Rodolfo Pérez Valero
Amir sorprende en cada novela, porque cada una es diferente pero juntas componen una de las más sólidas carreras de la literatura cubana actual. Sus libros son intensos. Lo digo cuando acabo de leer la última página de Las raíces del odio, una novela que extiende mucho más allá del ámbito cubano el odio que Amir siente por el odio, por el racismo, por la marginalización de los individuos y por todo tipo de explotación, violenta o no (casi siempre violenta), de unas personas por otras. A esa denuncia ha dedicado Amir su literatura, lo que lo ha convertido en alguien admirado por muchos y repudiados por aquellos que discriminan y marginalizan, a personas o a pueblos enteros.
Con Las raíces del odio, Amir lleva a la literatura una realidad que quizás percibió en toda su crudeza cuando la vida lo obligó a abandonar Cuba con su familia. La clave de este libro se hace visible cuando el personaje del escritor que vive en el solar (cuyo nombre no se menciona pero se presume que sea el mismo Amir) dice que cada país tiene su poco de infierno y paraíso. Seguro estoy que Amir, con su mirada siempre crítica, descubrió el infierno en su vida fuera de Cuba y, con su conocida honestidad, quiso denunciarlo como hizo y hace con las injusticias acaecidas en la isla.
Amir arremete en esta novela contra los neonazis, esos que basan su supuesto plan para mejorar el planeta en el exterminio de todos los seres humanos que consideran inferiores. El escenario es Madrid, pero es obvio que podría ser cualquier otra capital de un país desarrollado. Los asesinos son blancos europeos y las víctimas son inmigrantes de América Latina. El plan de muerte de ese Nuevo Orden incluye a mujeres y hasta a niños, porque, como dice el personaje de Martin, los pequeños que morirán “son latinos, ¿no? Son asesinos en potencia”. Los héroes son una muchacha y un muchacho cubanos, hermanos, que cargan sobre sus hombros toda la degradación de la sociedad cubana, pero la viven con la naturalidad de aquellos a los que la vida nunca les ofreció alternativas. Porque, como dice el hermano: “si Cuba no era el infierno, le faltaba un tín así”.
Si con su novela Las palabras y los muertos Amir obligaba al lector a pensar mientras leía acerca de los recuerdos del personaje de Facundo y, sobre todo, de los consejos de su esposa Nora (una especia de Sancho Panza con los pies bien puestos en la tierra), con Las raíces del odio el autor no da tregua: el lector tiene que seguir los acontecimientos a toda velocidad, y la reflexión tendrá que venir, obligatoriamente, cuando termine la última página.
Las raíces del odio es una novela corta, apenas cien páginas, pero de una intensidad inusitada que no da respiro al lector: es imposible soltarla. Y luego, es imposible olvidarla.