Álvaro Castillo Granada, escritor y librero colombiano
Nunca pensé, Amir, que sería tan difícil intentar escribir una nota sobre tu libro Jineteras (el que alguna vez leí acomodado en el balance rojo de la casa de los míos en La Habana). Lo leí de una sentada, durante todo un día, sin parar. Apenas lo terminé te llamé. Ya no recuerdo lo que te dije. Tal vez (puedo estar construyendo una historia en éste momento que justifique lo que voy a decir más adelante) que me había horrorizado. Y que me había dolido, inmensamente. Hoy terminé de leerlo por segunda vez con un sabor amargo en la boca. Algo pastoso y repugnante. Creo, que en el fondo, era lo que pretendías: golpear duro al lector, no dejarlo respirar, asquearlo, hablarle de frente para que abriera, por fin, los ojos. A partir de los años noventa comienza a surgir en Cuba, después de la caída del campo socialista, la desaparición de sus socios comerciales y la debacle económica y moral; un nuevo tipo de «personaje» que va protagonizar los relatos de la mayoría de los turistas de aquellos y estos tiempos: la jinetera -en Cuba se le llama jinetera «a la mujer (generalmente de edades que oscilan entre los trece y treinta años) que vende su cuerpo al turista a cambio de algún beneficio. (…) La palabra proviene de la inventiva natural del cubano y su sentido del humor: durante las guerras de liberación contra el dominio colonial español, los independientes cubanos (mambises) se lanzaban contra los batallones de soldados españoles en ataques de caballería para ganar la batalla a filo de machete. (…) Los mambises eran jinetes que luchaban por su libertad. Ellas hoy, dicen los bromistas en la isla, son jineteras que aspiran a la libertad que ofrece el poder del dólar.»). Cuba se convierte para muchos en un destino turístico donde es posible encontrar a una mujer dispuesta a «entregarse por cualquier cosa». Los relatos de los primeros años del «Período Especial para Tiempos de Paz» están llenos de estas historias. La jinetera pasó a ser el personaje de la nueva «picaresca» (equivalente al sicario en la novela colombiana). ¿Pero qué sucede cuando descubres que la mujer de «belleza proverbial, casi mítica, de la que me habían hablado varias veces; la muchacha con ademanes de reina, caminar de reina, vestidos de reina y voz de diosa, que oía mencionar en casi todos los hoteles que frecuenté a lo largo de mi investigación para escribir este libro, era una vieja amiga»? ¿Un ser humano y no el personaje de una novela o un cuento? Esta es la pregunta con la que se puede abrir este viaje al horror, al infierno, «un mundo oscuro, sórdido, siniestro, asqueante y sucio en la Cuba nocturna» que has escrito. No se trata solamente de contar algunas historias. Esas abundan, la mayoría no muy buenas. Se trata, por sobre todas las cosas, de escribir la historia de la prostitución en Cuba: mostrar como a lo largo del tiempo este mal ha recorrido la isla, desde la llegada de los españoles hasta los últimos tiempos, ante la mirada complaciente o indiferente de todos. Es un libro escrito a partir de múltiples fuentes y testimonios: archivos, viejos libros, entrevistas a jineteras, chulos, empleados de hotel, chóferes de taxi, rentistas de habitaciones… toda la fauna que se mueve en este mundo que por más que quiera ignorarse está ahí frente a los ojos de todos. El consejo de tu antigua amiga, Loretta, que la reencontraste convertida en una jinetera, te da la clave para que se te abran «las puertas de la noche»: «pensar desde adentro, aunque hay cosas, criterios, hechos que no compartas, humanamente hablando; debes entender que esa gente carga la cruz de sus traumas, historias familiares, frustraciones, razones muy personales, decisiones duras que les cambiaron la vida. Eso merece respeto. Que sientan ese respeto. Si lo haces, te irán muy bien las cosas». Alternando entrevistas, testimonios, fragmentos de la historia de Cuba, estadísticas nos vamos enterando, empapando de lo que antes podíamos y solíamos ver con los ojos ciegos de un turista: detrás de aquella muchacha o aquel muchacho hay una historia, una historia que preferimos y pretendemos no conocer. Escuchamos las voces de los protagonistas. Nos hablan con un zumbido molesto, que se instala en nuestros oídos y no podemos espantar. Detrás de aquella historia personal, individual, está un país, un proceso, un drama. Jineteras es el un libro destinado a golpear a sus lectores, a abrirles los ojos, para que, por un momento, dejen de mirar la viga en el ojo ajeno y se den cuenta que, en el fondo, todos somos cómplices. Gracias a este libro este drama no seguirá en silencio, siendo solamente materia para historias de turistas o cuentos de mediocres. La mirada de cualquiera que lea este libro cambiará. Cuando vuelva en sí sentirá que algo le duele. Y mucho. Que algo le asquea. Y es un sabor, Amir, difícil de sacar de la boca. Aún está ahí… Lograste lo que pretendías: «que la gente sufriera, se molestara, se asqueara, se preocupara; en fin, descubriera que, más allá de sus propios problemas existenciales, sociales y personales, existe un mundo terrible del cual deben protegerse y contra el cual debemos luchar». Es un libro valiente y, lo que es más importante: necesario.