Eso que diversos críticos han llamado «explosión temática», puede considerarse una especificidad de la narrativa del 90. No ha de olvidarse que aunque también convulsos socialmente, los años 60 y 70 (estos últimos, como se ha dicho, caldo de cultivo de formación de la promoción del 80), no sufrieron los intensos y continuados cambios bruscos de la conciencia social que sí se manifestaron en los años 80 y 90 debido a esas vueltas de rueca, también intensas, continuadas y bruscas (siempre en forma de rupturas traumáticas) del contexto político y social internacional. En aquellas primeras etapas todos los análisis en el plano sociológico de nuestro desarrollo cultural pasaron inevitablemente por dos filtros básicos: el primero, la euforia revolucionaria y la lucha por la consolidación del triunfo, y la segunda, el debate ideológico revolucionario en contra de los ataques constantes del imperialismo norteamericano. Precisamente a partir de 1980, con el primer gran éxodo masivo de cubanos hacia «el Norte Revuelto y brutal», el comienzo de las primeras divergencias en el seno del CAME (Consejo de Ayuda Mutua y Económica) y en el núcleo dirigente de algunos países socialistas de Europa, así como las manifestaciones de resquebrajamiento ideológico y político en la URSS, comienzan a producirse ciertas rupturas en el seno de nuestra sociedad, que estallaron a finales de los 80 y principios de los 90 con todos esos sucesos internacionales que dieron al traste con el campo socialista y erigieron aún con más poder y omnipotencia a la tan cacareada «Norteamérica agonizante por la crisis final del capitalismo», como se leía entonces en los manuales de la escuela filosófica soviética. Eso, es obvio, en total confluencia e interdependencia con los sucesos internos de nuestro proceso social, influyó también en los cambios de la perspectiva de nuestra cultura y nuestra literatura, siendo específicamente la narrativa de estas dos últimas décadas la más beneficiada.
De todo en la viña del Señor
Esa parece ser la premisa con que los narradores del 90 asumían la búsqueda, adopción y realización literaria de los temas. Todos los críticos señalados en este trabajo, así como estudiosos extranjeros de nuestra narrativa (Seymour Menton, Begoña Huertas, Ana Belén Martín, Esther Whitfield, Claudia Lighfoot, Danilo Manera, Annette Peschel, Rodrigo Fresán, etcétera) han señalado en numerosos trabajos publicados en sus países de origen que la «profusión y riqueza temática, así como lo genuino y la profundidad en su tratamiento, es un signo de vitalidad en la narrativa cubana escrita por los más jóvenes narradores, nacidos después de 1960.»1
Comentando sobre la diversidad estilística y temática de estos narradores (los del 90) también se ha dicho que «tienen unos planteamientos más críticos e irreverentes que los anteriores y que han roto los preceptos vigentes para proponer otros muchos más transgresores,» 2 y también que «en los (narradores) de la violencia de los 60 la recurrencia a los temas se hacía desde una visión militante aunque crítica. En la de los 70, en eso que la crítica cubana ha llamado ‘tiempo gris’, los cuentistas y novelistas de la isla, salvo algunas muy aisladas excepciones, los temas se maniqueizaron de un modo que reflejaran la verdad oficial edulcorándola y esperanzándola, a tono con el lenguaje político de esos años. En los 80, donde al parecer sólo escribieron un grupo de narradores surgidos y marcados por los años 70, toda la crítica asume un brote de literatura escapista de los grandes temas épicos y la caída en una cotidianidad minimizada y minimizadora del ser humano que se conoció como ‘sin flictiva’ para señalar ese escapismo. No obstante, la ascensión a fines de los 80 y en los 90 de nuevas tonalidades entre los más jóvenes se convierte en lo más notable de este movimiento narrativo: tonos, matices, registros y temas son tan amplios y tan acertadamente abordados por estos escritores (muy pocos pasan hoy de los treinta años) que es casi imposible hacer un registro de tendencias, como erróneamente ha intentado la crítica cubana en numerosas ocasiones.»3
O, como diría, el crítico español Antonio Valdemar Romero: «Con ellos llega un aire de renovación único a la narrativa cubana, al abordar desde una óptica absolutamente desprejuiciada y liberal aspectos como el sexo, la lucha generacional, el erotismo, las guerras, la ética política, la homosexualidad, el desasosiego de una generación lastrada que se marginaliza, entre otros.»4
A) La guerra
No hay en ningún joven narrador de los 90 una visión parecida sobre este tema. De ahí que lo característico sea la multiplicidad de enfoques.
Puede hablarse en esta promoción de la existencia de cuatro narradores con libros que resultan básicos a la hora de estudiar el tratamiento del universo bélico: El otro viento del cristal y Nostalgia de Septiembre, de Alberto Garrido,Sueño de un día de verano, de Angel Santiesteban, Cañón de retrocarga, de Alejandro Á lvarez Bernal, y Paisaje de arcilla, de Alejandro Aguilar; libros que proponen perspectivas, enfoques, puntos de vista distintos sobre la guerra y los aspectos que giran en torno a ella como la ética humana, los valores y las miserias del hombre en esta situación límite, el maniqueísmo con que se trata la heroicidad, y otros.
Desde sus primeros cuentos sobre el tema, allá por 1985, Alberto Garrido, propuso una mirada nueva sobre la relación joven revolucionario – ética humana – mundo interior, en lo esencial a partir de un rejuego constante con los conflictos generados por cada una de estas categorías y su incidencia en la decisión del protagonista y en su proyección en la historia narrada. Por un lado sus protagonistas aceptan (pues la comparten de algún modo) la fatalidad de tener que dedicar años de su aún corta vida a defender un ideal que creen humano y justo. Por otro, el cuestionamiento ético hacia la validez de los ideales defendidos a través de un medio que cree inhumano, injusto, inútil práctica y socialmente. Y en otro, el choque que contra estas dos verdades en conflicto tienen el instinto humano natural de supervivencia, los miedos y los egoísmos propios de todo ser humano en relación con su destino, con el rumbo que soñó dar a su vida cuando tuvo uso de razón y se creyó libre, desconociendo esas ataduras que como ser social siempre amarran al individuo en cualquier sociedad.
