Eduardo Antonio Parra, escritor mexicano
Que la llamada novela negra es la que despliega una mayor precisión a la hora de trazar la radiografía literaria del mundo actual, parece estar fuera de duda. En América Latina, por lo menos, este tipo de narrativa ha evolucionado hasta adquirir suficiente madurez como para absorber de la tradición artística los recursos, las técnicas, las estructuras y las estrategias que le permiten poseer una ductilidad formal desconocida en épocas anteriores, y al mismo tiempo apropiarse de todos los asuntos y tratamientos posibles para presentarlos a los lectores envueltos en el fondo oscuro de la vida delictiva.
Aunque en la mayor parte de las obras pertenecientes al género siguen siendo esenciales tanto la investigación de uno o varios casos criminales específicos, como el recorrido por las entrañas del mundo subterráneo urbano el «perseguido y el perseguidor» de los que habló en algún momento Borges, y «la investigación y el viaje» que Ricardo Piglia señala como únicos temas posibles en la narrativa contemporánea, los autores han multiplicado las posibilidades de tales elementos, situándolos en ámbitos antes exclusivos de las novelas histórica, política, urbana, social, psicológica, erótica, étnica, moral o filosófica, hasta dotar a sus relatos de la versatilidad necesaria para trascender cualquier encasillamiento. La narrativa negra es, pues, en nuestros días, un laboratorio donde el lenguaje se pone a prueba como en cualquier otro género literario. Un espacio cerrado que, paradójicamente, jamás abandona las referencias a la realidad. Una obra artística universal cuya vocación es constituirse reflejo de una sociedad determinada.
Estas y otras reflexiones me vinieron a la mente durante la lectura de la obra más reciente de Amir Valle, cubano radicado desde hace poco fuera de la isla, a causa todo parece indicar de los asuntos que ha abordado en algunos de sus últimos libros, Las puertas de la noche, Si Cristo te desnuda, Entre el miedo y las sombras, Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba, y al que me refiero, Santuario de sombras, publicado en España por Editorial Almuzara. SalvoHabana Babilonia mezcla de ensayo, crónica y reportaje donde se aborda el problema del «jineterismo» en la isla desde puntos de vista diversos, incluido el de las mismas jineteras, los títulos mencionados son de novelas de corte criminal, donde el autor incursiona en tópicos bastante conocidos (e incluso promovidos) por ciertos turistas extranjeros, pero hasta hace poco considerados «inexistentes» por el gobierno comunista, como la drogadicción y el trasiego de estupefacientes, el homosexualismo, la prostitución infantil y el tráfico de órganos, sin dejar de lado los múltiples males y problemas menores que aquejan la Cuba de Fidel Castro.
Apegado a algunos arquetipos del género, sin que por ello sus relatos sean «tradicionales» en el sentido estricto del término, Amir Valle construye sus historias en torno a dos personajes que funcionan como impulsores de la acción y al mismo tiempo establecen puntos de vista complementarios sobre los hechos: Alex Vega, un viejo negro que antes de la revolución fue guardaespaldas de Meyer Lansky (cerebro de la organización de Lucky Luciano en la mafia de Nueva York) durante sus viajes a la isla, y ahora descuella como capo de los delincuentes en Centro Habana. Bec, un honesto teniente empeñado en resolver los casos con apego ley y a su conciencia de hombre decente. A pesar de moverse en campos contrarios ambos son amigos, se indignan por la nueva ola delictiva que tiene en jaque al país con crímenes nunca antes vistos, y trabajan hombro con hombro en sus respectivas áreas de influencia con el fin de descubrir a los perpetradores. Sin embargo, quizá lo más interesante de esta extraña mancuerna sean las largas conversaciones que sostienen, en las que analizan y critican la situación cubana «desde dentro», rastreando el origen del crimen en la corrupción política y en las crisis económicas sucesivas, producto de una mala dirección del régimen.
(Es preciso apuntar aquí que, tal como sus personajes, Amir Valle se dedicó durante casi toda su carrera como escritor a plasmar «desde dentro» en su obra muchos de los errores del gobierno y de la sociedad cubanos, lo que le valió que algunos de sus libros sobre todo los mencionados líneas arriba, es decir, los más críticos tuvieran que ser publicados fuera de la isla. No obstante, él se negó siempre a abandonar el país de manera voluntaria. Fue el gobierno castrista quien le negó la entrada cuando regresaba de un encuentro literario en europa, obligándolo a regresarse en el mismo aviónen el que llegaba a La Habana, sin dejarlo ni siquiera avisar a su familia, ya no digamos llevársela consigo. Sólo más tarde, por instancias de algunos escritores amigos, las autoridades permitieron la salida de sus hijos para que se reunieran con él. Ahora radican en Berlín, donde Valle goza de una beca de la prestigiada Fundación Henrich Böll.
Alex Varga y Alain Bec son, de nueva cuenta, la mancuerna protagonista en Santuario de sombras, cuarta novela de la serie negra del autor. Pero, al igual que sucede en las anteriores, mantienen un perfil bajo, más bien de testigos que sólo actúan en el momento preciso, con el fin de que sean otros personajes quienes carguen con el peso principal de la trama y los lectores veamos actuar a las víctimas y a los victimarios por cuenta propia, escuchemos sus miedos y ambiciones, comprendamos las razones de su existencia sin el filtro y la interpretación ni del narrador ni de quienes poco a poco van desentrañando el misterio.
