Diez escritores se reúnen para matar a la novela negra, pero el asesino se oculta

El País, España, 9 de junio de 2002

Por Andrés Padilla

Diez escritores y periodistas se reúnen en la Carpa de las Tertulias Literarias, en la Feria del Libro de Madrid. Uno de ellos quiere matar a la novela negra allí mismo, delante de un montón de gente.

El moderador de la charla, Fernando Marías, invita a que los oyentes descubran al asesino. Con la intención de conseguir que a alguno de los contertulios se le escape una pista, pide que cada uno escoja dos novelas negras leídas recientemente «que les hayan arrebatado».

Las intervenciones se suceden sin despertar sospechas. Femando Laínez, por ejemplo, recomienda Hit List, de Lawrence Block, y Las puertas de la noche, del cubano Amir Valle. Rodríguez Lafuente menciona El calígrafo de Voltaire, de Pablo de Santis, y Francisco Peregil llama la atención al referirse no a un libro sino a una película presente en la cartelera, Gosford Park, de Robert Altman.

Gualberto Baña recurre a los clásicos: La ventana alta, de Chandler, y El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain. Entonces interviene Rafael Gumucio y surgen las dudas: «Detesto las novelas», dice, «donde ocurren cosas. Me cuestan como autor y como lector. Yo escribo novelas rosas y me gustan las novelas grises.» Menciona a Simenon como el mejor ejemplo de escritor de «novelas grises».

Marta Sanz defiende que el género negro sigue siendo necesario en una sociedad, aparentemente satisfecha de sí misma, que oculta toda su podedumbre.

Todas las miradas se fijan en Carlos G. Reigosa cuando asegura que La Odisea y Las mil y una noches son en realidad grandes novelas del género negro. ¿Es Reigosa el asesino o se trata de una pista falsa demasiado evidente?

Marta Sanz pregunta por la coartada de Reigosa. Para la escritora, una novela negra «tiene que ser crítica y revulsiva, tiene que hablar de muerte, violencia y corrupción moral reflejando un panorama social complejo».

Reigosa se defiende: «Entonces me vale Crimen y Castigo, de Dostoievski». El columnista Javier Ortiz remata el argumento: «También sirve cualquier Historia de España.

Parece que para encontrar ejemplos de novela negra no hace falta limitarse al siglo XX. Ni siquiera al territorio de la ficción. ¿Está ya muerta entonces la novela negra? ¿Existió alguna vez?

Ninguno duda de que la novela negra tuvo una vida en el siglo pasado. Femando R. Lafuente recoge asentimientos silenciosos cuando afirma que «el clima moral de la novela negra ha impregnado a toda la buena literatura de ficción que se ha hecho en la segunda mitad del siglo XX.» Reigosa parece intentar eludir las sospechas que han caído sobre él diciendo que, de hecho, «el género negro o incluso los libros de intriga han salvado a la novela en general de su propia muerte tras la publicación de puntos finales como el Ulises de Joyce.» Aunque, claro, eso podría ser como darle las gracias por los servicios prestados después de asestarle una puñalada.

Francisco Peregil interviene recordando que «no hay palos grandes y chicos. Ni en el flamenco ni en la novela. Lo que hay es cantaores grandes y pequeños». Eso es lo mismo que negar la utilidad de la etiqueta novela negra.

Un poco antes Femando Laínez había explicado que esa etiqueta sólo se utiliza en el ámbito hispanohablante: «En los países anglosajones hablan de thriller o mistery. En Francia utilizan polar, una etiqueta que engloba más cosas».

Empieza a haber demasiados sospechosos. En cualquier caso no parece que Luis Miguel Ubeda, que recomendó «cualquier novela del militar argelino Yasmina Khadra», o Javier Ortiz, que mencionó 1.280 almas, de Jill Thomson, sean los asesinos. ¿Quién quiere entonces matar a la novela negra?