En Garrido esto se convierte en un trauma del cual el protagonista nunca se liberará, dotando a sus cuentos de un fatalismo y un pesimismo que humaniza el texto:
«Lo terrible es que los silbidos locos siempre van acompañados de imágenes vivas. Hoy al almorzar salté asustado y mamá corrió hacia mí qué te pasa come no te gusta el almuerzo anda. Pero si siento los obuses retumbar y el martilleo de las armas y veo a Rolando caer mientras pienso mierda el obús y le doy vuelta al cuerpo de Rolo y siento el olor a carne chamuscada y veo que su vientre es un enorme plato hondo lleno de sangre caliente salta el estómago y viene mamá qué te pasa come no te gusta el almuerzo anda. La cuchara se me cae de la mano y no la recojo, cae en el piso pero esa cuchara está tan muerta que no vale la pena mirarla.»5
Sin ningún tipo de dudas, toda la validez literaria de la novela Cañón de retrocarga, de Alejandro Álvarez, ha sido develada en un o trabajo de la profesora y crítica Margarita Mateo en su libro Ella escribía poscrítica. En dicho trabajo, titulado «Una recreación posmodernista del topo del heroísmo: Cañón de retrocarga«, Magui Mateo expone otra de las maneras de acercamiento que hacia el tema han manifestado los narradores del 90, en este caso, la mirada desde un referente ético cercano al tema como hecho en sí: en Alejandro Álvarez, la respuesta del hombre ante la muerte, cuestionándose múltiples conceptos, dogmas sociales, prejuicios humanos.
Considerada por todos los críticos como una de las grandes novelas de esta promoción, en Cañón. Alejandro Álvarez utiliza conscientemente la mayoría de las más importantes tendencias y aspectos diferenciadores que hasta ese momento habían marcado el desarrollo de este grupo narrativo: Intertextualidad, reflexiones existenciales y existencialistas, desacralización y desmistificación de la historia, testimonialidad dirigida a dar veracidad a lo narrado, regodeo paródico en la realidad a partir del choteo cubano y otros matices de la ironía, despliegue lingüístico con códigos y registros de la marginalidad juvenil, y otras muchas; todas dirigidas a cuestionarse la participación de un joven que ha muerto en la guerra de Angola:
«¿En qué piensa un hijo de vecino cuando el plomo le ha sacado para afuera las tripas y otro hijo de vecino se las acomoda con arte y ciencia cociéndole la tajadura? ¿En qué pensarías tú? ¿Se puede escribir sobre la cercanía de la muerte sin haberla visto siquiera de refilón, aunque fuese en el radiador de un camión acelerado? ¿Será lo mismo la muerte en la carretera que la enviada en un minúsculo proyectil?»6
Pero el libro de este grupo de narradores que ofrece un cuerpo total, diverso, matizado y profundamente humanizado sobre el tema es Sueño de un día de verano, de Angel Santiesteban, como si el autor se hubiera propuesto recoger todos los matices que sobre el asunto habían ofrecido en cuentos aislados otros colegas de su promoción. Lo que importa en los cuentos de Sueño no es la locación misma del conflicto bélico, ni siquiera la experiencia misma del hombre (nuestro hombre, el cubano) inmerso en la realidad conflictiva de Angola: importa ese hombre surcando sus propios miedos, frustraciones, compromisos morales, sociales e históricos (impuestos o asumidos). En otras palabras, la guerra entendida como un acto antinatura para el ser humano, sean cual fueren las razones que la motive. De ahí la proyección más allá de lo cubano de este libro.
La calidad del libro que lo convierte en otro de esos textos básicos en la narrativa del 90 nos impide lamentarnos (aunque quizás sí, en tanto lo que podría significar para la promoción internacional de este autor) por el hecho de que Angel Santiesteban no hubiera obtenido el merecido premio Casa de las Américas 1992, que fue concedido a uno de los peores libros premiados en toda la historia de ese certamen; que tampoco lo hubiera ganado en 1994, por suerte otorgado a una obra decorosa, pero de factura menor que Sur: latitud 13 (que así se llamaba entonces el volumen).
Y es que en Sueño adquieren cuerpo esas nuevas expectativas despertadas por los cuentos publicados por este autor en antologías, complementadas y ampliadas y cuasi fundamentadas en el resto de las piezas del volumen, que, y así se ha dicho en varios eventos, añaden una nueva tónica al tratamiento del tema de la guerra. La perspectiva humanística también ha variado desde aquellos lejanos años sesenta donde existió una profusión de obras en este tema, hoy ampliándose, diversificándose. El referente circunstancial tampoco es el mismo y las presiones ético-sociales del contexto han variado y lo siguen haciendo constantemente, lo cual convierte a este libro (y a su autor) en algo mucho más pleno y genuino que un simple émulo de la narrativa de la violencia.
Basten la majestuosidad y universalidad de cuentos como «Sueño de un día de verano», «Sur: latitud 13», «Después del silencio», o «En la guerra no hay misa». Basten ese fresco de los de abajo que muestran las viñetas de «La cruz del sur» y «Suerte que tienen algunos». Baste el humanismo llevado a grados extremos en esos textos memorables que son «Carta amarilla» y «La última carta». Historias todas donde el antihéroe, el arrepentido, el corrompido, el oportunista, el inocente y el verdadero hijo de Dios se desdoblan, sufren, se mutilan espiritualmente para siempre, hundidos por elección propia, por sumisión o por destino impuesto en esa conflagración del sueño humano que es la guerra.
