La cara oculta de La Habana de Amir Valle

(obra novelística y ensayística desde Jineteras, 2006)

Nelly Rajaonarivelo,
MCF, Aix Marseille Université

Esta evocación de la Habana de Amir Valle propone esbozar su representación de la capital cubana y su evolución, revelar la “cara oculta” de una ciudad fragmentada y diseminada en una variedad de obras de naturalezas y géneros distintos, como la novela, la novela negra, el ensayo o libro de “no ficción” y el cuento. El corpus aquí estudiado se limitará a los libros en que la ciudad de La Habana tiene importancia y publicadas a partir de su obra clave, inicialmente titulada Jineteras (Planeta, 2006) y hoy disponible bajo el título Habana Babilonia. La cara oculta de las jineteras (en Ediciones B., Zeta Bolsillo, España, 2008).

La Habana que vamos a intentar retratar sintéticamente es una ciudad de múltiples facetas bajo la mirada de varios “detectives”: entre los de papel, el teniente investigador Alain Bec por supuesto, que actúa con la ayuda del viejo negro Alex Varga, patriarca de La Habana delincuente y pobre, « suerte de cacique de la marginalidad »[1]. Desde un principio nos llama la atención cómo la homofonía de estos dos nombres de dos sílabas (Alain / Alex) y de sus apellidos que empiezan por el mismo fonema “b” (Bec / Varga), apunta hacia la identidad del propio autor, de características fónicas semejantes (Amir / Valle). Detrás de las máscaras de sus personajes, el escritor es de hecho otro de los detectives, pero real, de carne y hueso, en su papel de periodista, historiador y sociólogo a la vez a la hora de recoger voces en el terreno urbano y ofrecerlas al público, en casi todas sus obras de ficción o de no ficción. Además, en las novelas policiales, Alain necesita siempre la ayuda de Alex, uno no puede funcionar sin el otro: el desdoblamiento del héroe detective en uno más joven (Alain), y otro más viejo, antiguo detective oficial también, pasado a los bajos fondos de la ciudad (Al-ex, una suerte de ex–Alain, pues) hace hincapié desde el principio en la figura del doble omnipresente en la narrativa de Amir Valle, tal vez como metáfora de toda la sociedad cubana: una vertiente oficial, legal, visible, encarnada por el detective policial Alain Bec (¿de piel blanca como podría indicarlo la consonancia francesa de su nombre y el eco a la palabra francesa “blanc-bec”?), y una vertiente oculta, ilegal, secreta y oscura que el color explícitamente negro de su piel parece recalcar.

 

La “Habana negra” de Amir Valle: la ciudad marginal

La visión de la Habana de Amir Valle deriva claramente del concepto de “nueva ciudad” (o “ciudad otra”) que el escritor analizara y desarrollara a propósito de la novela negra del cubano Leonardo Padura y del brasileño Rubem Fonseca, donde los protagonistas son:

esos otros que la padecen y agonizan bajo sus oleadas usualmente devastadoras, según el hálito destructor de los nuevos tiempos. Prostitutas, asesinos, ladrones, pobres sin esperanza, jóvenes drogadictos y desilusionados de sus países y sociedades; habitantes, en fin, de los mundos oscuros de la perdición marginal […][2].

La “Habana negra” de Valle se describe pues desde la particularidad de los marginados aquí enumerados, vueltos « animales, a la brutalidad del animal, a la lucha por la supervivencia del animal, a las trampas y las costumbres irracionales del animal »[3], en un proceso de involución impuesto por la ciudad moderna. Se entenderá obviamente que esta Habana negra lo es doblemente, por la cara oscura, violenta, sucia y sórdida que retratan sistemáticamente sus páginas, y por el género policial o ‘neopolicial’, según el propio autor, que domina en su trayectoria literaria. ¿Es la novela negra un modo privilegiado de observación y reflexión sobre lo urbano, lo urbano latinoamericano y cubano en particular? ¿Es válida la perspectiva tan peculiar de la marginalidad de la delincuencia y de la prostitución, del “inframundo” como lo denomina el propio Amir Valle, para entender y conocer la verdadera Habana, la Habana auténtica de los años 1990 y 2000? El escritor también contesta:

No se trata ya de la ciudad rítmica y folclórica de Cabrera Infante; ni es ya la ciudad mítica y mitológica de Lezama; y mucho menos (pues la destrucción arquitectónica así lo marca) se trata ya de la Ciudad de las Columnas de Carpentier. Hay una ciudad, una Habana de la destrucción, los barrios marginales, los solares y las aguas albañales; una ciudad donde la superpoblación conlleva los males de siempre; una ciudad donde se pierden valores arquitectónicos y morales; una ciudad donde crece la fauna de la marginalidad por el simple hecho de que vivir es cada vez más un acto marginal de supervivencia[4].

Esta declaración se ofrece como síntesis programática de toda la obra de Amir Valle, en que la descripción de la fauna marginal habanera y sus barrios ensancha hacia la comprensión de la capital entera, de la isla entera, por culpa de la pobreza que se extiende como un cáncer a todo el cuerpo social. Lo constata muy claramente Alex Varga ante su amigo policía Alain Bec:

Y me perdonas, Alain, pero ya se demostró hace mucho tiempo que en esta Isla de porquería nadie puede vivir de su salario, aunque todavía queden por ahí idioticas moralistas que se paran en la Asamblea Nacional y digan que el salario resuelve, que el pueblo está contento. No se puede estar contento con hambre. A Cuba debían cambiarle el nombre: Marginalia debería llamarse. Por eso, hasta en los barrios que aquí, en La Habana, siempre fueron de la gente high, de la gran realeza, esa marginalidad crece como yerba. […] en Cuba, el que no vive en la marginalidad, vive de la marginalidad. No hay otra forma de sobrevivir[5].

