Luis Pérez-Simón, escritor salvadoreño
Dado que esta mesa tratará sobre Cuba y por razones obvias de tiempo, no discutiré la condición socio-política en Cuba más allá de indicar que el Periodo Especial es la coyuntura histórica que facilitó temática y materialmente la renovación del género policial en Cuba, ya que, como escribe Lorenzo Lunar en uno de sus libros,
es obvio […] que el reflejo de la realidad en nuestra literatura policial de aquellos años [los 70 y 80] era, cuando menos, incompleto. Era el reflejo de una realidad existente sólo dentro de los marcos de un discurso político ideológico que abolía por decreto el lado oscuro de la sociedad, [pero] fue entonces que una serie de acontecimientos dieron traste con el discurso político existente [y] una nueva visión de la realidad se abría a partir de un proceso de rectificación de los errores cometidos por la Revolución» (Polvo, 143-144).
Quisiera explicar que el fulcro de este artículo es principalmente analítico: explorar la sociedad paralela organizada en respuesta a los procesos hegemónicos dentro de la nación cubana a través de sus representaciones en la literatura policial de Amir Valle y Lorenzo Lunar. Sin embargo, mi intención es igualmente de argumentar a favor de la inclusión de la marginalidad como elemento constitutivo dentro de los modelos de subjetividad e identidad nacional actualmente vigentes en los estudios literarios y culturales.
Si como Mallarmé dijo, «el mundo existe para llegar a un libro», permítanme desdoblar y parafrasear la idea, y afirmar que Cuba existe para llegar a un libro, y más importante, para convertirse en literatura, en un mito. Un pueblo no lo es del todo, hasta que ha entrado en el mundo de los símbolos y las alegorías, de los misterios, de la fábula; una nación no es un pueblo hasta que sus espacios y su aire y su luz han entrado en el otro espacio de la literatura. Cuba ha llegado al libro, o ha salido de él, convertida en esa mezcla de sueño y realidad, y con ella, la ciudad de La Habana. La Habana, siempre con algo de alegre y de pecadora, de impura y recatada, de cosmopolita y provinciana. Hablo obviamente de La Habana de Lino Novás Calvo, de José Lezama Lima, de Alejo Carpentier, de Virgilio Piñera, de Guillermo Cabrera Infante, de Reinaldo Arenas. Y, por supuesto, también La Habana que, en los últimos años, se ha dejado ver en la novela policial, aquella donde se revelan los rincones sórdidos de la ciudad, sus lugares dolorosos y patéticos, sus esquinas de enigmas y de muertes. No creo equivocarme si afirmo que el mito que ha comenzado a instaurarse en los últimos años, está ya muy lejos de la ciudad de las columnas, de la ciudad luminosa y literalmente fabulosa con el estilo de lo que no tiene estilo, de una ciudad entre la ilustración y la magia. La Habana siempre ha sido una ciudad irradiante, peripatética, casi una metáfora. Pero con los cambios de la historia, ha cambiado igualmente el rostro mitológico de la ciudad. La Habana de las novelas de hoy quiere mostrar su lado mezquino, roñoso, deshonesto, cruel y hasta fúnebre y trágico.
