Amir Valle, su largo viaje

Blog Fernandina de Jagua, Estados Unidos, 14 de marzo de 2018

Por Denis Fortún

 

Quien pregunta con insistencia, con la intención de conocer y que conozcan la posición de su entrevistado, del mismo modo recibe argumentos donde hallará razones que, algunas, puede que sean aquellas con las que no está de acuerdo. Pero si preguntas, has de respetar lo que se manifiesta. Amir Valle me ha respondido gentilmente un cuestionario en el que, en una u otra de sus afirmaciones, pues no concuerdo. Y debo decirlo, sí él es honesto consigo mismo y con sus lectores, quiero yo practicar de igual forma, y sin asomo de arrogancia, la transparencia: no hacerlo es un acto de constricción con el que no comulgo. Sin embargo, amén de discrepancias, también hay coincidencias. Quede patente entonces mi agradecimiento por su tiempo y sus respuestas; que la disconformidad en cuanto juicios, tendencias ideológicas, preferencias y consideraciones, no sea óbice para que finalmente alcancemos a establecer complicidad en lo que cada uno proyecta y, por supuesto, en lo que nos armoniza, no solo a nosotros, sino a muchos que no pensamos ni medianamente parecido: amor por la literatura, por la libertad, la democracia, y sobre todo un empeño morrocotudo porque de una vez se materialice la desaparición de esa dictadura que flagela a la Isla donde nacimos, y se establezca un estado de derecho, donde cada uno pueda enarbolar su verdad, en medio de otros hombres que se la respeten. Dicho esto, reitero mi agradecimiento. Danke Amir…

«Amir es una papa podrida y a las papas podridas hay que sacarlas del saco para que no pudran a las demás». Y eso hicieron: aprovecharon uno de mis viajes a Europa (la gira de presentación por España de mi novela Santuario de sombras en 2005) para impedirme regresar a nuestro país. Por eso, jamás permito que me cataloguen de escritor exiliado; yo soy un desterrado, literalmente…

 

Amir Valle: su largo viaje…

¿Quién es Amir Valle?

Esa es la pregunta que llevo haciéndome día tras día hace 51 años. No creo que nadie pueda definirse. Eso es puro y simple descubrimiento. Algo que no termina nunca mientras uno respira. Si acaso, uno podría intentar responder quién querría ser, pero eso también conlleva el altísimo riesgo de resultar pedante. Así que prefiero que me definan mis amigos, mis enemigos o cualquiera de esos seres que alguna vez en su vida han topado con eso que, al menos legalmente, se llama Amir Valle y que, de acuerdo a ciertas convenciones y credos asumidos, es cubano, hombre, heterosexual y cristiano. Con la añadidura de que hace ya 34 años intenta desesperadamente que lo respeten como escritor. 

De Guantánamo a Berlín: ¿por cuál razón, y dónde, comienza el primer paso de tan largo viaje, que concluye en el exilio?

AV: Si algo une a mi natal Guantánamo con Berlín es un recuerdo de familia: allá, en la calle Bernabé Varona, entre Cuartel y Ahogado, tuve una nana, Eulalia, que decía haber nacido equivocadamente en Moya, Islas Canarias, como resultado de los amoríos prohibidos de su madre con un oficial alemán desertor de la Primera Guerra Mundial, que terminó refugiándose en ese pueblo. Fue de su boca la primera vez que escuché la palabra «Berlín», que al niño que yo era entonces le sonó tan exótica como Hawai, Tanganica o Mompracén, sitios que conocía de mis primeras lecturas de infancia. No puedo asegurar que sea cierta su historia, pero la verdad es que me fascinaban sus ojos azulísimos y su pelo casi tan blanco como esas pelusas que a veces salen en las mazorcas de maíz tierno. Y también me encantaba escuchar sus historias sobre héroes de guerras antiguas, que curiosamente siempre sucedían en lugares donde había mucha nieve. Cuando llegué a Alemania, a la que fuera Casa de Campo del premio Nobel de Literatura, Heinrich Böll, en Langenbroich, la nieve lo cubría todo y recuerdo que le dije a mi esposa que me parecía haber estado allí alguna vez. Luego me vino a la mente una de aquellas historias que me hacía la vieja Eulalia; una historia cuyos personajes vivían en un sitio casi idéntico a esa casona de campo en la que yo pasé seis meses durmiendo, comiendo, escribiendo en los mismos espacios donde durmieron, comieron y escribieron Heinrich Böll y, durante un tiempo también, Alexander Solzhenitzin.