Ésa es la Cuba opuesta a los tópicos turísticos tropicales que se reproducen por ejemplo en las hojas sueltas que escribe el tercero de los muchachos españoles asesinados en Largas noches con Flavia, « puras bobadas » según Alex Varga, destinadas a una revista de agencia de turismo en España:

[…] lo majestuoso que es el Castillo del Morro, la hermosura y amplitud de la bahía de La Habana, la vida renovada que ofrece al viajero extranjero la reconstrucción de La Habana Vieja, lo genial de la arquitectura cubana, lo buena y amigable que es la gente de Cuba, cosas así[6].

El niño, comenta a su vez Alain Bec, « jamás imaginó que esa Cuba esplendorosa, pacífica y perfecta de las revistas turísticas leídas por él en España tenía también esta cara fea y sucia. »[7] Por lo tanto, se entiende también que frente a las falsas pero omnipresentes imágenes paradisíacas de los catálogos turísticos que se imponen al mundo (« Mi patria es dulce por fuera / y muy amarga por dentro »[8] diría Nicolás Guillén), Valle se empeña en oponer el otro extremo del panel de representaciones sobre Cuba, la Habana marginal sórdida, restableciendo así una suerte de equilibrio en la búsqueda de la verdad, por lo menos en la reconstrucción parcial de la realidad. Dicho de otro modo, enseña la otra cara, la “cara oculta” de la ciudad: la misma realidad pero inversa en el negativo fotográfico de estas hermosas postales caribeñas. De hecho, así mismo lo reivindica su héroe Alain Bec:

Cuando se ponía el uniforme y se hundía en los barrios marginales de la ciudad, encontraba a la otra Cuba, la mayoritaria, la real, la que se iba hundiendo en sus propias miserias, en su ruina y en los escombros polvorientos de lo que fue su antigua gloria […][9].

La “otra Cuba”, la “real”, se vuelve pues lógicamente el centro de las preocupaciones del escritor. En la misma conferencia ya citada, Valle añade:

La nueva ciudad latinoamericana real, entonces, es una sociedad marginal: los ricos y los políticos, con sus vicios y su doble moral, son marginales; eso que llaman «pueblo», por su necesidad de sobrevivir bajo toda circunstancia es marginal; el aire que se respira, viciado con los vicios que tradicionalmente destinamos a la marginalidad, es también marginal. Todos somos marginales bajo ese concepto[10].

De hecho, ni el aire del famoso malecón, a pesar del viento marino, escapa de la contaminación omnipresente, por estar « siempre tan lleno de mojones y palos y latas de cerveza y petróleo y aceite de barco y niños tirándose de los arrecifes y haciendo piruetas, esquivando el oleaje. »[11] Pero así y todo, no deja de atraer diariamente a miles de gentes que buscan una bocanada de aire fresco. De la superpoblación miserable de la ciudad y de su situación costera rodeada y a la vez bloqueada por el mar, nace el sentimiento de ahogo permanente, de falta de libertad e incluso de encarcelamiento en la capital (una especie de “isla dentro de la isla”), sinécdoque de Cuba entera si se toma en cuenta la despiadada política migratoria del país, como lo subraya Alain Bec desde las primeras páginas su última investigación hasta la fecha:

[…] Alain sentía hervirle en la sangre la molestia de haber descubierto que vivía en su país como si fuera un preso, “que da vergüenza que uno tenga que pedir permiso para salir y entrar a su casa con este gobierno de mierda”, maldecía Camila […][12].

No sorprende pues que, para los personajes de Valle, la recurrente salida, sea de Centro Habana, de la Habana Vieja o del Vedado, la única búsqueda de oxígeno posible a pesar de su aire viciado siga siendo el mar, este malecón que dos documentalistas apodaron recientemente « el sofá de La Habana »[13], adonde todos los habaneros van a parar y sentarse al anochecer buscando respiración, como la Loretta de Tatuajes:

El malecón a esa hora está lleno de gentes. Busca un sitio vacío en el muro y se sienta de frente al mar. El olor a salitre y petróleo allí es fuerte y en oleadas le llega un tufillo a mierda que sabe salido de las aguas albañales que se mezclan con las olas. […] La ciudad en aquella parte está a oscuras y los edificios del otro lado de la avenida semejan monstruos de la noche, deformes, enormes y cuadrados[14].

Esos edificios inquietantes y macizos que bordean el mar, de apariencia carcelaria con el oscurecimiento del cielo, paisaje de ruinas a menudo, refuerzan la pesadez de la atmósfera y la necesidad de la respiración marítima. Lejos estamos en efecto de las descripciones alucinadas de Carpentier, en boca de su héroe Enrique, de la maravillosa puesta de sol y del « portentoso Teatro de mar » con sus nubes caprichosas, admirados desde el palco de piedra del malecón bajo el « gran telón estrellado de la noche »[15]. Aquí, el malecón no encarna la nostálgica felicidad de la patria reencontrada, el espacio hermoso y abierto sobre el horizonte, sino la frustración ante el leve soplo de libertad fantasmada, el anhelo de partida imposible hacia la otra costa de enfrente:

Loretta aspira la brisa que llega del mar. Sigue siendo fría, húmeda. […] Al otro lado una pareja habla del más allá, de lo que pudieran tener en esa otra costa que ya ni siquiera puede imaginarse en el horizonte que la noche oculta[16].

