Alberto Garrandés, escritor, ensayista y crítico cubano
Cada crítico literario tiene su sistema, y es bueno que haya varios sistemas. En la democracia del pensamiento sólo cabe la verdad como asunto de muchos, y el fenómeno que se ha dado en denominar narradores de los noventa, promoción de los noventa, o los noventinos tiene ahora, en este libro, un singular territorio de discusión.
Alain de Botton, el lúcido y joven autor de How Proust can change your life, dice, en el capítulo dedicado a las emociones, lo siguiente: «Si estamos obligados a crear nuestro propio lenguaje, ello se debe al hecho de que existen dimensiones de nosotros mismos que no admiten clichés y que nos impulsan a mofarnos de las etiquetas para así comunicar, con mayor grado de exactitud, el timbre distintivo de nuestro pensamiento».
Brevísimas demencias expresa el sistema de ideas de su autor sobre los narradores y las narradoras -para decirlo de acuerdo con el distintivo genérico preconizado por el programa Hurón azul – dados a conocer en la última década del siglo veinte en Cuba.
Lo primero que me llamó la atención es la alegoría presentada en la cubierta, ese diablo efébico, con cuernos de macho cabrío, que está como crucificado o a punto de serlo sobre una gran tijera. No digo más: un diablo sexuado, la cabeza ligeramente hacia abajo, sobre una larga tijera.
Pero veamos otras cuestiones. Las iré comentando en la medida en que vaya mencionándolas.
Se acostumbró decir durante algún tiempo, y ya desde antes de escribir este libro Amir Valle sentía incomodidad al oírlo, que el grupo de los 90 no llegaba a la crítica escrita, o no llamaba la atención de los críticos (de esos críticos que Lezama Lima llamaría auscultadores de los estados nacientes) porque sus libros no existían. De pronto, poco a poco, empezaron a existir, y la crítica, a mi modo de ver, continuó siendo comedida y parca en relación con dichos libros. Las razones de esta conducta se encuentra, me parece, en criterios de fe, de confianza, que son hasta cierto punto comprensibles. ¿Publicar un volumen escueto en la colección Pinos Nuevos (un ejemplo) es garantía de algo?, me pregunto. Y yo mismo me contesto: no, no es garantía de nada. Pero el libro existe, se deja leer. Los textos están ahí.
En este punto Amir Valle combina muy bien la apreciación particular con los juicios generalizadores. Se trata, de acuerdo con los modos de la crítica y, en suma, la reflexión sobre la literatura, de un juego óptico valioso. Yo, por mi parte, he preferido las agrupaciones temáticas y compositivas sin desdeñar las generalizaciones. Y he apostado por el valor intrínseco de los textos, desarrollando quizás un análisis más sincrónico que diacrónico. Tengo la impresión de que este libro privilegia el análisis diacrónico buscando antecedentes, pistas, tránsitos, puentes y lazos en forma de redes. Resulta satisfactorio comprobar que Amir Valle y yo somos, en lo concerniente a nuestras perspectivas, democráticos y pluralistas. Y valerosos. Brevísimas demencias llama a las cosas por su nombre, con la pasión propia de quien busca certezas y verdades. No es casual, pues, que Amir Valle me haya escogido para presentar su libro. El sabe que, de alguna manera, debía yo aludir, por contraste y afinidad, a mis propios puntos de vista, preocupados ambos como estamos por el destino subsiguiente, ulterior, de los escritores más significativos de los 90. Somos críticos y narradores. Jueces y partes. Esa es una zona de nuestra labor, si vamos a confiar auténticamente en lo que decía Lezama y que se halla, en tanto lema, al frente de este libro.
Hecha la anterior digresión, necesito decir que el esfuerzo de comprensión desplegado en Brevísimas demencias, que llega a subrayar algunos ejemplos valiosos y atendibles de la narrativa iberoamericana y a conectarlos con las preocupaciones y aciertos del grupo de los 90 en Cuba, acaso merecía, aunque el ámbito escogido, el territorio de la Mancha, es más que suficiente, acaso merecía, digo, una incursión en los referentes no hispánicos. Pondré un ejemplo, el de los grupos deslindados por Amir Valle y otros críticos cubanos.
El asunto de los grupos literarios en los 90 es uno de los asediados en Brevísimas demencias con pasión, regocijo y necesidad de encontrar las verdades elementales. A la honestidad intelectual de esos deslindes se adiciona, me parece, un deseo de dar con las empatías, invisibles a primera vista, entre esos grupos y la más joven narrativa iberoamericana. Me gustaría, sin embargo, compartir con Amir Valle el hecho de que el grupo Diáspora, pongamos por caso, llegó a tener una publicación de breve existencia que, aunque no era del grupo, sí respondía en buena medida a sus intereses e inquietudes en torno a la escritura, las literaturas menores o periféricas (para que no nos llamemos a malentendidos), las figuras emblemáticas del pensamiento lateral y otros temas. Esa revista se llamóNaranja dulce y llegaron a circular, si no me equivoco, cuatro números, uno de ellos dedicado al erotismo con grabados alucinantes y espléndidos del surrealista de Max Ernst. Y quienes hacían Naranja dulce eran, en relación con Diáspora, miembros activos o de paso.