No hay duda que La Habana ha sido históricamente el espacio urbano preeminente en el imaginario literario nacional. Esta ciudad, con su arquitectura barroca y sus costumbres de fin de sciècle formó parte integral del proyecto independentista y nacionalista, y basta con una lectura perfunctoria de la literatura cubana del siglo XIX y primera parte del XX para constatar que paulatinamente este centro urbano, se convirtió en el lugar emblemático de la naciente soberanía nacional y por metonimia idealizada, la nación. Si antes La Habana fue el símbolo de la nación por sus virtudes imaginadas y utópicas, lo es ahora aún más pero a partir de la constatación de un estado de ruina y desesperación social. La obra de Amir Valle está anclada en La Habana, y más específicamente a los distritos de Centro Habana y la Vieja Habana de finales del siglo XX, zonas donde
[…] los escombros comienzan a crecer en las esquinas como yerbas malas, [y done] las paredes se cuartean y van dejando al desnudo sus ladrillos antiquísimos y sus hierros viejos y oxidados, [donde] las calles se llenan de baches que crecen y crecen como amebas que se extienden por el asfalto y el cemento y joden las gomas de los carros y los amortiguadores y van a podrir las más flamantes carrocerías que ya vienen heridas de salitre y sol, [un área] llena de negros, chinos, blancos, mulatos [e] indios […]. (Puertas, 25)
Su trabajo literario describe con gran detalle la lucha cotidiana por sobrevivir en estos barrios, y la constante y profunda marginalización de sus habitantes. El corpus principal de este estudio son las novelas Las puertas de la noche, Si Cristo te desnuda, Entre el miedo y las sombras y Santuario de sombras, todas protagonizadas por el detective policial Alain Bec y el antiguo detective privado Alex Vargas. Los crímenes investigados por éstos van desde el tráfico de drogas hasta el tráfico de personas, y temporalmente cubren los años del llamado Periodo Especial en Tiempos de Paz.
El desplazamiento conceptual de la capital cubana que indiqué anteriormente ha desestabilizado el paradigma habanero lo suficiente para permitir la inclusión –o por lo menos la consideración –de otros modelos o arquetipos nacionales. Como nos recordó nuestro colega Resina ayer –citando a George Brassens –las provincias son también bellos lugares para asesinar a alguien. La degradación social y de los mecanismos culturales y políticos que engendraron la renovación del género policial en Cuba a partir de los años 90, afectaron de la misma manera al resto del país. Para Lorenzo Lunar, se trata de la ciudad de Santa Clara –reducida por metonimia a un barrio periférico y marginal –un lugar donde se constata que
uno nace, crece y hecha la vida […] para, cada día que pasa, quedar más convencido de que […] el barrio es un monstruo, …[que] te machuca, te trajina, te educa, te empuja, te arrastra, te levanta, te tira al suelo y te pisotea. [Que] el barrio te hace un hombre o un traste. Y [que] uno no tiene más remedio que levantar las manos y dejar que el barrio haga su trabajo. En el barrio uno vive con la gente. Las casas del barrio siempre tienen las puertas abiertas. En el barrio todo el mundo sabe todo sobre los demás. Y hasta lo que no se puede saber se sabe en el barrio, sólo que no se dice. En el barrio tu vida es parte de la vida del barrio. (Infierno, 9)
y vivir en el barrio le ronca los cojones al policía Leo Martín, protagonista de la serie Que en vez de infierno encuentres gloria, La vida es un tango, y próximamente Usted es la culpable. En ellos se camina por la marginalidad y la tragedia que impone la realidad cotidiana de un mundo turbio y oscuro como lo es la sociedad cubana actual.
Por otro lado, el Hombre Nuevo idealizado, patriótico y socialista que personificaba a la nación post-revolucionaria, es ahora un ser consciente de la irreverencia cotidiana y la marginalidad abyecta de las masas populares que lo rodean. Poco queda de la ética moral concebida para él por Guevara, y aún menos del implícito contrato social de Rousseau. El nuevo Hombre Nuevo lucha diariamente por sobrevivir y forma parte de este creciente y profundo sector marginado de la sociedad cubana, pero más importante para nuestra discusión, se trata de un ser humanodescrito en su grandeza y sus miserias, en sus sueños y sus fracasos, en su bondad y su perversidad. Se trata –por definición y por práctica –de un hombre marginal y marginado. En resumen, se trata de un detective.
Las particularidades culturales y el estatuto liminal del detective literario cubano le permite a éste ser el mecanismo social que expone los crímenes mayores y oculta al mismo tiempo los delitos menores. Aunque me veo obligado a evitar una larga explicación de las diferencias entre crimen y delito, sí quiero subrayar la importancia de esta diferencia en el contexto Cubano. El asesinato, y casi todos los relatos comienzan con un asesinato, es el crimen principal e imperdonable. Sin embargo de la investigación de éste se destilan otros crímenes mucho más complejos como el tráfico de gentes (menores de edad y adultos) y todo lo que tiene que ver con la brujanza – «el mundo de la droga, el jineteo, y los niños de la calle» (Puertas, 122). El detective cubano investiga, no para expiar la transgresión de las leyes del Estado –que son ambiguas–, sino que las del barrio –las cuales son claras aunque no están escritas –ya que éstas pertenecen a un código más lógico e inmediato para él.
