¿Quién desnuda a quién?

«Recuerda que en este mundo hay muchas cosas perdidas, muchas cosas ocultas y muchas otras que ni siquiera se han buscado.»

A. V

Enmanuel Castells, escritor cubano

Con la obra Los desnudos de Dios, (Premio La Llama Doble de novela erótica 2003), su autor, Amir Valle Ojeda, acaba de convertirse en un escritor macho (al decir de Cortázar sobre los lectores) y se inscribe, ya definitivamente, en la lista de los imprescindibles y más importantes creadores de la Cuba contemporánea.

El hombre que hace más de veinte años viene publicando y ganando premios dentro y fuera de los mares nacionales en todos los géneros casi permisibles del abanico literario, aquí se erige como un consumado conocedor del tema Eros y fabula de una manera grandilocuente poniendo en tela de juicio (y de dudas, por supuesto) la veracidad de un hecho que además de haber sido real, a estas santas horas de la vida aún no se puede dar fe de su existencia.

Un manuscrito que deviene en tratado sexual sobre el método en que unas supuestas Amazonas realizaban el acto carnal más beneplácito del mundo, allá en las postrimerías del siglo XV, es pesquisado cinco siglos después, tanto en Francia como en Cuba por dos genios de la literatura universal: Julio Cortázar y Lezama Lima. La no menos célebre Anäis Nin dice haberlo transcripto gracias a la suerte que corriera Henry Miller al encontrarlo en un monasterio abandonado, y de ahí en adelante, eche a volar su imaginación señor lector, señor escritor, señora especulación, maravilla de historia que se teje y crece y seduce como la más agradable de las putas humanas.

La grandeza de esta novela radica en varias columnas. Amir Valle no sólo se detiene en construir una historia que ha de arrastrarnos desde el principio hasta el final por esa máxima tonta de introducción, nudo y desenlace. Aquí cada línea pesa su precio en oro, pues si bien toda la novela puede ser una muy intencionada manipulación de la verdad o una muy vacilante manera de jugar con cronos, o una muy erudita manera de construir con palabras casi originales el famoso manuscrito del que se da crédito acérrimo de su existencia, hay otras intenciones y osadías pocas veces vista en la historia de la Literatura Cubana.

Aquí los personajes principales no son Pedro y María, sino Don Julio Cortázar y Don José Lezama Lima, vacas sagradas y bien ponderadas figuras del arte universal, genios que dejaron un legado y un caudal de pensamientos de referencias obligadas hasta para el mejoramiento humano, y Amir Valle tuvo la valentía y la delicadeza de acercarnos a los hombres comunes que pudieron ser esos dos señores intelectuales en sus trajines más personales, amén de verdad o mentira de lo que de ellos se dice en la novela. Aquí está desnudo y protegido el Lezama de quien tantos rumores se decían en secreto en ciertas reuniones privadas y sociales, con su caminar de respiración al límite y el sofocante calor habanero que le producía claustrofobia. Y está (Oh, bendita suerte) el Cortázar hombre (no mito), un Cortázar sin camisas y sexual, bien lejos de las oficinas de la UNESCO en su papel de traductor o de las hermosas conferencias ofrecidas en Casa de las Américas. Los que bien tuvieron la suerte de tener cerca a uno y a otro, han conjurado que el retrato obtenido por Amir es lo más cercano al tipo de hombres que fueron en sus momentos más personales y privados, no a los monstruos creativos de Paradiso y Rayuela. Ya se sabe que vida y obra de un autor no siempre están realmente relacionadas.

Para los puritanos que quieren conservar a Cortázar en una urna de cristal, basta con que se asomen a las dos citas que abren Los desnudos de Dios, Bioy Casares lo resume espectacularmente en tres líneas: «nos pareció fabuloso que no existiera un patrimonio único sobre la imagen y el recuerdo de un hombre como Julio». A Amir tendremos mañana que agradecerle la posibilidad de ver un nuevo Cortázar, casi desconocido hasta la fecha.

