Hugo P. Concepción, crítico y ensayista cubano
Trascender el mito, saltar de las palabras al mito a partir de la realidad misma, es algo que falta a mucha de la literatura cubana. Como sucede en publicidad, la mitad de lo que se anuncia es falso, oropel, burbuja que explota con el más ligero soplo del viento. El chovinismo que anega el alma del cubano (no por gusto se les ha llamado «los argentinos del Caribe») pone vendas ante los ojos de los críticos que se dejan guiar por las tonadas engañosas de un flautista hacia los caminos de eso que llaman Literatura Cubana.
Harto estamos de ver los mismos nombres en todos los libros, todos los estudios, todas las antologías. Hartos estamos de que las cláusulas del poder cultural nos empujen nombres que no lo merecen, autores con obras muertas, escritores bien lejos de los estallidos estéticos que conmueven al extenso panorama de la cultura cubana.
Por eso me gusta esta antología.
En todas las recopilaciones que sobre el cuento han realizado las narradoras de la isla sobre ellas mismas, aparecen los mismos nombres, muchas veces los mismos cuentos, desde hace casi diez años, cuando apareció aquella Estatuas de sal, luego de un serio trabajo de Mirta Yáñez y Marilyn Bobes. Pero hablo de «un serio trabajo», no de la perfección que debe ser meta para quienes deciden catalogar, encauzar y marcar cotos literarios. Estatuas de sal quedó solamente como el libro necesario para iniciar el camino. Sin embargo, en todas las antologías publicadas por estas y otras compiladoras en Cuba y en otros países, se repiten los mismos nombres (y repito) hasta los mismos cuentos en algunos casos. No voy a extenderme aquí en limitaciones de esas antologías. Solamente recordaré a quienes las concibieron que la literatura cubana no termina a la salida de La Habana hacia el resto del país, y mucho menos termina en las inquietas aguas que rodean la isla.
Y esa imperfección es precisamente el gran mérito de todas las antologías preparadas por Amir Valle (Cuba, 1967), que me atrevo a asegurar es el único escritor en toda Cuba (e incluso cubano fuera de ella) que ha logrado colocar en el mercado tres antologías con cuentos de escritoras cubanas, con el mérito de que la mayoría no es conocida, no residen en La Habana, y escriben con la misma calidad que otras muy conocidas y renombradas. Cuando se publicó El ojo de la noche (Editorial Letras Cubanas, 1999), todos los ojos se fijaron en muchos nombres aparecidos allí que, casualmente, hoy son protagónicos en el discurso narrativo escrito por mujeres en la isla. Cuando aparecióTé con limón (Editorial Oriente, 2002) otra vez los nuevos nombres comenzaron a llamar la atención y, de nuevo casualmente, al menos tres de los más nuevos nombres ya hoy, apenas un año después, tienen premios nacionales de importancia.
Recuerdo una conferencia en la Universidad de Villa Clara en la cual Amir Valle nos hablaba de que quizás ese interés se debía a dos razones: primero, el agradecimiento hacia Salvador Redonet y Eduardo Heras León, que fueron a interesarse por ellos como nuevos valores cuando vivían en «el interior» y los lanzaron al reconocimiento nacional, y segundo, no haberse quitado el trauma de escritor «de provincia» que se duele de que la promoción del escritor y el libro cubano siga siendo absolutamente habanocéntrica.
En Caminos de Eva: Voces desde la isla (Editorial Plaza Mayor, 2002), Amir Valle supera las expectativas cuando incluye los clásicos nombres, los clásicos cuentos y nuevos nombres con nuevos cuentos. Pero va más allá, porque se ha dicho que este es la primera parte de un proyecto mayor que debemos agradecer a la Colección Cultura Cubana: pronto se publicará Caminos de Eva: Voces más allá del mar, donde Amir Valle reúne a un importante grupo de narradoras cubanas residentes en otros sitios del mundo, como él mismo dijo hace poco en una entrevista «desde la lejana Suecia, pasando por Sudáfrica, hasta la cercana Miami».