Entiendo que Diáspora tenía altares específicos en la cultura francesa, en el pensamiento francés y en algunas figuras del mundo anglosajón (críticos norteamericanos, poetas alemanes o austríacos), siempre en busca de escrituras periféricas en tanto correlatos de lo literario: Mallarmé, Valéry, Blanchot, Bataille, Deleuze, Foucault, Derrida y también Nietzsche, Kafka, Habermas, Jünger, entre otros como Cage y Bloom.
Diáspora era, por usar un esquema, la facturación del texto desde su reflexión . Rolando Sánchez Mejías me decía que él tenía sus tres B: Blanchot, Beckett y Borges, como en la música hay también tres grandes B: Bach, Beethoven y Bruckner. Y supongo que el grupo de los rockeros tenía también referentes o señales importantes en el mundo anglosajón, sobre todo en esa zona donde la tecnología cibernética, la cultura ciberpunk y lo fantástico y la ciencia ficción elaboran de conjunto un espacio que se extiende desde la conjetura más atractiva y delirante hasta el realismo más inmediato.
Brevísimas demencias es un libro sistemático, atrevido, y su autor se preocupa por no dejar nada fuera. Y por si las incitaciones fueran pocas, Amir Valle se pregunta si habrá nuevos grupos. No resisto la tentación de responderle inmediatamente: no, no creo que haya nuevos grupos, no al menos con el espíritu de ese entusiasmo casi inocente que los envolvía a inicios de los noventa. La globalización existe, nos ha alcanzado, está entre nosotros. En buena medida empezamos a ser hijos de ella, a entendernos con un mundo atomizado donde el escritor es cada vez más una unidad en sí mismo y donde cada uno de nosotros busca su mercado, su editorial y hasta su agente. Entiéndase que hablo de grupos creados bajo una preocupación cultural situada más allá de lo genérico y su legitimación (más allá de lo femenino, por ejemplo), o más allá de los roles que vinculan género y sexo en la escritura (la mirada homoerótica desde la perspectiva lésbica o la perspectiva gay, digamos).
Acierto de este libro es la demostración de una aparente paradoja: la concordia-discordia del grupo de los narradores dados a conocer en los 90; el hecho de que hay en ellos una unidad esencial y una disparidad real, presentes incluso en el núcleo de lo más apreciable en cuanto a obras y autores. Se trata de una verdad ante la que puedo asentir no sólo como lector, ensayista y escritor de ficciones, sino como editor literario que fui, en la Editorial Letras Cubanas, desde septiembre de 1995 hasta febrero de 1999.
Otro acierto de Brevísimas demencias, congruente con lo que llamo la llegada de la globalización a la literatura narrativa entre nosotros -con sus estilos internacionales y sus exigencias mercantiles-, es su demostración de cuán agónico ha sido el proceso, a lo largo de los 90, de la búsqueda y definición empírica de lo literario, donde participan los grupos enunciados y analizados por Amir Valle en este libro, en especial cuando retoman la tradición literaria nacional. En relación con este mismo asunto, se subraya aquí un problema central: el aliento testificador o la intención testimonial de buena parte de lo escrito en Cuba a lo largo de la década, donde la realidad inmediata y sus sujetos-personajes, con sus dilemas -sociales, éticos, filosóficos- y sus preocupaciones aparecen en el núcleo mismo de la escritura, hecho este que pone en circulación la eterna pregunta sobre las funciones específicas de la literatura. Amir Valle emplea una metáfora clásica de la modernidad: el sujeto de frente al espejo, el referente y su vínculo con lo referido, sin sumergirse -porque se apartaba de sus preocupaciones básicas- en el gran tema del signo.
Con todas sus cartas vueltas sobre la mesa, Amir Valle se adentra, hacia el final de su libro, en una cuestión muy actual que se puso de manifiesto recientemente, en 1999, durante el Primer Congreso de Nuevos Narradores Hispánicos. Dicha cuestión es la de las actuales herencias e influjos del boom, desde Alejo Carpentier hasta Manuel Puig. El hecho mismo de enunciarla, y de dejar en claro que el discurso narrativo de hoy en el territorio de la Mancha (como le gusta decir a Carlos Fuentes cuando habla del ámbito literario y lingüístico iberoamericano) se inclina cada vez más hacia el cultivo de relatos formalmente clásicos, ajenos en principio a la experimentación, es para mí una de las pruebas de que las exigencias del mercado global y de lo que llamo escritura internacional vienen a ser un hecho cultural innegable, una circunstancia que posee ciertos beneficios y que la escritura narrativa asume cada vez con mayor conciencia, en especial cuando se regresa, con o sin cansancio, de la aventura postmoderna.
En fin, y para decirlo en pocas palabras: este libro me ha interesado mucho. Y si no promueve el debate que merece, será que cada uno de ustedes, especialmente los narradores, está enfrascado en proyectos literarios ineludibles, lo que vendría a confirmar mi hipótesis sobre el fin de una época y el principio de otra.