Lorenzo Lunar Cardedo, escritor cubano
La década de los noventa introdujo cambios en la realidad cubana que, sin dudas, repercutieron en breve en la producción literaria de esos años. Y en la actual.
La novela policiaca cubana, portadora de una estética rígida y de preceptos, más que literarios político ideológicos, es una de las zonas de las letras cubanas en la que mejor se refleja este trauma.
Ya a fines de la década de los ochenta se notaba el fallecimiento, por vía natural, de un fenómeno que se había caracterizado en los últimos veinte años por las gigantescas tiradas y un inusitado entusiasmo lectoral. La novela policiaca, que alguien había definido como un arma de los escritores cubanos en la lucha de clases, fenecía desgastada en sus propios cánones.
La abrupta llegada de eso que alguien bautizó, con magnífica ironía, como Período Especial, dio el tiro de gracia al artificial fenómeno. Varios de los escritores por plantilla del género, emigraron del país. Otros buscaron blandos cargos de dirección que les permitieran atravesar, con comodidad y privilegios, los años duros. Alguno decidió guardar sus armas para no reflejar en su obra la cruda realidad circundante y así evitar hacerle el juego «al enemigo» -no olvidemos que la novela policial siempre ha sido realista por antonomasia y que el producto cubano, aunque no lo fuera del todo, al menos pretendía serlo-. Muchos ya habían muerto como escritores. Otros, físicamente.
Ya en la década de los ochenta se venían operando ciertos cambios en la narrativa cubana. Una generación de nuevos narradores introducía como novedoso elemento en su cuentística el personaje reflexivo: El niño aquel que comenzaba a ver la realidad con otros ojos. A pensarla de manera diferente a como lo hacían sus predecesores literarios y, por momentos, a cuestionarla. Desde la duda. Desde la reflexión.
Aquella generación de narradores que se presentara como cuentista en los años ochenta, en los inicios de los noventa comienza el asalto a la novela. Y es uno de sus miembros, Leonardo Padura Fuentes, quién con mayor éxito nacional e internacional lo consigue.
Con su tetralogía «Las cuatro estaciones» (Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño) Padura se inserta en lo que el novelista y crítico mejicano Paco Ignacio Taibo II llamara, desde antes, el neopolicial iberoamericano.
Padura incorpora en sus novelas policiales el análisis crítico de la sociedad cubana de fines de los ochenta. Las cuatro estaciones del convulso mil novecientos ochenta y nueve son el escenario de su tetralogía. Con el fondo de la purga en el Ministerio del Interior, después de los dolorosos casos de corrupción develados en ese año, Padura cuenta cuatro historias protagonizadas por Mario Conde, un raro oficial de la policía que tiene que descubrir culpables que se mueven en las zonas encumbradas de la neoaristocracia cubana.
Sin embargo, en la segunda mitad de la década se incorpora un nuevo nombre al neopolicial cubano: Amir Valle Ojeda.
Si Leonardo Padura paseó sus cuatro estaciones por los salones de la vieja y la nueva burguesía cubana, por las oficinas de los Ministerios, por las residencias del Vedado y Miramar (todo eso a pesar de la extracción humilde de su héroe Mario Conde), Amir Valle fue el primero en tirarla contra la calle.
Pertenece Amir Valle Ojeda al frondoso grupo de jóvenes escritores cubanos que el profesor Salvador Redonet bautizara como novísimos, precisamente por suceder en el tiempo a aquellos nuevos narradores de los ochenta. Y, entre estos novísimos, es Amir de los que el narrador y crítico Arturo Arango etiquetara como «violentos», en última instancia por su compromiso con la realidad.
Heredero de la manera de decir de Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo y Cabrera Infante. Discípulo, confeso y probado, de Eduardo Heras León y José Soler Puig. Periodista de carrera y oficio. Amir Valle no tenía otra opción.
Sus primeros libros de relatos; Tiempo en cueros y Yo soy el malo, ya mostraban su preocupación por las aristas más turbias de la realidad cubana. Esa zona que por dolorosa no se reflejaba en el discurso oficial: la diferencia de clases, la doble moral, la corrupción administrativa y humana y el derecho al libre albedrío o, mejor dicho, su ausencia en ocasiones.
Así no resulta extraño que el debut de Amir Valle en la novela sea precisamente con el neopolicial o, para decirlo con más propiedad, la novela negra.
Una novela negra que tiene como escenario principal el barrio. Ese barrio inmenso (todo un municipio, el municipio más poblado de Cuba) que es Centro Habana. La capital de la capital de Cuba. La capital de La Habana. La capital del crimen insular. El barrio en el que vive Amir. Y como protagonistas la gente de ese barrio -tanto los criminales como el héroe y sus compañeros-, y los crímenes de ese barrio: el consumo y comercio de drogas, la prostitución juvenil e infantil como colmo de la prostitución relajada y natural que se practica en la zona y las innumerables violaciones de la ley que acompañan todo esto, además de las imprescindibles para el cubano buscavidas y sobreviviente.
