Alberto Garrido
Escritor cubano
(Prólogo a la antología personal de cuentos Nostalgias, ironías y otras alucinaciones)
No lo crean: no siempre Amir Valle tuvo este aspecto bonachón y pacífico de las fotos de contratapas de sus libros; cuando lo conocí era un muchacho imberbe con cara de terrorista. Y lo era, en cierta forma, porque sabía que iba a dinamitar cada género que abordaría (cuento, novela, ensayo, testimonio, crítica literaria) con una mirada a la vez sucia y lírica.
Amir siempre ha sido controversial. Desde aquella tarde (era un enfant terrible) en que anunció a los gendarmes culturales al grupo Seis del Ochenta, una propuesta estética diferente que, además “trataría temas tabúes”. Luego de convertirse en un exiliado involuntario, al serle impedido su regreso a la isla, ha seguido siendo fiel a este anuncio lapidario. Sus atrevimientos policiales pintan el bajo mundo de esa Centro Habana que conoció tan bien. Sus ensayos hablan de la libertad y de la corrosión de esa libertad en las sociedades totalitarias. Se atrevió a jugar con la cadena y mató al mono en una de sus obras más celebradas por la crítica, mostrando la corrupción de los poderes políticos. Describió como nadie el universo de la prostitución y el tráfico inhumano entre las dos orillas.
Me pidió que escribiera este prólogo a sus cuentos escogidos. Y los leí de un tirón en la madrugada. Mientras leía, recordé cómo empezó nuestra amistad: la lejana, seductora, ondulosa y caliente Santiago de Cuba. El imán que nos unió fue la literatura, tan poderoso que salió un grupo que inquietaría a la burocracia, a la inseguridad del Estado, a los mismos escribas establecidos. Mucho camino se ha recorrido desde entonces, mucho lodo en los pies y mucho viento en contra. A contracorriente, se mantiene incólume la dignidad, el hambre de escalar la cumbre, de escribir un libro mejor que nos eternice, mientras damos testimonio en el difícil oficio de nombrar las cosas.
Hace poco estaba en Santiago de Cuba, en una especie de librería privada, parte de un proyecto que alimenta un amigo común, el escritor Yunier Riquenes. Me estaban grabando una entrevista para Claustrofobias. Una joven entró y preguntó si había algo de Amir Valle. «Nada», dijo Yunier (los libros de Amir en Cuba se venden como pan caliente y han desaparecido de todas las librerías: los lectores no le dieron tiempo a los censores, la mejor de las justicias poéticas). «¿Qué estudias, niña?». «Contabilidad». Le dije que tenía la versión digital de Habana Babilonia. «Ya la leí», dijo. «También Si Cristo te desnuda y Muchacha azul bajo la lluvia«. Mencionó varios textos. «Me encanta», dijo. «¿Por qué?», quise saber. «Porque escribe la verdad». Es cierto: la obra de Amir es un pacto con la verdad, ruleta rusa, sinceridad esquiva, interrogación del mundo. El escritor, ese gran mentiroso, entre los artistas es el más comprometido con la verdad.
Amir Valle es el caballo ganador de nuestra generación. Ambos sabemos que la literatura no es una carrera de caballos, pero si quiero referirme al ímpetu, a la ambición (literaria), a la visión del oficio de escribir como un sacerdocio, a las horas nalgas en la fragua de nuevos mundos posibles, en mi generación, o tal vez en las dos últimas generaciones, no hay otro que se le acerque. Gana por una cabeza, por un cuerpo completo. También es el escritor más serio que conozco (cosa rara cuando vemos que se trata de un autor popular). No trata a la escritura como una amante (es mi pecado, y me cobrará las cuentas) sino como una diosa inasible. Tampoco les está haciendo muecas amables a sus lectores para que lo compren en Amazon. Creo que ama los libros más que el resto de la cofradía que milagrosamente somos los escritores nacidos literariamente en los ochenta. Una pasión que solo puedo comparar con su fidelidad a construir puentes, a sumar amigos.
También tiene el libro más leído en Cuba en su versión digital: Habana Babilonia es el best-seller subterráneo de los lectores cubanos. Lo leen amas de casa y abogados, estudiantes y retirados, generales y doctores. Se pasa de memoria en memoria, por email y bluetooth, de una laptop a otra. Miles de computadoras de empresas del gobierno tienen un archivo oculto, un virus (en definitiva, eso es la obra del escritor que pasea el espejo a lo largo del camino). Irónicamente, mientras se le impide el acceso a su nación, sus libros contaminan las redes, ganan cientos de miles de lectores. Es el triunfo de la literatura sobre la política. Del escritor contra el pesquisidor. De la libertad contra el inmovilismo.