Como en las bellas y desesperadas imágenes de la película Madagascar de Fernando Pérez (1994)[17], el mar es barrera contra la cual los personajes chocan perpetuamente, frontera infranqueable aunque tentadora. No se escapa de esta cárcel. Los que emprendieron el viaje a costa de su vida, protagonistas muertos o sobrevivientes de Santuario de sombras, evitando sin embargo lanzarse al mar como balseros espontáneos e imprudentes, cayeron a manos de un horrendo tráfico de personas orquestado por altos funcionarios del turismo.

 

Habana Babilonia o el jineterismo habanero

Entre la marginalidad retratada por Valle están los delincuentes y actores de varias actividades ilícitas, principalmente el sexo de la prostitución, la droga, y el tráfico de todo tipo, desde el comercio ilegal de productos cubanos de alto valor como el tabaco y el ron para los turistas hasta el tráfico de personas. El mundo de “Habana Babilonia”, del jineterismo habanero, merece especial atención, desde la publicación del ensayo de 2006 que es una aportación única y fundamental sobre el tema, a base de un trabajo periodístico de terreno admirable. Conectar La Habana desde el título con el mito de la “Gran Ramera” bíblica o “Gran Prostituta” de Babilonia sintetiza sutilmente todas las implicaciones que el desarrollo de este negocio tiene para Cuba: símbolo de la decadencia tras una era de triunfo, esplendor y prestigio pasados, como la fisonomía actual de La Habana en ruinas parece confirmarlo, Babilonia supone el castigo de la caída, del declive, de la corrupción en todo nivel, que la ciudad cubana padece hoy en día.

“La cara oculta de las jineteras” da la palabra a los testigos y actores de esta actividad galopante desde los años 1980 en Cuba, y cumple con una característica vallesca muy propia de su formación de periodista, la de basarse siempre en “las voces de La Habana”. Incluso en su ensayo más histórico sobre la ciudad, Habana, puerta de las Américas (2009), cuyo primer capítulo sobre los mitos, leyendas o anécdotas fundacionales de La Habana se titula precisamente así. Dar voz, a base de transcripción o reescritura de numerosas entrevistas con jineteras y con todos los actores implicados en el negocio, es el propósito de Valle en Habana Babilonia. Es de notar que se trata de una variante de la polifonía compleja que caracteriza toda su obra, sea mediante la yuxtaposición de los innumerables testimonios como aquí en el ensayo, sea mediante una sistemática intercalación de voces de sus distintos protagonistas ficticios como otras tantas facetas de la misma realidad en vía de reconstitución, que culmina en Santuario de sombras (2006) y parece reaparecer fuertemente en el único fragmento publicado[18] de la última novela de la serie “Descenso a los infiernos”, todavía por editar, Los nudos invisibles.

De esta polifonía emerge en Habana Babilonia una voz principal, la de Susimil-Loretta, hilo conductor de todo el libro que abre cada una de las siete partes que lo componen, a modo de introducción, de entrada en materia, con un nuevo fragmento de su historia. Susimil-Loretta tiene una historia tan fuerte y desgarradora, tan ejemplar también desde cierto punto de vista, que Amir Valle, como lo anunció ya en su ensayo, no pudo resistir su transformación y recuperación como heroína de una novela posterior, Tatuajes. Ahí encontramos páginas y fragmentos enteros casi literalmente copiados de Habana Babilonia, otros reescritos y levemente modificados, pero sin alteración de las principales anécdotas ni de la trayectoria global de la mujer. La joven provinciana de Oriente, llamada Blanquita (Susimil en la vida real) casada con un alto funcionario habanero, vivió tiempos lujosos con su esposo en su mansión del Vedado y luego en México, antes de un viraje de carrera que provocó el retroceso social del marido y la lenta bajada a los infiernos de la que cambió su nombre en Loretta, primero usada como objeto sexual por su propio suegro y los amigos de su marido, luego caída en el universo de la prostitución para sobrevivir tras su huída del hogar matrimonial. A pesar de una última etapa más feliz con un segundo esposo mexicano, Loretta murió de sida en Francia, su última tierra de residencia y último sueño que había logrado concretizar. Tatuajes (2007), la novela basada en su historia, a pesar de no aparecer entre las obras de la serie “Descenso a los infiernos”[19] por no ser policíaca, tal vez sea no obstante la más representativa del título de esta serie.

