Jorge Félix Rodríguez, escritor cubano.
Hablar de Amir Valle en el contexto de la actual literatura hispanoamericana, es hablar de un hombre de éxito. Y el éxito se forja con tres componentes esenciales: talento, constancia y azar.
El primero, Amir nació con él, ahí están sus más de quince libros publicados que dan fe de ello; la perseverancia, la adquirió desde que supo que no sabía, y no quería, hacer otra cosa que escribir. Se hizo con la disciplina de un monje, pero lejos de enclaustrarse, salió a la calle a respirar el aire enrarecido de las ciudades; a escuchar la voz ancestral del hombre común; se perdió en la marginalidad y se confundió con los marginados; sólo que, en el caso de Amir, la vivencia se convertía (acto de madurez y responsabilidad), en el decorado, la música y los actores de su literatura. Al azar, lo supo siempre, había que tentarlo. Lo supo desde su temprana adolescencia, desde que siendo «cabeza de ratón» en su entrañable Santiago de Cuba, se fue a La Habana con la certeza de que, si había que estar en el lugar y a la hora adecuada, ese lugar debía ser la ciudad de Cecilia Valdés, de Ramón Yendía, de La Estrella y Oppiano Licario.
En ella, pasó de ser una de las cabezas visibles de la literatura insular (la añorada «cabeza de león», a la que sus incrédulos amigos santiagueros, presagiaron que le sería difícil llegar), a ser parte de los escasos nombres de las letras cubanas con una presencia constante en numerosas publicaciones, eventos y estudios sobre literatura cubanas fuera de la isla. Prestigiosas editoriales en el ámbito de las letras hispánicas, germanas (y pronto italianas, francesas y portuguesas) han recurrido a sus ensayos, cuentos y novelas, porque Amir ha transitado, con el éxito reservado a los elegidos, por casi todos los géneros literarios.
Santuario de Sombras, es la cuarta novela de su serie negra, o como lo prefiere llamar el novelista y crítico mexicano Paco Ignacio Taibo II, literatura neopolicial iberoamericana. Como toda novela negra, la realidad social se convierte en el telón de fondo de la fabulación, sólo que, en Santuario de Sombras, ésta es, además, el proscenio, la música y el aire que se respira. El contexto social adquiere tanta fuerza que, a ratos, se convierte en protagonista; sin embargo, no hay una intención política o aleccionadora, los personajes dan juicios de valor según su posición en el ámbito anecdotario, siendo fieles a la razón por la que le deben la vida al autor.
Santuario de Sombras trata un conflicto ya universal en nuestro tiempo: el tráfico de personas. Partiendo de una historia real y teniendo como base el deterioro de la sociedad la cubana actual, y la esperanza de muchos por encontrar, una vez rebasadas las noventa millas de agua que los separan, el elixir del «Sueño Americano», la novela se centra en la búsqueda de la justicia por parte de familiares y amigos de las víctimas de unos crímenes cometidos por un grupo de traficantes sin escrúpulos. Justicia que habrá de tomar por su mano (la mano marginal), cuando descubren la implicación de un alto funcionario del Ministerio del Turismo con recursos suficientes como para entorpecer cualquier investigación oficial.
La novela está estructurada en un pórtico y once capítulos. El pórtico, está formado por seis bloques, cada uno encabezado por un sustantivo duro, ríspido, seco: Mierda, Peste, Muertos, Asco, Vómito y Sombras. Con su estilo descarnado y crudo, este autor nos adentra sin miramientos en el detonante de la historia, al tiempo que hace una presentación de los seis personajes principales que orquestarán la sinfonía polifónica: Mayra, Ignacio, Alain, Magnolia, Alex y Saúl. Amir, emplea para cada uno de ellos un narrador diferente que garantiza, por una parte, la explotación eficaz de algunos recursos narrativos; y por otra, imprime a la historia una dinámica que, solamente a nivel de escritura (sin tener en cuenta la intensidad de la anécdota), no deja resquicio para el bostezo. Esta fórmula se repetirá invariablemente y con igual eficacia, a lo largo de los once capítulos de la novela.
Un apéndice especial requiere los capítulos uno y once. En ambos (la primera y segunda parte del desenlace), se narra la acción focalizándola en un mismo hecho, pero desde el punto de vista de cada personaje. Esto hace que, una acción tan crucial, quede minuciosamente radiografiada desde diferentes ángulos.
Al contrario de la literatura policíaca tradicional, donde el lector se convierte en partícipe de la historia, y por tanto, en víctima premonitoria del autor, en Santuario de Sombras, todo está dicho desde el principio. Como en una magnífica película de los hermanos Coen, sabemos quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios, asistimos como espectadores pasivos a los aciertos y desventuras de sus personajes. No hay hombres ni mujeres con excepcionales capacidades deductivas; no hay conejos sacados de la chistera, sólo gente común en una búsqueda, eso sí, desaforada de la verdad. Y la verdad a veces es demasiado esquiva.
Si un autor de reconocido prestigio en este tipo de literatura, como lo es el también el insular Leonardo Padura, rompe en el ámbito de la novela negra cubana, los esquemas del policía tradicional con el personaje de Mario Conde, Amir se concede la primacía de aliarlo con la cúpula marginal (Alex Vargas). Alain Bec, su peculiar investigador policial, se enfrenta al crimen, al horror, no a la marginalidad. En una sociedad encorsetada y restrictiva, este agente de la ley tiene que aprender a discernir, entre lo marginal cotidiano y lo marginal intolerable.
En esta novela, la individualidad del binomio capo-policía, o viceversa, pasa a ser coral, cuando se suman las voces de Magnolia, Mayra, Ignacio y sus amigos implicados también en la búsqueda de la justicia, convirtiéndose, de esta forma, en una metáfora a la solidaridad en ese gran estrato marginal que es la isla, y que sobrevive a la sombra de los pósteres turísticos y los anhelos de otros, de construir en ella, la sociedad del futuro.
Santuario de Sombras es una novela demoledora como la realidad misma, pero es sobre todo, buena literatura: un santuario de luz en el país de las sombras.
Madrid, abril de 2006