Amir es un curiel literario (sospecho que se ha autoclonado para atender sus negocios, sus libros, sus eventos y su familia). Tiene más de treinta libros publicados. Nuestro Stephen King. Y con más premios que el ron Bacardí. Debo decir algo que siempre he pensado: nuestra generación tiene muy buenos escritores, con excelentes novelas, pero siempre intuyo que la mejor novela de nuestra generación saldrá de las manos y de las pesadillas de mi hermano. Tiene todo lo que hace falta: ha vivido lo suficiente y ha leído más de lo necesario (en mi decálogo personal sostengo que para escribir una página no solo se deben de haber leído mil páginas, sino haber vivido mil vidas), domina todas las técnicas a su antojo, tiene una buena esposa (nadie sopesa bien la importancia de esto), y vive en el exilio, que es bueno cuando no nos mata, como ha hecho con algunos de nuestros mejores escritores. Y Dios está de su lado, como con Paul Auster o C. S. Lewis. Y lo sé por esas puertas abiertas, desde que humilló su corazón en una modesta iglesia metodista a donde le acompañamos Guillermo Vidal y yo una noche de extraños desafueros, de regeneraciones.
Ahora nos entrega sus cuentos escogidos, una antología personal de un género al que le ha dedicado treinta años y más de diez libros. Son sus cuentos. Aquellos por los que quisiera ser recordado. Y lo primero que quiero remarcar es que va a ser recordado, sin dudas. Con Nostalgias, ironías y otras alucinaciones nos acercamos a un texto ejemplar, al mejor libro de cuentos de Amir, porque no solo es una bitácora de sus obsesiones literarias y estéticas, sino porque la factura, la técnica, se oculta, se escamotea para dejar que lo más importante brille: los personajes.
No veremos en este libro ninguna pirotecnia liviana de la que tanto abunda en la literatura actual. Son cuentos de una redonda madurez: marginales, sórdidos, lúcidos, irónicos. Por ratos se deja ver algún guiño intertextual, especialmente de amigos de armas (escritores queridos por el autor) y de figuras conocidas en otros ámbitos (el Duque Hernández, cuyo record en victorias y derrotas sigue vivo en la pelota cubana, o Eloy Gutiérrez Menoyo y Patricia, su hija, quien quiso tender un puente de amor entre las orillas que fue dinamitado por el terrorismo cultural, el miedo y el lambonismo oficialista).
Las historias son sucias, dramáticas, huelen a vida y la vida suele oler mal. Pero a pesar de eso, no resienten la amargura política, el discurso panfletario (de izquierda o de derecha da lo mismo). Tampoco resienten de las faltas imperdonables de ese realismo sucio que se suele escribir en Cuba y que parece una mala traducción de una obra de Bukowski. Detrás de la sordidez, del barro en el espejo, hay una mirada lírica (casi nadie sabe que los primeros escritos de Amir fueron décimas y textos para niños, algo que él ha ocultado muy bien, y esta pequeña delación le hará lamentar haberme escogido para prologarlo). También se percibe a un narrador que parece perdonar a sus personajes, que les da la absolución en la confesión de sus historias, de sus dramas.
Entre los personajes, los femeninos. En su grandeza se escapan de la mano del autor, de su machismo inconfesado. Laura, la envilecida puta que ama a su proxeneta, es uno de los mejores personajes femeninos de la literatura cubana. Selene, no es otra historia de SIDA y de muerte: es la recuperación de la pureza. Sarai, encuentra la libertad en el lienzo de un pintor… Como ven, intento no detallar las historias (aunque mi mayor deseo es revelarlas, como ese loco de los cines que solemos detestar cuando dice a gritos la próxima escena).
Los personajes se mueven entre una Habana ruinosa, un Madrid inhóspito y un París aburrido. No son los lugares los que construyen la secreta belleza de los hombres. Es la muerte, la cercanía de la muerte, la vida breve, esta puta vida. No haber encontrado propósito, la existencia que fluye y no ancla en algo que los salve. O haberlo encontrado y perderlo, por esos incidentes que repentinamente resetean toda una vida.
No quedaremos indiferentes con ninguno de los relatos. Las revelaciones de un mundo moderno enajenante son monstruosas, las caídas son más hondas que las de los cuatro argentinos que planean lanzarse de la torre Eiffel, las confesiones se parecen a algo que hemos vivido, visto u oído. Como en Donoso, los personajes son monstruos hermosos, porque no saben el origen de su monstruosidad.
Los lectores suelen gustar de esa mirada aleccionadora, descarnadamente realista, de las novelas de Amir. Aquí quedarán nuevamente complacidos. Pero se sorprenderán con otros relatos en los cuales las fronteras del realismo y lo fantástico se funden y confunden. Desconocidos para mí hasta hoy: “Celda 23” (que juega testimonialmente con una sorprendente concurrencia: el stand de Patricia Gutiérrez Menoyo en una Feria del Libro está en el mismo lugar donde fue torturado su padre, texto cuyo final es formidable) y “Una pesadilla tan gris como la muerte”, que da tributo a Kafka y a Orwell, a las secretas esperanzas de una isla que, citando a uno de sus personajes, parece una cárcel.
Amir Valle te entrega su mejor libro de cuentos. Yo agradezco el privilegio de haberlo leído antes. Y le agradezco a Dios por haberme privilegiado con la amistad de este hermano que siempre tiene tiempo para los amigos, que alegra con su sonrisa eterna. Que parece bueno incluso cuando se equivoca. Que ahora mismo está soñando su próximo libro. Y como sé que los prólogos son inútiles, que existen para ser saltados olímpicamente, y que hace rato dejaron de leerme para ir a lo que importa (los cuentos), aquí lo termino.
Santo Domingo, República Dominicana,
26 de enero de 2017