Lo demás, eso que llamas largo viaje, fue un recorrido de vida por varias ciudades: la de Santiago de Cuba, donde considero se formó el ser humano que soy; la de Cienfuegos, donde descubrí cuanta miseria había en el periodismo cubano, mientras, por suerte, me refugiaba entre las piernas desnudas de un gran amor; y esa Habana que amo como si hubiera nacido en esos barrios podridos de marginalidad de Centro Habana, donde aprendí el verdadero sentido de las palabras infierno y paraíso, y de donde me expulsaron ciertos funcionarios «revolucionarios» porque quise aplicar en mi vida personal, profesional e intelectual una de las enseñanzas de mi padre, uno de los hombres que hizo esa Revolución, quien a mis 14 años, debido a mis primeras inconformidades con el sistema político, me dijo: «nadie puede quitarte el derecho a decir lo que piensas. Yo estuve dispuesto a dar la vida por esta Revolución, para que tú pudieras pensar y decir lo que quisieras, aunque ni yo mismo esté de acuerdo con eso que piensas y dices».

Me enorgullece decir que, en ese recorrido de vida por esas ciudades, fue tan fuerte el impacto que causé en mi generación y en las dos generaciones posteriores de escritores en la isla, con mi comportamiento aferrado a la ética, la sinceridad y la ayuda al prójimo, que las autoridades culturales y políticas decidieron que yo era menos peligroso fuera de Cuba, de modo que el que se considera a sí mismo el cacique de la cultura cubana dijo en una reunión: «Amir es una papa podrida y a las papas podridas hay que sacarlas del saco para que no pudran a las demás». Y eso hicieron: aprovecharon uno de mis viajes a Europa (la gira de presentación por España de mi novela Santuario de sombras en 2005) para impedirme regresar a nuestro país. Por eso jamás permito que me cataloguen de escritor exiliado; yo soy un desterrado, literalmente. Y fue esa justamente la primera palabra con la que me presentó a sus colegas alemanes, mi editor y amigo, el escritor Peter Faecke, que es el responsable de que la jugarreta que me hicieron al impedirme regresar a Cuba tuviera un final feliz: llegar a Langenbroich primero, en marzo de 2006, y, luego de seis meses, trasladarme a Berlín, donde me siento como si estuviera en casa.

 

¿Cuándo el periodista se hace escritor? ¿El escritor es aún periodista? ¿Quién predomina al momento de la creación?

De niño tenía una habilidad especial para las matemáticas, la física y la química, y eso me llevó a soñar con hacerme un científico famoso. Pero a los dieciséis años tuve la suerte de comenzar una hermosa amistad con quien se convirtió en mi maestro y mentor literario: el escritor Eduardo Heras León. Fue él quien me confrontó tempranamente con una verdad que decidiría mi vida. «Piensa si quieres pasarte toda la vida entre números y fórmulas o si prefieres vivir creando tus propios mundos en tus libros», me dijo. No tuve que pensarlo mucho y, como uno de mis ídolos de entonces era Hemingway, me aferré ciegamente a su consejo de que el periodismo era una de las mejores herramientas para escribir literatura, si se sabía abandonar a tiempo y si uno no se dejaba contaminar por los vicios de ese oficio. Decidí pasar la prueba de selección que se hacía en cada provincia para quienes aspiraban a ser periodistas y fui uno de los cuatro o cinco seleccionados en Santiago de Cuba para iniciar esa carrera en la Universidad de Oriente. Desde entonces, el escritor y el periodista han cabalgado juntos en todos y cada uno de mis libros, y se reparten el trabajo de un modo increíble: el periodista observa, analiza la realidad, reúne toda la información necesaria, la computa, la clasifica, etiqueta y, finalmente, se la pasa al escritor que, como debe ser, se sienta a solas a recrear e intentar darle vida en la ficción a esos universos arrancados de la realidad por el periodista.