En el caso de Alain Bec, el detective policial de Valle, tenemos que constatar que él trabaja en concierto con Alex Vargas, antiguo detective privado y ahora jefe de los bajos fondos en La Habana Vieja y Centro Habana, para resolver los casos. Y si Alain representa al poder estatal, Alex personifica el poder real del Barrio. El policía reconoce esto y concede que
su relación con el viejo le había servido mucho para conocer más, para entender menos superficialmente, la mentalidad del bajo mundo, las leyes casi secretas que dominaban todo aquello transmitiéndose de padres a hijos y de estos a sus hijos y así desde tiempos muy remotos y bien distintos a los que se vivían en La Habana de fin de siglo. (Cristo, 18)
Interesantemente, vemos a lo largo de la serie cómo Alain se incorpora, o mejor dicho es aceptado por el Barrio. En la primera novela, es Alain quien busca a Alex para poder descifrar las misteriosas leyes y lógicas del Barrio. En el segundo libro es Alex quien le pide a Alain ayuda para investigar y silenciar un crimen privado y del Barrio. En el tercero Alex se convierte en el detective del relato dado que Alain está físicamente ausente y no puede acudir al policía sino que al final, para cerrar el caso. La última entrega de Valle reúne a los dos detectives en un caso con importancia para el barrio y el Estado, y en los cuales los dos tienen un estatuto de iguales durante la investigación. Interesantemente, Alain se ha convertido no sólo en «un policía amigo, [sino que en] alguien que también dominaba las leyes secretas de aquellos barrios y por esa razón era considerado como uno más entre los marginales mandantes en Centro Habana y La Habana Vieja» (Santuario, 191). Más que marcar un momento de degradación para el estatuto de detective, postulo que se trata de una pérdida de relevancia del poder del estado en la realidad cotidiana de la creciente masa social que vive en la marginalidad. Algo remarcable y que merita un ser mencionado es la estructura fragmentada, fragmentaria y vertiginosa de Santuario en la cual las víctimas no sólo investigan, capturan y juzgan a los culpables, sino que también –y esto es importantísimo para el desarrollo del personaje de detective en Valle –Alain admite los límites del poder estatal para juzgar y ajusticiar a los criminales: «Lo cierto es que no hay ni una pruebita microscópica que me permita darle entrada a mi gente para darle curso legal a esto, Alex. Vas a tener que ocuparte tú de limpiar esta mierda que ya apesta demasiado» (Santuario, 222). El policía ha hecho su trabajo, pero la justicia no puede hacer el suyo y lo legal debe de ceder por su intrascendencia. Sobre todo si consideramos la alianza del policía con el criminal en el contexto del papel ejercido por éste último: al principio de la serie, Alex es un ‘jefe de barrio’, pero ya en la cuarta parte él ha descubierto
que quizás Dios lo había puesto en la tierra para defender a los marginales, como si fuera una especie de Robin Hood moderno que robaba, dirigía a los ladrones pobres y creaba leyes para ellos, porque era el único modo que tenían para sobrevivir a gobiernos y críticas anti-marginales (Santuario, 192)
Dicha colaboración está regida por las leyes del barrio, y la ética del policía, no las leyes del Estado, y la labor del policía responde más a las necesidades del primero que del último. Me suscribo a la tesis de Lunar de que el trabajo de detective parece, entonces, estar en proceso de ser privatizado nuevamente en la literatura policial cubana.