Pero esta novela no se limita solo en tomar a Cortázar y a Lezama como personajes principales, sino que su autor, hijo de la generación nacida en los 60, rinde tácito homenaje a todos esos nombres que nos hicieron huellas y sombras en nuestra formación como escritores de la otra Cuba. Es una verdadera galería de personalidades literarias y artísticas mezclados en esta fabulación intemporal donde se cruzan las voces de Jesús Díaz, Antonio Benítez Rojo, Ernest Hemingway, Reynaldo Arenas, Dulce María Loynaz, el padre Gaztelu, Carpentier, Reynaldo González, Harold Gramatges y hasta el mismísimo Fidel Castro hablando de la muerte con Gabriel García Márquez. Pero además (y esto pienso que es una de las cosas que vigoriza el rigor y el talento de su autor) hay una Cuba libre de tapujos y descubierta a una verdad ineludible cuando se trata de ciertos desmoronamientos morales en que hemos declinado, sea por las razones que hayan sido. Y está también el rigor de la investigación antes de escribir la primera palabra, cosa a la que nos tiene acostumbrado Amir desde su papel de periodista y ensayista.

Los que hemos tenido la suerte de llegar hasta el fondo de su nueva casa, es decir, hasta lo más adentro de su alma, podemos descubrir guiños, mañas y redundancias en esta novela que viene cerrando un ciclo de novelas eróticas que se inició con Espectros, inédita en Cuba a la hora de redactar estas líneas. Títulos como Si Cristo te desnuda y Los manuscritos del muerto, dan muestra de la obsesión con que Amir vuelve una y otra vez a sus temas, no por repetitivos, sino por abundantes e infinitos. Si bien Los desnudos de Dios no el summum de la gran novela del Eros, es el puntillazo mejor logrado en el conjunto de novelas que el autor agrupó bajo ese signo. Pero el libro que mejor representado está en los entre líneas de Los desnudos es su ya mítica obra Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba, acuciosa investigación de Amir en género de testimonios y cronología histórica sobre la introducción y desarrollo de esa manifestación sexual en Cuba desde el siglo XV hasta los días de ayer mismo. Pero si alguien todavía no lo sabe, Habana Babilonia es tal vez el libro de Amir más leído desde la clandestinidad moderna, pirateado en la sede de un concurso nacional y transmitido digitalmente desde Internet a través de correos electrónicos, algo así como cuando se pasaban las canciones de Silvio Rodríguez en la época en que la era estaba pariendo un corazón.

Para mí, los detalles menos felices de Los desnudos de Dios están en los títulos que marcan sus diferentes capítulos, pues en el gran mar de palabras e ideas profundas que los puebla, uno olvida qué decía esa hermosa construcción poética a principio de página. Pero si hay algo que DETESTO del libro (y que me perdone Amir por la agresividad de la palabra) es la página 179 con esa malograda NOTA DEL AUTOR. Un libro tan genialmente especulativo como este no necesitaba de «aclaraciones». Ni Amir, ni yo, ni casi ninguno de los escritores de nuestra generación conocimos personalmente a Cortázar, ni a Lezama y mucho menos a Anäis Nin. Ellos jugaron y manipularon con oficio erudito la interrelación entre imaginación y hechos reales, sobre lo que fue y no es y construyeron mitos y leyendas al transgredir con aplastante maestría los límites de cronos, inasible línea entre realidad y ficción. Desde sus sagradas escrituras, uno advierte el don que Dios le dotó como autores para modificarnos el alma y reconocer, mística y terrenalmente, que existen otros modos y formas posibles de la «Realidad». Hasta la página 178 eso se consigue magistralmente en la novela. Amir Valle es de los que sabe de memoria que la buena literatura ni se explica ni se aclara, y esa NOTA DE AUTOR (para mí) es un epílogo fallido. Un autor de oficio como él no debe volver a cometer ese imperdonable pecado.

Estructurada como un rompecabezas y con un aliento casi suspense Los desnudos de Dios es una novela asequible, pero no fácil. Quizás no pretensiosa, pero sí eficaz. Tal vez algo delirante, pero indiscutiblemente magistral, fascinante y arrolladora. Lleva eso que tiene el amor y sobre todo el acto sexual: magia, misterio, seducción, arrebato y frenesí. Después. después viene la paz cuando el alma ya está enriquecida.

Padrenuestro que estás en todas partes, Dios mío, gracias por desnudarnos y traernos al mundo desnudos. Bendice a ese hijo tuyo.