En ese mismo camino, pero referido a esa guerra omnipresente que siempre ha vivido el pueblo de Cuba, en su caso específico hurgando en la problemática del servicio militar, anda Alejandro Aguilar con su libro Paisaje de Arcilla, premio Pinos Nuevos en su tercera edición. Dividido en dos partes, una erótica y otra bélica, este libro tampoco ofrece ninguna visión heroica de los heroicos años sesenta (donde se ubica la acción) ni se propone hacer un monumento a la heroicidad, al honor, al orgullo de ser «un soldado de la patria», para usar la retórica oficial. Otra vez podrá encontrarse la realidad de un hombre volcado a una situación límite: la preparación para la defensa de la patria, y toda lectura va más allá de cualquier consigna. En Paisaje de Arcilla también hay hombres con limitaciones, odios, podredumbres y miserias humanas, valores sentimentales, vacíos espirituales, miedos, cegueras políticas: todo mezclado en una amalgama que se resume en historias que dejan el sabor de la vida llevada a un página con un poder de síntesis que hace estremecer, reír, sonreír, burlar o asentir, pero nunca compartir lo que sucede en esa realidad narrada:
Noche de lectura
Van marchando hacia las aulas, que aún reverberan por el calor de todo el día. Entran en fila y se detienen, cada uno al lado de su pupitre. A una voz de mando se sientan. Las pupilas se acomodan lentamente a la luz amarillenta de las tres bujías de todo el recinto. Pronto llegan dos muchachos con un cajón de libros que distribuyen al azar. La carretera de Volokolanks, Un hombre de verdad, o el tomo II de Los miserables. Nadie protesta ni selecciona. No se deja de leer o de fingir que se lee. El libro iniciado hoy será truncado la próxima noche por otro . La historia me absolverá, Los tres mosqueteros o La batalla de Stalingrado. No importa el título. Este, a su vez, tendrá que ser abandonado cuando el sargento, sin previo aviso, ordene ponerse en atención y abandonar las aulas. Continuará el ritual cada noche de lectura, una o dos veces por semana. Un buen soldado tiene que ser culto.»7
Tampoco hay que olvidar que autores como Alberto Rodríguez Tosca («Alacranidad»), Alberto Guerra («Espejo de paciencia»), Amir Valle («Mambrú no fue a la guerra») y Atilio Caballero («Pertenencias»), por sólo citar algunos, amplían con buenos textos, todos recogidos (y reincidentes) en antologías, esa variedad de perspectivas y puntos de vista sobre el tema de la guerra.
B) Los cuentos de la beca
Es uno de las zonas temáticas más socorridas en la primera etapa del desarrollo de esta promoción. Su mayor defecto fue precisamente la inexistencia en sus historias narradas de ese lógico tiempo de decantación que permite que la voz de la escritura se adecue a un lenguaje propio de la literatura y no, como fueron en la mayor parte de los casos, un calco de situaciones (en su nivel dramático y discursivo) que vivían en su cotidianidad de estudiantes. Otro defecto, eco compartido en varios eventos de narrativa, es el hecho de que estas piezas cuentísticas eran, por lo general, fruto de la primera horneada en la creación personal de este grupo de cuentistas, lo que las hacía diana de imperfecciones lingüísticas, estructurales, e incluso adolecían de una visión superficial de la historia misma. De ahí que de toda una zaga de cuentos sobre la beca hayan sobrevivido hoy muy pocos de los también escasos autores, entre los que pueden mencionarse, por un enfoque diferente y con rasgos muy particulares de estilo a la hora de enfrentar el tema, los libros de los siguientes narradores: José Mariano Torralbas (La otra cara, En busca del eslabón perdido, Señor de esperas), Ricardo Ortega (Como brujas de mayo), Alfredo Galiano (Los charcos de la memoria) y Miguel Cañellas (Primer juego y otros cuentos).
No puede hablarse del abordaje de este tema en la narrativa cubana del 80 y el 90 sin mencionar dos antecedentes ilustres: Noche de fósforos, de Rafael Soler, El niño aquel, de Senel Paz , y Los otros héroes, de Carlos Calcines. Podría recordarse dos buenos ejemplos anteriores a estas dos colecciones de cuentos: Celestino antes del alba, de Reynaldo Arenas y Los niños se despiden, de Pablo Armando Fernández, iniciadora una de un nuevo personaje narrador en la literatura cubana: el niño, y solidificadora la segunda, como se ha dicho y escrito, de ese nuevo personaje. Pero pasando por un largo camino este nuevo personaje reflexivo llega a los cuentos de Rafael Soler con un escenario cercano al tema que nos ocupa: la Campaña de Alfabetización. Como diría Sacha, «el saldo de Noche de fósforos es de considerable importancia en nuestra cuentística. Por primera vez, el adolescente sienta plaza con su manera peculiar de ver el mundo. Aquí tenemos un personaje que llama la atención sobre sí mismo y hace renacer el interés temático en sus conflictos y contradicciones. No es un hombre de acción, aunque participe activamente. Lo esencial es la integración a un mundo nuevo que demanda su concurso. Su tono narrativo, su perfil ideológico, están bordeando una nueva sensibilidad.»8
Como también (y muy bien) ha dicho Sacha, si con Noche de fósforos se inaugura una poética del deslumbramiento en la narrativa cubana, con El niño aquel (1979) se consolida y llega convertida en la «cuentística de lo cotidiano» en otros libros publicados a partir de 1979 por los narradores del 80, con una propuesta por descubrir «el mundo interno del joven integrado a la revolución, su lucha por desasirse del lastre del pasado y su esfuerzo por alcanzar los valores de una moral nueva.»9
Con Los otros héroes, Calcines abre (debido a la fuerza de un libro dedicado a un tema común: el niño en su entorno educacional) la puerta a la eclosión creativa sobre este aspecto de nuestra realidad. No obstante, es necesario no olvidar que autores como José Ramón Fajardo, Atilio Caballero, Félix Lizárraga, Torralbas, Ricardo Ortega y Miguel Cañellas, por sólo citar los que luego conformarían también libros referidos al tema, ya por esos años escribían y publicaban en revistas de sus provincias cuentos sueltos sobre «la beca».
Calcines se queda, para decirlo a tono con la crítica (Sacha, Arturo, Padura, Madeline Cámara, Redonet) en el niño inocente escolar y no consigue en Mañana es fin de curso (libro dedicado al escolar adolescente) la madurez narrativa y la fuerza dramática de los cuentos recogidos en Los otros héroes. La sencillez aparente de este primer libro se intenta superar en Mañana, con un despliegue lingüístico poético que se mantiene sólo en la superficie de los conflictos esgrimidos por el autor y en la mayoría de los cuentos de este volumen se notan eso que llamamos «costuras» por una intención demasiado marcada de poetizar, forzándola, la historia.