El mundo de Habana Babilonia se distingue primero por un vocabulario expresivo, muy sexual por cierto, y propio de este tipo de marginalidad, que vive del dinero de los “yumas” (o turista, extranjero) y se empeña, es recurrente e impactante en su discurso, en “luchar la vida” (que no luchar “por” la vida), o sea “resolver” como dicen los cubanos, es decir sobre todo buscar dinero de cualquier forma y a toda costa, en « una batalla eterna de la gente común por sobrevivir »[20]. Porque cada jinetera, cada chulo, cada traficante, se autodefine ante todo como « un luchador de la vida »[21], la justificación esencial y principal de su comportamiento. El dinero es mucho más abundante que en los trabajos legales y decentes, y circula en moneda fuerte y no en pesos cubanos, pero la lucha es efectivamente dura, en un cotidiano hecho de violencia, de miedo, de riesgo de enfermedad, de persecución. A estos testimonios patéticos de jineteras que abundan entre las páginas de Habana Babilonia, se suma el temor a caer presa como lo describe la Loretta de Tatuajes:

Huirle a la policía no tenía nada de juegos: debía ingeniárselas para andar cerca de las zonas turísticas sin que la detuvieran y la mandaran a una granja, sobre todo después que las leyes se habían hecho más fuertes y los policías casi que llovían del cielo hacia todas partes. Se hizo normal para ella encerrarse unos minutos en una caseta con los guardias de los hoteles para que la dejaran entrar en esos lugares donde podía tener una cacería decente y segura, a cambio de que hicieran con ella lo que se les ocurriera, pero rápido[22].

El peligro aquí descrito remite a la histórica “gran redada” que se hiciera en Cuba a mediados de los 1990 para tratar de erradicar, por lo menos oficialmente, el fenómeno del jineterismo. En Largas noches con Flavia, en boca de Alex Varga, el lector entiende que en realidad no se trató de solucionar el fondo del problema, el de la miseria y de la supervivencia perpetua, sino de mejorar la imagen de la isla en el escaparate internacional, usando la mentira si fuera necesario:

El método es muy sencillo: hacen una redada contra las jineteras del país, las putas públicas, que son las que se ven, las que trabajan en las avenidas, en los hoteles, en las discotecas; las meten presas en una granja en La Habana y comienzan a decir por todos los periódicos y por la radio y la televisión que el fenómeno se erradicó, que solamente quedan algunas recalcitrantes. Así cualquiera se cree esta mentira. Yo te puedo asegurar lo contrario: ahora hay más jineteras en Cuba que cuando se hizo la Gran Redada, que así llamamos a ese suceso, y en aquel entonces cayeron unas doce mil[23].

Lo que más llama la atención en su recorrido vital y en este “descenso a los infiernos” es la correspondencia espacio-temporal patente entre las distintas viviendas que ocupa y su evolución personal, progresiva decadencia social y moral. Ella pasará de una condición modesta pero honesta en su pueblito oriental de Río Seco al lujo de la capital, en la mansión del Vedado de su esposo Raydel (su nombre en Tatuajes[24], aunque en Habana Babilonia sólo se le llama “mi esposo”, con casa situada en Miramar, como las mansiones de los amigos de la pareja), verdadero “palacio” decorado con cuadros, muebles y objetos preciosos, con bonito jardín bien cuidado y las comodidades del hogar moderno. Luego, tras la degradación profesional de su esposo a la vuelta de México, ocupan un apartamento del barrio de Siberia de Alamar, en la parte oriental costera de La Habana alejadísima del centro. Es significativo el contraste físico y social entre las dos cercanías costeras de La Habana, opuestas geográficamente del Oeste al Este respecto al centro de la ciudad. En esta periferia depauperada donde dominan los edificios de construcción rusa como “inmensos y podridos cajones de bacalao”, el tren de vida ha cambiado mucho obviamente y la descripción de este microcosmos vale para toda La Habana derrumbándose:

[…] los techos toscamente afeados por las marcas de las uniones del fibrocemento, las paredes con la cal cayéndose por la humedad que se filtraba desde algún sitio en el techo hacia el repello mal dado, las puertas de los cuartos hechas como a machetazos sobre una madera de pino mal cortada, las instalaciones eléctricas despegadas de los huecos en la pared donde las había colocado una mano guiada por una cabeza bruta. Un desastre.

Loretta, tras haber escapado del hogar matrimonial, se refugia en La Habana Vieja, o sea simbólicamente vuelve al centro donde puede retratar la verdadera Habana del pueblo, más sórdida aún, con largas evocaciones de la fealdad, la suciedad, los excrementos, la basura, los gusanos, los perros sarnosos y la insalubridad reinante[25] en estos barrios. Otra vez, la descripción de su casita corre parejas con su estado anímico cada vez más degradado:

La casa está sucia y no tiene deseos de limpiarla. Las telarañas se comen las esquinas y no le surgen ganas de sacudirlas. […] Ella misma se siente sucia, pegajosa […]. Se le quitan las fuerzas sólo de pensar en salir, limpiar el baño colectivo para no tragarse el churre apestoso de los vecinos del solar y cargar el cubo y bañarse allí mismo, en la sala, aprovechando luego para limpiar el piso […]. Ni ánimos encuentra para moverse[26].

 

Topografía de La Habana vallesca: territorialidad de la delincuencia

Esta Habana social nos lleva al examen de La Habana geográfica, topográfica, plasmada en los libros de Amir Valle, una Habana muy concreta que el autor conoce a la perfección:

Hundirme en la más profunda de las Habanas, detrás de las huellas invisibles de la prostitución, fue una experiencia sin la cual mis novelas actuales no tendrían esa «visualidad» de la que han hablado casi todos los críticos que han estudiado la serie «El descenso a los infiernos»[27].