Leo Martín, por otro lado, vive en Santa Clara –no La Habana –en el mismo barrio en que nació y ahora trabaja. Esto al mismo tiempo le facilita y le complica la vida y su labor de investigador ya que hasta él reconoce que «un policía, por muy amigo y hombre que se piense que es, siempre va a vivir en un mundo aparte» (Infierno, 81). Él y sus amigos siempre están informados de todo, pero de manera difusa ya que
un comentario en el barrio es siempre algo difuso. No tiene nombre ni rostro. Los comentarios en el barrio son como el rumor colectivo que se escucha cuando se va la corriente. Está en todas partes y no está exactamente en ningún lugar. Lo dice todo el mundo y nadie lo ha dicho. En el barrio los comentarios se sienten. No se escuchan, ni se imaginan. Un comentario en el barrio es algo intangible, cruel, impreciso y definitivo. (Tango, 106)
Su trabajo es urgir a sus informantes, e investigar los rumores ya que igualmente reconoce que aunque «el barrio piensa, razona [y] dice, [éste] no acusa ni prueba» (Tango, 117). Su conocimiento íntimo de la marginalidad le permite seleccionar o intuir la justeza de lo que va aclarando, y saber cuando un delito se convierte en un crimen que debe tratarse fuera de los códigos y las leyes del barrio. Su trabajo es proteger al inocente, tanto como atrapar al culpable.
Ambos policías comparten la misma realidad que el resto de la gente. Uno de los tópicos más recurrentes, e interesantes, de esta realidad en la novela policial cubana es la comida de la sobrevivencia. El famoso evento culinario de Lezama se ha desplazado –tristemente –al otro extremo ya que las carencias del Periodo Especial hacen de cada merienda, un evento especial. El mismo Alain
compraba ilícitamente como cualquier otro en aquel barrio de gente decente donde por suerte le había tocado vivir, pero los vendedores llegaban a su casa y [su esposa] Camila despalillaba el dinero que ganaba como carpetera en unos minutos: leche en polvo a veinte pesos la libra, carne en lata a quince, langosta a dólar y camarones a veinticinco. En Cuba, igual que en cualquier parte del mundo, el mercado negro existía. Desde que nació su hijo lo había decidido: a Camilito no le iba a faltar la leche aunque él tuviera que dejar de ser policía. Ni la carne … eso lo hacía todo el mundo. (Puertas, 28)
Sin embargo, son las madres quienes llevan las invenciones culinarias al arte. La madre de Alain es famosa por su mala comida, pero finalmente –en el último libro –prepara una comida al igual que Jose, la emblemática madre-adoptiva de Mario Conde y nuevo estándar de la cocina cubana de supervivencia. Por otro lado, Leo Martín mira e ignora, frecuentemente con humor e ironía, los pequeños delitos de su madre, Fela, quien trata constantemente de ofrecerle pequeños lujos culinarios como huevos, tamales de hoja, y todo tipo de cocidos que obviamente tienen ingredientes difícilmente encontrados fuera del mercado negro. En esto, no hay ambigüedad: todos tienen derecho a la buena comida.
Si la obra de nuestros autores se concentra en la descripción, incluso el estudio, de la violencia y la criminalidad de eso, como dice Alain Bec, «que los ciegos periodistas oficiales llaman ‘el bajo mundo’, olvidando que es el mundo real, quizás el único mundo posible en el cual reptan las vidas de millones de cubanos» (Miedo, 22), ellos también se sirven de éstos elementos para indagar la verdadera naturaleza del ser humano y la búsqueda de la verdad sobre una realidad social muy particular a Cuba. Todos los personajes constatan que «estos son otros tiempos y que la economía del país ha cambiado, y también la manera de actuar de las personas» (Infierno, 42). Tiempos inciertos en los cuales «nadie sabe cuál podía ser la baraja de ganar y cuál la de perder» (Polvo, 142), y todos resuelven las carencias y dificultades de sus vidas a través de pequeños negocios y delitos que dado el contexto social ya dejan de ser crímenes «ya que cualquier cosa puede ser un negocio […] y la frase negocio ilícito es [en estos barrios] una redundancia» (Tango, 110) como indica Leo Martín. Ambos Alain Bec de Valle y Leo Martín de Lunar son policíascubanos con cargos y responsabilidades cubanas. Las leyes son al mismo tiempo cubanas y revolucionarias, lo que indica, más que una especificidad cultural, la realidad de «una Cuba donde todo lo ilícito está en dos bandos bien definidos: los que mandan en el país y los que mandan desde la marginalidad» (Santuario, 179). Ambos Valle y Lunar coinciden en su preocupación por representar y poblar los espacios liminales –esas áreas transitorias y transparentes –de la sociedad cubana donde residen modelos alternativos de ciudadanía y estética cultural.