 

“Jineteras” o “Habana Babilonia”, de tus obras, es quizás la más leída, al menos por el lector cubano, y definitivamente muestra una realidad obscena que a la dictadura castrista para nada le conviene publicitar. ¿Es el bajo mundo cubano actual lo suficiente atractivo para los lectores europeos, los alemanes en específico, y recrearlo sin hipocresía, viéndolo tal y como es, sórdido, puede resultar un elemento que sirva, además de literatura, como denuncia debido a la impronta política que lo distingue del resto de “los bajos mundos”, y ante un Occidente que ha sido apático en buena medida; o esas historias, como las que cuenta “Jineteras”, se reducen a eso, únicamente historias tristes de meretricio y miserias, que se dan en cualquier parte, donde a nadie le dio por hacer una revolución porque abundan las putas y sus desdichas?

Ese libro, que lleva varias ediciones en español y en otras lenguas, así que, según mis editores, ha sido leído por alrededor de unos 300 mil lectores en todo el mundo, me ha permitido descubrir uno de los grandes conflictos de la sociedad europea (y mundial) moderna: los peligros de analizar la realidad universal a través de lo que se ha denominado como «lo políticamente correcto». Puedo decirte, porque tengo cientos de testimonios de lectores, que los alemanes, los lectores europeos y de otras naciones del mundo, se sienten profundamente conmocionados con el sufrimiento de los cubanos bajo la égida despótica del castrismo, con esa realidad terrible que muestra mi libro. Muchos incluso han vivido lo que yo cuento en carne propia, en sus viajes a Cuba, y las muestras de «solidaridad oral» hacia quienes hemos padecido esa triste realidad en la isla es bastante amplia. Pero muy pocos de ellos logran desprenderse de una ceguera muy singular, que obnubila sus análisis: el significado que «pudo tener» para el mundo la Revolución Cubana, si Fidel Castro no la hubiera traicionado. Nótese los entrecomillados que resaltan el significado especial que tienen en este contexto los términos «solidaridad oral» y «pudo tener». Porque sucede que los sueños de igualdad, prosperidad y humanismo que promovía aquella Revolución que logró unir a cubanos de todas las tendencias y credos en la lucha contra Batista se corresponden casi idílicamente con las premisas más utópicas que, según lo políticamente correcto, debe ofrecer una sociedad a sus individuos. Y esa marca a hierro al rojo vivo enturbia con los humos de la carne chamuscada la mirada europea hacia Cuba. Los cubanos, para ellos, estamos predestinados a seguir insistiendo en ese sueño, somos una especie de «elegidos por el fatalismo histórico» para defender la utopía de construir un mundo mejor, y esa obnubilación les hace considerar incluso que los horrores de la dictadura son «yerros históricos obvios» (estoy repitiendo de memoria las palabras de un conocido intelectual español, Juan Madrid, que llegó a decirme en mi cara que los injustos fusilamientos en los años iniciales de la Revolución eran errores menores si se los comparaba con la grandeza de los postulados que defendía el proyecto revolucionario). Lo más triste, como por suerte les he hecho ver a muchos, es que se nos pide a los cubanos un sacrificio que ninguno de ellos está dispuesto a soportar para mejorar sus sociedades. Y, lamentablemente, esa ceguera que existe a nivel social, en la política es aún más dura, más desvergonzada, más irracional, porque entran a jugar otros intereses (la geopolítica, las estrategias económicas, las negociaciones «políticamente correctas», etc.) que hacen aún más irrespirable, por sucias, las «interpretaciones» de lo que sucede en nuestra islita.

 

¿A tu juicio, hay una literatura cubana fuera de Cuba? De ser así, ¿qué la distingue de esa que se escribe en la Isla, y cuáles son las voces más representativas en el exilio?