Según el mismo esquema que en Tatuajes, en Largas noches con Flavia los escenarios criminales nos hacen progresivamente pasar de la periferia al centro habanero, siguiendo la narración una misma fuerza centrípeta que acaba estrechándola entorno al centro de la ciudad donde todo se concentra, en una suerte de batida desde el gran cinturón habanero hacia Centro Habana, donde se encuentra el lector por fin con el criminal. Los hilos narrativos figuran los de una araña paciente guiando su presa hacia el centro de la tela, en una despiadada caza mortal. Así es cómo la visualización topográfica de los espacios habaneros convocados, nada anodinos, arroja una nueva luz a la lectura de la novela: tres lugares de las afueras, apartados del centro de la capital, inicialmente escogidos por Alex Varga por su alejamiento y discreción como escondites seguros para los muchachos españoles en peligro de muerte, rodean hábilmente toda la periferia de la ciudad (más allá de la gran circunvalación habanera cuyo tramo principal se denomina “Primer Anillo de La Habana”), colocados en puntos estratégicos de lo que parece otra telaraña circular fatal que servirá involuntariamente de altar de sacrificio perfecto al criminal Don Leone y sus esbirros. El primer lugar, un burdel del barrio de Jaimanitas, en las playas oeste de La Habana, más allá de Miramar; el segundo, tierra adentro, bordeando la carretera central que conduce hacia el interior del país, la “Loma de Tierra” en el barrio del Cotorro; y el tercero, de nuevo en la costa pero al extremo opuesto, en La Habana del Este, en el pueblo pesquero de Cojímar. De hecho, a modo de contraste, para tratar de poner a salvo a la única sobreviviente del grupo de los españoles, Flavia, Alain Bec se resuelve a hospedarse con ella en un apartamento prestado por un amigo alto oficial del Ministerio de Interior, en la cuadra más controlada del Vedado, cerca de la calle 11, donde vive « Raúl Castro y Vilma Espín, la Primera Dama de la República »[28].

Fuera de la disposición geográfica de los asesinatos, el tráfico de droga y la prostitución siguen también la misma espiral centrípeta en la novela, creando una topografía paralela a los mapas oficiales, entorno a nuevos jalones de la ciudad bien distintos a los tradicionales monumentos o edificios históricos para los turistas. En Habana Babilonia se alude al “territorio libre” para jineterismo de los hoteles Comodoro y Cohíba en Miramar, Nacional y Habana Libre en el Vedado, así como al misterioso « Triángulo de las Bermudas »[29], suerte de territorio del jineterismo del Vedado libre de control entre el « Hotel Cohíba, el Riviera y el Cupet de Paseo y Malecón ». En Largas noches con Flavia los dos otros burdeles mencionados de la misma red que la « Casa de Lola » de Jaimanitas se ubican en la misma costa lejana del Oeste, « la Mansión Mayor, […] pegada al Palacio de las Convenciones, dedicada a las putas de alto rango »[30], y el « Bodegón de Manuela, pegadito a la Puntilla, en la desembocadura del río Almendares ». Son indicaciones que « la Faraona », homosexual encargado la Casa de Lola, da a Alain Bec que a partir de estas zonas alejadas del Oeste proseguirá más tarde su pesquisa en la calle Monte de Centro Habana, cerca del Parque de la Fraternidad, recorriéndola entre los escombros en busca de putas chivatas. En cuanto al mercado de la droga, las cuatro zonas de influencia de los grandes grupos traficantes dividen toda la extensión de la ciudad, desde los alrededores hacia el centro: « la zona turística que va desde el Hotel Tritón hasta la Marina Hemingway » en la costa Oeste, « la zona de Luyanó y San Miguel del Padrón con el Cerro incluido », en el interior sur de la periferia habanera, la zona de « Alamar, Cojímar y las playas y hoteles de turismo de por allí », en la costa Este, y por fin la zona de « La Habana Vieja, Centro Habana y algunas zonas del Vedado, con sus hoteles y todo »[31].

El foco de las historias de Valle se sitúa entonces en la popular Centro Habana, donde el autor vivió mientras residió en Cuba, en particular los barrios de las calles Dragones y Los Sitios. Parte arrinconada entre la contrastada Habana Vieja y el moderno Vedado, Centro Habana es una zona intermedia pues, intérlope mejor dicho, donde afluyen los marginales y pululan las actividades sospechosas e ilegales. Allí vive Alex Varga, el magnate de la delincuencia habanera, para vigilar y proteger a su pueblo, y allí también trabaja el teniente detective Alain Bec, « desde que lo trasladaron a la sección de Delitos Comunes en aquella unidad de policía »[32]. A esta situación geográfica particular de “zona del medio” se añade la superpoblación miserable en edificios multifamiliares, que agudiza el sentimiento de ahogo permanente y de encarcelamiento ya mencionado acerca de La Habana:

Aquí, en Centro Habana y La Habana Vieja, como no podía crecer el barrio, se inflaron las casas por dentro. Las barbacoas, ya sabes: una habitación que se convierte en dos con una división de madera, de modo que abajo hay un cuarto y arriba, subiendo por una escalera pequeña, hay otro […][33].

Allí es donde se concentran las ventas de droga, de ron y tabaco ilegales, los burdeles para prostitutas y homosexuales, como el pintoresco e insólito Torreón de Billito[34], y es la zona que los turistas suelen y deben evitar cuando se trasladan del Vedado a La Habana Vieja, pasando mejor por el malecón. Alex compara La Habana con un volcán cuya lava es « líquido hermoso pero letal » que sólo ven de lejos los turistas: « la parte limpia, linda y restaurada de la ciudad »[35].

