«…terminábamos vacíos, desnudos, bañados en sudor y semen y cansancio, y esperábamos las primeras luces y ese timbre molestísimo que otra vez nos llamaba a las clases».
Ciudad Jamás Perdida
La libertad fue otra vez su joya más sagrada. Dijo lo que pensó, fue censurado. Aprendió a pensar leyendo todo lo nuevo que entraba ilegal al país, harto de la escuela soviética de periodismo, y de manuales de filosofía rusos, y de las millonarias ediciones de libros socialistas, de lo que salva sólo «haber descubierto la gran literatura rusa».
Se considera dichoso por tener desde entonces tantos amigos: sus dos primeros años de Licenciatura en Periodismo los cursó en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba; los otros tres, en la Universidad de La Habana, la capital del país. «Por eso conozco a lo que más vale y brilla en Cuba en el periodismo y son gente de talento. Dejando a un lado las diferencias ideológicas que obviamente tengo con unos cuantos, los respeto mucho porque siguen demostrando ese talento, a pesar de todas las limitantes, de diversa índole, que deben superar desde 1959 los periodistas cubanos de la isla».
Soñó siempre con hacer el Gran Reportaje, Gran Periodismo. Ya estudiando la carrera, descubrió que de esa profesión solamente le iban a servir las herramientas para estudiar su sociedad. Y el hábito de escribir. «Creo que el periodismo cubano es pobre, triunfalista, parcializado y monocorde, además de lamentablemente servil».
Fue enviado al Servicio Militar con los grados de Teniente de la Reserva que por entonces le otorgaban a todos los universitarios. Confirmó lo que ya temía: la guerra, aún cuando se haga en defensa propia, es la peor mierda que ha inventado el hombre, «y sufrí en carne propia la estrategia política del gobierno cubano de inyectar en los cubanos el miedo a una guerra que sólo existe en las mentes enfermas de poder de nuestros gobernantes».