Igual que sucede en otras latitudes entre el primer y el tercer mundos, el tráfico de personas de Cuba a los Estados Unidos es un problema añejo, que incluso ya había sido abordado por la vía de la narrativa por lo menos en uno o dos relatos del genial cuentista Lino Novas Calvo. Sin embargo, el nuevo milenio le ha impreso su sello particular al añadir, a la pobreza secular de los habitantes de la isla, el elemento de la geopolítica actual. Así, si en tiempos de Novas Calvo (antes de la revolución) los traficantes de personas debían burlar tan sólo a la guardia costera norteamericana para evitar la cárcel y que su «carga» fuera deportada de regreso a su país de origen, hoy deben cuidarse también de los guardacostas cubanos, pena de sufrir un castigo aún más severo. Es decir, ahora el negocio es más difícil, más peligroso y, por lo tanto, más lucrativo. Ocho mil dólares deben reunir quienes desean salir de modo clandestino hacia Miami. Se paga la mitad al iniciar el trayecto en yate, y el resto al arribar a la costa norteamericana. Pero algunos traficantes han descubierto la manera de que su negocio sea más lucrativo: matan a sus pasajeros, no importa si son mujeres, ancianos o niños; despojan a los cadáveres de todo lo que llevan y los arrojan al mar o abandonan los cuerpos en algún islote desierto.
En una suerte de proemio a la novela, Amir Valle expone las corrientes de conciencia de algunos sobrevivientes de estas masacres, que no logran deshacerse del recuerdo de la noche que cambió sus vidas (las travesías siempre se llevan a cabo en medio de las sombras). Igual que en una confesión hecha en base a susurros angustiosos, con un ritmo circular, repetitivo, como suelen ser las pesadillas, las voces que zumban en el interior de los personajes trasminan poco a poco la lectura, hasta que en vez de leerlas escuchamos su tono de salmodia, de reclamo, de íntimo tormento, en una composición polifónica, fragmentada, donde de modo simultáneo cada uno de ellos nos transmite el instante de su «quiebre» existencial. Con ello el transcurso del tiempo queda anulado dentro del relato, al menos en estas primeras páginas, convirtiendo al lector en una suerte de espectador del infierno donde, como ya lo ha apuntado Borges, la eternidad es el principal atributo de la tortura.
Las imágenes desplegadas aquí poseen tal violencia visual y sonora, y a la vez están tan cargadas de elementos poéticos, que resultan estremecedoras e inolvidables: cada uno de los protagonistas tiene grabado a fuego, acentuado por su propio terror e impotencia, la escena del asesinato de sus familiares (esposa, hijos, hermanos, amantes) en alta mar entre las sombras de la noche, la brutalidad y la burla de los homicidas, la visión de los cuerpos destrozados y la agonía de fingir la propia muerte en el agua, junto a los cadáveres flotantes, hasta ver cómo el barco se aleja dejándolos abandonados a merced de las olas. Son estos mismos sobrevivientes quienes, meses después y cada quien por su lado, establecen contacto con Alex Varga y Alain Bec para que los ayuden a localizar, primero, y a desenmascarar después a los criminales, pues exigen venganza o justicia, que en estas circunstancias vienen a ser lo mismo. Todos recuerdan el rostro del responsable. Todos se lo han topado de lejos ya sea en Miami o en La Habana y el encuentro les excitó de nuevo los terrores nocturnos y el recuerdo incisivo de la tragedia. Necesitan que el infierno acabe y, para lograrlo, es preciso que acaben primero con quien lo causó.
Y en cuanto la mancuerna del capo y el policía comienza a realizar sus pesquisas, como ocurre regularmente en las novelas de Amir Valle, los velos que cubren el submundo de La Habana se descorren y aparece en primer plano la corrupción donde se desenvuelven los funcionarios gubernamentales cubanos los del Ministerio de Turismo en este caso, junto con las lacras (muchas de ellas «inexistentes») que corroen por dentro esta sociedad: el tráfico de niños, el jineterismo, la homofobia, el racismo, la miseria generalizada, las mafias del mercado negro, la hipocresía de los vividores del comunismo, las oleadas de migrantes que huyen de la isla y el mito del imperialismo. La lectura deSantuario de sombras es semejante a un recorrido por una galería de claroscuros (más oscuros que claros), en la que el autor eliminó hasta donde le fue posible el color local isleño al que otros escritores nos habían acostumbrado la música, la santería, entre otras cosas, para centrarse en el drama, en la violencia, en una historia estremecedora donde la única explosión de alegría posible ocurrirá, si acaso, cuando los agredidos obtengan su revancha.
En Santuario de sombras, Amir Valle echa mano de su experiencia tanto de narrador como de periodista para trazar un retrato minucioso de la ciudad que habitó hasta que fue obligado a exiliarse, para jugar de manera incansable con el lenguaje y estructurar su relato hay pasajes cuya técnica polifónica recuerda La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, para colocar ante el lector a los verdaderos causantes de la miseria de su país, para tejer con astucia una trama realista, cerrada, pero con evidentes guiños a la tradición literaria universal el dostoievskiano tema de «el doble es aquí fundamental y, sobre todo, para echar abajo muchas de las mentiras que envuelven la vida en Cuba «ilustrada para extranjeros» para construir, en fin, una verdadera novela negra.