“Fíjate que en los paquetes turísticos, los paseos, sacan al turista de los hoteles, recorriendo las grandes avenidas, en un itinerario básico: por el Malecón hasta la Habana Vieja, o cruzan al Morro y La Cabaña desde donde se ve una Habana esplendorosa, brillante, cautivadora, que son esas las palabras que usan la publicidad.” Por supuesto, ninguno de aquellos recorridos se metía en las partes horribles de la ciudad. – Y la diferencia es una calle, Alain, – decía – : si vas por el Malecón hasta la Habana Vieja, la ciudad resulta imponente, pero si decides ir a esa misma Habana Vieja atravesando por los barrios de Centro Habana y por las cuadras que rodean la zona restaurada del casco histórico, entonces lo que resulta imponente es la miseria[36].

Vuelve como leitmotiv esta idea de una “Habana doble”, contrastada entre la turística y la real cubana, cuyas imágenes más impactantes son las que ofrecen Alain y Alex (o las dos miradas de un mismo detective “doble”…) a la reflexión del lector, primero acerca del Museo del Tabaco, otra vez en pleno Centro Habana:

[…] el espacio que ocupa la fachada del Museo y de la Fábrica está recién pintado, restaurado, como nuevo, pero en esa misma cuadra se alzan edificios horribles, mugrosos, de fachadas cuarteadas y balcones cayéndose a pedazos, cubiertos de tendederas de ropas que los vecinos ponen a secar a los rayos inclementes y resecos del sol de La Habana[37].

Luego en otra discusión, Alex Varga define la diferencia entre las putas y las jineteras de la calle Belascolaín, entre dos avenidas emblemáticas y paradigmáticas según él de “la división del trabajo » y del doble mundo en Cuba, el « real de los cubanos » del lado de San Lázaro, y el « ficticio del turismo » del lado del Malecón: « La puta trabaja para los cubanos y cobra en pesos; la jinetera se vende al turista y el pago, es obvio, tiene que ser en moneda dura, dólares, euros, lo que sea, menos en pesos cubanos. »[38]

La Habana doble: ¿esquizofrénica?

Entendemos que la dualidad de esta Habana geográfica, espacial, se prolonga primero en dualidad existencial (la Habana ficticia para turistas versus la real para cubanos), y se extiende incluso a una innumerable serie de dicotomías que parecen definir la Habana actual de la doble cara, una Habana esquizofrénica. Es la Habana de la doble moneda, claro, también de la famosa « doble moral » y del « doble discurso », que Amir Valle expone claramente en Habana Babilonia, citando a un amigo periodista canadiense:

en Cuba es casi imposible hacer un trabajo objetivo a partir del pensamiento íntimo de las personas sobre determinados asuntos donde la política ha sentado sus reglas. Es como si cada cubano supiera qué debe decir y cómo decirlo para cada tema, aun cuando tú descubras que es falso lo que dice, que está recitando una consigna muy bien interiorizada[39].

La jinetera Loretta añade el concepto fundamental del engaño, de la máscara que uno tiene que llevar puesta siempre, comparando Cuba (“allá”) con México (“acá”), donde vive ahora:

Lo más asqueante es la doble cara con la que se vive. Acá abajo, cuando estás a solas, e incluso hasta con una multitud al lado, puedes mostrar tu rostro, tu cara verdadera, aunque a veces eches mano de la máscara que has elegido para sobrevivir. Allá siempre tienes que tener puesta esa máscara: hay muchos ojos que te sonríen detrás de sus máscaras y están esperando a que descubras sólo un ápice de ese rostro tuyo, el de carne y hueso, para descaracterizarte y ocupar tu lugar en la escala del poder[40].

En este « mundo de apariencias, de máscaras, de mentiras »[41], los principales culpables son los propios jefes, los políticos, de donde vienen las consignas, como lo apunta el padre de Alain, desilusionado y jubilado a la fuerza al final de su carrera diplomática: « hasta quienes uno cree intachables, mi’jo, son dueños de una doble cara asquerosa que yo nunca quise ponerme. »[42] Alex Varga saca el mismo balance:

Es muy fácil pedirle a la gente que se apriete el cinturón y se sacrifique, que pase hambre, necesidad, que lo que importa es la dignidad, y luego llegar a la casa y tener de todo. Así hasta yo construyo el comunismo”, le dijo Alex en una de las muchas ocasiones en que hablaban de cómo los jefes controlaban las grandes masas de aquel país[43].

La última dicotomía fundamental que mencionaré es la de la Habana diurna versus la nocturna, casi opuestas, en las que un mismo trabajador tiene dos vidas paralelas, dos trabajos o más, como lo retratara magistralmente Fernando Pérez en su película Suite Habana. Amir Valle la ilustra a su manera en Habana Babilonia con el caso ejemplar de algunas jineteras de noche, como la Paddy de la tercera parte del ensayo, doctora en medicina, empleada del un hospital de día, jinetera “Suprema” para turistas ricos y distinguidos, de noche.

