Dean Luis Reyes, escritor y periodista cubano
Uno que se la pasa paladeando la frase exacta, buscando la idea precisa que ponga en claro el parecer y, de paso, no sea injusto o inexacto; uno que deja el resuello limando ese criterio que debe ser escrito y, al cabo, dejará insatisfecha a tanta gente; uno dando vueltas a lo mismo y ahora viene Amir Valle a darse el lujo de ser tajante. Porque su libro Brevísimas demencias (Editorial Extramuros, 2000) obvia los preliminares para pasar la cuenta a toda una época de singulares resonancias para la narrativa cubana.
Siento que tal desembarazo posee múltiples razones: por un lado, el libro de Amir no es un ensayo puro y duro, no tiene la ascendencia de ese «centauro de todos los géneros» que decía Alfonso Reyes (excepto en el capítulo siete, donde la trama de la idea expuesta se trenza con un jugoso divertimento literario), sino más bien el tono y aspecto de una investigación prolija, de hilación mayormente cronológica, de cotejo de hechos; por otro, el oficio periodístico del autor integra aquí una actitud reporteril casi, haciendo crónica en ocasiones, que culmina un volumen tan repleto de precisiones históricas como de valoraciones críticas de estos.
Ese afán de frontalidad, esa desnudez formal y expositiva, es virtud y defecto, pues la vocación testimonial de Amir pudo desprenderse del tono académico; aunque ya nadie podrá afirmar que las idas y venidas «clandestinas» de la promoción de narradores cubanos de los años 90 y sus precursores de los 80 quedó en el olvido o presa de dispersas páginas de revistas. Brevísimas demencias llena un vacío extenso, iluminado por acercamientos momentáneos en publicaciones periódicas, conferencias, intervenciones en eventos, prólogos de libros o antologías y algún que otro cuaderno que resume ensayos sobre el tema, casi nunca con afán de totalidad y casi siempre a cargo de los propios autores encartados (descontando los destacados estudios de Salvador Redonet y Maggi Mateo, entre otros).
Amir es parte de la tendencia que digo: en su libro funge como juez y parte. Por eso se agradece su mirada desde adentro y desde afuera, su perspectiva de conjunto y su conocimiento de vida y milagros de una promoción de escritores caracterizados por la dispersión, la discontinuidad y perseguidos por esa rara actitud de la crítica que aún perdura. Y es que la de «fiscal silencioso ante niño travieso» -brillante símil escrito por Francisco López Sacha- pareció ser la pose preferida de los críticos ante una zona de la creación literaria cubana que venía calibrando obsesiones temáticas y modos de expresión nuevos a una velocidad mayor que la respuesta de los legitimadores y jerarquizadores de tales desplazamientos.
En los 90 han sido otras las suspicacias aducidas por quienes valoran, amén de asuntos álgidos y aproximaciones poco optimistas presentes en la literatura de los treintañeros que hoy escriben, aunque tampoco sobraron intempestivos aplausos, sonoros silencios, títulos de cortísima tirada y troneras interpretativas en el instrumental de una crítica aficionada a la exégesis de obras realistas, de escritura nada laberíntica y ni jota de experimentos u oscuridades en la determinación del sentido. Así que quienes ahora van arribando a la madurez de una forma de narrar que desdibujó los contornos de la cartografía preponderante en la literatura nacional -pues se encuentra hasta geográficamente dispersa- tienen ya una suerte de biografía que recoge la génesis social, antecedentes, influencias y suertes nada definitivas de un puñado de poéticas que han sembrado entre nosotros la diversidad.
Aquí está, incluso, el resumen agotador de un viejo debate: de qué manera definir a los nuevos narradores. Como me ha intrigado siempre la vocación etiquetadora de parte de la crítica, sobre todo la que suscitan los predios universitarios y académicos, llama la atención que Amir use energías en revisarlas. Aquel bautizo como novísimos y sus derivaciones -atribuido a Redonet- o la más geométrica clasificación de Sacha entre iconoclastas y tradicionalistas, pasando por las vertientes temáticas de los rockeros, los autores de temática gay, la mirada femenina, son producto de un ansia por resumir esa arrolladora inasibilidad de una literatura que no ha parado de mutar en los últimos veinte años, pisando los talones e incluso tomándole la delantera a una realidad desbocada. Aunque los análisis teóricos exijan definir su objeto de estudio con precisión milimétrica a través de definiciones que, ya se sabe, siempre los traicionan, hoy las tendencias de la escritura en Cuba siguen saludablemente irreductibles a los conceptos.
Me permito aquí una digresión para apuntar que jamás debió este libro padecer la deficiente edición y emplane que abandonó a su curso faltas de ortografía, repeticiones innecesarias, errores de encaje, páginas ausentes e incluso construcciones gramaticales inexactas que a todo autor escapan pero una mirada imparcial descubre y sana. Termina siendo peligroso que el lector cubano desconfíe del producto material que adquiere y deba revisar la continuidad ininterrumpida del paginado o la inexistencia de hojas en blanco.
Al cabo, la utilidad de este libro descansa en ese ánimo tajante, que promoverá no menos descaradas opiniones. Y es que todo movimiento literario debiera tener esos episódicos raptos de debate en que ventile sus trapos más o menos sucios y se exhiba ante el común de los mortales como un ente vivo y bien humano. Sería una felicidad escucharlos, alborotando ya menos solemnes, con todo el desenfado que les asiste, como los muchachones incendiarios que labraron una literatura de la nada, quizás no plagada de clásicos, pero sí distinta, singular. Al cabo, el pasado nos sonríe, malicioso, cuando deja ver su veredicto: los rebeldes de ayer son los profetas de ahora; miren si no: ya hay quien les dedica un libro de Historia.