con mano dura el orgullo de los cubanos.

 

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«Fidel ha muerto», así comienza la obra. Fidel ha muerto y ha desclasificado sus secretos gracias a los recuerdos de Facundo. De allí en adelante el lector se ensimisma porque respira el presente. La novela no es un referente de lo ya conocido. La ficción le ha permitido reconstruir una biografía de Fidel Castro -cercana a la locura, a la realidad que sólo la intimidad palaciega es capaz de albergar la lealdad de Facundo-, toda vez que lo acompañó desde los inicios de la guerra de guerrillas en Cuba como su espaldero. Su hombre de confianza.

Cuentan los anónimos, personajes referenciales que de alguna manera han estado cerca del poder. O de la tragedia que ha significado para ellos saberse parte de un proceso liderado por Fidel, Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, Ernesto Guevara, Norberto Fuentes, Carlos Rafael Rodríguez, entre otros, vivos o muertos por la gracia de la duda o de las trampas de la política.

Suerte de Proscrebyshev en el relato de Karagushin, «La sonrisa de Stalin», Facundo transita entre los afectos y el miedo, ese miedo reservado a lo más íntimo, al sacudimiento que le provoca la presencia del «Jefe». Es el único que tiene el privilegio de compartir conversaciones con terceros, secretos y explosiones del carácter de este hombre convertido en icono de la «izquierda» latinoamericana.

Los personajes que se agitan en estas páginas son tan cercanos, tan actuales: cuestionan el pasado inmediato y se saben parte de un presente que no ha terminado de concluir. Hugo Chávez, Lula, Daniel Ortega, Evo Morales, la tensión cotidiana de estos años que abundan en la conciencia colectiva de los americanos de habla española.

¿Crítica, autocrítica? La ficción, dama perfecta para derribar tantas estatuas, delinea cada instante del personaje de la novela. Fidel se explaya frente a Facundo. Confiesa sus debilidades y fortalezas. Se muestra tirano y humano. Santón y criminal. Terrible y magnánimo. Arrogante y dolido.

 

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Uno de los instantes más reveladores de la obra toca el affair Ochoa. Arnoldo Ochoa, el general que fue fusilado por narcotráfico. La duda se instala en Facundo cuando Fidel justifica ciertos delitos internacionales que le reporten beneficios para construir escuelas y hospitales. Facundo se debate entre la luz y la sombra: cree encontrar en la voz del Jefe lo que tantas veces él mismo negara: ha jugado al negocio de la droga. La última vez de Ochoa con Fidel queda como un fresco de una realidad que aún sigue latiendo en la memoria de los cubanos, al menos la de los personajes que se reflejan en la obra. Aquella conversación, aquel abrazo, aquel fusilamiento dos horas después. Por un lado salía la familia de Ochoa del Palacio de Gobierno con esperanzas en los ojos, por otro entraba el General con la marca de la muerte en los mismos ojos, alejados, a punto de hundirse en el silencio, en la degradación social activada por la justicia revolucionaria.

La tragedia sería una continuación en la isla, una vez desaparecido Fidel e instalado el siguiente de la dinastía: Raúl: «…que con la muerte de Fidel a Cuba le quedaba un único camino: regresar a los tiempos del capitalismo, «pero a un capitalismo que va a ser más duro porque aquí la gente se ha acostumbrado a no trabajar, Facundo», y agregaba que en eso Fidel había tenido la mano demasiado blanda, «porque con todo lo que nos dieron los rusos, si los cubanos trabajáramos de verdad y no botáramos tanto lo que nos regalan, seríamos ahora una potencia mundial» (p. 242). Esta misma imagen aparece en boca de Carlos Rafael Rodríguez, en la misma página: «en la idiosincrasia del cubano hay una raíz parásita que viene de haber recibido durante siglos la influencia, llegada primero de España y de Estados Unidos después, de que puede vivirse de las riquezas de otros países». Agregaríamos desde nuestro lamentable momento político, que Venezuela se ha incorporado a esta lista de dadores y chulos ideológicos.

 

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Esta es una novela que duele. Y mucho más sentimos la desgarradura cuando leemos la declaración de vida de su autor: cubano por todos los costados de su isla, amante de Lezama, Carpentier, Piñera, Cabrera Infante, de uno y de otro, partes de un rompecabezas que no ha terminado de armarse, y quien además se confiesa «empecinadamente loco».

Como lectores sentimos lo mismo: Amir Valle, de quien sólo sabemos de esta obra, ha sido reconocido en varios concursos internacionales por la calidad de su poética, donde respira la dislocación del hombre. De allí que sintamos que Cuba -como Venezuela o Islas Canarias- sea una herida que no termina de cerrarse, cuya cicatriz es el deseo más anhelado de esta historia, real y ficticia, que cada día es más personal.

Narrada como se cuenta un cuento, de atrás hacia delante o viceversa, en la mejor tradición de nuestra inteligencia novelística, Las palabras y los muertos pasará a ser una referencia importante para todos los que navegamos con nuestras islas a cuestas.

Publicado en El Periodiquito, Aragua, Venezuela, Sábado 28 de Julio de 2007.