Soy un lector obsesivo/compulsivo y me gasto un dineral en buscar libros de autores cubanos publicados fuera de la isla. Curiosamente, casi nunca tengo que comprar libros de mis colegas latinoamericanos de primerísimo nivel (que me envían sus libros de regalo y autografiados) y, sin embargo, son pocos los colegas cubanos que hacen lo mismo. Esto no es una crítica: sé también que muchos tienen que autopublicarse, que se ganan la vida en otros oficios, y eso me permite comprender que no regalen sus obras y, también, me impide pedirles que me las envíen, aunque siempre que lo hacen, las promociono y escribo sobre esos nuevos títulos. Pero las busco y las compro. Y de lo que se publica en Cuba, al haber sido maestro en mis talleres literarios de muchos de los más importantes escritores cubanos de las últimas dos generaciones, estoy casi al día de lo que se publica allá, o de lo que se escribe y permanece inédito. Ellos se encargan de enviarme sus libros publicados o inéditos. Eso me permite establecer puntos de contacto, descubrir líneas internas entre la literatura de «ambas orillas» y puedo asegurar que hay más similitudes que diferencias de las que se quieren reconocer. Me avergüenza bastante ver a colegas de la isla diciendo que en la diáspora no hay buena literatura, o ver a colegas de la diáspora asegurando que la mejor literatura se hace acá afuera porque allá en Cuba los escritores están amordazados. Ambas afirmaciones me parecen una tontería. Hay tanta literatura buena en la isla como en la diáspora, y hay también una buena cantidad de porquería disfrazada de literatura tanto allá como acá. Y hay autores de ética indiscutible y autores miserables tanto en la isla como en esos otros países donde se asienta esa diáspora cubana que es hoy tan amplia. Sé que hay heridas, vidas frustradas, pérdidas irrecuperables a causa de estas casi seis décadas de dictadura…, marcas, en fin, muy difíciles de superar, pero me parece ilógico que ninguno de los dos bandos acabe de asumir con inteligencia la necesidad de derribar los muros que nos dividen y se le siga tan livianamente el juego a quienes nos dividieron. En eso la dictadura nos ha ganado la batalla. 

Me pides una lista de autores representativos y yo te pregunto: ¿cómo definir qué es o no es representativo en literatura? Ese intento de establecer listas siempre ha llevado a lo que hoy vemos en una abundancia vergonzosa: grupitos literarios que luchan unos contra otros, capillas de supuestos «iluminados» que discriminan a los «plebeyos», académicos y críticos que hacen listas discutibles basados en amiguismos o incluso revolcones sexuales, proyectos o revistas culturales que se lanzan dentelladas basándose en un también supuesto «elitismo» que resulta ridículo, además de dañino. Yo prefiero hablar de mis autores, esos que persigo: la cuentística de Ángel Santiesteban (en Cuba), Jorge Ángel Pérez (en Cuba), Alberto Garrido (en Santo Domingo) o el inolvidable Carlos Victoria (en Miami); la novelística de mi hermano Guillermo Vidal (fallecido en Cuba en 2004), Leonardo Padura (sí, soy de los que consideran importantes algunas de sus novelas) o Abilio Estévez (en Barcelona), Antonio Álvarez Gil (en Guardamar del Segura, España), Félix Luis Viera (en Miami) o Eduardo Manet (en París); esa magia inigualable en las historias fantásticas de Daína Chaviano (en Miami), la sabiduría hecha verbo en el querido José Lorenzo Fuentes, recientemente fallecido, o la gracia insuperable de ese grande que es Gumersindo Pacheco (que sigue siendo el Gume para mí, aunque ahora firme sus libros como «Sindo», en Miami); la riqueza y vivacidad dramática de la narrativa de Achy Obejas (en Estados Unidos), Karla Suárez (en Lisboa), María Elena Hernández Caballero (en Miami) o Ena Lucía Portela (en La Habana); la poesía de Sifredo Ariel (en Cuba), Alberto Rodríguez Tosca (que murió en Cuba, pero vivía en Colombia), Emilio García Montiel y Ramón Fernández Larrea (en Miami), Odette Alonso (en México)… La lista es interminable, y me resulta vergonzoso limitarme sólo a estos que menciono pues hay muchísimos a quienes sigo con una fidelidad perruna…, pero para mí lo más importante es que esa lista incluye autores que escriben literatura cubana, vivan donde vivan y piensen como piensen.    

 

¿Cuál papel debe tener la intelectualidad cubana para promover un cambio en la Isla, que por fin redunde a favor de la democracia necesaria? ¿No crees que para los escritores cubanos de “intramuros”, el momento de establecer lealtad con un compromiso de emancipación, de derecho, y no con uno de comodidad, reconocimientos, viajes y prebendas que les ofrece el estado, no debe dilatarse más, y han de practicar ese acto de autonomía todos juntos, amén de reparos ideológicos?

Hay que partir de una premisa: la intelectualidad cubana, tanto en la isla como en el exilio, debe colocar en su punto de mira hoy el rescate de esa presencia fundamental que tuvo en otras épocas históricas. Y el gran reto es entender que, dejando a un lado las diferencias ideológicas, el interés es salvar la nación de la debacle en que hoy se encuentra y eso sólo es posible hacerlo mediante el diálogo y buscando en la diversidad de criterios las mejores vías. El castrismo nos ha obligado a intentar hacer eso a través de posiciones antagónicas irreconciliables, como si fuéramos enemigos y no colegas. Nos ha hundido en un diálogo de sordos, en un maremágnum de acusaciones cruzadas que a nada conducen. 