Pero también a principios de los 80 Torralbas escribía cuentos de algún modo precursores, de los cuales sólo, y gracias a la labor de algunos amigos, pudo ser valorado en toda su dimensión «Último tren a Londres», considerado por la «crítica hablada» como el mejor texto de los escritos por esta promoción en la década (del 80). Con una visión distinta, con un enfoque nuevo del tema, ya en 1984 Torralbas proponía una batalla contra los múltiples fraudes éticos del sistema educacional cubano desde una óptica donde el protagonista debatía sus miedos, mediocridades, esperanzas, enfrentadas a esa mole de conformismo social que luego sería desenmascarada por la Revolución en el mismo inicio del período de Rectificación de Errores, con una calidad y frescura narrativa en la conformación de las historias que llevaron a La otra cara al Premio Caimán Barbudo 1987. Cuentos publicados en los libros antes mencionados como la trilogía «Punto y aparte», «Punto final» y «Entre comillas» (tres versiones sobre el despido de un profesor que ama a una alumna), «Tú» (el tedio y el convencionalismo de una inspección a la clase de un profesor amigo), «Un días antes del sábado» (otra vez el amor entre un profesor, además escritor, y una alumna), o los no publicados pero incluidos inicialmente en La otra cara como «Tin Marín» (fraude promocional en una escuela), «Domingo productivo» (joven comunista que siente la falta de su padre que escapó al Norte), «Confabulación en las estrellas» (acuerdo de un grupo de estudiantes para robarse una prueba) o «Consejo técnico» (chicharronería y miedos personales de los profesores que tapan los errores de un director), todos escritos antes de 1987.
Lo singular en Torralbas es la perspectiva que le da a sus cuentos su labor real como profesor en una escuela preuniversitaria. De ese modo es diferente a otros narradores en tanto sus conflictos parten de los conflictos éticos de un profesor joven, militante y que ama su profesión, que surgen cuando en su práctica laboral se enfrenta a los convencionalismos y esquematismos de un sistema de enseñanza que cree anquilosado y que sueña poder cambiar con su esfuerzo personal, aunque no lo dejan. Su doble posición de escritor y maestro le permite ofrecer a sus personajes una incisión en la esencia de los conflictos que aborda profundizando en lo que encuentra falso, robótico, esquemático, pero siempre a partir de un hecho muy cercano a la sensibilidad del hombre: la defensa del amor hacia la pareja, del amor propio y del amor y el respeto hacia la meta que se ha trazado en la vida el protagonista.
Otro de los méritos que saltan a la vista en simples lecturas es el respeto que siente Torralbas por el personaje de la mujer que se convierte en sus historias en el escudo que protege al personaje masculino de las arremetidas de esos convencionalismos y esos esquematismos y prejuicios morales y sociales del sistema educacional. Algo así como una vuelta a esa Eva hecha de la costilla de Adán, y sin la cual éste no sería absolutamente nada. Sin nombre algunas veces, sólidos psicológicamente, desarrollados sobre la base de evocaciones a veces líricas, a veces directas, siempre resaltando su papel de «salvadora», «último rincón del amor», aparecen esa muchacha culta y sin nombre de «Un día antes del sábado» o esa monitora en la trilogía mencionada, luego esposa eternamente novia, amada a pesar del tiempo, y los dos hijos que ya tienen cuando se detiene a recordar cómo llegó a ella; o con nombre en esa madura y mal escrita por «los herrores de ortografia» de Sergio en su «Carta para Margarita», o la bellísima, pero inalcanzable Aly en «Saber perder». Un amplio desfile femenino que en todos los casos marcan los signos vitales y más humanos de los personajes masculinos, salvándolos de la incomprensión y la mediocridad de otras almas:
«me acordaba hace un momento de la escuela, qué bonita pesadilla, ¿verdad? Necesito que hoy sacudas el título, está en la sala detrás de la vitrina lleno de polvo, límpialo bien que son diez años de olvido y llévalo a sacarle fotocopia para llevarlas a mi empresa y que mis compañeros vean que fui maestro hasta que el amor me llevó allí con ellos, con sus ladrillos y bloques y ladrillos y mezcla, allí junto a ellos donde me siento tan bien a pesar de todo.»10
Por una banda contraria, también conflictiva éticamente, los cuentos de Ricardo Ortega en Como brujas de mayoproponen un acercamiento más poético y respetuoso sobre la relación educando-educador, no ya visto hacia el impacto del sistema educacional sobre ellos, sino hacia las relaciones humanas que se establecen entre estos dos sujetos de la acción. No importan la gran infraestructura ni ese gran monstruo que va contra los seres humanos que dependen de él para su existencia. Importan sólo el amor, la fidelidad, el respeto. De cierto modo, los cuentos «Cazador de Cangrejos» y «Paisaje en la pared» dan una visión idílica, desde la perspectiva también idílica de ese joven que mira con ternura inocente la ausencia de su maestra cumpliendo misión internacionalista o a un guajiro recién llegado al aula.
Lo que resalta en la cuentística sobre el tema de Ricardo Ortega es su sentido preciso del uso de ciertas formas del lenguaje de los adolescentes a la hora de elaborar el discurso del narrador: a la vez puede tener cierto tono poético: «Ahora Polo está parado a la entrada del aula vacía mirando aquella manchita blanca posada en el dibujo de la pared al fondo»;11 puede ser objetivo: «Se vive con el convencimiento de que hay más gente buena, sobre todo aquí, entre nosotros. Basta coger un periódico y empezar a ver, casi sin leerlo, nada que mirando un poquito las fotos de lo que pasa en otros lugares,»12 puede filosofar juvenilmente: «que la gente, eso de burlarse hasta en la calle de los infelices lo hace con un gusto, sí, porque la burla les deja una satisfacción que da asco,»13 o casi siempre burlón, irónico: «Los viejos estaban ajumaos, dormidos o cagados de miedo, porque el chiquito les salió feo, feo como una cagada. Empezando porque hasta el nombre se lo buscaron de anjá (Leopoldino Flores, n.d.a). Y mirándolo de abajo para arriba: flaquito, desculao, con los brazos flacos también y unas manos que son manazas. El cuello es un pescuecito y la cabeza, la cabeza de verdad, sin exagerar, igualita a un chayote.»14
Pero es Miguel Cañellas el autor que más incide en eso que Sacha mismo ha llamado «la narrativa de lo cotidiano», agreguemos, como él mismo ha clasificado, al modo «tradicionalista», entendiendo esto como el abordaje del cuento según los requerimientos tradicionales que han regido el cultivo internacional del cuento: el clásico short story.