 

La Habana en ruinas y escombros

El recorrido habanero de Amir Valle no escapa a una tendencia que cada vez más críticos observan en la narrativa cubana actual, o sea la insoslayable evocación de las ruinas de La Habana. La investigadora francesa Françoise Moulin-Civil hace de esta “poética de los escombros” la característica principal de la prosa finisecular cubana desde el período especial:

la prose narrative cubaine des dernières années met au jour les traces d’une écriture tout à fait particulière par lesquelles la vision de la ville de La Havane est liée, voire subordonnée, à la conscience aigüe et douloureuse d’une décadence « fin de siècle », une manière de syndrome qui affecterait les plus récentes générations d’auteurs et qui, artificiellement ou non, uniformiserait leur production selon un standard quasi unique. La capitale cubaine, en conformité avec un réel qui pèse de tout son poids, y apparaît à ce point déconstruite que les ruines en constituent l’image la plus récurrente et la plus symbolique. Pour aller vite, le discours sur ce qui est désormais la « ville des décombres » (la mythique et sublime « ville des colonnes » d’Alejo Carpentier s’est, de fait, effondrée) a investi l’imaginaire et engendré de nouveaux mythes unificateurs, peut-être aussi réducteurs[44].

Igualmente en la obra de Valle, es tal vez el elemento más sobrecogedor para el visitante de la ciudad, como es Flavia la española, aturdida ante el contraste entre la ruta turística y el trayecto hacia la casa del chófer, que pasa

por calles que parecían haber sobrevivido a un bombardeo, Alain: charcos de agua podrida, perros con sarna, casas derrumbadas, basura por montones en todas las esquinas, ratas corriendo por los escombros […][45].

Edificios que se derrumban dejando lugar a solares llenos de escombros, hierros viejos y madera podrida, fachadas desconchadas por el tiempo y el clima, es el espectáculo desolador que Alain observa recorriendo la calle Monte de Centro Habana, antaño lugar de paseo de las familias cubanas ante los hermosos escaparates:

Aún sobreviviendo, como a bocanadas de aire, de entre los escombros, los edificios descascarados y de paredes y columnas rajadas, con parques de aceras partidas y árboles mal cuidados, y calles llenas de baches y desniveles, la ciudad dejaba escapar una aureola de antigua majestuosidad, como esas viejas que alguna vez pertenecieron a la más rancia y alta alcurnia habanera […] La destrucción daba asco. Los portales de las antiguas tiendas estaban llenos de mierda y charcos de orín, con los cristales de las vidrieras rotos o sustituidos por cartones y tablas de madera. Todo despintado. Algunos edificios derrumbados por dentro, conservando sólo “el casco y la mala idea”, como diría su padre, si viera aquel destrozo[46].

El mismo tipo de descripción, en contrapunto a la Cuba de los pósters turísticos, aparece en un cuento como La nostalgia es un tango de Gardel[47]. Es la Habana del « arte nuevo de hacer ruinas », como se titula el hermoso documental alemán de Florian Borchmeyer[48], sobre la destrucción de los tesoros coloniales de la capital. Pero Amir Valle no se deja seducir o distraer por la edulcoración de una posible “poética de las ruinas” heredada de los pintores de los siglos XVII y XVIII inspirados por los vestigios de la Antigüedad, como los preciosos Hubert Robert que se conservan en el actual Museo de las Artes Decorativas del Vedado. Por honestidad periodística, escapa a la tentación de admirar nostálgicamente los vestigios de un pasado glorioso y remoto. Describe la realidad de los olores sórdidos, la mugre, la fealdad, que este largo monólogo de la Loretta de Tatuajes no puede restituir mejor:

Cuánta suciedad se acumulaba en aquella ciudad. La Habana era un lugar hermoso, sí, cree que incluso agresiva, modernamente hermoso, pero podía compararse a una fábrica enorme, gigante, de excremento y churre: los perros cagaban en las calles marcando las esquinas y aceras con sus plastas redondas que se secaban al sol o entre los pies de la gente; los escombros no caían de los edificios derrumbados, brotaban en cualquier cuadra y se elevaban lenta, babélicamente hacia el cielo siempre azul; los latones reventaban de basura y los gusanos desandaban por las aceras y se metían en las casas y se convertían en mariposas grises y moscas que posaban sus paticas sobre los platos sucios en los fregaderos sin agua; en las esquinas oscuras el orine nacía de alguna vejía repleta y clandestina y corría en ríos hacia donde la calle bajaba en suaves pendientes; los cartuchos de mierda de quienes preferían defecar en jabas de nylon y polietileno conseguidos en la shopping; en vez de vaciar sus tripas en los baños colectivos de las cuarterías que se reproducían en los viejos edificios, retoñaban como flores carmelitas y hedorosas en medio de las calles. La Habana era, vista así, una ciudad donde se rendía culto a la fealdad, un sitio convertido en el estercolero de millones de personas ya acostumbradas a vivir en la mierda, respirar mierda, reproducirse entre la mierda, comer tranquilamente rodeados de mierda, oler a mierda y grajo y polvo seco y salitre y gasolina[49].

Con su voz se cierra este recorrido. Esta Habana que se acaba de presentar no es la Habana exhaustiva de Amir Valle, son facetas escogidas que forman un tipo de caleidoscopio de la ciudad, fruto de una navegación posible en el mundo habanero del escritor. Falta subrayar que la última obra publicada de Amir Valle, La Habana, puerta de las Américas, ofrece una visión más sosegada de la ciudad, al remontar hacia el tiempo de los orígenes. La puesta en perspectiva histórica y temporal parece que le despertó una mirada más amena, una especie de reconciliación con el espacio habanero, una vez aceptado el exilio tal vez, una manera de rescatar la ciudad…



[1] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, España, Almuzara, 2008, p. 14.

