Revista Proceso, México, Diciembre 2002
Por Midiala Rosales Rosa
No escriben obras épicas ni loas a la revolución. No cantan al futuro ni creen en utopías. No tienen, siquiera, la intención de criticar la realidad que, como a sus personajes, les ha tocado vivir y sufrir. Rompen con la literatura precedente en lo ético y en lo estético, en la estructura y en la forma, en los temas y en el lenguaje.
Son «los novísimos» de la literatura cubana.
Para ellos, después del derrumbe del socialismo europeo, de la llegada del llamado período especial; después de la despenalización del dólar, del éxodo del Mariel, en 1980, y de la Crisis de los Balseros, en 1994, ya no hay idilio posible ni esperanza en el futuro y ni siquiera solución remota. Sus personajes son, la mayoría de las veces, seres marginales: rockeros, friquis (especie de hippies cubanos), homosexuales, prostitutas, drogadictos y balseros; o jóvenes que se inyectan el virus del sida simplemente porque prefieren ser pacientes de un confortable sanatorio que ciudadanos comunes enfrentados a una realidad que los anula y qué está en contradicción con sus sueños y aspiraciones individuales.
Ellos forman la más reciente generación de escritores cubanos, considerada como la más amplia y diversa y sobre la que más se ha hablado después de la revolución. Una generación que fue «bautizada» varias veces por la crítica con nombres como Los Irreverentes, Los Problemáticos, Los Violentos o Los Exquisitos, clasificación que esgrimió el escritor Arturo Arango, en 1988 que dio paso, en ese mismo año, a la de Los Novísimos.
Los Novísimos aparecieron como grupo en 1984, cuando se fundó en Santiago de Cuba el grupo Seis del Ochenta, integrado por Mariano Torralbas, Alberto Garrido y Amir Valle, entre otros. Fueron los pioneros en el abordaje de temas entonces considerados escabrosos dentro de la literatura de la isla: los fraudes estudiantiles en la educación, las injusticias del sistema militar, la ética machista contra la ética del homosexualismo, y la «otra cara» de la guerra de Angola. Sus «experimentos» literarios alcanzaron madurez y se concretaron en 1988. En ese año, Torralbas ganó él premio de cuento Él Caimán Barbudo; Garrido -con sólo 21 años- obtuvo una mención en los premios Casa de las Américas y 13 de Marzo; y Amir Valle obtuvo la primera mención David en el mismo género y el premio UNEAC de Testimonio.
Luego surgieron otros grupos: El Establo, por ejemplo, que mitificó la llamada «poética del escándalo» e instauró la fiebre por los temas marginales. Estos autores se hicieron acreedores a la mayor cantidad de premios David (el de más prestigio que sé otorga en Cuba a los jóvenes creadores) obtenidos por la promoción del noventa: La noche de un día difícil, de Sergio Cevedo; Adolesciendo, de Verónica Pérez Kónina; La hora fantasma de cada cual de Raúl Aguiar, y Alguien se va lamiendo todo, de Ricardo Arrieta y Ronaldo Menéndez. Ellos mostraron la verdadera forma de pensar de la juventud cubana de los años noventa. Lo hicieron sin esquematismos sociales, consignismos ni censura de ningún tipo.
En 1993 nació el grupo conocido como Diáspora, del cual Rolando Sánchez Mejías es considerado la figura más repretentativa y, según la crítica, el narrador más genuino. A los miembros de esté grupo se les conoce también como Los Exquisitos, pues -a diferencia de Los Violentos- están más preocupados por el lenguaje que por contar con violencia la realidad que los rodea.
La generación de Los Novísimos puede dividirse en dos etapas: La primera ocurrió de 1980 a 1992 (aunque algunos críticos sostienen que comenzó antes, en 1978), cuando prevalece, como género, el cuento. En esa etapa, lo básico para ellos es mostrar su inconformidad con la realidad que les tocó vivir. Una realidad que no comparten, que les resulta hostil y cuestionable en todos sus matices. Algunos críticos han señalado un defecto de las primeras obras de esta etapa: lo cotidiano y testimonial de sus textos se manifestó en la pobreza del lenguaje y en la poca elaboración literaria. Sin embargo, sus temas rompieron dogmas oficiales sobre el concepto de literatura «revolucionaria».
La segunda etapa comenzó en 1993 y se mantiene hasta la fecha. Sin embargo, «la fijación de tales términos de tiempo no significa en modo alguno la consumación total de esta promoción», apunta Amir Valle en su libro Brevísimas demencias, dedicado al estudio de esta generación.