En su libro Primer juego y otros cuentos, publicado tardíamente (1996) si se reconoce que cada una de las piezas que integran la primera sección (Primer Juego) habían sido dadas a conocer por el autor en diversas publicaciones anteriores, Cañellas pone a girar a todos los protagonistas de sus historias en torno a una pregunta distinta referida a la ética social, a la lucha de los principios que mueven el desarrollo humano contra esos otros principios, también justos en su tiempo, pero ya en desuso, que frenan ese camino en ascenso hacia la realización de las más jóvenes generaciones pasando por un medio común: el mundo de los estudios en la adolescencia.
Desde la heroicidad silenciosa y menospreciada por todos de un asmático que lucha contra su enfermedad en un medio proclive a su aparición («Los cuentos de Abel») a la tragicómica anécdota de un equívoco amoroso («De un muchacho no se enamoran»). Desde la tensión en el momento de la aplicación de una prueba por un profesor intransigente y un alumno deficiente («Antoñico y el Mago») a la broma romántica de esa pareja de estudiantes que burla amigos y guardia de profesores para encontrarse a solas («Pas de deux inconcluso para bailarines enamorados»). Desde el enfrentamiento generacional de un joven estudiante con un trabajador del campo que ya no rinde lo que quisiera aunque trata de esconderlo a todos criticando-atacando el trabajo de los demás («Escondido») a la historia de un amor surgido en una captación de artistas en la escuela («La captación»). Todo un universo de vivencias que pasan siempre por el prisma de una mirada juvenil renovadora, transformadora, crítica desde la militancia (entendida esta como la participación consciente en un asunto que es asimilado como parte de la ruta personal hacia la realización).
Cañellas, al modo «tradicionalista», asume el cuento como esa flecha que debe dar en la diana con un recorrido leve, rápido, hasta fugaz para los ojos no entrenados. De ahí que asuma siempre la voz de un narrador común partícipe, directo o tangencial, en la historia contada, sin artificios poéticos ni sub-tramas que desvíen la atención del conflicto esencial. Su lenguaje es el lenguaje cotidiano de esos personajes que representa sin llegar a ser un calco, pues cada una de las interiorizaciones, descripciones o narraciones de los protagonistas permite caracterizaciones diferenciadas que enriquecen y hacen verídica, literariamente, la trama, jugando con algo que marca todas sus piezas narrativas: aunque en apariencia todo está claro para el lector, sólo al final del cuento se cierra realmente la historia, reafirmando la convicción inicial, otorgándole un leve giro o cambiándola totalmente, a través de la utilización del recurso del dato escondido que se va aclarando, detalle a detalle, y que explota sólo en las últimas líneas.
Otros autores de esta promoción escribieron de esos cuentos que llamamos «antologables» y que así aparecieron en numerosas selecciones del cuento cubano contemporáneo en Cuba y el exterior: José Ramón Fajardo («Cuando termina el primer día»), Alfredo Galiano («Regino en dos actos»), Félix Lizárraga («El polvo y la gloria»), Amir Valle («Serpa») y Alberto Guerra («Disparos en el aula»), en todos los casos, abordando el tema desde una multiplicidad de matices que lo convierten en asunto recurrente para valorar, fundamentalmente, los primeros pasos de este grupo de narradores.
C) EL humor cubano
Entiéndase que no se habla de la utilización del humor en sus distintas variantes como recurso literario, sino del humor mismo como tema, o lo que es igual, de esa gravitación que lo humorístico logra sobre asuntos de nuestra cotidianidad, destacándose en este modo de abordaje las obras de Gumersindo Pacheco (Oficio de hormigas, María Virginia y yo en la luna de valencia y María Virginia está de vacaciones), Eduardo del Llano (Cabeza de ratón, El beso y el plan), Enrique del Risco -Enrisco- (Pérdida y recuperación de la inocencia) y Antonio Rodríguez Salvador (Hágase un solitario, Rolandos).
Volvamos a la idea inicial: lo significativo y diferenciador en estos autores en medio de una promoción de narradores que emplea frecuentemente en sus obras las distintas gradaciones del humor como instrumento de acercamiento y cuestionamiento de la realidad, se halla en que asumen al humor, al mismo tiempo, como sujeto y objeto de la acción: en la situación que pintan lo que les importa, les interesa, es lo risible, lo cómico, lo burlesco, lo irónico, etcétera, y para reflejar ese grado de humorismo lo hacen únicamente a través de una mirada risueña, cómica, burlona, irónica, etcétera, hacia esa realidad. Coinciden de ese modo instrumento y tema como un bloque compacto, universo cerrado en sí mismo, donde lo humorístico (repetimos, siempre en sus distintas gradaciones según el cuento o la historia) adquiere carácter de micromundo, en algunos casos (Eduardo del Llano es el más notorio) hasta con una cierta cosmogonía propia y única para ese mundo re-creado a partir (en su caso) de la realidad más inmediata.