Es imprescindible que todos los protagonistas de este dilema entendamos que Cuba seguirá hundida en ese estercolero en el que hoy agoniza como nación mientras pretendamos erigirnos en jueces del otro. Un ejemplo: La pregunta que siempre me hago es: ¿tenemos moral en la diáspora para exigirles a nuestros colegas en la isla que se lancen de cabeza contra el régimen? Desde mi experiencia te puedo decir que fuimos realmente muy pocos los que hicimos eso frontalmente en Cuba. Y sin embargo, me asombra ver la cantidad de escritores y artistas que jamás en Cuba levantaron la voz, que comenzaron a ser críticos con la dictadura solo cuando pusieron un pie fuera de la isla, y ahora, viviendo en libertad, quieren crucificar a quienes allá en nuestra islita siguen dominados por el miedo. Si todos los que hoy están fuera de la isla diciendo que se opusieron a la dictadura lo hubieran hecho de verdad, la dinastía Castro no habría durado casi ya 60 años. Es muy fácil exigir que se pierda el miedo al dictador hablando desde un sitio donde nadie vendrá a meterte preso o donde el alimento de tu familia no dependa de las loas que le cantes a ese dictador. Yo mismo fui funcionario cultural unos pocos años, creí que podían cambiarse las cosas desde dentro, y tuve que estrellarme contra el poder, sufrir enormes desilusiones y padecer la marginación, la represión y la censura, para abrir los ojos. Como muchos saben, logré perder el miedo, pero otros no lo lograron, aún muchos no lo han logrado, y siento decir que tienen sus razones, e incluso su derecho. Ese es un problema que tendrán siempre con su conciencia, pero son elecciones individuales que hay que respetar. 

Otra pregunta que vengo haciéndome en los últimos tiempos: le estamos exigiendo desde la diáspora unidad contra la dictadura a nuestros colegas en la isla, pero no hemos acabado de resolver ese océano de diferencias, luchas, antagonismos y divisiones que existen en la intelectualidad cubana acá afuera. Y que conste, no creo en lo absoluto en los pensamientos unitarios; creo en la unidad en las diferencias en torno a un objetivo común. Eso es pensar democráticamente.  Pero, igual que otros sectores de la sociedad cubana en la isla y la diáspora, la intelectualidad cubana no dialoga, ladra; no colabora entre sí, se ponen traspiés unos a otros; no intenta comprender otras opiniones, las descalifica porque sí; no se alegra del éxito ajeno, intenta minimizarlo… la falta de ética, solidaridad y humanismo que padecemos debería avergonzarnos. Finalmente… pretendemos exigir a nuestros colegas en la isla que asuman de una vez su responsabilidad social ante la dictadura, pero… ¿qué hacemos para ayudarlos?, ¿dónde están los puentes que animen a nuestros colegas a que pierdan el miedo?, ¿cuál es la plataforma cultural que les ofrecemos para que se lancen de cabeza contra la dictadura? Lamentablemente, hasta ahora mismo, eso no existe, y lo más preocupante es que aquellos proyectos que en la diáspora se han propuesto con seriedad, y con un trabajo consecuente y sostenido, dinamitar la actual situación de la cultura en la isla han padecido y padecen ataques de otros sectores de esa misma intelectualidad cubana exiliada que habla de la necesidad de asumir de una vez su responsabilidad con el destino de Cuba. 

Como vez, se trata de muchas preguntas sin contestación. Y, al menos desde mi experiencia, resumiría mi respuesta a tu pregunta diciendo que dudo mucho que la intelectualidad cubana, que es hoy una intelectualidad enferma, logre alguna vez tener el protagonismo que debiera tener en esa Cuba democrática y libre que todos soñamos.   

 

¿Cómo se entiende que el mundo haya aplaudido la caída del muro de Berlín, y considere el derrumbe de la perversa pared como un importante evento en la historia mundial, y en cambio, años después, Cuba siga atrincherada al amparo de los dogmas que levantaron a ese “muro”, y a ese mismo “mundo” le preocupe muy poco la “suerte de los tapiados”, e incluso se comporte como un efectivo cómplice en compasiva medida, para que sigan ahí “nuestros albañiles”?

