Madeline Cámara, escritora y crítica cubana.
América Latina ha sido prolija en dictadores así como en una novelística sobre el Poder; al menos sus generales han dado mucho por escribir. Desde el relato de mediados del XIX «El matadero» de Echeverría, hasta la Evita de Eloy Martínez, las figuraciones literarias sobre el militarismo en el continente van del naturalismo al postmodernismo, con su etapa de realismo mágico que lidereó El otoño del patriarca de García Márquez. Por lo tanto el tema ni es nuevo ni se agota. Este fenómeno de actualización reside a la vez, en la triste vigencia del tema en la realidad, la avidez de un amplio sector de lectores de clase media – esa suerte de conciencia crítica de la sociedad que siempre espera que la literatura redima al pueblo-, y claro está, de la maestría de escritores que han hecho del tópico un modo de contar la Historia. Pedro Páramo, de Rulfo; Yo, el supremo, de Roa Bastos; Recuerdos del porvenir, de Garro; La casa de los espíritus, de Allende y un corto etc. Desde el Boom y sus márgenes, el caudillo se convirtió en la metáfora que engloba la miseria y la decadencia de la civilización latinoamericana después de las guerras de independencia.
En la literatura cubana sobresale Carpentier con su Recurso del método, pero también la cuentística en torno a la guerra del Escambray, subvalorada y desconocida, es una fuente para entender la mítica sobre militarismo cubano. Pienso en obras de Díaz, Heras León, Fuentes, Echerri, así como una reciente novela de Osvaldo Navarro Hijos de Saturno, de la cual siento muy cerca el libro que a continuación comentaré. Me refiero a Las palabras y los muertos(Premio Mario Vargas Llosa de la Universidad de Murcia, 2006) publicada por Seix Barral, 2007 del cubano residente en Alemania Amir Valle.
Valle es miembro destacado de la generación de narradores de los año 90′, que puso en el mapa su mejor crítico, el fallecido Salvador Redonet. Luego se les dividió en «exquisitos y violentos» según su estilo. Comenzó Valle dentro de la segunda categoría, con una escritura directa, de anécdota fuerte, personajes delineados, diálogo duro. Y aunque no creo que ha abandonado su pasión por el realismo, mucho ha vivido y publicado este aun joven narrador, lo suficiente para caer enamorado de la palabra, y de la maquinaria misma que es la novela, según lo ha demostrado con su obra de ficción y de crítica Vargas LLosa. Quien haya leído La fiesta del Chivo encontrará en la novela de Valle ese implacable tictac del reloj de una muerte anunciada moviendo toda la acción.
En este caso se trata de los antes y después de la desaparición física de un mito contemporáneo: Fidel Castro. Quizás cuando la vida despeje las expectativas sobre el desenlace del personaje de la vida real, la novela podrá ser apreciada aun mejor en su magistral composición espacio-temporal y en la polifonía de su visión. En esto reside el reto asumido: hablar de lo inmediato de modo estrictamente literario. Valle escoge para narrar la perspectiva de un hombre de pueblo, un guardaespaldas del comandante; pero a través de él, filtra toda esa imaginaría popular que ha rodeado al mandato castrista, el temor y la admiración, el rencor y la fe, la esperanza, y la frustración de un pueblo siempre redimido por su choteo. El novelista logra mezclar ese humor redentor, de naturaleza anónima, dentro de una trama de solidez histórica y eficiente armazón de tensiones logrando un retrato en suspenso del patriarca cubano, el «relato de costumbres» detrás de las bambalinas que han sostenido la dictadura más vieja y una de las más decrépitas del continente.