Nacido en 1956, Gumersindo Pacheco, que a partir de 1990 asumió el nombre literario de Sindo Pacheco, comenzó a destacarse en el movimiento nacional de los talleres literarios a mediados de la década del 80. Ya desde entonces sus cuentos resaltaban por un modo distinto de asumir el humor, ya que no era un medio de transmisión de las ideas, sino el marco mismo en el cual se desarrollaban sus personajes estrechamente vinculados a un entorno rural. Varias de sus narraciones publicadas en revistas, boletines y antologías cubanas y extranjeras desde 1983 a 1989 fueron definiendo un estilo único en la narrativa de este autor: Cabaiguán, su pueblo natal, comenzó a delinearse en esas narraciones de un modo sui generis, como si realmente fuera un lugar de la isla fuera de lo común, un caldo de cultivo para ese humor campechano, vital, siempre despierto y sano del guajiro cubano, pero con toda la malicia ancestral del alcalde de origen árabe que fundó el pueblo, con la picardía y la brutalidad tozuda del nacido en Islas Canarias que abunda en ese pueblito del centro, y con toda la influencia de esa otra «cubanidad» de la cual se permeaban los cabaiguanenses mientras, como diría un poeta también nacido allí, veían desde el parque «pasar los autos hacia Occidente».
Esa misma realidad anunciadora de una definición de estilo sólida que aparece en los cuentos de Oficio de hormigas (1990) se consolida en esa trilogía que forman las novelas María Virginia en la luna de Valencia(1990),María Virginia está de vacaciones(1994) y María Virginia, mi amor(esta última publicada recientemente en Costa Rica y los Estados Unidos, y finalista del Concurso Internacional Fundalectura, de Literatura Juvenil).
En los tres casos, lo singular se halla en el modo en que Gumersindo enfrenta la ingenuidad de un amor infantil, con mucho de ese otro grande amor del Quijote por Dulcinea del Toboso: en la zaga de María Virginia, el muchacho Ricardo Armas Salteador (fíjese bien en este apellido) enfrenta convencionalismos escolares, prejuicios sociales propios de la vida de un pueblito de campo, distancias enormes para ir tras su amada y recordarle que sólo él podrá amarla. Similar al Quijote, Ricardo se sabe (o se cree) amado y esperado, y se desespera (igual que el ilustre caballero de Cervantes) cuando la vida le coloca numerosos obstáculos (estruendosos y risibles para el lector, que no así para el protagonista) en el camino hacia su consagración como ese héroe que María Virginia merece.
De las tres novelas, sin dudas la mejor en este sentido es María Virginia está de vacaciones, en la cual Ricardo sale de Cabaiguán tras la huella de su amada que ha ido de vacaciones a la playa habanera de Guanabo. La conformación de este universo real humorístico en torno a la vida de un muchacho campesino se logra por cuatro vías distintas básicas:
Uno, por la configuración y personalización de los protagonistas y personajes secundarios según sus rasgos más risibles: Silvio Trompetilla, Los Catetos (jimaguas), Coco, El Bemba, Mariano Jesusón, Bella Persona (un tipo que le cae bien).
Dos, por la mirada inocente, de quien no entiende (y se burla incoscientemente de), ciertos sucesos de la realidad inmediata (escena de cuando llegan a un motel donde se realiza un encuentro de talleres literarios):
» El tipo leía emocionado, y de pronto se ponía colérico, como si estuviera bravo, sin embargo, yo no entendía nada. Primero hablaba de un canario, y después de una muchacha y un marfil y unos elefantes, y luego venían como tres malas palabras. Había una mesa con un cartelito encima que decía POESÍA, tras la cual estaban sentados tres Bellas Personas de barbas de cobre como los griegos y espejuelos montados al aire.
– ¿Criterios?. dijo uno de los griegos, sin alzar la cabeza, y la gente empezó a salir de la modorra.
– A mí me llega – dijo uno.
– A mí me toca – dijo otro.
– A mí también me llegó – dijo un tercero-, sin embargo no sé.hay algo ahí que me choca.
Ya yo estaba un poco aburrido y dejamos aquella gente con su bobería del me llegó, me tocó y me chocó, y llegamos a otro grupo menos numeroso.»15
Tres, por la concatenación de situaciones absurdas para el personaje y su interés central con una psicología adaptativa y campechana propia del personaje protagónico en su enfrentamiento con esas situaciones:
«Hay numerosas formas válidas de coger botella; aunque en todas lo primero que hay que hacer es olvidarse de los Moskovich y de los yipes Cuatro Puertas, pues aunque crucen vacíos, tienen serios problemas para recoger extraños Si no había semáforo por todo aquello, trataba de ubicarme cerca de las muchachitas de la Universidad, que son unas tipas rubias de pelo largo y de la buena suerte. La otra posibilidad consistía en algún grupito de reclutas, aterrillados los pobres, de quienes los choferes se compadecen mucho.
Pero como donde nosotros estábamos ahora no había semáforo, ni reclutas, ni rubias de la Universidad ya llevábamos allí más de dos horas haciendo señas y los choferes seguían como si no nos vieran, como si fuéramos matas de guásima o palos de la luz. No hay nada más triste que ser un tipo palo de la luz.16
Cuatro, por el uso de modismos, giros y frases propias del lenguaje popular burlesco referido a la realidad:
«Era un tipo de viejas de esas antiguas, de pelo tieso y ojos mirones» (la abuela de Mariano Jesusón que autorizaría el viaje)
«Los Catetos estaban como siempre: pasándose bolas en la calle con un guante zurdo. Ellos lo único que hacen es jugar al taco y pasarse bolas con un guante zurdo».
«A Mariano Jesusón cualquier cosa le quita el hambre. El día que tenga que afrontar los grandes problemas de la vida, se pasará meses enteros sin comer. Mariano sólo sirve para realizar huelgas de hambre»
«Mariano Jesusón había empezado otra vez a hablar boberías. Cada vez se me parecía más a los críticos de cine, que califican de buena la película mala, y cuando dicen que es mala, la gente se mata en las colas por tal de verla».
Como bien diría la venezolana Velia Bosch, a raíz de su labor como jurado en el Premio Casa de las Américas 1994, en el cual Gumersindo se alzó con el máximo galardón: «Sindo Pacheco es, en la narrativa latinoamericana, una de las voces más sólidas, genuinas y diferentes.» 17
Otro de los casos más notables de logro de una voz propia en esta modalidad temática es el narrador Eduardo del Llano. Surgido a finales del 80 como parte del conocido grupo humorístico Nos y Otros, del Llano suma ya una larga lista de libros donde ha recogido cuentos, relatos y una novela, siempre con ese tono al cual nos referimos antes: no le interesa hacer humor, sino destacar lo que de humorístico hay en cada una de las situaciones de la vida, independizándolo, concediéndole una existencia natural propia, autónoma.