[2] VALLE Amir, “La nueva ciudad cubana (y/o la Habana otra) en la novelística negra de Leonardo Padura” [en línea], sitio web oficial del autor, rúbrica “Ensayos de Amir Valle”, sin fecha. URL: http://amirvalle.com/es/ensayos/categoria/de-amir-valle/ [última consulta 10/12/2012].

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 43.

[6] Idem, p. 56.

[7] Idem, p. 75.

[8] Son los primeros versos de “Mi patria es dulce por fuera”, poema de Nicolás GUILLÉN publicado en El son entero. Suma Poética 1929-1946 en 1947.

[9] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 121.

[10] VALLE Amir, “Negra ciudad novelada. Los oscuros límites de la nueva sociedad literaria latinoamericana en la narrativa de Rubem Fonseca», conferencia leída en la Semana de Autor: Rubem Fonseca, Casa de las Américas, La Habana, 1 de diciembre de 2004, citada en “La nueva ciudad cubana (y/o la Habana otra)….”, art. cit.

[11] VALLE Amir, Tatuajes, Puerto Rico, Terranova Editores, 2007, p. 43.

[12] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 13.

[13] WODECKA Magda y SZEPS Grégory, El sofá de La Habana, documental de 52 min., Carlito Films, 2011.

[14] VALLE, Amir, Tatuajes, op. cit., p. 189.

[15] Pensamos en una página de antología de La consagración de la primavera sobre las nubes tropicales, observadas por Enrique, de vuelta a Cuba, desde el malecón, en la tercera Parte de la novela, cap. 17, Madrid, ed. Clásicos Castalia, 1998, pp. 333-335.

[16] Idem, p. 189.

[17] Véase mi estudio de esta película en « Miroirs, reflets, doubles : une esthétique de l’Ailleurs dans le film cubain Madagascar (Fernando Pérez, 1994) », Aix-en-Provence, Cahiers d’Etudes Romanes n°23 (2011), « L’Ailleurs. Pratiques et représentations », coord. Jacques Terrasa, Université de Provence (Aix-Marseille I, Francia), pp. 219-238.

[18] El fragmento de Los nudos invisibles fue publicado en Alex Martín Escribà y Javier Sánchez Zapatero [Eds.], Geografías en negro. Escenarios del género criminal, España, Montesinos, 2009, pp. 277-294.

[19] En su sitio web personal, Amir Valle aclara que la serie « Descenso a los infiernos » incluye hasta la fecha Las puertas de la noche (Malamba, España, 2001), Si Cristo te desnuda (Ed. Oriente, Cuba, 2001), Entre el miedo y las sombras (Zoela, España, 2003), Santuario de sombras (Almuzara, España, 2006), Largas noches con Flavia (Almuzara, España, 2008) y Los nudos invisibles (todavía inédita).

[20] Es una expresión de Susimil-Loretta, en Amir VALLE, Habana Babilonia, la cara oculta de las jineteras, España, Ediciones B., 2008, p. 23.

[21] Ver por ejemplo las páginas 51, 59 o 66 de Habana Babilonia, op. cit.

[22] VALLE Amir, Tatuajes, op. cit., p. 149.

[23] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 94.

[24] Véanse las páginas 57 y 108 de Tatuajes, op. cit.

[25] Idem, véanse por ejemplo las páginas 43-45.

[26] Idem, pp. 39-40.

[27] VALLE Amir, “De Jineteras a la serie “Descenso a los infiernos”: derivaciones de la realidad a la ficción novelada” [en línea], sitio web oficial del autor, rúbrica “Ensayos de Amir Valle”, sin fecha. URL: http://amirvalle.com/es/ensayos/categoria/de-amir-valle/ [última consulta 10/12/2012].

[28] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 64.

[29] VALLE Amir, Habana Babilonia…, op. cit., p. 51.

[30] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 34.

[31] Idem, pp. 97-98.

[32] Idem, p. 106.

[33] Idem, p. 163.

[34] Idem, p. 139.

[35] Idem, p. 121.

[36] Idem, p. 122.

[37] Idem, p. 156.

[38] Idem, pp. 153-154.

[39] VALLE Amir, Habana Babilonia…, op. cit., pp. 278-279.

[40] Idem, p. 24.

[41] Idem, p. 66.

[42] VALLE Amir, Largas noches con Flavia, op. cit., p. 69.

[43] Idem, p. 85.

[44] MOULIN-CIVIL Françoise, « La Havane brisée d’Elena Lucía Portela : Cien botellas en una pared (2002) », in Teresa Orecchia Havas (éd.), La ville et la fin du XXe siècle en Amérique Latine : littératures, cultures, représentations, LEIA/Université de Caen (vol. 9), Berne, Peter Lang, 2007, p. 187. Ver también otro interesante artículo suyo titulado « La Havane ‘fin de siècle’. Poétique des décombres, esthétique de la désolation », in Teresa Orecchia Havas (éd.), Mémoire(s) de la ville dans les mondes hispanique et luso-brésilien, LEIA/Université de Caen (vol. 4), Berne, Peter Lang, 2005, pp. 121-137.

[45] Idem, p. 131.

[46] Idem, p. 143.

[47] VALLE Amir, La nostalgia es un tango de Gardel, ed. bilingüe, Francia, Equi-librio Editions, 2008, p93.

[48] BORCHMEYER Florian, Habana: arte nuevo de hacer ruinas, documental de 97 min., prod. Matthias Hentschler, Allemagne, DVD Arthaus, 2006.

[49] VALLE Amir, Tatuajes, op. cit., pp. 43-44.