De esta manera la novela negra, y la crítica social en ella implícita, se convierten en elementos indisociables y transformadores no sólo para la literatura nacional, sino también para toda una generación perdida. En realidad, más que resolver un crimen, las novelas de Valle y Lunar constatan un periodo volátil y complejo difícil de expresar en géneros menos codificados. En este tiempo en que el enemigo nacional ya no es tan fácilmente identificable y las fracturas en la homogeneidad social se revelaron profundas, la novela policial se enfrentó a un vacío cultural que normalmente le hubiera sido negado, el de crónica nacional. Sólo en la novela negra se podría decir que «el barrio Colón, el reino de las putas, los prostíbulos y las drogas en tiempos de Batista, y de las jineteras y las casas de alquiler y otra vez las drogas en estos tiempos de Fidel» (Miedo, 14) no había cambiado, o peor: había empeorado ya que igualmente se dice que
la ciudad se empeñaba en seguir siendo esa vieja puta que se colgaba sus mejores trajes cuando los ciudadanos decentes se acostaban. No había bares, cantinas, discotecas, como en los antiguos años de esplendor, en los tiempos en que Rusia enviaba hasta el aire que se respiraba en Cuba, pero la gente seguía buscando modos de soltarse las amarras y mostrar que, pese a toda la escasez y la falta de libertad, nadie les podía quitar su costumbre de gozar y divertirse. Lo jodido de todo es que la diversión, en aquellos o en estos años, incluía una buena cantidad de esa droga que volvía a llenar las calles de la capital y que obligó al gobierno a reconocer que el fenómeno se les estaba yendo de las manos. (Miedo, 15).
Un elemento central de esta estrategia narrativa que permite superar lo político es el humor, y los chistes abundan. Sin embargo, el objeto del chiste va mucho más allá del humor. Me limito a un ejemplo, y tiene que ver con el conocido chiste del lema «Seremos como el Ché» (¿Cómo? –Asmáticos): recontado en la novela policial, se completa con:
El lema no dice, «seremos todo lo bueno que fue el Ché»; dice: «seremos como el Ché», es decir, que dentro de unos años tendremos un ejército de héroes asmáticos que también serán autoritarios, déspotas, intransigentes, extremistas, como muchos han intentado escribir, humanizando al hombre que fue Guevara. (Santuario, 136).
Quiero indicar, simplemente, que en el contexto particular del policial cubano la investigación de un crimen se desdobla y se convierte en la búsqueda no solamente del culpable, sino de las razones, y esto está estrechamente ligado al hecho de que los delitos –aunque fundamentalmente prohibidos –tanto como los crímenes, radican en la política intrascendente y desigual del tumultuoso Periodo Especial y toda una serie de problemas estructurales que resultaron de dicha estrategia gubernamental frente a la carencia, la privación y la producida corrupción, más que en la perversidad e inmoralidad del individuo.