Vivimos en un mundo donde las palabras ética, principios y humanismo son arcaísmos en desuso. Y sí, el mundo aplaudió la caída del muro de Berlín, pero han sido los alemanes los que desde entonces y hasta ahora mismo han tenido que romperse el lomo económica y políticamente para eliminar las diferencias  que estableció ese muro. Nadie vino a ayudarlos en eso. ¿Qué quiero decir? Que aunque nos cueste aceptarlo, lo que sucede en Cuba es una diminuta mota de polvo al lado de las desgracias que ocurren en este mundo. Como periodista cada día descubro esa dura realidad. Baste un ejemplo: según los cálculos de algunas instituciones cubanas en el Estrecho de la Florida han muerto unos 30 mil cubanos en las últimas cinco décadas, y eso en verdad es terrible; pero sólo desde 2014 más de 15 mil africanos han muerto en el Mediterráneo. En Cuba la policía encarcela, reprime, limita todo tipo de libertades; mientras en países de África como Somalia o Sudán la policía y el ejército cada mes asesina a centenares de personas. La población penal en Cuba vive en horrendas condiciones, pero en países asiáticos, árabes y africanos las autoridades establecen cuotas mensuales de eliminación de reos para moderar el hacinamiento. La población cubana ciertamente vive una situación horrible: miseria, represión, falta de libertades, un capitalismo salvaje disfrazado de socialismo, pero ahora mismo millones de sirios no saben qué va a pasar con sus vidas en las próximas horas, cinco millones deambulan por el mundo como refugiados y solamente en lo que va de año han muerto más de mil niños en ese país. Podría seguir con los ejemplos, pero ¿por qué digo esto? Porque creo que los cubanos debemos aprender de una vez que los problemas de Cuba son nuestros problemas. Nadie, ni Obama, ni Trump, ni la Unión Europea, ni Naciones Unidas, bajará del cielo con una varita a resolver nuestros problemas. Como bien dijo el periodista Miguel Ángel Quevedo, el director de Bohemia, en su carta testamento antes de suicidarse en 1969, nosotros llevamos a Fidel Castro al poder y resolver eso es una responsabilidad de todos los cubanos. Pero hasta hoy, nosotros no hemos sabido ponernos de acuerdo para derribar la dictadura; nosotros seguimos poniendo ladrillos al muro que divide a la isla y a la diáspora; nosotros seguimos reproduciendo, en la isla y fuera de ella, los esquemas de descrédito, división y desconfianza que nos inoculó el castrismo; nosotros, basándonos en todo lo que ciertamente alguna vez contribuimos a la historia del mundo, seguimos creyéndonos elegidos a quienes ese mundo debe admirar y  ayudar a salir del atolladero en el que nos metimos por nuestros errores; nosotros seguimos mirándonos el ombligo creyéndonos el centro del universo cuando en verdad somos apenas una islita en un mundo que tiene que resolver problemas muchísimo más graves que los que asolan nuestro país. Esa es una verdad muy dura, pero que tenemos que entender. Nadie tiene la obligación de ayudarnos. La responsabilidad es absolutamente nuestra…(Negritas de Amir Valle)

¿Te ha generado problemas en Europa el hecho de no comulgar con el castrismo? 

El único problema real han sido las puertas cerradas de algunas editoriales, universidades e instituciones supuestamente culturales donde aún se mira a Cuba con la nostalgia de lo que significó para el mundo la Revolución Cubana en sus primeros años. Por suerte, la democracia en Europa siempre permite encontrar vías, salidas, soluciones para esos dilemas y se han abierto otras muchas puertas. El otro problema, pero creo que ese persigue siempre a los cubanos de la diáspora libre (hay otra, lo sabemos, encadenada a sus amos en la isla), es tener que ejercer mi criterio, como intelectual y periodista, en espacios en el que los defensores de la dictadura también tienen voz. Pero eso me ha ayudado a entrenarme mejor en la búsqueda de las más efectivas estocadas para derrotarlos con elegancia, porque esos defensores utilizan incluso en democracia los mismos esquemas intolerantes y difamatorios que emplea en la isla el castrismo. Así que puedo decirte que me he divertido mucho y he aprendido mucho buscando estrategias de defensa a sus airados e irracionales ataques para hacerlos quedar en ridículo.

