Ricardo Ortega, escritor cubano.
Luego de años, muchos, más de una década sin vernos, coincidí felizmente con Amir Valle, y digo felizmente, porque fue en Málaga, la ciudad donde ahora vivo, en la librería «Luces»; una noche de finales de febrero en la que parecía que iba a terminar el invierno. Amir llegaba desde La Habana para presentarnos su última novela publicada en España. En aquella noche del reencuentro, le prometí que leería Santuario de Sombras y que luego iba a darle mi parecer.
Un par de semanas después, cuando terminé la lectura, sólo me hacía una pregunta: ¿Por qué esta novela, por qué ese afán de denuncia?
Me ha costado mucho esfuerzo sentarme a cumplir mi promesa: el libro me abofeteó, me pateó, me empujó, me escupió, me machacó el alma y los huesos hasta dolerme; me duele ahora mismo mientras escribo estas impresiones.
¿Por qué impresiones de un lector? No soy un experto en novela negra. No soy experto en nada. Coincido con Amir desde hace muchos años en lo del gusto y el afán por escribir, y en que también nací en aquella isla rodeada por ese mar de sombras que alguna vez fue, es, de verdes y azules. Ese mar oscurece y rodea la tierra que no queremos ver, volvemos la mirada y la espalda para dejar atrás la perla amarga y sombría; la más dolorosa, una Cuba violenta y cruel. Pero llega Amir y nos la pone ante los ojos con este libro que es una tragedia negra más que novela negra.
La obra se estructura sobre la muestra de tres visiones de un mismo drama; desde tres ángulos opuestos, tres vértices por los que entramos a descubrir, primero con incomodidad y luego con horror creciente a quienes, por una parte abusan hasta la agonía de los desesperados por huir de la isla que nos vio nacer, y a quienes en los otros dos vértices se unen en el grupo de los sobrevivientes y desesperanzados, que buscan esclarecer la verdad de lo ocurrido en ese mercado negro y floreciente del tráfico ilegal de personas. Un triángulo que cerca las muertes, y en el centro de ese triángulo la gran tragedia de los desamparados que pagan con sus vidas el intento de escapar. Me espanta la calculada indiferencia de los traficantes hacia los que luego serán sus víctimas, el frío sentido comercial que dan a las operaciones de salidas ilegales. Y me conmueven los otros personajes abandonados a su desesperación; llenos de amor y de egoísmo, que en las páginas del libro de Amir salen, huyen, navegan, se hunden, suben a flote y vuelven a hundirse, desorientados y obsesos, ávidos de justicia.
Dice Amir Valle que esta novela trata sobre la pérdida de la esperanza; y es cierto; pero su libro es también una obra sobre el abuso que los individuos, tanto dentro como fuera de las costas cubanas, hacen del poder, y de cómo ese abuso se ceba en la agonía de personas «infelices», en el amplio sentido de la palabra. Aunque también me gustaría creer que en Santuario de Sombras destaca sobre todo la avidez de justicia como único medio para recuperar aunque sea una ínfima partícula de esas esperanzas perdidas. Y digo esto porque sé que Amir escribió la novela poniendo su corazón del lado de los que buscan justicia.
Durante nuestro encuentro en Málaga el propio Amir nos comentó acerca del trabajo de investigación previo a la redacción de las páginas del libro, cuando entrevistó a personas reales en cuyos testimonios se basó para crear esta obra de ficción, y nos contaba el caso del único personaje al que le dejó su nombre verdadero: Joaquín Ignacio; Amir nos explicó que había salido muy desgarrado de la entrevista con él de sólo pensar que todavía hoy, varios años después, Joaquín Ignacio sigue hablando en plural porque es el único modo que su cerebro traumatizado encontró para hacerle creer al cuerpo, que su esposa y sus tres hijos siguen vivos. La verdad es que él los vio hundirse en el mar y no pudo salvarlos. Es un hombre enloquecido que sigue andando hoy con sus muertos dentro. ¿Cómo no escribir de eso?…
Literatura cubana de principios del siglo y del milenio (La Habana, 2004). Después de tantos soldados y campesinos abnegados, de tantos trabajadores heroicos y ejemplares con los que nos inundaron décadas atrás, Amir nos presenta hoy una galería con lo peorcito de todos y cada uno de nosotros. Este muchacho tiene la lengua muy suelta y el alma muy libre, por eso en Cuba los libros de Amir pasan de mano en mano, muchos de ellos en copias caseras clandestinas. Su novela Las puertas de la noche no ha sido publicada en la isla, porque toca el tema del racismo y de la prostitución infantil. Tampoco se ha publicado Entre el miedo y las sombras (pese a estar entre las cinco finalistas del premio Hammet del año en que se publicó) porque aborda los vínculos de la sociedad cubana con el mercado de la droga.
Desde ya sabemos que Santuario de sombras tampoco saldrá a la venta en las librerías cubanas, ya que ahonda en un tema espinoso que el gobierno de allá ha evitado siempre: las razones por las cuales miles de personas son capaces de lanzarse al mar con tal de abandonar el país, y las sinuosas implicaciones de ciertos sectores del poder dentro de la estructura política cubana, con el tráfico de estas personas. Esas implicaciones solamente están referidas, ocultas bajo lo que Amir llama: «la cortina de humo de la trama»; pero responden a opiniones y a la experiencia real de los entrevistados que le dieron los testimonios para escribir la novela.
Entiendo que un tema tan macabro requiera de un lenguaje acorde; ¿Qué se puede esperar de una obra que arranca con expresiones como «Mierda… Mucha mierda…. Las aguas infestadas de una mierda que se le metía hasta en la sangre… Una mierda que sigue estando ahí, anclada en su cerebro, como un pendón de victoria…»…?… Lenguaje que se endurece a medida que nos adentramos en las páginas del libro y que por momentos me asombra de belleza y por otros me empuja, me echa hacia atrás. No soy para nada partidario de la banalización y vulgarización del lenguaje, sobre todo si se emplea con fines literarios, y hay, hubo momentos durante la lectura de Santuario de Sombras en que me escandalizó el deliberado uso de las expresiones vulgares, el encanallamiento de la sintaxis y la crudeza de algunas escenas, sobre todo las de sexo. Según Amir el mismo tema le obligo a contar las historias de una manera más dura, más directa. Eso lo lleva a rozar los límites, a ir a extremos que van desde lo más soez hasta otros, en los que aparecen párrafos, trozos y fragmentos enteros, situaciones y momentos resueltos con una prosa soberbia, lacerante, que nos hace terminar tristes luego de leerlas, acabar tristes y aplanados, sorprendidos de que tanta amargura se pueda narrar con, por momentos, tanta belleza. Amarga belleza.
A lo mejor, (a lo peor) esta literatura también es necesaria, este libro que muestra lo más sórdido de cada uno de nosotros sin el menor atisbo de esperanza renovable. Es el libro que Amir tenía que escribir, ni más ni menos, no podía haber sido de otra forma. De lo contrario quienes lo admiramos como persona buena y escritor honesto, comprometido con su realidad y con su arte, nos habríamos sentido traicionados. Y al terminar el último capítulo y pasar días reflexionando acerca de este libro que es también un mural, un mosaico, una crónica de la vida cubana actual, violenta y dura, durísima, leída con voracidad y dolor crecientes; uno ante «la pérdida de las esperanzas» se consuela pensando que obras como este libro de Amir Valle sientan precedentes y que la única mierda buena es el abono.