Por otro lado, se puede argumentar que uno de los elementos constitutivos de la identidad cubana es su heterogeneidad racial y cultural. Y aunque teorías actuales de identidad y ciudadanía tienden a enfocar, privilegiar y valorizar las mezclas etno-sociales como modelos estables de subjetividad nacional, éstas no pueden elaborar una cartografía histórica personal, por definición fragmentaria e incompleta, dentro de dichos esquemas especulativos y totalizadores. Y lo que es más importante, tampoco pueden tomar en cuenta la exclusión de ciertos elementos sociales en la participación de los objetivos políticos nacionales. En otras palabras, el sujeto nacional unificador e idealizado –y por extensión, la colectividad resultante –de dichos modelos, refleja una necesidad teórica y políticamente estable, más que una realidad social dentro de un modelo nacional fragilizado y fragmentario como lo es el de Cuba. Se excluye todo un sector no-participante en las obligaciones y los privilegios inherentes a la cualidad de ciudadano. Obviamente no discutiré ahora las desigualdades raciales inherentes a la isla, ni el racismo oculto en esta sociedad basada en la igualdad de las razas. Sólo quiero que consideren que al igual que Alex Vargas, quien es negro, y el resto de los personajes en las novelas de ambos Valle y Lunar, se sabe muy bien que
el racismo cubano venía de todas partes. Los blancos hacían como que aceptaban a los negros ante la sociedad, pero en privado los detestaban; los negros se ponían el pellejo de víctimas del racismo ante esa misma sociedad, pero de puertas para adentro eran más racistas que los propios blancos, y entre ellos mismos se discriminaban. (Miedo, 24) [y que viven en] un país donde el racismo está y no está, pues los negros son racistas, los blancos son racistas, los perros son racistas, y hasta las hormigas negras discriminan a las hormigas rojas y a las albinas, pero todo el mundo: negros, blancos, perros y hormigas, juran ante el mismísimo Dios y las once mil vírgenes putas que el racismo es una cosa del pasado, especialmente cuando una cámara o un micrófono de la prensa oficial se digna bajar hasta ellos. (Santuario, 49).
En forma de conclusión, quisiera recordarles que cultura e identidad tienen una fuerte y estrecha interrelación. Ya ha sido ampliamente reconocido que la cultura provee a una sociedad con el espacio simbólico para reflexionar sobre su condición subjetiva y su identidad colectiva. Además, es a través de las producciones culturales que los individuos se pueden expresar y así tomar conciencia de sus éxitos y sus fracasos, medir el progreso de su desarrollo, y también buscar nuevas formas de expresión y significación. Es pues, a través de la cultura que el hombre puede transcender su propia subjetividad. La literatura cubana contemporánea como producto cultural, y el género policial en particular, se ha desasociado de las corrientes y los paradigmas vigentes en lo que se refiere a la nación y al ciudadano. Dado el contexto específico –y casi único –de Cuba, se han buscado allí esquemas y estructuras literarias que permiten y privilegian la integración de y desde los márgenes a un sector de sector mayoritario de la sociedad cubana que hasta ahora había vivido en el silencio sus deseos utópicos y su cotidianeidad distópica. Los previos espacios entre el sintaxis y el paralipsis de la nación, es decir, entre el ideal de una ciudadanía constituida de iguales y la realidad de un mosaico social con una importante masa de miembros excluidos, necesitaba ser discutidos. La obra de nuestros autores, obra compleja y profunda, subraya la humanidad de la experiencia citadina y ciudadana en Cuba. Y en ella encontramos que la inestabilidad del sujeto y las divisiones internas a la marginalidad demuestran un deseo de expresión e inclusión en el proyecto nacional. Y sin embargo el paulatino sentimiento de solidaridad y patriotismo se materializa súbitamente desde y en los márgenes demostrando que la cartografía personal de los excluidos y los olvidados está tomando forma. Valle y Lunar han tomado una coyuntura histórica y la han explotado para renovar un género, cuestionar los modelos de nación y ciudadanía, y tal vez para recordar que una vez José María Heredia escribió ‘La estrella de Cuba’ que decía en parte:
¡Todo yace disuelto, perdido …¡
Pues de Cuba y de mí desespero,
contra el hado [destino] terrible, severo,
noble tumba mi asilo será.Nos combate feroz tiranía
con aleve traición conjurada,
y la estrella de Cuba eclipsada
para un siglo de horror queda ya.
Que si un pueblo su dura cadena
no se atreve a romper con sus manos,
bien le es fácil mudar de tiranos,
pero nunca ser libre podrá.