Coincidentemente, para crear esta sensación de vida autónoma, Eduardo del Llano ha recurrido a la configuración de un personaje que ya es bien conocido en los concursos, premios y eventos literarios y/o humorísticos del país: Nicanor O’Donnell, y a una constante actualización sobre los cambios históricos, sociales, técnicos, tecnológicos, y otros de nuestra más reciente vida en este fin de siglo.
Se produce una dualidad en la actuación de los personajes: en las historias en la cual Nicanor no puede participar (por diversas razones de su conformación) otro es el protagonista, pero el lector percibe el mismo tono que ha usado Nicanor en piezas anteriores, la misma mirada burlesca y crítica hacia la realidad, la misma petulancia independiente e independizadora: señales que lo convierten en un ser omnipresente y omnipotente dentro del mundo ficticio de lo absurdo humorístico que Eduardo del Llano ha inventado, repetimos, siempre a partir de sucesos, hechos, asuntos muy cercanos en tiempo y espacio, de nuestra realidad actual.
Una historia policiaca (Virus), la adaptación burlesca del jineterismo al humor («El beso y el plan»), el mundo del negocio en Cuba («Joint Venture»), la colocación en planos actuales de personajes bíblicos («Sansón»), la música cubana («Oye, que tengo un sentimiento, china»), entre otros, han sido asuntos donde del Llano ha ido creando esas escalas valorativas autónomas que logran, por su independencia, convertirse en un sistema crítico hacia una realidad criticable.
El otro narrador que nos parece destacable por su especial (y raro) sentido irónico de la vida cotidiana es el espirituano Antonio Rodríguez Salvador.
Decimista por excelencia, devino narrador cuando en 1996 presentó al Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara su libro Hágase un solitario, publicado un año después.
Fue el propio Salvador Redonet, miembro del jurado que le dio el premio, quien aseguró en carta al autor de este trabajo que «esa zona del país parece que da buen humor y en él es un humor filosófico y guajiro al mismo tiempo. Eso lo hace diferente, como dices.«18
Dueño de una limpieza lingüística que resume en el ámbito de la prosa sus conquistas poéticas y un hálito mítico al incursionar (valorativa, incisivamente) en la realidad, este narrador propone variantes interesantes dentro de la tendencia de la fabulación, maduras en tanto significan la consolidación de un «modus operandi» bien personalizado en torno a ciertas zonas temáticas abordadas por otros narradores de esta tendencia. El absurdo es visto como un detalle más de esa vida «real» que transcurre dentro de la obra en estrecha interdependencia con un modo filosófico-burlesco de asumir esa vida; no aparece como un dato de asombro o estupefacción o miedo (característica bastante común en otros cultivadores de esta modalidad), sino como parte de ese todo que se narra en igualdad de condiciones y de «visión escrutinadora» con las otras partes: cuentos como «La imagen», «La herencia», «Expreso a domicilio» y «El Tural», piezas por demás de una buena factura técnica, resultarán necesarias a la hora de valorar los aportes y desarrollo de esta tendencia de la cuentística del ’90 a nivel nacional.
Otro tanto, pero con mucha más carga en ese absurdo humorístico filosofado, sucede en su novela Rolandos(premio Pinos Nuevos III Edición), publicada en 1997. Rolando es infiel a su mujer (Sara) con una amante (Luisa) y un día descubre que Sara y Luisa le son infieles a él con otro Rolando («el de los primeros tiempos del susto del amor»). De pronto en escena hay dos Rolandos (él y su doble), dos Luisas y dos Saras, y comienza un absurdo burlón, irónico, sobre las consecuencias que provocan el tedio del amor, la infidelidad conyugal, la muerte de la pasión verdadera.
También en Rolandos logra crearse un micromundo en torno y dentro del cual giran y se mueven los personajes. El marco esencial es la casa y la cotidianidad que se convierte en tedio: amor loco vs tedio = muerte del amor y nacimiento de otro amor loco vs tedio = muerte., y así, sucesivamente, sin salida posible una vez que se ha cometido el primer error. Sirve entonces la recreación humorística del absurdo cotidiano familiar para realizar una instrospección filosófica hacia determinadas zonas estancas, estatuarias sobre la concepción del amor y las razones sociales y humanas (interrrelacionadas) que provocan su muerte. Otra forma del humor como tema e instrumento.
El resto de los narradores de esta promoción, como ya hemos especificado, asumen el humor como instrumento, incluso en aquellos casos como Enrisco, donde se desvirtúa y desmistifica la historia oficial, pero sin la creación de esos universos que se convierten en una zona temática por sí misma y con independencia. Las historias de Enrisco parten de una recreación ficcionalizada de hechos y sucesos históricos a partir de esas zonas oscuras, incongruentes y polémicas que ofrece la interpretación oficial de la propia historia. No llega, por ello, a convertirse en un micromundo autónomo, pues su referente inmediato es ese: un suceso real ficcionalizado.
D) La marginalidad
Abierta desde que en 1989 se publicaron en el libro La noche de un día difícil, de Sergio Cevedo, cuentos como «Piedras los ojos» (la crueldad juvenil hacia un indefenso «trajín» en una beca), «Balada de Jeannette» (la primera muchacha prostituta hundida en la violencia marginal, el mercado negro, el bajo mundo habanero), «Antes del sueño» (donde un joven se masturba), «La noche de un día difícil (en el que la inconformidad de unos jóvenes con el sistema educacional los hace rebelarse contra el oportunismo y el robo de los directivos del plantel). Hasta este momento la marginalidad había estado presente en algunos cuentos de autores de otras promociones y también del 90, pero coincidentemente con una perspectiva analítica similar: el marginal, si era viejo o mayor, era aplastado por la ley revolucionaria (recuérdese la aparición de la fiebre de cuentos policiacos en esta época), y si era joven reconocía al final sus defectos dotando al curso de la historia de un giro «esperanzador» o simplemente era «un equivocado militante», o lo que es lo mismo, alguien que comparte todos o algunos de los principios sociales, éticos y revolucionarios del sistema en que vive, pero que por alguna causa ajena a su propia voluntad se ve envuelto en esa marginalidad.
