Armando Añel
Inicialmente concebido como novela, Habana Babilonia o la prostitución en Cuba, el único cuaderno digno del premio testimonio Casa 1999, fluye entre dos discursos aparentemente exclusivos: uno que contiene la pericia anecdótica del narrador que es Amir Valle, otro en el que de propia voz o por medio de cartas manuscritas los testimoniantes cuestionan la viabilidad de un proyecto social en franca bancarrota.
Habana Babilonia es un texto subversivo. Subversivo ética, estética, escatológicamente hablando. A caballo de los estratos reales (no formales) de una sociedad detenida en el tiempo, en Habana Babilonia nos asomamos a un mundo marcado por la marginalidad. Habana Babilonia rompe con esa visión edulcorada, idílica, que pretende encuadrar y aún minimizar el fenómeno de la prostitución en la Cuba de finales de siglo. De la mano de diseñadores, fotógrafos, guías, gerentes, dependientes, animadores de turismo; marcándoles el paso a abogados, modelos, matronas, travestis, traficantes; prestándole oído a policías, pederastas, prostitutas, proxenetas de toda laya, el lector tropieza una y otra vez con la piedra de toque de una ciudad que huye de sí misma, de una nación que maldice para sus adentros mientras se ajusta su careta de cumpleaños. Perplejo, dividido entre el sujeto y el objeto, entre lo imaginado y lo inimaginable, el propio Amir se pregunta en uno de los capítulos de Habana Babilonia: «¿Hasta dónde podía llegar aquella realidad burlando mi imaginación? A veces creía conocerlo todo, imaginaba que Sade y Maquiavelo no pudieron haberlo hecho mejor, y de pronto la realidad sobrepasaba mis cálculos, echaba por tierra la inmunidad del asombro en la que me fui vacunando mientras me perdía en los laberintos de este mundo tan oscuro. ¿Sucedía aquello en mi país, aparentemente tan tranquilo, tan puro, tan limpio moralmente? ¿Hasta dónde llegaba la mierda, la podredumbre de aquel modo de vida?». «Muy lejos, muy lejos», le contestan a guisa de vivencia sus más de cuarenta entrevistados.
Claro que en Habana Babilonia también se le hace lugar a la estadística. El libro ofrece cifras aproximadas, datos oficiales y no oficiales, tablas y cálculos comparativos en un esfuerzo por develar el verdadero alcance de la prostitución en la isla. El autor sugiere unas 20,000 jineteras de oficio, es decir, de carácter regular, más cerca de 100,000 personas implicadas en el negocio a lo largo del país, aunque reconoce lo relativo de estos números, pues entre otras razones es imposible contabilizar a quienes se prostituyen ocasionalmente o con menor asiduidad. «En 1993, según el diario Excelsior -escribe Amir Valle- existían en el Distrito Federal unas 200,000 prostitutas para una población de 22 millones 600,000 habitantes. En Cuba, en un año de auge del jineterismo, sólo en Ciudad de La Habana, según datos que circularon de modo extraoficial en diversos análisis de las autoridades turísticas, se obtuvo una cifra de más de 7,000 jineteras. Como se observa, los porcientos son los que hablan: en el DF un 0,8 por ciento de la población se prostituía; en la isla, un 0,35. La diferencia no es mucha. Todo lo contrario sucede si se dice que en México existían 200,000 prostitutas, mientras que en Cuba sólo había 7,000. Es un modo de simplificar el asunto que sólo lleva a una ceguera parcializada sobre un fenómeno que va más allá de cualquier cifra fría».
Se lee Habana Babilonia y se emprende un viaje sin retorno, ése que va de la inocencia a la turbación y aún al espanto. Una carga demasiado pesada para Miguel Barnet, que como presidente del jurado de testimonio en la última edición del Casa de las Américas, prefirió dejar el premio desierto a despecho de la opinión del resto de los votantes. En la mejor tradición de Poncio Pilatos, cuidándose a más no poder las temblorosas espaldas, el autor de Canción de Rachel no supo estar a la altura de los acontecimientos. Tal vez deba decir a la altura de lo que de él nadie esperaba.
La Habana, Año 1999