He leído en una excelente entrevista que le concedes a la Revista Desbandada, que te defines como un intelectual de izquierdas, y que la izquierda en el siglo XX ha sido traicionada. Sin embargo, ¿no ha sido esa misma izquierda la que “malcrió”, le “reía la gracia”, celebrando sus bravuconadas, a uno de sus más lúgubres y sádicos “traidores”, responsable universal de la barbarie acontecida en Cuba luego de 1959? ¿No ha sido a caso esa izquierda cómplice, colchón de la dictadura cubana, por más de medio siglo ¿Hablamos de otra izquierda?

Mi editor alemán decía que yo era un hombre de, cito sus palabras, «izquierda liberal» porque mis ideas sobre una sociedad estaban basadas en los sueños que pretende alcanzar la izquierda (la igualdad social en una sociedad laica, internacionalista, progresista, intercultural), pero con métodos propios del liberalismo. Esa curiosa simplificación me hace recordar siempre el modo natural y simple en el que, según algunos libros de historia, surgieron la izquierda y la derecha política. Según esa versión, en 1789 en la Asamblea Constituyente en Francia, mientras se discutía un artículo de la nueva Constitución que debía aprobar o rechazar el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas, los diputados que apoyaban el sí al veto absoluto se situaron a la derecha y quienes estaban en contra de que el veto real estuviera por encima de la soberanía nacional se pararon a la izquierda. Me queda muy claro, a partir de mi experiencia como individuo y de mis lecturas, que la desigualdad social es una aberración que va contra la existencia misma del ser humano, como decía Norberto Bobbio. Así que de la ideología de izquierda tomo las hermosas ideas del discurso que siempre han esgrimido, y que no han logrado conseguir en la práctica: un mundo sin pobres, con libertades democráticas, libre de injusticias, sin exclusiones sociales, con igualdad de posibilidades para todos… El dilema que tenemos los que defendemos tan hermoso sueño es que quienes han aplicado ese modelo han logrado todo lo contrario a lo que establecen sus sueños y han trasladado a la sociedad imposiciones neoesclavistas, dictatoriales y totalitarias, sólo equiparables con las impuestas por estructuras de poder tan aberradas como el fascismo. Por eso he dicho muchas veces que no puede llamarse izquierda a ese sector que apoya hoy la descarada sucesión dinástica en nuestra depauperada Cuba, que aplaude como modelo de sociedad el desastre en todos los ámbitos que es Venezuela, o hace ruido internacional para apoyar la campaña al poder en Colombia de quienes asesinaron y traficaron durante años a nombre del progreso social. Esto quizás suene a ignorancia, tal vez sea ignorancia, pero insisto en defender ese ideal izquierdista de sociedad que, hasta donde demuestra la historia, sólo ha estado cerca cuando se han implementado los métodos del liberalismo que, curiosamente, al menos en el objetivo final, tiene ideas muy parecidas a la de la izquierda sobre lo que debe ser esa «sociedad ideal».

Coméntame del “Infierno de Amir en la literatura” (Representaciones del Infierno en la literatura de Amir Valle. Acercamiento de escritores, ensayistas, profesores universitarios y académicos, a la obra de Amir Valle)

Es un libro que me sonroja y, al mismo tiempo, me enorgullece y compromete. La idea partió de varios investigadores que en Europa, América Latina y Estados Unidos, hacían tesis de diploma o doctorados sobre algunos de mis libros. A uno de ellos se le ocurrió reunir en un volumen los mejores ensayos y artículos sobre mis obras publicados hasta la fecha, y encargar a otros académicos y colegas escritores, quienes habían hablado sobre mí en entrevistas o conferencias, que escribieran esas ideas. Una vez que estuvo todo el material, la editorial alemana que ha publicado el libro me preguntó quién podría asumir el trabajo de edición final y no tuve que pensarlo: Anarella O’Mahony, una cubana residente en Irlanda, que es la autora de la tesis más profunda y, en mi opinión, acertada sobre eso que todos estos críticos consideran mis «aportes a la literatura cubana». Y nótese otra vez el entrecomillado, que coloco porque, obviamente, es algo que me halaga, alimenta mi ego, pero que intento creer son valoraciones inmerecidas. Considero que aún tengo mucho que decir como escritor y, cuando miro atrás, aunque a muchos les cueste creerlo sólo veo una obra inmadura, imperfecta.  