La diferencia a partir de la intrusión (y eso mismo fue: intrusión, con todo lo de ruptura que implica ese término) de los rockeros o frickies en la narrativa cubana de fines de los ochenta (1987, pues los cuentos de Cevedo, Arrieta, Ronaldo, Verónica y Raúl datan de esa época) radica esencialmente en que ya estos jóvenes asumen lo marginal como parte de la fatalidad de su vida. Su inconformidad con el entorno social los lleva a rebelarse contra los dogmas establecidos y se proyectan hacia ella de manera agresiva no sólo en su forma de vestir (pelo largo, ropa apretada y descuidada), de ser (oír música rock estruendosa, comportarse como sus ídolos rockeros, andar en grupos realmente bulliciosos) sino también en su literatura (cuentos donde la droga, la música, la promiscuidad sexual y el escándalo social son premisas básicas).
Compartimos con Sacha el criterio expresado en su artículo «Tendencias actuales del cuento en Cuba» cuando habla de «los rockeros, encabezado por José Miguel Sánchez, Ricardo Arrieta, Ronaldo Menéndez, Raúl Aguiar y Verónica Pérez Kónina. Este grupo comparte algunos rasgos de estilo con los iconoclastas(ver en dicho artículo la referencia a esta tendencia), y a veces, hasta las mismas preocupaciones temáticas, pero su sentido del cuento está más orientado a la acción, al argumento, a la lógica de la continuidad. Su estilo de narrar tiene puntos de contacto con la generación anterior -conflicto polar en muchos casos, violencia física, ruptura de la sintaxis, interpolaciones musicales-, pero en ellos estos rasgos no están modulados, sino exagerados, en algunos momentos hasta el paroxismo. Las divagaciones de los personajes o del narrador ocupan mucho espacio en la anécdota, y ésta se reduce en ocasiones a un acto sin sorpresa, a un rotundo estallido».
Libros representativos de esta fenoménica son Alguien se va lamiendo todo, de Ronaldo y Arrieta, La hora fantasma de cada cual, de Raúl Aguiar y Adolesciendo, de Verónica Pérez Konina. Resulta curioso observar que en la actualidad (fines de los años 90) de todos estos autores el único que ha seguido escribiendo dentro de esta tendencia es Raúl Aguiar, pues Ronaldo en sus últimos libros (Hipocampos y El derecho al pataleo de los ahorcados) asume otras formas estilísticas que complejizan su universo creativo con piezas que frisan lo «iconoclasta, lo tradicionalista y lo fabulista». La estrella bocarriba, de Aguiar, sin embargo, es el summum de toda esa filosofía que los unió en torno al grupo El Establo: hay incluso hasta un intento de crear una cosmogonía particular, un universo cerrado y específico donde se mueven, siempre en la marginalidad y a su antojo, los personajes.
Planos secuenciales alternos, particiones del texto, dialogación quebrada, irrupción de frases básicas para la anécdota en inglés, canciones de rock, descripciones escalofriantes de situaciones límites, crudeza y estridencia en la narración, son recursos dirigidos a lograr una especie de «poética del escándalo» que busca atrapar al lector, molestarlo o seducirlo, por lo cual es comprensible el impacto que produjo incluso dentro de los escenarios literarios nacionales la irrupción de esta narrativa.
Notas
- Juan Manuel De Rojas : «Tendencias en la más reciente narrativa cubana», conferencia ofrecida en el curso de verano 1998, Universidad de La Laguna, Tenerife.
- Ana Belén Martín Sevillano: «Libros recibidos». Comentario sobre Anuario de narrativa UNION, La Habana 1994, en: Anuario, pp. 286-289, Universidad Autónoma de Madrid, 1997.
- Claude Meroni : «El último grito: la voz del que nada debe. Bosquejo (im)personal sobre la narrativa cubana actual», Boletín Trimestral de Trabajos Aplicados al Curso, Harvard University.
- Antonio Valdemar Romero: «Cambios en la narrativa latinoamericana del fin de siglo», Puntos y comas (12) , pp. 33-41, Colombia, abril 1999.
- Alberto Garrido: «Regreso», en: Nostalgia de septiembre, p. 16, Editorial Sanlope, Las Tunas, 1994.
- Alejandro Alvarez Bernal: Cañón de retrocarga, p. 11, Ediciones UNION, La Habana 1997.
- Alejandro Aguilar: Paisaje de arcilla, p.40, Editorial Letras Cubanas, La Habana 1997.
- Francisco López Sacha : «El personaje reflexivo en la nueva cuentística cubana», en: La nueva cuentística cubana, pp. 15-16, Ediciones UNION, La Habana 1994.
- Francisco López Sacha: «Tercio táctico, en: La nueva cuentística cubana,pp. 42-43, Ediciones UNION, La Habana 1994.
- «Punto y aparte», en: La otra cara, p. 8, Editorial Oriente 1991.
- Ricardo Ortega: «Paisaje en la pared», en: Como brujas de mayo, Letras Cubanas, La Habana 1989.
- Ricardo Ortega: «Paisaje en la pared», en: Como brujas de mayo, Letras Cubanas, La Habana 1989.
- Ricardo Ortega: «Paisaje en la pared», en: Como brujas de mayo, Letras Cubanas, La Habana 1989.
- Ricardo Ortega: «Paisaje en la pared», en: Como brujas de mayo, Letras Cubanas, La Habana 1989.
- Sindo Pacheco: María Virginia está de vacaciones, pp. 89-90, 42, La Habana, Casa de las Américas, 1994.
- Sindo Pacheco: María Virginia está de vacaciones, pp. 89-90, 42, La Habana, Casa de las Américas, 1994.
- «Premios Casa de las Américas 1994», resumen mensual, La Nación, Buenos Aires, febrero 1994.
- Archivos de Amir Valle.