La obra de estos escritores, que comenzó a mediados de los años ochenta, alcanzó madurez en los noventa, justo cuando ocurrió la crisis de la industria editorial cubana. Por ello recurrieron a formas de publicación alternativas: plaquettes, sueltos, librillos, etcétera.
En un momento de convulsión social, ideológica y política, a estos autores, sin embargo, no les interesa criticar la realidad. Sólo se valen de ella como un ingrediente más -a veces superfluo o casi invisible- para colocar a sus personajes. Para ellos la realidad es algo incambiable, inamovible, una especie de fatalidad en la que sus personajes se encuentran atrapados. Sus obras tienen carga de existencialismo, individualismo y nihilismo.
Varios de ellos comenzaron a escribir novelas e hicieron contactos con editoriales extranjeras. Algunos ya recibieron premios en Cuba y en otros países. Es el caso de Ena Lucía Portela (La Habana, 1972), de 30 años de edad, quien con su primera novela. El pájaro: pincel y tinta china, recibió el Premio UNEAC 1997 ,y luego publicó El viejo, el asesino y yo (Editorial Letras Cubanas, 2000) con el cual obtuvo el Premio Juan Rulfo de cuento de Radio Francia Internacional. Además, publicó los relatos Una extraña entre las piedras (Letras Cubanas, 1999) y la novela La sombra del caminante (Unión, 2001). Portela recibió este año el Premio Jaén de Novela, en España, por su obra Cien botellas en una pared.
También la obra Silencios, de Karla Suárez, fue escogida entre las 10 mejores novelas de autores no europeos publicadas en Europa, en 1999; Amir Valle recibió el Premio a la Mejor Serie de Novela Negra, en Alemania, por Las puertas de la noche (2000) y Si Cristo te desnuda (2001).
Los estilos
Los temas de Los Novísimos son diversos: la guerra, la beca estudiantil, la separación familiar, la homosexualidad, el humor, la marginalidad, y los abordan de manera desprejuiciada. El existencialismo y, sobre todo, la agresividad son elementos esenciales en sus obras. Sienten especial predilección por narrar la podredumbre, lo no ético, el lado más oscuro de los personajes, las acciones fuera de las normas. De esta manera buscan remover las conciencias anquilosadas, absurdas, esquemáticas y antidialécticas de la sociedad en que viven, dice en entrevista Amir Valle.
Estos autores no conciben el cuento según las pautas convencionales del short story (principio, nudo y desenlace) sino que, llevado a sus últimas consecuencias, el cuento pasa a ser «una unidad de comunicación donde todo es posible y que tiene como único límite contar algo en breves páginas», dice Valle.
Además, aplican a sus obras las características de la posmodernidad: rupturas en el tiempo, el discurso como entidad independiente del personaje; contaminación, imbricación y ruptura de límite entre los géneros literarios; confusión de identidades; intertextualidad en todos sus matices.
En sus obras, el lenguaje es el principal protagonista. Incluso, llegan a combinar lenguajes de otros sistemas de comunicación, escritos y orales. Por ejemplo: En el libro de cuentos La culpa, de Ronaldo Menéndez, se usa el lenguaje ensayístico; en Software, de Eduardo del Llano, el informático, y en Cartas para Margarita, de Torralbas, el epistolar.
En el plano estructural y formal, las experimentaciones son muy amplias. El crítico literario Salvador Redonet señala algunas: «la absorción de estructuras del entorno social; la preocupación por el impacto visual de la historia; la adopción, imbrícación e interrelación de elementos de diversos géneros literarios (poemas, ensayos, etcétera)».
Amir Valle, en su libro Brevísimas demencias, apunta otros recursos: «La multivocalidad del narrador (violando aquello de la omnisciencia, la suficiencia y la equiscencia), las intrusiones del escritor en la voz del narrador y en los cambios o diversos momentos climáticos de la historia, como si fuera un dios que puede manejar la situación a su antojo, o en la invención de ámbitos autónomos que mutan por sí mismos sin respetar la hilación o el sentido de desarrollo lógico de la historia».
Así, a diferencia de los escritores de la generación de los sesenta, en la literatura de Los Novísimos sobresale lo lírico frente a lo épico, lo cotidiano frente a los grandes acontecimientos, lo reflexivo frente a la acción.