¿Qué más decir? Que los cuentos seleccionados en esta primera Caminos de Eva son dignos ejemplos de esa multiplicidad de estilos, tendencias y caminos de la actual narrativa cubana. Y digo «actual narrativa cubana», porque otra de las virtudes de este libro es que NO separa a las narradoras de ese gran fenómeno que ocurre en la isla y fuera de ella, al ser una misma literatura. Todo lo contrario: Amir Valle sabe que el asunto es uno, que el fenómeno es uno, que no importa si quien escribe es hombre o mujer, pero apuesta porque uniéndolas todas en un mismo volumen, la crítica, y sus colegas en Cuba y fuera de Cuba, entiendan que también ellas son parte de ese fenómeno y que, también, tienen derecho a ser promovidas, publicadas, puesto que su obra (y la calidad de los cuentos seleccionados por Amir así lo ameritan) es de tanta altura como esa altura que él observa en, según sus propias palabras, «el lado de los machos».
Detalle esencial en esta antología, que se atiene perfectamente a los parámetros editoriales de la Colección Cultura Cubana, es que nos permite acercarnos a una Cuba múltiple, compleja, reflejada en ocasiones desde la intimidad más callada (en «Kid Bururú y loa caníbales», de Mirta Yáñez, «Ritual de la despedida», de Aida Bahr); desde la sensualidad y el erotismo de una nacion sexuada (en «A Doña Flor no le bastan sus dos maridos: busca un amante», de Oneyda González, Anna Lidia Vega Serova lee un cuento erótico en el patio de un museo colonial», de Mariela Varona); desde la reflexión literaria y el juego literario sobre asuntos de la cotidianidad (en «Tele Gráfica», de Ana Luz García Calzada, «El cazador de signos», de Felicia Hernández Lorenzo, «El golpe de la piedra en el agua», de Laylí Pérez Negrín, «Ejercicios de escritura», de Aymara Aymerich); o desde la mirada desperjuiciada y por momentos cruel y crítica sobre grandes traumas sociales en la Cuba de hoy («en Billetes falsos», de Anna Lidia Vega Serova, «Los hombres de pálido», de María Liliana Celorrio; «Vivir sin papeles», de Mylene Fernández Pintado, «Para eso son las amigas», de Rebeca Murga y «El maestro», de Souleen Del’Amico Ciruta.
A este efecto deberíamos agregar que la gama de personajes salta la tipicidad clásica de «lo cubano» para llevar estas historias a «lo universal», especialmente porque se evidencia la intención (o credo reflejado) del antologador de rescatar la narrativa escrita por mujeres con temas que suceden de igual modo en idiosincrasias distintas, pues tras la lectura nos queda la imagen de que hemos sido partícipes de grandes traumas humanos donde lo vital es una búsqueda ontológica dentro de los escenarios en los cuales agonizan-viven-gozan-lloran-luchan las mujeres del mundo moderno (del cual Cuba también forma parte). De ahí que los personajes fantásticos y con historias fantásticas de María Elena Llana, Carmen Hernández Peña y Gina Picart Baluja nos lleguen con la misma intensidad con la que leemos los problemas cotidianos de los protagonistas de las narraciones de Mirta Yáñez, Aida Bahr y Adelaida Fernández de Juan; del mismo modo en que nos seducen la homosexualidad, la prostitución, el miedo al exilio, la marginalidad social y la locura, en esos seres que pululan en las correrías escritas por María Liliana Celorrio, Mylene Fernández Pintado, Mariela Varona, Anna Lidia Vega Serova, Rebeca Murga, Gleyvis Coro Montante, Souleen Del’Amico Ciruta o Agnieska Hernández Díaz.
Ese trauma que ha lanzado a la voz de la mujer, como bien dice Amir Valle en el prólogo, a «un espacio compartido, generalmente y por desgracia, desde la perspectiva de la segregación», es roto con esta propuesta donde se escuchan claras esas voces, desde la pertenencia a un universo rico de vivencias, terriblemente convulso en ocasiones; erráticamente fundado en una falsa moral patriarcal. Y es ese otro de los méritos de Caminos de Eva.
No conozco personalmente al antologador, aún cuando conozca algo su obra como narrador y crítico. Ojalá haya nuevos proyectos como éste que nos permitan calibrar la diversidad de nuestras letras. Ojalá veamos pronto esaCaminos de Eva: Voces más allá del mar, que propone Plaza Mayor, un proyecto «transparente, útil e interesante», según dijera su mentora, la editora Patricia Gutiérrez-Menoyo en la última Feria de Guadalajara del 2002. A fin de cuentas, el ganador es siempre el mismo: esa literatura cubana que bien poco tiene que ver con la que anuncian ciertas instituciones y ciertos intelectuales empecinados en ligar sólidos vientos culturales con ligeras y epocales brisillas extraliterarias y amañados en capillas seudoculturales aprovechando las cuotas de poder cultural de las que se creen eternamente dueños. ¡Pobrecillos!