Proyectos en los que estés trabajando actualmente. ¿No hay hormigas en la nieve…? ¿Alemania y no Cuba como escenario?

Este año espero salga publicada la primera noveleta de una serie que he llamado «Los infiernos sumergidos». Serán algo así como mis episodios nacionales: una noveleta de poco más de 100 cuartillas para contar dos historias por cada año de eso que llaman «Revolución». Quiero buscar el equilibrio y en cada noveleta estoy contando la historia de alguien que fue favorecido por «el proceso revolucionario», y otra historia de alguien que fue aplastado por ese mismo proceso. La idea parte de una contradicción familiar: todos mis mayores fueron protagonistas directos de esa gesta, fueron gente que estuvo dispuesta a dar la vida (algunos la dieron) por Fidel Castro y la Revolución; y sin embargo, los hijos de toda esa gente hoy vive fuera de la isla, desilusionados de la Revolución. La primera novela se llama1959. Habana es nombre de mujer. El otro proyecto, al que ya se dan los retoques editoriales finales, es No hay hormigas en la nieve. Y aunque el escenario es Berlín la considero una de mis novelas más cubanas. Sus personajes son cubanos que, en diferentes épocas del siglo XIX, XX y XXI vivieron en Berlín: desde el famoso violinista Brindis de Salas, la única espía cubana que fue ajusticiada por los servicios secretos de Hitler, un también renombrado diplomático que desertó a inicios de la Revolución, un traductor reclutado por la Seguridad del Estado cubana que decide escapar a la Alemania capitalista en los tiempos de la RDA, y un jinetero que llega a ser manager internacional de los boxeadores cubanos que escapan de la isla a fines del 90 y termina regenteando un burdel en el Berlín actual… y la historia de un periodista que es desterrado de su país y cae por accidente en Berlín… Cuba, entonces, como puedes ver, está en todas partes en esa novela. 

¿El más alemán de los escritores cubanos? ¿El más cubano de los escritores alemanes?

Ni una cosa, ni otra. Sigo siendo el mismo Amir Valle: un escritor cubano, que escribe de Cuba, sobre Cuba, aunque ya no desde Cuba, empecinado en hacer honor a Hemingway en eso de desnudar la carroña de la especie humana, consciente de mis limitaciones y, por ello, luchando cada día por sacarle el mayor jugo posible al talento que Dios me dio. Porque eso sí soy: un cristiano que cree firmemente en el amor de Dios y en que lo que soy y he logrado es solo gracias a su infinita misericordia y bondad…, aunque estas palabras suenen con estridencia peligrosa en un mundo tan enfermo de fundamentalismos religiosos como este que nos ha tocado vivir. 

Cuba: ¿para ti un país igual al resto del mundo, amén de sufrir una férrea dictadura por más de cincuenta y nueve años, lo que ya de por sí la convierte en “algo diferente”; una herida que duele, que no cauteriza; o simplemente un cartón postal que ostenta playas hermosas y una que otra mulata bella, de preferencia con una boina y una consigna de reafirmación revolucionaria a su espalda, y que no le importa a nadie?

Cuba, a estas alturas de mi vida y luego de 12 años de destierro, es apenas la esencia de un recuerdo que me niego a borrar, pero que tampoco quiero que me esclavice. La Cuba que viví ya no existe; aquel ya no es mi país, aunque todavía queden allá algunos amigos y mis padres. Yo llevo conmigo mi propia Cuba: la de mis vivencias, los sitios que conocí y ya no están o están en ruinas, los amores que tuve, los momentos con amigos (la mayoría hoy deambula también por esos mundos anchos y ajenos, como diría Ciro Alegría)… Como se ve, una Cuba de sensaciones, recuerdos, olores…, una Cuba de esencias que ninguna dictadura ni circunstancia adversa puede arrebatarme. Así que, si algo me aferra a ese espacio geográfico, es la existencia de mis padres en su hoy tranquila vejez y la responsabilidad ciudadana como cubano de denunciar internacionalmente a la dictadura, más por los cubanos que vendrán que por los míos que aún hoy habitan la isla, pues sé bien que mis hijos y seguramente mis nietos allá no van a buscar nada, salvo quizás algún baño en nuestras hermosas y cálidas playas durante algunas vacaciones, si alguna vez Cuba es libre.