Las puertas de la noche es la primera novela negra de Amir Valle. Premiada en mil novecientos noventa y ocho por la Editorial Distel de Alemania cuenta con tres ediciones: En Alemania 1999, en España 2001 por Ediciones Malamba y en Puerto Rico 2002 por Plaza Mayor.
En Las puertas de la noche, Amir Valle presenta los dos personajes que serán la piedra angular de una serie de novelas que ya va por tres títulos publicados. Son ellos: el policía investigador Alain Bec y el ex detective privado, antiguo capo del crimen organizado habanero y actual mandante del barrio, Alex Varga.
Alain es policía por libre decisión. Quizás por un innato espíritu de justicia que lo impele a serlo. Lejos de las dificultades económicas del cubano medio (y de la inmensa mayoría de los cubanos que viven por debajo de la media), Alain decide chocar con la realidad; como ejercicio de voluntad, como acto de fe. Personaje raro en la literatura negra universal, es un policía bien casado y feliz en su matrimonio. Tiene hijos de los que cuida con amor. No se la pasa empinando el codo durante toda la historia. Es racista.
Alex Varga es un negro viejo al que Alain tiene que acudir, por necesidad, en busca de ayuda para solucionar su primer caso: una serie de asesinatos en los que las víctimas son niños, adolescentes con retraso mental y problemas sociales. Alex, conocedor histórico de cuantos manejos se hacen en el barrio. Portador de un código de ética marginal que se impone a los mismos conceptos morales (mezcla de moral socialista y burguesa) que imperan en la personalidad de Alain. Única persona confiable en última instancia para un policía que debe buscar él (casi) solo una verdad insólita, dura y, al final, prohibida.
Con el desarrollo de esta novela, y en las que le suceden, se establece y consolida una relación filial entre Alain y Alex. Y los conflictos adicionales a esta: Patty, la preciosa mulata, hija de Alex, como una hermana para el policía y a la vez como la amante fogosa, deseada e inolvidable. El encuentro entre la ética del policía y su acción. El mero hecho de aceptar como «padrino» a un negro. Conflictos que realzan la dicotomía de Alain ante la vida: esa vida apacible que trata de mantener a toda costa dentro de su hogar, y la vida real que fluye de la puerta de su casa hacia fuera, en las calles de Centro Habana.
Después de Las puertas de la noche vendrán Si Cristo te desnuda (Ediciones Oriente, Cuba, 2001 y Editorial Zoela, España 2002) y Entre el miedo y las sombras. (Editorial Zoela, España 2003) a consolidar la presencia de Amir Valle como uno de los principales exponentes del neopolicial cubano e iberoamericano.
Ya en Si Cristo te desnuda la moneda tiene que ser devuelta: Alain debe trabajar para Alex. Es una petición del viejo. Una necesidad. Sólo él, su hijo, lo puede ayudar. Y el policía lo hace con gusto. Aunque para ello tiene que violar todas las normas que rigen su condición de policía.
Y cada vez Alain Bec es más marginal. Porque cada vez el camino de la verdad se aleja más de las vías de la oficialidad. Cada vez Alain Bec se acerca más a la imagen de Alex Varga, a quien cada vez ama y respeta con mayor fervor.
La obra de Amir Valle en la novela negra se caracteriza por su limpieza de estilo y por su compromiso ético con la realidad interna de la obra. Realidad que debe ser -y es en las novelas de Amir- verosímil e irrefutable. Realidad interna que es una prolongación de la realidad cubana actual.
Amir es un autor que ha asumido el género sin prejuicios, y con espíritu renovador.
Los ambientes de las novelas negras de Amir Valle son palpables. Sus personajes tangibles. Las historias que cuenta, creíbles, a pesar de parecerles lo contrario en el primer momento a aquellos que se han fundado, por cualquier razón o por cualquier vía, una idea edulcorada de la realidad cubana. A pesar de que no sean admisibles para aquellos que, aún conociendo esa realidad, meten la cabeza en la tierra como el avestruz para no ver su existencia.
Un estilo, fundado en su oficio de periodista, que le proporciona la palabra precisa para nombrar las cosas. También la sagacidad y el ímpetu que sólo tiene un auténtico periodista (o un detective privado) para indagar la realidad, para buscar los testimonios más crudos y reveladores de la vida de los habitantes de ese barrio, Centro Habana, cronotopo de sus novelas negras, e investigar las viejas historias que circundan esos hechos actuales. Esas viejas historias que son la semilla de la realidad presente.
Y para contar esas historias con el lenguaje que corresponde.
Es Amir Valle un incansable trabajador. Obsesionado por la literatura y sus posibilidades de comunicación, ya tiene una obra amplia y consolidada en la cuentística, el testimonio, el ensayo y la novela de la isla.
Y no sólo en la novela negra; otros asuntos y otros modelos expresivos también son objetivos en su obra novelística. Dos veces ha sido ganador del Premio Nacional de Novela erótica «La Llama Doble», y vale la pena buscar las zonas negras también en esas novelas, no costará mucho trabajo encontrarlas.
Para usar un lugar común: Amir Valle ha cultivado un frondoso jardín literario. Un jardín en el que resaltan esas flores negras de las que cuida con una alevosa mezcla de amor y crueldad.